Runrun.es: En defensa de tus derechos humanos

Opinión

Las lecciones de 1918

Las lecciones de 1918, por Alejandro Armas
Alejandro Armas
20/03/2020

@AAAD25

Ha sucedido lo impensable: Nueva York se fue a dormir. Bueno, quizás sea una afirmación hiperbólica. Pero lo cierto es que las señas de identidad de la urbe han quedado en suspenso. Wall Street no tiene su ajetreo desenfrenado, pues todas las transacciones bursátiles se están haciendo de manera digital. En los andenes del Metro siguen abundando los roedores, pero casi no hay gente. Nadie pisa las tablas de Broadway, ni contempla las pinturas y esculturas de las galerías de Chelsea y los museos de la Quinta Avenida. La ciudad que me ha acogido por casi dos años, y que ahora siento tan mía como mi Caracas natal, es otra. El mundo entero es otro. Nos resulta ajeno e irreconocible. Acontecen cosas que nunca pensamos que acontecerían, al menos no durante nuestras vidas arrulladas desde la cuna por el desarrollo tecnológico vertiginoso, la pax americana y la democracia liberal.

Ok, taima. No, para los venezolanos en realidad no ha sido así la historia de nuestras vidas, pues hemos visto a nuestro país hundirse en un averno de miseria que nunca imaginamos. Sin embargo, asumimos ese sino como un castigo cruel reservado específicamente para nosotros, mientras el resto del mundo seguía recorriendo el camino feliz del progreso político, económico, social y cultural. Por ello, nos impresiona ver que en aquellas tierras que teníamos por imperturbables en su desarrollo la vida ha estado tan trastocada por estos días. Lo podemos resumir en las imágenes de hospitales colapsados, pero no en Puerto La Cruz, sino en Milán; o de anaqueles de productos cárnicos completamente vacíos, pero no en Maracaibo, sino en San Francisco (de California, no del Zulia); o de dos clientes de un supermercado peleando por un paquete de papel higiénico, pero no en Calabozo, sino en Brisbane.

Todo esto es la consecuencia del temible coronavirus que ha puesto al orbe entero a temblar como no lo había hecho desde que los tanques alemanes lanzaron su Blitzkrieg desde los Pirineos hasta las estepas del Volga.

Paradójicamente, el flagelo nos ha encerrado en nuestras moradas, que son el refugio en el que asumimos que estaremos más protegidos, toda vez que nos ha encerrado en un mundo, repito, ajeno, irreconocible, desconocido. Como todo animal, el ser humano le teme a lo que no conoce. En tal sentido, un virus extraño, así como los estragos que deja atrás su estela funesta, naturalmente generan pavor. Estar bajo llave desde luego implica muchas menos opciones de distracción disponible, a lo que se agrega que varias formas de entretenimiento doméstico, como ver un juego de béisbol en la televisión, están descartadas. Así que no tiene nada de raro que el miedo se apodere de algunas personas y las lleve a proyectarlo hacia un futuro harto incierto, que genera a su vez nuevo temor por ser una incógnita. Las peores pesadillas, algunas de ellas hasta apocalípticas, pareciera que estuvieran a la vuelta de la esquina.

Pero debemos aprovechar asimismo que nuestras ocupaciones se han reducido para meditar con sosiego. Al igual que toda emoción, el miedo en exceso obnubila el juicio. Recordemos a Goya: el sueño de la razón produce monstruos. A ver. El coronavirus y sus efectos son una tragedia global digna de Eurípides. Cada una de esas muertes es una desgracia. Otro tanto puede decirse de cada despido de una empresa con el agua al cuello por la paralización de sus actividades. El daño económico apenas ha empezado a sentirse y pudiera pasar a los anales como uno de los peores en la historia de la humanidad. La reacción a la crisis por parte de muchos gobiernos, incluso en los países más desarrollados, ha sido decepcionante. Nada de esto es discutible. Pero, caramba, no estamos viviendo la revelación de Juan de Patmos (y eso que, de acuerdo con algunas exégesis, el caballo escatológico blanco representa la peste). Dicho en lenguaje cotidiano, no es el fin del mundo. Porque también es indiscutible que contamos con los conocimientos para superar cada una de estos dramas. El golpe económico será duro, pero se podrá sanar la herida. Habrá muchos más contagios, pero la epidemia será frenada. Solo la muerte no tiene arreglo, como sentenció Emily Dickinson en uno de sus versos. Lo único que es imposible que vuelva a nuestras vidas es la vida de quienes el virus ya se llevó.

Me voy a limitar a la enfermedad en sí misma. ¿Acaso no es cierto que la humanidad ha sobrevivido a abominaciones patológicas espeluznantemente fatales, como la peste bubónica? ¿Se nos olvida que hoy, más allá de la perversión de las dictaduras y las falencias de algunas democracias, estamos técnicamente mucho mejor preparados para lidiar con pandemias que en casos anteriores, en materia tanto de contención como de desarrollo de agentes inmunizadores? Es mucho lo que podemos aprender para entender esto, con solo mirar hacia experiencias pasadas.

Pensemos nada más en la llamada “gripe española” que azotó al mundo hace un siglo. No tengo dudas de que se han hecho bastantes comparaciones entre esta influenza con esteroides y el coronavirus actual, pero no importa. Para lo que se propone este artículo, funciona. La gripe española se desató en 1918 y, a diferencia del Covid-19 (obviemos las descabelladas acusaciones de Pekín), no hay consenso sobre su punto de origen. Algunos estudios señalan los campos de batalla europeos, escenario de las últimas escaramuzas de la Primera Guerra Mundial. Otros apuntan hacia un pueblo de Kansas como localidad del paciente cero, o hacia una instalación militar en dicho estado, en el corazón de Norteamérica. De ahí se habría expandido hacia la costa oriental de Estados Unidos, donde se embarcaban los soldados rumbo a Europa.

Como sea, el virus estuvo bien presente en las trincheras de Ypres y de Aisne, un entorno particularmente insalubre (¿vieron el hacinamiento, el lodazal y las ratas en 1917, la magistral película de Sam Mendes?). Por supuesto, comenzó a hacer estragos entre las tropas. Y dado que un virus no tiene una fijación con los uniformes, no tardó en infectar a civiles y en expandirse por el mundo. En Venezuela costó más de 25 000 vidas, cifra escalofriantemente alta considerando que el país en aquel entonces tenía aproximadamente dos millones y medio de habitantes. Entre las víctimas estuvo Alí Gómez, uno de los hijos del dictador Juan Vicente Gómez.

De vuelta a Europa, para mantener la moral castrense en alto, los países beligerantes censuraron los reportes de contagios y muertes por la gripe. Eso no pasó en España, que era neutral. Dado que en Madrid se podía informar libremente al respecto, se produjo la impresión falsa de que la nación ibérica estaba siendo golpeada de forma desproporcionada. De ahí el apellido “española”.

Ahora lo que todos esperan para hacer la comparación más importante: el tamaño de la infección y la mortandad. Alrededor de 500 millones de personas tuvieron el virus. Hay diferentes estimaciones sobre cuántos cayeron ante él. Los más conservadores hablan de 17 millones de muertes, en un período de entre dos y tres años, con la peor oleada concentrada en 1918. Otros concluyen que fueron 50 millones y hasta 100 millones. Al momento de escribirse estas líneas, el coronavirus acumulaba 242 000 casos y algo más de 10 000 muertes. Es decir, utilizando el cálculo más moderado de la gripe española, hasta ahora los casos de coronavirus son 0,05 % del número de casos de aquella, mientras que la proporción es de 0,06 % en cuanto al número de muertes. Por supuesto que habrá más casos de coronavirus en los meses por venir y, muy desgraciadamente, más muertes. Pero, teniendo en cuenta los avances médicos que ha habido desde 1918, me parece que es extremadamente improbable que lleguemos a ver cifras similares.

Otra lección que podemos extraer del estudio de la gripe española es el de las víctimas célebres de las epidemias. Cuando una figura, digamos, VIP se contagia, quienes no gozamos de esos privilegios nos sentimos aun más vulnerables. Por eso nos impresionó tanto enterarnos de que el prodigio histriónico Tom Hanks tiene el coronavirus. O el astro del baloncesto, Kevin Durant. Pero, de nuevo, no es algo que no haya pasado antes y no significa que estamos ante un flagelo imbatible que arrasará con la especie humana. La gripe española estuvo en los cuerpos de Lilian Gish, David Lloyd George, Mary Pickford, el káiser Guillermo II y Woodrow Wilson. También en el del rey Alfonso XIII de España (otra razón por la que surgió el apellido peninsular de la enfermedad). Todos la sobrevivieron. En cambio, Gustav Klimt y Max Weber no corrieron con esa suerte.

En fin, nos queda mucho encierro que aguantar. Muchas malas noticias que digerir. Algunas de ellas, terribles. Pero esto pasará. La humanidad superará este trance, como lo hizo con trances anteriores. Para ello, todos debemos poner de nuestra parte. Entre más colaboremos por ahora, menos durarán los sacrificios y menor será el daño. Por eso, cierro con la consigna que recorre el planeta: excepto para lo indispensable, quédate en casa.

Una base de datos de mujeres y personas no binarias con la que buscamos reolver el problema: la falta de diversidad de género en la vocería y fuentes autorizadas en los contenidos periodísticos.

IR A MUJERES REFERENTES