El liderazgo se gana en el alma o no se gana - Runrun

En cualquier página de la historia venezolana encontrará numerosos héroes, son los pilares. Unos más conocidos, otros menos. Pero todos con una personalidad que los une: dar la cara, formar parte de la acción, el liderazgo nace y crece con la gente, en la guerra y la política, no es más que una manera civilizada de combatir, de guerrear. No es “síganme” ni “vayan”: es ¡vamos!

Las personas no persiguen a quien los llame, sino porque les llama la atención. Todo ser vivo actúa de la misma manera. Observa, da vueltas mirando, oliendo, percibiendo, finalmente su instinto, su alma toman la decisión de alejarse y olvidarse, o de atacar para alimentarse, integrarse al grupo para formar parte, protegerse, ser más. Es la intuición de la manada, donde todos siguen a un líder que demuestra superioridad y, en consecuencia, es digno de ser seguido, obedecido, cuida a los otros, guía a los mejores prados o áreas de caza para alimentarse. Los próceres salen a cara y pecho a la calle.

El auténtico líder nace dentro de la manada, crece, se forma en ella, se destaca por lo que aprende. Ésa es la tragedia de las monarquías hereditarias, su maldición, salvo excepciones los herederos no superan a sus padres, crecen rodeados de poder, pero no saben qué es conquistarlo y conservarlo; es la ventaja de monarquías y mandatos parlamentarios, convierten al monarca en bandera, símbolo de la nación, pero no en ejecutores de un Gobierno que, desde tiempos de los griegos de Atenas y Corinto, nace del pueblo por decisión de la mayoría y no por disposición de un privilegiado.

El líder es el mejor de la manada -perspicaz, inteligente, mejor cazador, fiero protector y confiable-, hasta que aparezca otro mejor -por edad, confiarse demasiado, perdiendo facultades- y se la arrebate. La manada, animal o humana, es un conjunto de personalidades concretas que se funde en una sola más vaga e instintiva, y esta personalidad masiva se enamora del líder, lo escucha y sigue. El que no lo haga se reindividualiza para bien o para mal y queda fuera. Será un fantasma solitario o, si lleva el espíritu y condiciones de líder, formará su propia manada. Algunos lo han logrado, son muchos los casos en la historia.

Pero ningún líder, si quiere seguir siéndolo, no pierde relación con la manada, ni deja de tener a la vista otras. Debe conocerlas tan bien como a la suya propia. Cuando ese contacto se debilita, se encierra en oficinas, enreda en secretos, pierde ese poder que no es obligatorio, sino voluntario. Sin la activada comprensión de las manadas, grupos sociales, el líder se debilita. Y ese conocimiento no se fortalece sólo de efluvios de una multitud que forma parte de una emoción, de una expectativa generalizada.

 

Ciertamente el líder político tiene que atender reuniones, escuchar, dialogar con los cercanos de su confianza, pero jamás perder el sabor, olor y contacto diario con la gente. Tiene dirigentes de su mayor o menos confidencia, más leales o menos, que son a su vez líderes de grupos menores, regionales, municipales, parroquiales. Son ellos los que manejan eso que han dado en llamar “maquinaria partidista”.

Y tienen cualidades separadas o mezcladas, dependiendo de cada quien. La primera suele estar en las calles que, en el partido, tienen accesibilidad, presencia personal, conversaciones, oídos atentos -no tener oreja fina en política es lo mismo que estar sordo, no tener mirada astuta apta para ver tanto el panorama como cada detalle es estar ciego; la ceguera y la sordera acaban con los políticos-saber qué está pasando de verdad. Y si no lo interpretan bien, caen, se esfuman. Puede que continúen en la pirámide organizativa del partido, pero no en el interés, confianza o conveniencia de sus vecinos. Y si no los conoce bien y encarna a plenitud, no los representa.

La segunda es la inteligencia y capacidad de análisis -no todos tenemos esas cualidades mentales y culturales- de su entorno integral, global, cómo encajan los ciudadanos en ese ambiente, qué y hasta dónde pueden aspirar.

La tercera es la lealtad, entender por qué está el líder arriba y el resto es parte de esa manada; qué puede esperar y qué espera éste. Entender hasta qué punto el líder sigue conociendo o no a la manada, y cómo debe -más que puede- ayudarlo a enriquecer y mantener activo ese conocimiento, que además pasa a través de ellos mismo.

Ni el líder ni sus hombres y mujeres de confianza pueden mantenerse, aturdirse dentro de sedes y oficinas más de lo estrictamente necesario. La política de verdad, del éxito, se hace en la calle, en medio de la gente. No se lideriza en la cabeza, se lidera en el corazón, en el alma.

 

@ArmandoMartini