Lógica invertida, por Antonio José Monagas - Runrun
Lógica invertida, por Antonio José Monagas

Aunque en política casi todo se vale, a diferencia del amor en donde todo, absolutamente todo se vale, hay prácticas políticas que no tienen cabida. Aquello que reza la Biblia de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al Reino de los Cielos” (Mateo 19:24) en político se cumple. Aún cuando bajo otro contexto. Pero que en el fondo, deja ver la equivalencia entre la aspereza e hipocresía que signan la política y la afabilidad y satisfacción, valores estos bajo los cuales se experimentan los sentimientos.

En todo caso, el problema mayúsculo se suscita cuando la política arrastra vicios que buscan somatizarse entre las realidades haciendo que éstas se tornen tan hoscas como sea posible. Así, el gobernante o el activista político puede permitirse hurgar el terreno en el cual yacen los trances y apremios. De esta forma, se hace posible justificar procedimientos que tienden a complicar todo. Al extremo de descomponer esas mismas realidades a su máxima expresión.

Así entendió Thiandiere la política razón por la cual asintió que “(…) es el arte de disfrazar de interés general, el interés particular” Y no erró toda vez que entendió que el indiferentismo político actúa como factor de colisión entre las necesidades que se plantea un colectivo y los recursos que el gobernante asigna a la solución de la respectiva demanda. Bien sea de corte económica o social. Pero es por esa ruta, por donde el ejercicio de la política desvaría para entrar en confusiones animadas por la interpretación que las coyunturas le imprimen. Y por supuesto, la ideologización con la cual se procede a leer o traducir el detalle de las circunstancias donde la misma opera.

Este problema ha complicado y enervado consideraciones que muchas veces son volcadas como medidas de política aplicadas al ritmo de condiciones que lucen aleatorias al momento de organizarse en aras del debido análisis, el cual nunca llega a darse. Ni a tiempo, ni tampoco sistemáticamente. Es ahí cuando se incitan las crisis de todo orden o tipo.

El caso venezolano es profundamente convulsivo en este sentido. Particularmente, por causa de las improvisaciones que fungen como apresurados criterios de gobierno. Por ejemplo, lo que en concreto comenzó a afectar el desempeño del sector industrial, tuvo su fuente en tan grave insuficiencia. Y que terminó convirtiéndose en una ampulosa carencia.

De hecho, es inconcebible, a decir del presidente Conindustria, de cara al ambiente en el que se ha dado la drástica reducción del parque industrial venezolano en estos años de gobierno socialista, “el entorno de empobrecimiento, de contracción de la economía, de controles, de descapitalización de la situación industrial nacional”. Su inercia, hará que se empeore. Y no es para menos, por cuanto el constreñimiento azuzado por el régimen llevó a que se rompieran las cadenas de la industrialización. Y éste problema de cruentas consecuencias, será de muy difícil corrección.

En razón de tan escabrosa complicación, el país está consumiéndose en si mismo. O sobre capacidades que ya lucen extenuadas. O que están agotándose, sin que el alto gobierno se proponga a revertir tan embarazosas consecuencias. Además, se ha llegado al penoso momento de reconocer que Venezuela entró en una especie de “barrena”. Su fuerza industrial perdió el musculo necesario que la mantuvo por encima de niveles críticos. Puede decirse que casi se ha reducido a ser un país que vive de no hacer nada. Desgraciadamente, a consecuencia de no haberse repuesto ante la crisis que había comenzado a agobiar sus fortalezas entrado el siglo XXI. Y que potenció su descomposición. Sobre todo, luego de lo que el régimen denominó: “la radicalización de la revolución”. Que igual puede verse como la aplicación de un esquema doctrinario o proyecto de gobierno que se rige por el absurdo de una lógica invertida.