Ante la complejidad de los hechos, por Antonio José Monagas
Ante la complejidad de los hechos, por Antonio José Monagas

UNA COSA ES EL TALENTO. Y OTRA ES EL ESTATUS. Cualquier persona puede alcanzar un estatus relativo, sin que para ello haya mediado talento, experiencia o conocimiento alguno. Pero antes de continuar, cabe explicar dicho término. Por estatus debe entenderse la condición que puede lograr quien, apostando a encumbrarse política, económica o socialmente, se vale de alguna falacia, ventaja o trampa para sobreponerse a las circunstancias o limitaciones lo más inmediato y cómodamente posible. Quienes así se atreven, son aquellos que usurpando los caminos del esfuerzo propio, se arrogan la autoridad necesaria para imponerse a situaciones de las que se aprovecha en beneficio personal.

El talento es otra cosa. Se erige desde otra perspectiva. Por eso el hombre talentoso, se ciñe a la fe que le brindan sus fuerzas éticas y morales para lidiar con la vanidad. Porque el talento, no presume de nada. Es una praxis de virtudes capaces de reconocer la vida desde la genialidad que provee la capacidad adquirida. Mediante ésta, el talentoso busca generalmente encubrir su actitud tras la sencillez y la modestia. Por eso quien es talentoso, puede bien desenvolverse más desde las preguntas, que desde las respuestas.

Vale referir que “el talento no es un don celestial ni un milagro caído del Cielo. Sino el fruto del desarrollo sistemático de cualidades muy especiales”, tal como lo asintió José María Rodero, dramaturgo y poeta español. De esa acepción, podría inferirse que el talento es una forma de sincerar todo lo que la vida es capaz de inducir en el hombre. Sobre todo, cuando se aboca a su trabajo.

Sin embargo, debajo de todo esta confrontación entre condiciones y posturas devenidas en virtudes que exaltan las potencialidades humanas, se presentan problemas que obligan a mirar situaciones dominadas por el egoísmo, la envidia y la mezquindad. Es decir, por la mediocridad que irrumpe cuando los valores morales escasean. O cuando se imponen consideraciones que sólo buscan incitar la desigualdad como fuente de distancia entre individuos que viven bajo el mismo sol y las mismas estrellas.

Básicamente, el problema que pretende explicarse tiene lugar a consecuencia de los intereses y necesidades que pululan detrás de lo que concibe el ejercicio de la política. Pero especialmente, cuando se trata de criterios que ponen al descubierto la diferencia que se establece entre el talento y el estatus. Dicha discrepancia, vista desde el ejercicio de la economía, resulta bastante interesante. Más, cuando buena parte del desarrollo de una sociedad, de una nación, se afinca en la capacidad de quienes se desenvuelven como economistas. De sus análisis y decisiones, depende el manejo de la dinámica económica y sus consecuencias.

En Venezuela, esta situación ha devenido en colisiones entre criterios teoréticos y operativos. En el mundo de los economistas venezolanos, subsisten dos bandos definidos por quienes se jactan del estatus alcanzado con base en posturas político-ideológicas. Y aquellos, apuntalados en el talento que despertó y ha motivado el estudio consecuente.

En este sentido, puede hablarse de los economistas dogmáticos. O de los que se pavonean por la condición de ser funcionarios gubernamentales la cual le brinda el estatus social y político necesario para arrogarse, petulantemente, que se las saben todas. Y los economistas académicos, cuya preocupación no logra superar el ámbito discursivo y operativo que sus opiniones exponen y asientan.

Primeramente, el sometido, persiste en reivindicar y plantear la concepción monetarista de la economía. Por tal razón, propone, sin muchos argumentos, el gasto gubernamental como condición para superar los escollos del desarrollo. Por consiguiente, su criterio se torna en caldo del cultivo de la corrupción, del desorden administrativo y del desbarajuste que ocurre al interior del manejo de las finanzas públicas.

Por su parte, el consecuente, plantea el ejercicio de una economía bajo la cual puedan impulsarse rutas que alcancen el sitial que describe la teoría económica liberal y democrática. Sólo que en Venezuela, teorizar sobre teorías no resulta para nada categórico. Fundamentalmente, porque en el país la teoría económica la subordinaron a las apetencias de lo que los “revolucionarios bolivarianos” llamaron “socialismo del siglo XXI”.

En medio de tan iracundo contexto, la teoría económica fue descuartizada dado el ultraje groseramente causado por la represión, la coerción y la coacción ordenada por el régimen político. Con la utilización de lo más agorero de la microeconomía, los economistas “sometidos” han pretendido justificar una microteoría de políticas públicas. Han formulado medidas dirigidas a trazar concepciones cerradas y racionalistas de la teoría de decisiones y de organizaciones. De esta manera, han empobrecido al venezolano en todas sus manifestaciones.

Es así que aquellos economistas que dejan enajenarse por la presunción de vivir el estatus de algún escaño gubernamental, pierden de vista el horizonte que concibe la teoría económica liberadora y autonómica. Su arrogancia los lleva a razonar de un modo unidimensional basado en una función de producción donde existe un único recurso y un solo criterio de eficacia. Es precisamente lo que anima a pensar que con tan obtuso pensamiento económico, el país está a punto de enrumbarse hacia tiempos bastante oscuros que han de resultar del desconocimiento de la economía en un marco de realidades dominados impúdicamente ante la complejidad de los hechos.