Nosotros los electores y la falsa disyuntiva, por Armando Martini Pietri
Nosotros los electores y la falsa disyuntiva, por Armando Martini Pietri

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Muchos venezolanos están cayendo en la rabia y exasperación, creíble y verificable, pero no deseable ni conveniente. La agonía y tribulación del régimen es definitivo. Cuanto más se extienda, más intenso será el final. Casi dos décadas de desatinos han hecho de la revolución una promesa decadente en proceso, deberían ser lección suficiente para convertirnos en ciudadanos diferentes, ¿cuántas y qué cosas deben cambiar para que un pueblo cambie?

En tiempos de la tan aberrada por los castro-chavistas-maduristas “cuarta república”, nos acostumbramos que podíamos hacer más o menos lo que nos daba la gana, y que tanto si lo hacíamos bien como si no, el Gobierno entregaba casi todo lo que se necesitaba. Malcriados y mantenidos con fallas, corrupción, precariedad muchas veces, pero se conseguía de todo. Los policías estaban mal pagados, médicos y maestros peor, militares recibían armas modernas y algunos servicios que paliaban sus ingresos mediocres y, hábilmente, los partidos políticos los halagaban para inflar sus egos, desconfiando lo suficiente para evitar alzamientos.

Con todos los problemas, la economía predominante pero no exclusivamente petrolera daba para que los venezolanos de ingresos bajos pudieran descubrir Aruba, Miami y sus tiendas con aquella insolencia de nuevos ricos: “esta barato dame dos”, y la Isla de Margarita que funcionaba bastante bien y vendía suficiente. Hubo grandes descuidos que llevaron al comienzo de la caída del bolívar, a la crisis bancaria y gobiernos cada día peores, hasta que se armó la sampablera, Hugo Chávez decidió rescatarnos. Y se montó el gato en la batea. La situación estaba bastante mal, y de repente empeoro. 

Los comunistas en general y castristas en particular, para “salvar” a los pueblos los destruyen -si quieren más detalles históricos, investiguen a los países de la Europa que controló Moscú, a los chinos de los tiempos de Mao Tsé Tung y a los cubanos que siguen pasando hambre y miseria bajo la fría crueldad de los tiranos Castro.

Imbuido Chávez de ese infortunado modelo, abrió las puertas revolucionarias y hace tiempo que estamos sufriendo, cada día un poco más, las consecuencias. Como cepillarse los dientes con una insípida imitación china de Colgate, o la vergonzosa realidad de no tener papel higiénico para limpiarse el pedúnculo.

Y mientras pasa, los venezolanos, tanto los hartos como iracundos, estamos dedicando tiempo y energías a seguir insultando a los que no piensan como nosotros, algo que ciertamente se producía muy poco en aquellos tiempos malos que eran muchísimo mejores. Debido a que, los partidos de oposición y oficialistas quieren obligarnos a votar por sus candidatos en unas elecciones poco explicadas, mal montadas, nacidas del fraude, la estafa y el chantaje.

Entonces, dicharacheros y pizpiretas, iban a sufragar pensando siempre elegir -habitualmente equivocándose- que el candidato del otro partido lo haría mejor, y los partidos políticos confiados, erráticos sin dar pie con bola creyendo que la gente siempre haría lo que ellos decidiesen en sus cúpulas. Igual que hoy, nada han aprendido. Fueron cuarenta años de vivir bien, pasarse de listo, y volverse picaros como costumbre rutinaria.

Aprendimos democracia como derecho que no se ganaba, sino que se disfrutaba y tenía, pero muy poco sobre los deberes y obligaciones que implica y exige la misma democracia. Más grave aún, nada nos enseñaron e ilustraron sobre el deber, la responsabilidad y el compromiso de conquistar el derecho republicano democrático, el sistema de libertades que, aunque defectuoso, siempre perfectible.

Nada aprendimos sobre el voto como derecho a un deber democrático. De hecho, la constitución de 1999 que nos dio Chávez apoyada por complicidades, ni siquiera pone al voto como un deber sino como un derecho. Puede ser una concesión constitucional pero también un compromiso como forma de control hipócrita, para darte libertad de hacer lo que quiero que hagas. Si me apoyas eres bueno, demócrata, patriota, bolivariano, leal, inteligente, decente; por el contrario, si me rechazas eres traidor, apátrida, oligarca, burgués, divisionista, contratado por el G2 cubano, pagado por el régimen, radical, guerrero del teclado y cualquier otro calificativo despectivo. Se parecen tanto que a veces es difícil establecer diferencias.  

Estamos hundiéndonos en esa felonía de conciencia, nos estamos reprochando e insultando unos a otros por votar o no, con lo cual le estamos haciendo el juego, cada quien, de su parte, al sector que más adversa y reprueba.

Votar o no votar es una falsa disyuntiva que han logrado imponer los mismos que de un lado u otro dependen de nosotros para tener sus cuotas de poder. Ese es el nombre del juego. No es el país, tampoco la historia, menos conducir un pueblo. Es tenerlo como base para sentarse en un sitial repleto de privilegios. Esa es la angustia, el dilema, la agonía en la forma de hacer política que nos esclaviza; requiere sarcófago y sepultura inmediata, de lo contario, no avanzaremos.

No caigamos en la trampa burda de lo absurdo: Traidores si votamos, perjuros si no votamos. Que sea tu conciencia la que te indique y diagnostique lo que debes hacer. Venezuela merece mejor y tendrá mejor, no quede la menor duda, amanecerá pronto y esta ignominia desaparecerá como un mal sueño, una pesadilla que nunca debió suceder.

 

@ArmandoMartini