Sin estrategia no hay paraíso
Poco más de veinte días han pasado desde la entrevista que J.J. Rendón dio por CNN. En esos 34 minutos el estratega venezolano presentó un cuadro prospectivo de la situación política venezolana que rompió los esquemas y modelos conceptuales. Unos y otros se sintieron descolocados. El régimen, por supuesto, al ser mostrado nuevamente como una dictadura que persigue a los ciudadanos venezolanos hasta hacerles pedir asilo político, último recurso de defensa, cuando ni siquiera el pasaporte es suministrado a los que contradicen la narrativa autoritaria y populista del socialismo del siglo XXI. Pero no solo ellos se dieron por aludidos. La alternativa democrática respondió con desproporción, porque está poco acostumbrada a ver desafiadas sus premisas, y mucho menos impugnadas sus jugadas estratégicas. Y el problema es que no hay estrategia. No hay una estrategia que haya sido capaz de conservar el capital político heredado del 6 de diciembre sin desparramarlo en malos diagnósticos y peores apuestas. Y para muestra solamente hay que apreciar todo lo que ha pasado en menos de un mes.
J.J. Rendón comienza diciendo que para hacer buena la política sobre todo se debe hacer un esfuerzo sostenido de integración de las buenas ideas, vengan de donde vengan. Por lo tanto, no importa si al adversario se le ocurre una idea mejor que la propia, porque no hay posibilidad de victoria si los que tienen la responsabilidad, siempre contingente, de dirigir un proceso comienzan por cerrarse a los demás. El primer requisito de una buena estrategia es una predisposición a la unidad que sea capaz de integrar a los que piensan diferente.
El segundo tema es la confianza. Hay que ganársela. En política no hay espacio bueno para las componendas. Si hay congruencia y transparencia de la trama estratégica se pueden manejar exitosamente esas circunstancias donde los bandos en pugna deciden reunirse en privado hasta poder determinar si tiene sentido alguno revelar o no los eventuales resultados de una discusión natural entre contrarios. “La paz se logra entre enemigos” y ese esfuerzo se debe transitar desde las etapas más preliminares, donde se buscan acuerdos sobre la agenda misma, hasta una etapa más sólida donde se intentan llegar a acuerdos. La primera puede ser confidencial. La segunda tiene que ser pública. Pero nunca se debe olvidar que esas aproximaciones siempre deben tener un “para qué” claro y preciso. Lo cierto es que no hay diálogo posible sin una agenda de puntos concertada. No es solamente lo que convenga al régimen. Si no hay una preocupación por el país, si la suerte del país no es esa lógica trascendente, no tiene ningún sentido. Y lo cierto es que el régimen solamente quiere discutir que no haya referendo revocatorio, sin soltar uno solo de los presos políticos y sin dejar de manipular todos los poderes públicos. Lo que no puede confundirse es amedrentamiento con diálogo. Y probablemente eso fue lo que ocurrió.
Varias veces dijo J.J. Rendón que Venezuela distaba de vivir un régimen democrático. Porque ese es el talante del régimen “nada tendremos que antes no se gane con una estrategia sólida”. Ni amnistía, ni referendo, ni aplicación de la Carta Democrática. Tampoco ha cesado la persecución política y la extorsión sistémica que viven todos los venezolanos. Todas esas metas se han quedado en promesas. El régimen sigue imbatible a pesar de sus terribles errores políticos y económicos, y del deterioro tal vez irreversible de su reputación. Vivimos una dictadura impopular a la que pocos se han atrevido a designar de esa forma, pagando por lo tanto el costo de no tener bien identificado al contrincante. Y si no conoces a tu enemigo tienes menos probabilidades de ganar la guerra.
“Yo no creo que va a haber amnistía ni liberación de presos políticos mientras el régimen sienta que tiene todo el poder y mientras se sienta lejos de una posible derrota que los desaloje del poder”. No es un problema legal sino político que sin embargo necesita de esas señales legislativas que muestren al menos que el compromiso de la alternativa democrática no se ha diluido. Hay iniciativas que se promueven aun sabiendo que van a ser infructuosas. Pero lo esencial es reconocer que no hay forma de convivir con el régimen. No hay puntos intermedios. La agenda del gobierno es inamovible y no se parece a las expectativas de los demócratas venezolanos.
¿Quién ganó el 6 de diciembre? El pueblo venezolano votó contra el régimen y no a favor de ningún candidato o partido en particular. Mucho menos se comprometió con una agenda legislativa de cohabitación. Y allí ocurrió un error grave, porque los esfuerzos se desviaron hacia un conjunto de iniciativas nobles pero fútiles, olvidando que había que afrontar tempranamente la invalidación del régimen en cada uno de sus baluartes: el CNE y el TSJ. Había que casarse esa pelea porque debía saberse que el régimen de ninguna manera iba a reconocer a una Asamblea Nacional independiente. El mandato era para cambiar al régimen dentro de la ley. Todo lo demás era superfluo. Todo este tiempo no han llegado a entender plenamente que la causa es otra. Que no tiene que ver con egos, mucho menos con agendas individuales. La causa es Venezuela democrática.
Somos muchas oposiciones buscando un buen guionista. Uno que nos permita ver, en el menor tiempo posible, un final feliz, que seguramente será el comenzar de un largo esfuerzo para cimentar las bases de algo diferente a cualquier experiencia que hayamos vivido. Pero poder concretarlo requiere que nos reconozcamos como diversos y plurales. La oposición todavía no cabe en la MUD ni se ve reflejada en la actual Asamblea Nacional. Es por eso que resulta urgente intentar una reingeniería de lo que hay para lograr efectivamente la unidad de todos los factores, incluso aquellos que, por razones de persecución, represión o decisión personal, ya no están en el país. “No es suficiente una composición de dieciocho partidos y una mayoría de diputados para resolver una crisis que llegó al quiebre. Lo que acaba de hacer el régimen es quitarse la careta y decir a la comunidad internacional, a la oposición y a la gente que “¡no me importa!” invalidar la esencia del revocatorio para transformarlo en una mascarada donde los mismos se quedan con las mismas políticas”. Así se comportan las dictaduras.
El estratega insiste en diagnosticar una falta de lucidez terrible. Estamos afrontando un juego sucio sin poder aprovechar todas las sinergias del trabajo articulado de todas las oposiciones del país. Por eso el desenlace intermedio no va a ser otro que la muerte de lo que está vigente para que pueda surgir otra cosa. La muerte de la visión parcial para dejar paso a una estructura nueva cuyo carisma sea la inclusión de lo que está más allá de la presbicia partidista. El momento país no es para que se tramite desde la competencia y las coaliciones entre los partidos. Este momento exige un deslinde de mayor penetración: Un mensaje político y una práctica de la política en el que todos nos reconozcamos como víctimas de las cúpulas del régimen. Todas las víctimas congregadas para luchar contra los que nos están oprimiendo. Y este nuevo carisma tiene que arropar al chavismo de la base, a sus disidentes, y a todos aquellos que formen parte de la corriente de deserción que ahora mismo está ocurriendo. Porque la causa es Venezuela, y eso exige abrazar, reunir, consensar y promover la liberación de Venezuela para todos los venezolanos. La muerte de lo que hay es, sin duda, una muerte para bien. Es parte de una evolución que hay que experimentar porque si no vamos a seguir entrampados. Hay que reimaginar las rutas democráticas y concebir caminos de liberación que ahora mismo no queremos ni pensar. Encasillarnos en una sola opción es ahora más que nunca un error.
Nosotros vivimos un quiebre de cualquier apariencia democrática. Ahora tenemos al frente, con claridad, lo que siempre estuvo escondido tras la venal apariencia de la democracia popular, participativa y protagónica. Una máscara que se deshizo en medio del colapso de lo esencial del régimen. Seguir insistiendo en creer que existe siquiera una arista de decencia y valores democráticos en este régimen es un error que el pueblo paga con represión y hambre.
Pero también hay que destacar que este error de apreciación se desmejora más cuando la oposición de partidos monopoliza, a lo mejor sin querer, la agenda política y “secuestró la voluntad de los ciudadanos que quedaron confinados para algunas expresiones del activismo político” pero que disolvieron en términos de toda la riqueza que ellos podían agregar a una lucha de mayor envergadura. Los resultados están a la vista. Hay un evidente hartazgo en ese rol de ser seguidores incondicionales que están exentos de cualquier esquema de participación orgánica. La gente es capaz de hacer cosas más allá de marchar, cacerolear, tuitear y votar. La situación es tan grave que necesitamos el poder de todos. No nos enfrentamos a un adversario que respete alguna regla o tenga algún compromiso con la decencia política. Estamos intentando vencer a una entidad autoritaria y monolítica cuya vocación es expoliarnos todos los espacios de libertad que nos son propios.
¿Hay tiempo para intentar esta reingeniería? Todo depende de la capacidad de reorganizarnos con seriedad, disciplina y sentido de urgencia. Hay que evitar seguir en “la reflexionadera constante”, “el ahogarnos en decenas de diagnósticos que compiten” y los tiempos que se pierden tratando de lograr coaliciones de unos factores contra otros. Hay que abrir el juego entre los partidos y más allá de los partidos. Hay que elaborar una agenda estratégica común bajo la consigna de “lo que podemos hacer entre todos”. Esa agenda requiere del tiempo necesario para organizarla, en una reunión de dos o tres días, un concilio donde estén representados todos los factores de la sociedad civil, y luego mucha disciplina hacer todo lo que esté a nuestro alcance para aplicarla. ¡Así se manejan las crisis! Y en esta línea, lo que no ayuda estorba. Estorban las posiciones sectarias, el “poder chiquito”, las suspicacias entre factores, las agendas de todos los que se sienten presidentes, los equipos técnicos que dicen ser ya ministros de un presidente que nadie ha hecho candidato. Estorban todas las agendas del apaciguamiento y los que miran la suerte del país desde sus aventuras políticas. Estorban la improvisación, el fraude, la mentira y los que sintiéndose extorsionados no se ponen a un lado.
El que no entienda que el momento exige incorporación de toda la diversidad de oposiciones se convierte en un clavo de los que sostienen al régimen afincado al poder. “Lo que nos quedaba a nosotros de barniz democrático eran las elecciones, y eso ahora también fue confiscado”. La Asamblea acaba de ser anulada. Con eso el régimen está borrando cualquier rastro de la decisión de los venezolanos de hace menos de un año. Las elecciones regionales no están en la agenda del régimen. Mientras tanto la tiranía se apoya en el TSJ y ficciones participativas como la asamblea de los pueblos. ¿Tenía razón J.J.?
El peligro es que nos acostumbremos. Hemos tenido excelentes ventanillas de oportunidad que se han venido cerrando. Porque podría ganar la domesticación, la opresión por hambre, la desesperanza aprendida, y con eso la estabilización de la tiranía. Ese fue el llamado de advertencia que fue recibido aquí con disgusto mezquino. El aparato comunicacional del stablishment opositor de inmediato apuntaron y le acusaron de ser los que paladeaban lo sabroso que era opinar desde Miami sin arriesgar el pellejo en el campo de batalla. J.J. aclaró cuál ha sido el pago que ha debido hacer. Esta semana fue acusado de ser el autor intelectual de un acto que involucró a dirigentes políticos como autores materiales. Los acusados de aquí están libres aún, pero J.J. ha tenido que pedir asilo con todo lo que eso significa, porque una y otra vez a él lo involucran en causas y ficciones que solo son útiles para intentar aislarlo y hacerle la vida imposible en cualquier región del planeta. Todos somos víctimas. Él también. Y mientras esa no sea la categoría fundamental de la política que hagamos, estaremos prestos para el linchamiento fácil de los que sin duda son activos y aliados de esta lucha.
¿Necesitamos un mesías? Lo que necesitamos es un esfuerzo conjunto de las fuerzas sociales, planificado, ordenado, que saque a la gente de sus casas, los convenza por qué hay que cambiar de régimen, por qué tiene que ser este año, y con qué estrategia ganadora esto puede hacerse. Todos tenemos el derecho a la rebelión de las ideas, todos podemos participar en un gran esfuerzo de desacato y desobediencia de lo que actualmente vivimos. Todos debemos ilegitimar, dejar de aportarle validez, reencontrarnos como las víctimas que realmente somos, y caracterizar lo que tenemos por delante como una lucha llena de dignidad contra nuestros victimarios. Tenemos que resistirnos a la domesticación y al sometimiento. Como lo están haciendo los que están pasando hambre y sufriendo enfermedad sin bajar la cerviz ni dejar de luchar. No necesitamos mesías, necesitamos hombres que se crezcan en las crisis.
Parece mentira que esos 34 minutos de entrevista se hayan realizado el 23 de septiembre de este año. En poco más de 20 días hemos recorrido una trayectoria complicada, extraña, llena de constataciones sobre lo que tenemos, que es insuficiente, y lo que necesitamos, que es urgente. Ahora los más escépticos comienzan a balbucear una palabra difícil, dictadura, cuyo contenido es brutal. J.J. Rendón lo dijo ese día, y lo ha dicho antes. Pero como dijo Juan Pablo II, no vale tener miedo, porque los dictadores son solo hombres, equivocados y en la misma medida de sus errores, frágiles. No tiene sentido el miedo, lo que vale la pena es rehacernos para transformar nuestra debilidad en una inédita fortaleza. Mientras tanto seguiremos siendo víctimas.