¿Para qué pagar la deuda? por José Guerra
¿Para qué pagar la deuda? por José Guerra

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En mi artículo anterior comentaba que el escenario petrolero es tal que pareciera inevitable que este gobierno entre en default el próximo año y nos preguntábamos qué sentido tiene entonces cumplir con los compromisos de deuda externa en lo que resta de 2015. Ciertamente “default” es una mala palabra en círculos financieros y es comprensible que cualquier gobierno responsable trate de evitar semejante raya, pero aquí no tenemos la opción razonable de pagar hoy y mantener abiertas las líneas de crédito mañana. No, esa no es la disyuntiva en que se encuentra el país actualmente. Estos bárbaros nos han llevado al extremo donde debemos escoger entre un escenario malo, donde no pagamos hoy y se nos cierran las líneas de crédito mañana, y un escenario peor, donde pagamos hoy e igualito se nos cierran las líneas de crédito mañana. En ambos casos quedamos como un país maula, pero en el segundo quemamos hoy unas divisas escazas sin beneficio aparente, ni siquiera en la percepción de riesgo del país.

Ya lo advertía recientemente el ministro Menéndez, quien en una entrevista a su regreso de Ginebra se quejaba amargamente: “Cuando se paga el servicio de la deuda y ese mismo día sube el riesgo país, evidentemente es una conducta irracional.” En esas cándidas declaraciones, que recuerdan aquel “la banca me engañó” de Lusinchi, el ministro obvia que los acreedores evalúan no solo nuestra voluntad de pagar sino, más importante aún, muestra capacidad de pagar. Ciertamente, con cada pago de deuda nos ganamos un punto en buena conducta, pero al mismo tiempo nos quedamos con menos reservas para enfrentar futuros pagos y, dado el estancamiento económico del país, ver subir la prima de riesgo país es lo esperable. Es por ello que mientras a Perú, por poner un ejemplo, le pueden cobran 5% de interés en una emisión de deuda, a nosotros nos cargan intereses por encima del 20%, nada más por el riesgo que implica prestarle hoy a Venezuela.

Vuelvo entonces a mi pregunta inicial: ¿qué sentido tiene rebanar aún más las importaciones para cumplir con los compromisos externos este año si ya se avizora que, paguemos o no paguemos en 2015, es casi inevitable un default de deuda en 2016? ¿No resultaría más cónsono con la retórica oficialista despotricar de Wall Street y desviar esos 6 mil millones de dólares para aliviar un poco las penurias del pueblo en vísperas de elecciones?

Para entender esta paradoja de política hay que remitirse a la lógica misma de la toma de decisiones en el madurismo: aquí la economía va en piloto automático y no se cambia nada que pueda afectar la tajada de alguna de las poderosas mafias que apuntalan el régimen, sin importar lo impopular o contraproducente que pueda resultar. Que si proponen la simplificación cambiaria, salta la mafia de la sobrefacturación y mata la iniciativa. Que si proponen ajustar el precio de la gasolina, salta la mafia del contrabando de extracción y mata la iniciativa. Y así sucesivamente con los puertos, las cabillas, el cemento y cuanto negocio fraudulento se ha podido redondear la nomenclatura del régimen.

En el caso de la deuda externa, son dos los agentes (uno externo y otro interno) que presionan para que los pagos se hagan puntualmente a trocha y mocha. Por un lado está el gobierno cubano, que conserva una calificación de crédito un peldaño por encima de la nuestra, pero que claramente se vería arrastrado por un default venezolano, algo que no se pueden permitir precisamente ahora que entran en la recta final de su normalización de relaciones con los grandes centros financieros del mundo. Por otra parte, tenemos una boliburguesía forrada en bonos de la deuda externa y que será la primera en acusar el golpe cuando este gobierno, tarde o temprano, se declare en moratoria. Esa boliburguesía, que no se encuentra con semejante portafolio precisamente por habérselo ganado con el sudor de la frente, presiona inclementemente bajo la consigna de agarrando aunque sea fallo. Así se completa ese ciclo financiero perverso que permitió transformar dineros públicos en fortunas privadas a una escala sin precedentes. Precisamente para eso amigo lector es que nos apretamos el cinturón, para eso es que hacemos cola, para eso es que pagamos. Aquí uno describe los hechos, no lo que uno desea que ocurra.

 

Para mayor entendimiento, a continuación reproducimos el artículo anterior de José Guerra  publicado en el diario La Razón el 28 de junio.

 

 

Las cuentas no cuadran

 

Los analistas de la banca internacional y las calificadoras de riesgo no se ponen de acuerdo sobre la posibilidad de que Venezuela cumpla o no con los pagos de deuda externa previstos en lo que resta de 2015. Pero sobre lo que si hay consenso es que resulta inevitable que el país no pueda pagar su deuda externa en 2016. Sencillamente las cuentas no dan.

Me disculpan mis colegas si simplifico algunos detalles técnicos, pero lo que quiero es sacar unas cuentas de pulpero que cualquiera pueda entender. Hecha la aclaratoria, lo primero que hay que hacer es olvidarse que van a venir los chinos, rusos o qataríes a rescatarnos. Con ese cuentico nos quiso marear Maduro en su periplo turístico a principios de año, pero a estas alturas queda claro que los chinos no financian crisis de balanza de pagos, los rusos no tienen con qué y los qataríes no echan dinero bueno en saco roto.

Si revisamos los flujos, al país le entran unos 2 mil millones de dólares mensuales por exportaciones petroleras pero lo que sale por importaciones y sobrefacturación es un poco más que eso, por lo que la diferencia (el déficit) debe ser cubierto de alguna manera: empeñando oro, vendiendo a descuento cuentas por cobrar, rematando algún activo menor o, en última instancia, echando mano de las reservas internacionales, y es precisamente por ello que las mismas han caído 5.900 millones, es decir un 27% en lo que va de año. El problemilla es que el nivel de reservas totales (líquidas y oro) ya se aproxima peligrosamente al monto que debemos pagar a Wall Street este año y el que viene, unos 16 mil millones de dólares. Como cualquiera que haya estado al borde de la bancarrota le podrá contar, uno no puede simplemente agarrar la reservas, pagar la deuda y listo, quedarse en cero. Así no funcionan las cosas.

La única manera que no se tranque el serrucho es que el flujo que entra por exportaciones pase a ser dramáticamente mayor al que sale por concepto de importaciones y sobrefacturación, y es allí donde el panorama petrolero de mediano plazo no da lugar a esperanzas. Ya Arabia Saudita lanzó una línea estratégica cuyos efectos sobre el mercado se van decantando y las mejores previsiones para el 2016 ponen el precio promedio del crudo marcador Brent entre 70 y 80 dólares por barril, lejos de los 100 dólares por barril que se necesitaría para cubrir el déficit externo venezolano.

¿Y si le damos otra vuelta a la tuerca y reducimos aún más las importaciones? Bueno, las luchas intestinas en el gobierno sabotean reiteradamente los esfuerzos por imponer un mecanismo de racionamiento en serio, tipo  comunista. ¿Y si le ponemos un parao a los boliburgueses y recortamos la multimillonaria sobrefacturación? Pregúntenle a Giordani si eso es posible. ¿Y no habrá un dinerito guardado por allí que a nadie se le ocurrió robar? ¿Qué pasó con el “Dios proveerá”?. En finanzas, poner las esperanzas en algún milagro insospechado resulta tan criminal e irresponsable como poner la vida de un paciente con cáncer en manos de la decrépita medicina cubana. Ya se sabe el triste desenlace.

Lo cierto es que el país hoy necesita un rescate de al menos 25 mil millones de dólares, algo que conocen bien quienes nos ven desde afuera. Lo que pasa es que la banca internacional lo pone en términos un tanto eufemísticos, como que “la probabilidad de un evento crediticio en 2016 se ubica en 77%”. Pero si lo traducimos en términos prácticos, el diagnóstico es sencillo: el que tenga un bono venezolano pagadero en dólares en 2016, mejor no cuente con esa plata. En medio de este panorama, lo más desconcertante es que cumplir con los compromisos externos este año solo será posible infringiendo mayores penurias al pueblo y erosionando de manera irreversible la popularidad del gobierno. Si además ya se avizora que, paguemos o no paguemos en 2015, es inevitable un default de deuda en 2016, surge entonces la gran interrogante: ¿pagar para qué?

 

@JoseAGuerra