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¿Para qué quedaron Fidel y la revolución cubana? por Leopoldo E. Colmenares G

 

Con la caída del muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética, la nomenclatura cubana entendió que la práctica de la insurgencia armada ya no era un camino factible para apoltronar en el poder a sus pares revolucionarios, quienes soñaban repetir a lo largo y ancho de Latinoamérica la hazaña de los barbudos insurgentes cubanos entrando triunfantes en La Habana y Santiago de Cuba el primero de enero del año 1959.

Una menguada economía cubana, que otrora era subsidiada por sus amigos soviéticos, simplemente no daba para apoyar en los ámbitos políticos y militares a los movimientos guerrilleros latinoamericanos, ya que esto significaba realizar fuertes erogaciones en dólares, los cuales Fidel Castro tenía –y tiene- bastantes en sus cuentas en Suiza, pero no así en las arcas del Banco Central Cubano. De hecho Cuba, ante la caída del 36% de su PIB entre 1990-1993, entró en el denominado “período especial”, esto es, menos comida, ropa, salud, educación, etc. para el pueblo cubano. Ante esta situación sólo la vía electoral quedaba como opción y los votos tenían que sustituir a las balas como el mecanismo que debían utilizar los revolucionarios de América Latina para acceder al poder.

Así entonces, Fidel Castro, de ser el celoso guardián de la ortodoxia revolucionaria, pasó a convertirse en un alcahuete de políticos de corte populista y nacionalista, los cuales usualmente despreciaba vehemente. Desde prestarse a inaugurar una estatua en honor a John Lennon, cuya música estaba prohibida en Cuba, hasta convertirse en defensor de las minorías homosexuales, las cuales combatía y encarcelaba, pueden presentarse como muestras de la interesada metamorfosis del líder guerrillero, en donde se demuestra que los valores revolucionarios que defendía pasaron a un segundo o tercer plano.

Castro y otros líderes de la revolución cubana han sido en realidad muy acomodaticios y han perdido ese espíritu tanto combativo como radical que hacía delirar a las juventudes latinoamericanas de las décadas de los 60-70 y hasta principios de los 80.

Pero con esto no estamos diciendo que Fidel Castro, o los hermanos Castro, hayan perdido su poder. Simplemente, cambiaron sus herramientas, así en vez de fusiles, balas e ideología como métodos de acceso al poder, ahora emplean, junto a la icónica foto del “Che” Guevara, jingles publicitarios en radio y TV, desarrollados por expertos en mercadotecnia en Nueva York. Más bien por el contrario, después de algunos años con más penas que glorias, pareciera que ahora La Habana tiene más poder que nunca. Las constantes peregrinaciones que los actuales populistas jefes de Estado latinoamericanos realizan a esa ciudad para darse “baños revolucionarios”, los “diálogos de paz” que allí efectúan el gobierno colombiano y el grupo narco-insurgente de las FARC-EP, así como el nombramiento de Raúl Castro como Presidente de la “Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños”, CELAC, pareciera que lo confirman.

La idea de la revolución cubana, sus líderes y procesos, se han banalizado y han quedado, casi que sólo, como un comodín para que cualquier político populista en la búsqueda de una silla presidencial lo enarbole a su mejor interés. Es lamentable, para la credibilidad de los hermanos Castro, que su alumno más notable como lo es Hugo Chávez , quien aguerridamente y vistiendo uniforme militar amenazaba con invadir y hacer morder el polvo de la derrota a los Estados Unidos, sea visto sollozante en cadena nacional de radio y TV, pidiendo a Jesucristo que le dé más vida y a cambio él le lleva la cruz; o que Rafael Correa efectúe una visita a la empobrecida isla de Cuba y como conclusión señale que la enseñanza que extrae de Fidel Castro y el “Che” Guevara sea la de “no rendirse ante las dificultades”.

Si para lo expresado por Correa, que se puede leer en un libro de autoayuda de diez dólares, quedaron Fidel Castro y su revolución, es probable que el líder de la Sierra Maestra, cuando esté a punto de morir y realice una rápida revisión de todo lo vivido y padecido, parafraseará a Bolívar y dirá “carajo, luché a muerte contra Batista, estuve a punto de causar la tercera guerra mundial y permanecí más de 50 años en el poder, pero con estos discípulos populistas no puedo bajar tranquilo al sepulcro”.

 Por Leopoldo E. Colmenares G.

@LCOLG

Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad

Universidad “Simón Bolívar”

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Con la caída del muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética, la nomenclatura cubana entendió que la práctica de la insurgencia armada ya no era un camino factible para apoltronar en el poder a sus pares revolucionarios, quienes soñaban repetir a lo largo y ancho de Latinoamérica la hazaña de los barbudos insurgentes cubanos entrando triunfantes en La Habana y Santiago de Cuba el primero de enero del año 1959.

Una menguada economía cubana, que otrora era subsidiada por sus amigos soviéticos, simplemente no daba para apoyar en los ámbitos políticos y militares a los movimientos guerrilleros latinoamericanos, ya que esto significaba realizar fuertes erogaciones en dólares, los cuales Fidel Castro tenía –y tiene- bastantes en sus cuentas en Suiza, pero no así en las arcas del Banco Central Cubano. De hecho Cuba, ante la caída del 36% de su PIB entre 1990-1993, entró en el denominado “período especial”, esto es, menos comida, ropa, salud, educación, etc. para el pueblo cubano. Ante esta situación sólo la vía electoral quedaba como opción y los votos tenían que sustituir a las balas como el mecanismo que debían utilizar los revolucionarios de América Latina para acceder al poder.

Así entonces, Fidel Castro, de ser el celoso guardián de la ortodoxia revolucionaria, pasó a convertirse en un alcahuete de políticos de corte populista y nacionalista, los cuales usualmente despreciaba vehemente. Desde prestarse a inaugurar una estatua en honor a John Lennon, cuya música estaba prohibida en Cuba, hasta convertirse en defensor de las minorías homosexuales, las cuales combatía y encarcelaba, pueden presentarse como muestras de la interesada metamorfosis del líder guerrillero, en donde se demuestra que los valores revolucionarios que defendía pasaron a un segundo o tercer plano.

Castro y otros líderes de la revolución cubana han sido en realidad muy acomodaticios y han perdido ese espíritu tanto combativo como radical que hacía delirar a las juventudes latinoamericanas de las décadas de los 60-70 y hasta principios de los 80.

Pero con esto no estamos diciendo que Fidel Castro, o los hermanos Castro, hayan perdido su poder. Simplemente, cambiaron sus herramientas, así en vez de fusiles, balas e ideología como métodos de acceso al poder, ahora emplean, junto a la icónica foto del “Che” Guevara, jingles publicitarios en radio y TV, desarrollados por expertos en mercadotecnia en Nueva York. Más bien por el contrario, después de algunos años con más penas que glorias, pareciera que ahora La Habana tiene más poder que nunca. Las constantes peregrinaciones que los actuales populistas jefes de Estado latinoamericanos realizan a esa ciudad para darse “baños revolucionarios”, los “diálogos de paz” que allí efectúan el gobierno colombiano y el grupo narco-insurgente de las FARC-EP, así como el nombramiento de Raúl Castro como Presidente de la “Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños”, CELAC, pareciera que lo confirman.

La idea de la revolución cubana, sus líderes y procesos, se han banalizado y han quedado, casi que sólo, como un comodín para que cualquier político populista en la búsqueda de una silla presidencial lo enarbole a su mejor interés. Es lamentable, para la credibilidad de los hermanos Castro, que su alumno más notable como lo es Hugo Chávez , quien aguerridamente y vistiendo uniforme militar amenazaba con invadir y hacer morder el polvo de la derrota a los Estados Unidos, sea visto sollozante en cadena nacional de radio y TV, pidiendo a Jesucristo que le dé más vida y a cambio él le lleva la cruz; o que Rafael Correa efectúe una visita a la empobrecida isla de Cuba y como conclusión señale que la enseñanza que extrae de Fidel Castro y el “Che” Guevara sea la de “no rendirse ante las dificultades”.

Si para lo expresado por Correa, que se puede leer en un libro de autoayuda de diez dólares, quedaron Fidel Castro y su revolución, es probable que el líder de la Sierra Maestra, cuando esté a punto de morir y realice una rápida revisión de todo lo vivido y padecido, parafraseará a Bolívar y dirá “carajo, luché a muerte contra Batista, estuve a punto de causar la tercera guerra mundial y permanecí más de 50 años en el poder, pero con estos discípulos populistas no puedo bajar tranquilo al sepulcro”.

 Por Leopoldo E. Colmenares G.

@LCOLG

Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad

Universidad “Simón Bolívar”

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