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La ONU y la sindéresis internacional por Omar Hernández

Esta semana las Naciones Unidas celebran un cumpleaños más. Para muchos no es motivo de celebración sino ocasión propicia para la reflexión, sobre los éxitos y fracasos de un organismo internacional sobre el que se posan todas las miradas y del que muchos esperan soluciones mágicas o utópicas que en ocasiones no terminan de llegar. Pero a pesar de las muchas críticas que recaen sobre la organización, son muy pocos los que se atreven a contradecir su ‘raison d’être’.

El aparataje burocrático e institucional de las Naciones Unidas es tan complejo que muchos en su interior ni lo comprenden cabalmente. Duplicación de esfuerzos, solapamiento de funciones así como uno que otro deseo de protagonismo son ‘karmas’ que poco a poco se han venido corrigiendo mediante la implementación de políticas de “coordinación” o “coherencia” del Sistema de Naciones Unidas. Y es que recordemos que al hablar de Naciones Unidas no solo nos referimos a sus órganos deliberativos sino a su Corte Internacional de Justicia y a una variopinta gama de agencias, fondos, oficinas, organismos, organizaciones y programas, además de institutos e incluso Universidades.

Por otro lado y no menos importante, las Naciones Unidas no son en sentido estricto un ente supranacional ni un gobierno mundial, contradiciendo el deseo de quienes respaldan la teoría del federalismo internacional (entre cuyos apoyos destaca quien suscribe este artículo). Naciones Unidas depende y mucho, de coyunturas políticas y vaivenes ideológicos de los gobiernos de sus países miembros, que en ocasiones y con penosa frecuencia comulgan poco o nada con los principios esgrimidos en la Carta de las Naciones Unidas y con los miles de funcionarios y voluntarios que con orgullo portan el emblema en fondo azul celeste.

Si los diplomáticos y los gobiernos a los que representan tuviesen menos en cuenta los intereses mezquinos de sus países o sus visiones sesgadas de las realidad internacional, quizás se acoplarían más al deber ser de las Naciones Unidas. La frustración que llevó a Kofi Annan a renunciar al cargo de enviado especial a Siria dejó en evidencia que aunque muchos dentro de las Naciones Unidas quieren lograr cosas, las capitales de los países -y no solo de las grandes potencias- apuntan lamentablemente en sentido contrario.

Naciones Unidas por otro lado busca sobrevivir en medio de una crisis económica y financiera internacional que recorta sus fondos y por ende su presupuesto, que cada vez más se vincula con contribuciones voluntarios que con las cuotas que por “ley” le corresponde pagar a cada país. Un dinero que mientras más escasea, más dificulta la tarea de un conglomerado de componentes que hacen literalmente, de todo.

Muchos seres humanos vislumbran en las Naciones Unidas una esperanza. Una esperanza de paz duradera mediante la celebración de elecciones democráticas con apoyo del PNUD o el funcionamiento de misiones de mantenimiento de la paz. Una esperanza de justicia mediante la creación de tribunales penales internacionales. Una esperanza de mejorar el respeto de sus libertades a través de los mecanismos de protección de los derechos humanos. Una esperanza de un medio ambiente sano con la puja por aprobar nuevos y mejores estándares globales sobre la materia.

Otros en cambio ven en Naciones Unidas a un interventor no deseado, a un club de los poderosos, a un cenáculo donde mucho se habla y poco se hace y a un “algo” que atenta contra una concepción westfaliana del concepto de soberanía nacional que en pleno siglo XXI no tiene cabida alguna. Para ellos y quienes les siguen cabría la legítima pregunta de: ¿Qué pasaría si las Naciones Unidas no existiesen? Sin un ente que trate de poner algo de orden en el ya anárquico sistema internacional, la realidad actual sería mucho peor que la que nos toca atestiguar.

Es una obviedad que muchas reformas, de fondo y no de forma, no es que son necesarias sino imprescindibles y con notable urgencia. Los acontecimientos internacionales se suceden y el protagonismo de las Naciones Unidas debe estar allí sin temor a equívocos. Ojalá exista la voluntad para emprender y culminar con éxito las iniciativas de refundación de las Naciones Unidas en todos sus aspectos, incluso en aquellos sensibles como por ejemplo los relacionados con el siempre polémico Consejo de Seguridad.

Uno pudiese argumentar que las Naciones Unidas son la cristalización contemporánea de aquello que planteaba hace más de dos siglos el filósofo prusiano Immanuel Kant en su famosa “paz perpetua”. Ciertamente que sí. Pero ante la realidad que nos arropa hemos de hacer nuestro, el préambulo de la propia Carta de las Naciones Unidas que reza “NOSOTROS los pueblos de las Naciones Unidas”. Critiquemos cuando toque hacerlo, pero hagamos nuestros los principios que garantizan una verdadera paz, en la más amplia de sus acepciones.

Omar Hernández
Internacionalista
@omarhUN

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Esta semana las Naciones Unidas celebran un cumpleaños más. Para muchos no es motivo de celebración sino ocasión propicia para la reflexión, sobre los éxitos y fracasos de un organismo internacional sobre el que se posan todas las miradas y del que muchos esperan soluciones mágicas o utópicas que en ocasiones no terminan de llegar. Pero a pesar de las muchas críticas que recaen sobre la organización, son muy pocos los que se atreven a contradecir su ‘raison d’être’.

El aparataje burocrático e institucional de las Naciones Unidas es tan complejo que muchos en su interior ni lo comprenden cabalmente. Duplicación de esfuerzos, solapamiento de funciones así como uno que otro deseo de protagonismo son ‘karmas’ que poco a poco se han venido corrigiendo mediante la implementación de políticas de “coordinación” o “coherencia” del Sistema de Naciones Unidas. Y es que recordemos que al hablar de Naciones Unidas no solo nos referimos a sus órganos deliberativos sino a su Corte Internacional de Justicia y a una variopinta gama de agencias, fondos, oficinas, organismos, organizaciones y programas, además de institutos e incluso Universidades.

Por otro lado y no menos importante, las Naciones Unidas no son en sentido estricto un ente supranacional ni un gobierno mundial, contradiciendo el deseo de quienes respaldan la teoría del federalismo internacional (entre cuyos apoyos destaca quien suscribe este artículo). Naciones Unidas depende y mucho, de coyunturas políticas y vaivenes ideológicos de los gobiernos de sus países miembros, que en ocasiones y con penosa frecuencia comulgan poco o nada con los principios esgrimidos en la Carta de las Naciones Unidas y con los miles de funcionarios y voluntarios que con orgullo portan el emblema en fondo azul celeste.

Si los diplomáticos y los gobiernos a los que representan tuviesen menos en cuenta los intereses mezquinos de sus países o sus visiones sesgadas de las realidad internacional, quizás se acoplarían más al deber ser de las Naciones Unidas. La frustración que llevó a Kofi Annan a renunciar al cargo de enviado especial a Siria dejó en evidencia que aunque muchos dentro de las Naciones Unidas quieren lograr cosas, las capitales de los países -y no solo de las grandes potencias- apuntan lamentablemente en sentido contrario.

Naciones Unidas por otro lado busca sobrevivir en medio de una crisis económica y financiera internacional que recorta sus fondos y por ende su presupuesto, que cada vez más se vincula con contribuciones voluntarios que con las cuotas que por “ley” le corresponde pagar a cada país. Un dinero que mientras más escasea, más dificulta la tarea de un conglomerado de componentes que hacen literalmente, de todo.

Muchos seres humanos vislumbran en las Naciones Unidas una esperanza. Una esperanza de paz duradera mediante la celebración de elecciones democráticas con apoyo del PNUD o el funcionamiento de misiones de mantenimiento de la paz. Una esperanza de justicia mediante la creación de tribunales penales internacionales. Una esperanza de mejorar el respeto de sus libertades a través de los mecanismos de protección de los derechos humanos. Una esperanza de un medio ambiente sano con la puja por aprobar nuevos y mejores estándares globales sobre la materia.

Otros en cambio ven en Naciones Unidas a un interventor no deseado, a un club de los poderosos, a un cenáculo donde mucho se habla y poco se hace y a un “algo” que atenta contra una concepción westfaliana del concepto de soberanía nacional que en pleno siglo XXI no tiene cabida alguna. Para ellos y quienes les siguen cabría la legítima pregunta de: ¿Qué pasaría si las Naciones Unidas no existiesen? Sin un ente que trate de poner algo de orden en el ya anárquico sistema internacional, la realidad actual sería mucho peor que la que nos toca atestiguar.

Es una obviedad que muchas reformas, de fondo y no de forma, no es que son necesarias sino imprescindibles y con notable urgencia. Los acontecimientos internacionales se suceden y el protagonismo de las Naciones Unidas debe estar allí sin temor a equívocos. Ojalá exista la voluntad para emprender y culminar con éxito las iniciativas de refundación de las Naciones Unidas en todos sus aspectos, incluso en aquellos sensibles como por ejemplo los relacionados con el siempre polémico Consejo de Seguridad.

Uno pudiese argumentar que las Naciones Unidas son la cristalización contemporánea de aquello que planteaba hace más de dos siglos el filósofo prusiano Immanuel Kant en su famosa “paz perpetua”. Ciertamente que sí. Pero ante la realidad que nos arropa hemos de hacer nuestro, el préambulo de la propia Carta de las Naciones Unidas que reza “NOSOTROS los pueblos de las Naciones Unidas”. Critiquemos cuando toque hacerlo, pero hagamos nuestros los principios que garantizan una verdadera paz, en la más amplia de sus acepciones.

Omar Hernández
Internacionalista
@omarhUN

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