Por considerarlo de un bajo nivel intelectual, y de una evidente esterilidad, evadiremos el debate sobre la naturaleza golpista o no del juicio político que se le ha abierto al presidente Lugo en el Congreso de Paraguay. El juicio político o impeachment, como lo llaman los anglosajones, es un mecanismo perfectamente constitucional que se deriva de la autonomía de las ramas del poder público. Se activan cuando las autoridades han perdido influencia en el parlamento y dan alguna razón para cuestionar su continuidad en los cargos. Es parte de la dinámica del poder en una república. Lugo tiene adversarios internos, como todos los jefes de Estado y de gobierno, y está afrontando los efectos de una contracción en su capital político.
Pero lo más llamativo para quien vive de estudiar la política internacional ha sido la reacción inmediata de la Unasur. En tanto nuestra actual preocupación académica se ha centrado en las posibilidades reales de esta organización para crear un régimen regional de gobernanza (en especial en materia de seguridad), vale la pena hacer seguimiento a las acciones que el nuevo secretario general, el venezolano Alí Rodríguez, está llevando adelante. La gestión de Rodríguez Araque, que parecía sosa si la juzgamos por los discursos del traspaso de mando, ha tomado calor con la decisión de la diplomacia venezolana, secundada por la ALBA y alentada por Brasil, sobre el papel de observador de la Unasur en el proceso a Lugo.
Aquí haremos otra maniobra evasiva, pues no caeremos en la absurda tentación de cuestionar una posición que, desde el exterior, pone en tela de juicio y presiona una decisión constitucional. Otro factor natural del juego político al que todo realista se rinde es al hecho de que de forma cotidiana la soberanía westfaliana es asediada, es decir, el principio de no injerencia en los asuntos internos, que los gobiernos quieren siempre presentar como “sagrado”, es perforado a diario alrededor del mundo. Las voluntades parecen claras, pero la cuestión es si la Unasur dirigida tácticamente por Venezuela, y estratégicamente por Brasil, podrá hacer valer mecanismos de gobernanza sui generis, por ser contrarios a los principios constitucionales, y si esto generará el tan ansiado precedente que inicie la ruptura con los preceptos ortodoxos de democracia liberal.
Una sombra de duda se cierne sobre la Unasur y su autoasignada misión en Paraguay, pues la organización, a pesar de las declaraciones diplomáticas, sigue sin poder revertir la fuerza geopolítica centrífuga que hace que no se haya podido obligar a los miembros a asumir sus relaciones extrarregionales como un bloque. Mientras Brasil, en un intento de hegemonía blanda, busca comprometer a los gobiernos suramericanos con su propuesta de arquitectura de gobernanza y seguridad regional (razón por la cual permite que los principales cargos y responsabilidades recaigan en sus socios menores del pretendido bloque), cada Estado miembro busca apoyo financiero, comercial y militar fuera de la isla suramericana. E incluso algunos sostienen esquemas de integración y alianzas defensivas en paralelo a los Consejos de la Unasur (los proyectos del Arco Pacífico-Andino y del Consejo de Defensa de la Alba son dos claros ejemplos).
La fragmentación, propia de un sistema multipolar y desbalanceado, no se supera fácilmente, y cuando se logra es porque hay intereses o amenazas graves cuyos costos son insoportables. Pero, ¿sería insoportable para Venezuela o Brasil la defenestración de Lugo? No deberían haber dudas del interés en que se mantenga en el ejercicio, pero recordemos dos factores: el primero, el Paraguay de Lugo, aunque incorporado en el discurso oficial de Venezuela como un ejemplo de reivindicación de los pueblos otrora oprimidos, no forma parte de la Alba, y Lugo jamás ha mostrado intenciones públicas de hacerlo. Es decir, la caída de Lugo podría ser un instrumento de propaganda, en el peor de los casos, pero no llegaría a ser una pérdida como la de Honduras en 2009, cuando la Alba, en efecto, se contrajo geopolíticamente. Y el segundo, es esa misma oposición en el senado paraguayo la que ha bloqueado el ingreso pleno de Venezuela a Mercosur, en lo que deducimos que es una delegación brasileña que le permite minimizar costos políticos, pues a Brasilia no le interesan los cambios que Venezuela desea impulsar en la organización, pero al mismo tiempo logra mantener a Caracas de su lado. La influencia de Brasil en Paraguay va más allá de Lugo.
En año electoral para Venezuela se vendería como un éxito de la diplomacia revolucionaria minimizar los efectos del juicio político, y el caso ofrece a Chávez la oportunidad de hacer tele-campaña. Por otra parte, el juicio político no tendría necesariamente que terminar con el perdón o la destitución para Lugo, debilitarlo políticamente de cara a las elecciones de 2013 parece un objetivo razonable. Lo responsable a partir de ahora es hacer seguimiento a la situación paraguaya y al rol de Unasur en ella, tomando siempre en cuenta que, aunque los factores tácticos y operativos tienden a ser altamente variables y subjetivos, la geopolítica siempre hace sentir su presencia a través de grandes líneas de continuidad que se muestran cuando se toma distancia y se aprecia el paisaje histórico.