MIS BARAJITAS (VOLVÍ A TENER MANOS DE NIÑA) PARTE III – FINAL
Mis manos son grandes, aunque no soy una mujer alta, mis manos son de grandes palmas y dedos largos, sin embargo se veían pequeñas sobre sus manos inmensas y aporreadas, con los dedos deformados de tanto golpe, de tanto bloqueo y hombres que quedaron fuera.
Volví, por aquellos segundos, a tener manos de niña.
Regresamos al hotel, que está muy cerca del estadio. Es el Hilton del down town, un edificio decretado patrimonio arquitectónico de Ohio. De estilo modernista, escaleras amplias y alfombradas, sobrio, con frescos en el alto techo del lobby y el bar, y detalles que delatan el abolengo de la ciudad, siempre ha sido el sitio de los Rojos. Sigue siendo el hotel de los peloteros, los del equipo visitante también se alojan allí.
Enviamos fotos y texto para la reseña de “El Universal” y regresamos para compartir El almuerzo con Humberto Acosta, El buen amigo fotógrafo Henry Delgado, quien resultó de gran ayuda para Daniel en la ubicación en el terreno, y Boris Mizrahi, un cronista venezolano que escribe para la página en español de MLB y a quien conocemos desde hace tiempo.
Lo mejor fue el postre, un pedazo gigante de una deliciosa torta de chocolate típicamente gringa, de esas que vienen listas para mezclar y que son ricas, como si las hubiera hecho una abuelita. Bueno, no, lo mejor estaba por ocurrir…
Desde temprano nos ubicamos en el terreno, pero la lluvia nos corrió un par de veces. A pesar de los temores y un cielo que adelantó la noche de tan negras que estaban las nubes, la ceremonia comenzó con sólo unos minutos de retraso. Y la lluvia se fue a sabotear otro encuentro…
Entre el montículo y el plato dispusieron las sillas de los invitados especiales, hacia tercera los miembros de la Maquinaria y de la gerencia del equipo, y del otro lado la familia de David, su esposa Dilia, David Alejandro, David Eduardo y Daneska. Los varones fueron con sus novias.
Cuando comenzó el acto de retiro del número de David, el parque estaba prácticamente lleno en las tribunas, en los bleachers, en el segundo piso…, hacia donde uno mirara había banderas de Venezuela. Unos 200 venezolanos, idos de Maracay principalmente, de otras ciudades del país y de Estados Unidos, se ubicaron por todas partes con el tricolor y con letreros para demostrar el orgullo que sentían por aquel reconocimiento.
Los locales llevaron afiches con fotos de Concepción, cuando era flaquito y lucía ese afro tan de moda en los años 70.
En la pizarra proyectaban imágenes de sus hazañas, de sus lances, de un bounce al mascotín de Tany Pérez, de su agilidad para atrapar líneas durísimas, de su bate oportuno, de cuando fue el MVP del Juego de Estrellas de 1982…, un saludo de su sucesor en el equipo, Barry Larkin, y un testimonio de Omar Vizquel explicando una vez más que lleva el 13 en tributo a él, porque creció queriendo ser un short stop de las grandes ligas como él, como El Rey.
Para ese momento, como decimos aquí, ya David (y todos ahí) teníamos “aguao el guarapo”. Era muy emocionante, indescriptible.
Le tocó el turno de hablar, después de tantos sentimientos, recuerdos y alegrías, con todo atascado en su garganta, las palabras no le salían, intentaba esconder sus lágrimas dándole la espalda al home, pero la cámara lo enfocaba y su imagen era proyectada en la pantalla gigantesca del jardín central. Dilia se paró a su lado, fue la única forma, apoyado en ella, como pudo superar el momento.
Miré hacia el resto del equipo. Morgan estaba visiblemente alegre, Foster sonreía, fue el único que se cambió el traje por la camiseta de los Rojos, Sparky estaba felicísimo, Griffey aplaudía sin parar, como todo el estadio y Bench, un duro, aguantaba el puchero que el rojo de su nariz no quería disimular.
Habrá quien piense que pudo ser una alucinación, producto de tanta emoción, pero en medio de aquel momento, Johnny Bench me miró con picardía y sonrió apretando sus labios. Yo sentí que había sido una galantería, porque por más chiquita que pudiera sentirme viendo a mis barajitas, lo cierto era que Bench tenía enfrente a una mujer de 40 años que lo miraba seguramente extasiada, aun sin poder creer que el me estaba viendo a mi, que aquel gesto era conmigo. Le devolví la sonrisa, por supuesto.
Ahí estaban aquellos tipos, otra vez haciéndome la más feliz. Después de todo son ellos los culpables de mi vida. Son ellos quienes me enamoraron del béisbol…