Jacinto Convit, incansable luchador contra lepra
Jacinto Convit, un científico venezolano que desde muy joven se empeñó en acabar con el forzado aislamiento y la segregación de los enfermos de lepra y reconocido haber trabajado en una vacuna para la prevención y cura de la lepra, que sirvió de base para desarrollar una inmunoterapia de la leishmaniosis, murió en su casa de Caracas a los cien años de edad.
Hijo de un catalán y una venezolana, Convit inició sus estudios de medicina a la edad de 19 años en la Universidad Central de Venezuela. Especializado en enfermedades de la piel, se graduó en 1938.
El joven Convit tuvo la gran influencia de Martín Vegas, un profesor de dermatología y pionero en los estudios sobre la lepra. Esta enfermedad es causada por la bacteria mycobacterium leprae o bacilo de Hansen, que ataca la piel y los nervios, principalmente de brazos y piernas, mientras en su estado avanzado puede provocar la parálisis de manos y pies.
En 1937 se vinculó con los enfermos. Como parte de sus estudios de medicina fue invitado por Vegas a visitar un hospital para leprosos, ubicado en el poblado costero de La Guaira, a unos 25 kilómetros al norte de Caracas.
Su larga estancia en ese leprosorio, como estudiante primero y médico residente después, marcó para siempre su vida.
Añejas legislaciones, algunas que datan de varios siglos pasados, ordenaban el aislamiento de personas con lepra en colonias construidas específicamente para ese fin y tal política de aislamiento forzado se acentuó en muchos países a comienzo del siglo XX.
Hasta años recientes esas viejas e infundadas políticas sanitarias estuvieron vigentes en casi todo el mundo por lo que el combate contra la enfermedad de parte de Convit se volvió una lucha personal contra el prejuicio.
“Era duro ver llegar a un nuevo paciente, encadenado como un criminal, despojado de su salud y peor aún de su dignidad”, dijo el científico venezolano hace casi dos décadas a la AP. “Luchar contra el prejuicio era lo más difícil, pero también había que hacerlo”.
En 1945, Convit fue enviado por el Ministerio de Sanidad al Brasil para observar los servicios para leprosos de ese país. En ese momento se contabilizaban unos 35.000 enfermos de lepra.
Desde entonces dedicó buena parte de su vida a la búsqueda de un modelo experimental para la cura de la lepra, cuyo nivel de contagio es muy bajo, pese a las antiguas creencias. Sólo se transmite a través de gotitas expulsadas por la nariz y la boca, en contactos estrechos y frecuentes con leprosos no tratados médicamente.
Tras décadas de inocular mamíferos, reptiles y peces, en 1989 anunció que había encontrado que armadillos traídos de la zona cercana a la represa del Guri, en el estado venezolano de Bolívar, eran sumamente susceptibles a contraer el bacilo de Hansen, a diferencia de armadillos de otras regiones.
A partir de este estudio, Convit y su equipo de investigadores desarrollaron un modelo de vacuna que podía ayudar en la cura los enfermos de lepra.
Un estudio de Convit confirmó que era viable la utilización del modelo de vacuna contra la lepra para curar la Leishmaniosis, una enfermedad parasitaria que casi siempre es fatal en caso de que no se trate y que produce úlceras en la piel que luego se cicatrizan e inflamación fatal del hígado o el bazo.
La lepra conocida y documentada desde hace más de 2.500 años por antiguas civilizaciones de China, India y Egipto, sigue siendo una enfermedad endémica en algunos países y aún no se ha podido cultivar en un medio de laboratorio “in vitro (fuera de un organismo vivo)”.
Fue galardonado en 1987 con el premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. Quebrantos de salud lo alejaron de los laboratorios clínicos desde 1996.
Pese a sus problemas de salud, nunca abandonó del todo su actividad científica y se mantuvo apasionadamente activo en el desarrollo de un modelo experimental para adelantar una inmunoterapia contra el cáncer basada en las células tumorales del mismo paciente, con fines curativos y no preventivos.
Las pruebas en pacientes voluntarios y cuidadosamente supervisados desde 2007 han sido esperanzadoras y aunque esta por verificarse a mediano y largo plazo su efectividad, el investigador esperaba que ello ayude “a incentivar a la comunidad médica a sumar voluntades para continuar este estudio”.
Casado en 1937 con la enfermera Rafaela Martota, tuvo cuatro hijos, incluyendo los gemelos Antonio y Rafael, nacidos en 1952.
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