Cuando Chávez decidió deshacerse de todos los activos de PDVSA en el exterior, lo hacía previendo las consecuencias de unas potenciales e hipotéticas sanciones internacionales, contra su régimen y sus políticas anti democráticas y violadoras de los derechos humanos. Sin duda, un gesto tan visionario como mal intencionado.
Las circunstancias hicieron que, fuera su heredero, el encargado llegado el momento, de administrar ese plan tan previsivo, cuyo único objetivo no es otro que mantenerse en el poder, reinando sobre las ruinas.
Sin embargo, muy a pesar de lo adelantada que está la revolución bolivariana en temas de violación de derechos humanos, intimidación de los medios de comunicación y persecución de líderes de oposición, hemos visto ésta semana como Caracas aún goza de gran apoyo diplomático en la región.
Poco parece importarle, a la OEA, UNSAUR y el CELAC que la desastrosa gestión de Maduro se haya convertido en tema de actualidad para la opinión internacional. Esto nos sirve para recordar que el régimen de Maduro si bien no ha perdido a todos sus aliados, hace rato perdió toda medida, toda consideración y parece no tener límites.
En apenas un año en el poder, son demasiados los crímenes incitados por Maduro, lo cual hace que, el ya ilegítimo, tenga ahora las manos manchadas de sangre.
Huir hacia delante es una práctica recurrente en el régimen de Maduro, táctica ésta que coloca una vez más a la comunidad internacional en una situación comprometida. Al tiempo que, resulta preocupante, que ni los demócratas venezolanos, ni sus líderes, ante la gravedad de lo que está ocurriendo en Venezuela, ocupen espacio alguno, ni sean motivo de atención por esa misma comunidad internacional.
Para colmo, han vuelto los aires de guerra fría, un clima en el que parece acomodarse muy bien la política exterior de Maduro. La manera como Caracas se inmiscuyó en el affaire Snowden, fue una clara muestra de querer jugar, el papel de provocador, en la escena mundial que ahora vive una suerte de remake de la guerra fría, con lo que ocurre en Crimea. De igual forma los múltiples acuerdos entre Venezuela e Irán y el apoyo a Bachar en Siria, colocan al régimen venezolano del lado que Cuba ha querido y en el que La Habana siempre ha estado desde que los Castro tomaron el poder.
Mientras el jurista Obama se enfrenta al KGBista Putin. Solo un milagro haría que Venezuela salga bien parada de ésta equívoca incursión en éste nuevo y nada prometedor giro de la escena internacional.
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