“El Lado Correcto De La Historia” Por Carlos Delgado-Flores
AQUÍ ESTAMOS, veinticinco años después del caracazo, otra vez contando víctimas y señalando culpables.
Aquí estamos, con ocho millones de venezolanos que no pasan del 7° grado.
Con una de las tasas de criminalidad más altas del mundo. Con más muertos que en la guerra de Bosnia, con casi tantos muertos que en la guerra civil de Siria, con tres de las ciudades más violentas del mundo.
Con una de las tasas de inflación más altas del mundo.
Con un desempleo galopante y un subempleo sometido a los designios de la burocracia mandante.
Con mafias delictivas que controlan a la población y la aterrorizan, en beneficio del gobierno.
Con precarios servicios públicos en todos los órdenes de la vida.
Con corrupción generalizada, en todos los órdenes de la administración pública.
Con la renta petrolera convertida en una ilusión, pues ¿cómo es posible que con los precios petroleros más altos de la historia tengamos esta situación de desabastecimiento, de inflación y de penuria para todos, salvo para los burócratas, los “enchufados” del régimen?
Con el país convertido en bandos, uno mandante y los otros dos excluidos, bien por oposición o bien por no haber hecho el trabajo de constituirse en bando: la mayoría silenciosa que espera el contacto, pero que no ha sido capaz de generar su propia opción.
Con la protesta criminalizada y una represión creciente, mandada por la burocracia cívico-militar.
Sujetos a la injerencia de una nación extranjera, ya no por la vía cultural, sino por la vía administrativa: con cubanos mandando en todos los órdenes de la vida del país.
Divididos como nación, en una situación general de “sálvese el que pueda”.
Alejados de las oportunidades de desarrollo en el marco de la globalización.
Sin perspectiva de futuro para todos.
En estos últimos veinticinco años hemos buscado la vía para el cambio político y social general: una rebelión social en 1989; dos golpes de estado en 1992; la renuncia de un presidente en 1993; una Constituyente en 1999; una rebelión que terminó en un golpe de estado en 2002; un paro nacional en 2003; un referéndum revocatorio en 2004; un referéndum negatorio de una amplia reforma a la constitución de 1999 en 2007, una enmienda constitucional para la reelección indefinida en 2008.
Entre 1998 y 2014 hemos tenido quince años de elecciones para diversos cargos de representación popular que han servido de principal argumento a las instancias internacionales para reconocer el gobierno venezolano como democrático y legítimo, con lo cual hemos aprendido en carne propia que puede haber democracias sin demócratas.
Cambiamos una forma de democracia, la representativa, por otra, la participativa, pero el régimen no permite otra participación que la que ellos autoricen, de entre la gente que está en el partido o en sus redes clientelares, eliminando una de las condiciones necesarias para la participación democrática que es la autonomía.
Permitimos que la burocracia tomara control del gobierno y del estado, dejando fuera de las decisiones a los ciudadanos, corporativizando la justicia.
Permitimos que la burocracia controlara y disolviera las instituciones; que estableciera un mecanismo de propaganda y otro de censura que mermaran la capacidad de acción de los ciudadanos; que convirtiera los programas de asistencia social en programas de fidelización política, transformando al ciudadano en cliente, generando nuevas formas de exclusión política.
Permitimos que la nueva burocracia siguiera haciendo el mismo populismo de siempre, pero a una escala mayor.
Permitimos que la burocracia estableciera redes continentales, para apoyarse con otras, en nombre de un socialismo que, aun siendo denominado como Socialismo del Siglo XXI, no ha sido más que un socialismo nacional de tipo burocrático, como el soviético o el cubano.
Permitimos, en suma, que el régimen atentara contra los vínculos que constituyen no la democracia, la República, que es expresión de nuestra voluntad de crecer y convivir, juntos, en un mismo país.
Frente a este estado de cosas, debemos respondernos si veinticinco años no son tiempo suficiente para alcanzar un acuerdo en torno al futuro que queremos para todos, así como las dinámicas de cambio que debemos seguir para alcanzar ese futuro.
Y si es que estamos de acuerdo en que este es el tiempo para alcanzar ese acuerdo, ¿cómo lo hacemos?
La primera cosa que debemos lograr es entender que quienes atentan contra la República lo han hecho en función de sus propios intereses, secuestrando los derechos de todos los ciudadanos, con lo cual han constituido una tiranía.
Una vez producido este entendimiento, los bandos excluidos deben poder dialogar para establecer acuerdos en torno a un proyecto país socialmente consensuado. Un móvil para este diálogo es la solidaridad, un espacio para significar esta solidaridad es la unidad de la República.
Esta solidaridad debe llevarnos a respetar y a restituir los espacios de autonomía, constituyendo redes de deliberación pública en torno a acuerdos programáticos, deslindadas de los intereses de la burocracia, capaces de combinar la protesta social con los actos de gobierno de aquellas partes del estado que aun mantienen su autonomía: las gobernaciones y alcaldías regidas por aquellos que se deslinden de la burocracia. Otro tanto puede y debe ocurrir en la Asamblea Nacional.
Cuando las autonomías se agreguen en una mayoría solidaria en red, cuando política institucional y política social se articulen se podrá hablar legítimamente de paz, sobre la base de una agenda y no solamente para las cámaras. Se podrá construir la paz.
Quizás sí está llegando la hora del deslinde y de la unión, la hora en que los bandos se cierran por un futuro común. El lado correcto de la historia no es el de un bando sino el nuestro, el de todos nosotros.
Los estudiantes son nuevamente la vanguardia de los cambios, haciendo presión sobre la historia. Por estos días todos debemos ser un poco estudiantes, respetuosos del deseo que encarnan y solidarios con su causa que es la nuestra: la del futuro, que en hora de sombras no se ve y que hay que inventar para que desde nuestras mentes sea capaz de iluminarnos.