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“Los pequeños negocios que aplacaron la escasez simplemente desaparecieron”, crónica de Ciudad Bolívar tras los saqueos

Redacción Runrun.es
Hace 8 años

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La periodista Albor Rodríguez ofrece un relato sobre la devastación que dejó la ola de saqueos en Ciudad Bolívar entre el 16 y 17 de diciembre de 2016, tras las medidas dictadas por el gobierno de Nicolás Maduro de sacar de circulación los billetes de Bs. 100

En Ciudad Bolívar arrancaron rejas y torcieron santamarías, abrieron boquetes en las paredes con mandarrias, rompieron techos y así entraron con una fuerza que, al ver las huellas de sus destrozos, diría que fue de bestias gigantes y no de hombres. Las santamarías pandetas y los boquetes dejan ver hacia el interior los estantes tumbados, vacíos, inútiles. Y en las aceras, frente a los negocios vencidos, montones de basura mojada por la lluvia de esta mañana de domingo.

Con un susto en el pecho, recorrí lentamente en el carro parte de mi ciudad. Como el cielo encapotado anuncia tempestad, ya el viernes, a eso de las 3 la tarde, muchos comercios estaban cerrados y en las gasolineras aguardaban los carros en filas de por lo menos un kilómetro. Al atardecer se produjeron los primeros saqueos que, ya el sábado, dejaron de ser aislados y comenzaron a multiplicarse. En una de las fotografías que circuló por las redes sociales se ve a la dueña de la Panadería Imperial, parada en el techo de su negocio, con un cuchillo carnicero en la mano. En otra, dos policías sonrientes llevan en su moto, embutido entre sus cuerpos, un saco de comida. En una fotografía más dos hombres, también en una moto, cargan no un bulto de comida sino un congelador. Y en otra, unos muchachos arrancan una santamaría con un payloader. Avanzada la tarde, ya era un hecho que el alcalde había decretado el toque de queda, a partir de las 5 pm y hasta el amanecer, por tres días. Hacía rato que se escuchaban helicópteros, a cada tanto, sobrevolar muy cerca de las casas.

Esperé hasta hoy domingo para salir. En una cuadra veo dos, tres, cuatro, cinco negocios destrozados, muy cerca del edificio donde vive mi madre, en los alrededores del Mercado Periférico, epicentro de los saqueos del sábado. Los buhoneros y bachaqueros no estaban en sus tenderetes. De pronto una gente corre. A 200 metros unos guardias con armas largas y chalecos antibalas se bajan de un camión y corren hacia una vereda. Dos de ellos patean a un hombre tumbado en la acera. Los guardias corren como si van a entrar en las casas a fumigar guaridas de ratones. Todos corren. Acaban de saquear. Dos mujeres felices pasan a mi lado cargando unas bolsas de galletas María. Pude verles los ojos brillantes. Es la alegría de la intrepidez, de haberse hecho de un botín y de lograr escurrírseles a los guardias.

Continué hacia la populosa avenida España, otro de los focos del festín de destrucción. Hay grupitos de hombres en las esquinas, expectantes. Miran a los lados. Se comunican con señas como en el béisbol. Una señora y una niña rebuscan entre los escombros de un local. Un par de hombres se asoma por el boquete. A las afueras de una licorería han dejado un mensaje con spray: “Saqueado por los vecinos y la comunidad”. Tomo fotografías con mi teléfono, pero no creo que estas registren lo que ven mis ojos, cómo lo veo.

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En 15 minutos de recorrido veo no menos de 30 negocios destrozados. Sé que hay más, dicen que el 60% de los pequeños negocios formales de venta de comida en la ciudad, pero no puedo asegurarlo. Sé, por gente que conozco, que en Los Próceres, un sector popular e inmenso, hubo destrozos parecidos. Voy por la avenida que se extiende desde la Redoma hasta el Psiquiátrico y veo: Farmahorro vaciado, tres o cuatro establecimientos de chinos vaciados, el famoso supermercado Baratón vaciado, destruido. Me envían por whatsapp una fotografía de su interior: solo quedaron intactos los grandes bombillos; el piso quedó cubierto de frutas partidas.

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Cinco licorerías, dos farmacias, dos ferreterías… El resto, pequeños supermercados de chinos. Un señor barre cabizbajo en las afueras del que presumo es su local, una licorería. Otro, más abajo, hace chispear una máquina de soldar. Pero de los chinos ni rastro. No han vuelto a sus negocios. Los cerraron el viernes en la tarde y de ellos ya no quedan sino unas cuantas paredes manchadas. ¿Para qué volverían?
Me cuesta imaginar que, en la Venezuela de hoy, estos comerciantes puedan recuperarse. Tendrían no solo que reponer inventarios sino rehacer sus estanterías, soldar las puertas, levantar nuevamente sus paredes, volver a comprar los aires acondicionados que desprendieron y las neveras que se llevaron. Lo perdieron todo. Zafiro, el supermercado chino donde suelo hacer mis compras, salió indemne porque lo protegió un batallón de guardias; hoy domingo era el único lugar donde se podía comprar comida en Ciudad Bolívar, aparte de algunas ventas de verduras. Estuve en una de ellas por tres horas. ¿Dónde compraremos comida a partir del lunes? Solo en Zafiro. Y en los dos supermercados El Diamante, en El Superior y en el Central Madereinse, los grandes, a los que me dicen que protegió la Guardia Nacional. Y en uno de los chinos de la avenida Libertador, donde me dijeron que unos hombres con armas largas lo custodian desde el techo, como la portuguesa de la Imperial con su cuchillo carnicero. Los pequeños, las decenas de negocios pequeños de los chinos en Ciudad Bolívar, que eran los que vendían los productos brasileños que aplacaron la escasez por estos lados, sencillamente desaparecieron.

Y ahora dicen que van por el botín de los negocios del Paseo Orinoco. Y dicen que también arremeterán contra las urbanizaciones. Una vecina ha enviado a nuestro grupo de whatsapp los números telefónicos que dieron por la radio para denunciar si hay intentos de violentar urbanizaciones o casas. Ya comenzaron a circular mensajes que dicen que escucharon disparos, que los vecinos armados se están defendiendo. Yo misma acabo de escuchar lo que creo que son disparos. Puede ser la angustia, la desesperanza, el miedo.

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