Wilfredo Urbina, autor en Runrun

Wilfredo Urbina

Wilfredo Urbina Dic 26, 2020 | Actualizado hace 1 mes
El golpista Donald Trump

@wurbina

Donald Trump está cerrando su caótico período presidencial con broche de oro. Su desprecio por la democracia no puede ser más patente que en estos días. Su actuación, y la de muchos de los que lo apoyan, no puede calificarse sino de golpista al pretender invalidar decenas de millones de votos en los Estados donde perdió para así poder continuar en el poder.

Trump no es un demócrata, nunca lo ha sido. Es un niño rico y malcriado que estaba acostumbrado a ejercer un poder despótico y autoritario en sus empresas y sin ninguna experiencia política, por lo que no sorprende que durante su presidencia hayamos visto claramente su deriva autoritaria.

Desde que comenzó a participar en las primarias republicanas vimos su patológica incapacidad para reconocer una derrota política. Aunque inicialmente reconoció la victoria de Ted Cruz en Iowa en la primera confrontación electoral republicana del 2016, inmediatamente comenzó a denunciar un supuesto robo por parte de Cruz. Más aun, en las elecciones del 2016, Trump ganó el colegio electoral con 306 electores, pero perdió el voto popular por más de 2.8 millones de sufragios. Pero eso nunca lo aceptó. Su explicación fue que más de 3 millones de indocumentados habían votado por Hillary Clinton.

De hecho, luego de encargarse de la presidencia, nombró una comisión para investigar el supuesto fraude. Previsiblemente, dicha comisión se disolvió al poco tiempo sin hallar absolutamente nada.

A pesar de haber ejercido la presidencia por casi cuatro años, en vez de tratar de ajustarse a la dinámica democrática lo que ha hecho ha sido es tratar de subvertirla a cada paso.

Autócrata de librito

Durante todo su período ha aplicado el “manual del autócrata”. El mismo que han seguido déspotas como Chávez, Erdogan y Orbán, entre otros.

 Contra la prensa

Primero, un ataque feroz a la verdad con la propalación de teorías conspirativas y de hechos alternativos (‘alternative facts’, Kellyanne Conway dixit). Y, por tanto, un ataque despiadado contra los medios de comunicación establecidos, tildándolos al mejor estilo stalinista como “enemigos del pueblo”.

 Sin rendir cuentas

Segundo, el desconocimiento del poder contralor del Congreso. El hecho más notable en este respecto es su negativa frontal a colaborar con la investigación que terminó con su “impeachment”, hecho inédito en la historia de los Estados Unidos; y que ni siquiera un corrupto y mentiroso confeso como Richard Nixon se le ocurrió hacerlo en su momento.

 Alteración de la justicia

Tercero, una clara intención de alterar la dinámica del poder judicial proponiendo al Senado muchas veces jueces de dudosa capacidad, pero de clara lealtad hacia él y utilizando al fiscal general como su abogado personal.

Por ello la perspectiva de un segundo período de Donald Trump hubiera sido mortal para las instituciones democráticas norteamericanas, que si bien hasta ahora han resistido a sus embates, la perspectiva de cuatro años más de enfrentamiento no lucía nada promisorio.

Afortunadamente el pueblo norteamericano lo rechazó de manera clara. Su derrota fue un claro rechazo a su persona, que no al partido republicano que mejoró su cuota en la cámara de representantes y todavía lucha por el control del Senado.

Fue, sin lugar a dudas, una clara derrota con una diferencia en el sufragio popular de más de siete millones de votos (81.283.485 vs. 74.223.744) y de 74 delegados al Colegio Electoral (306 vs 232).

Campaña antidemocrática

Sin embargo, como era de esperarse, Donald Trump, dado su talante autoritario y su claro desprecio a la voluntad popular, no acepta su derrota. Lamentablemente esta situación no debería sorprender a nadie ya que, en una actitud claramente antidemocrática, Trump había dicho de manera reiterada, a lo largo de la campaña electoral, que la única forma de que él pudiera perder las elecciones sería por un fraude masivo. Y se ha embarcado en una campaña como nunca se había visto en los Estados Unidos para desconocer el resultado de las elecciones.

Dicha campaña comenzó mucho antes de las elecciones, sembrando dudas en el proceso electoral, en especial del voto por correo. Y sus para nada disimulados intentos de entorpecer y sabotear el correo nacional, nombrando como director (post master) a una figura cuyo único mérito para el cargo había sido ser un contribuyente financiero de su campaña.

Continuó la misma noche de las elecciones exigiendo que se parara el conteo de los votos en los Estados que para el momento iba ganando (Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin), pero que se contara hasta el último voto donde iba perdiendo (Arizona).

Cuando el sábado 7 de noviembre las principales cadenas de noticias terminaron dándole la victoria a Biden en base a muy serias y bien fundadas proyecciones, no solo AP, CNN, ABC y CBS, sino también su aliada de siempre Fox News, él y sus cómplices dijeron que no eran los medios de comunicación los que declaran el ganador a la presidencia. Sin embargo, eso es una tradición que se remonta a 1848, cuando AP comenzó a totalizar los resultados de las 50 elecciones estatales. Porque la elección presidencial en EE. UU. no es un proceso nacional, ni hay un órgano nacional que la supervise.

Luego siguió con demandas legales en los estados clave donde perdió. Todas las casi 60 demandas, salvo una de menor importancia, han sido desestimadas o negadas de plano simplemente por falta de pruebas de las irresponsable afirmaciones que ruidosamente hacen en las ruedas de prensa, pero que han sido incapaces de sostener frente a un juez. Adicionalmente, presionó primero a funcionarios electorales locales (caso del condado de Wayne en Michigan) y también a autoridades legislativas estadales instándolos a desconocer los resultados electorales para evitar la certificación de los resultados electorales estatales.

Tumbar 10 millones de votos

Luego, los juicios para tratar de impedir las certificaciones, como en el caso de Pensilvania, que también fallaron. Una vez que se llegó al 8 de diciembre, fecha límite en los Estados para certificar los resultados y cuando ya era un hecho consumado la victoria de Biden, aparece de manera sorpresiva el jueves 10 de diciembre una demanda del fiscal general de Texas, Ken Paxton, solicitando invalidar las votaciones de Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Por cierto, funcionario este bajo investigación en la Corte Suprema por corrupción y abuso de poder.

Dicha solicitud fue apoyada por 17 fiscales generales de otros estados (republicanos, por supuesto), 126 miembros de la Cámara de Representantes, muchos de los cuales resultaron electos en las mismas elecciones que pretenden impugnar. Y, por supuesto, por el propio Donald Trump.

El basamento de la alocada demanda de Texas para solicitar anular más de 10 millones de votos, nada más ni nada menos, se basaba en la autoridad que tiene dicha Corte Suprema para intervenir en disputas entre los estados. Sin embargo, como cada estado administra sus elecciones de forma independiente, no puede ser un punto de discusión siendo como lo es Estados Unidos una federación. La Corte Suprema rechazó de manera sumaria tal solicitud por falta de un suporte legal sólido, sin ninguna voz disidente. Ni siquiera los tres magistrados nombrados por Trump pudieron hacer nada al respecto, dada la trastornada solicitud. Lo mismo pasó unos días antes con una querella respecto al Estado de Pensilvania.

«Traidores» y «enemigos»

Han sido pues seis semanas como nunca vistas en la historia reciente de los Estados Unidos.

El intento claro de desconocer la voluntad popular a cada paso del proceso han sido más que evidentes y no tienen que envidiarle nada a las acciones de otros autócratas alrededor del mundo como Mugabe, Maduro o Lukasenko.

1. En el camino, Trump ha denunciado y atacado a los que no se doblegan a sus irresponsables afirmaciones. Cuando el republicano Chris Krebs el hoy exdirector de la agencia de Ciberseguridad y Seguridad para las Infraestructuras, de su propio Departamento de Seguridad Nacional, declaró de manera taxativa que no existía ninguna evidencia de irregularidades electorales de alguna importancia y que estas habían sido las elecciones más seguras en la historia del país, Trump lo despidió sin miramientos.

2. Llamó traidor al republicano Brad Raffensperger, secretario de estado de Georgia, porque certificó los resultados que le dieron la victoria a Biden.

3. Exigió al gobernador de Georgia, Brian Kemp, que convocara una sesión del Congreso estatal para desconocer los resultados y nombrar directamente los delegados del colegio electoral. Y cuando este se negó lo declaró “enemigo del pueblo”.

4. Trump forzó a su fiscal general Bill Barr a autorizar investigaciones del departamento de Justicia sobre irregularidades electorales, pasando por encima de protocolos bien establecidos que no permiten hacer eso antes de que los resultados electorales sean certificados. Pero cuando este declaró, el 1 de diciembre, que sus fiscales investigadores del FBI no habían encontrado ningún indicio de fraude que pudiera afectar el resultado electoral, ya se sabía que tenía sus días contados. Sí, poco después le pidió su renuncia.

5. Mich McConell, líder republicano en el senado, finalmente reconoció el 15 de diciembre que el Colegio Electoral, como estaba previsto, eligió a Biden por 306 votos el día anterior. Acto que inmediatamente Trump repudió por Twitter. Sin embargo, ese mismo día los republicanos en Georgia, Pensilvania y Wisconsin aparecieron con una lista de electores salidos de la nada, votando todos por Trump.

La fecha final será el 6 de enero del 2021, cuando el Congreso se instale en sesión conjunta para certificar la votación del colegio electoral. Y si bien las posibilidades de revertir la votación en esa sesión son totalmente remotas, más de un exaltado cifra sus esperanzas de una victoria a última hora en esa sesión que termine imponiendo a Trump, echando por tierra no solo una victoria en el voto popular sino también la del Colegio Electoral, cosa que no tendría ningún precedente en más de 240 años de vida republicana.

A medida que sus opciones legales se han ido cerrando, Donald Trump se ha vuelto más irracional y vociferante.

Sus tuits siguen afirmando que no solo ganó las elecciones, sino que lo hizo por mucho, a pesar de las diferencias tanto en el voto popular como en delegados al Colegio Electoral ya mencionadas.

Afortunadamente la solidez de las instituciones democráticas norteamericanas ha soportado este nuevo y quizás último asalto por parte del golpista Trump. Sin embargo, el daño infligido es muy grande, como el hecho de que más de la mitad de los votantes republicanos estén convencidos de que las elecciones fueron fraudulentas y que a Trump le robaron la presidencia. Ello dejará secuelas muy profundas muy difíciles de superar y que será un reto muy grande para Biden y Harris en su gestión presidencial.

También el prestigio del sistema político de los Estados Unidos en el mundo ha sido dañado quizás de manera permanente.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Elecciones en Estados Unidos: la democracia como problema

@wurbina

Han pasado ya más de dos semanas del 3 de noviembre, el día de las elecciones generales; y varios días desde que Joe Biden fue declarado ganador por haber pasado el umbral de los 270 delegados en el Colegio Electoral; hoy en día ya son 306.

Sin embargo, Donald Trump y muchos de sus seguidores se niegan a reconocer el resultado. Y, peor aun, lo han denunciado como un masivo fraude electoral, a pesar de que la agencia de ciberseguridad e infraestructura de seguridad, un brazo de su propio Departamento de Seguridad Nacional, conjuntamente con la Asociación Nacional de Secretarios de Estado, ha declarado de manera taxativa que no existe ninguna evidencia de irregularidades electorales de alguna importancia . Más aun, han declarado que estas han sido las elecciones «más seguras en la historia» del país.

Guerra avisada

Lamentablemente esta situación estaba anunciada. Como recordamos, en una actitud claramente antidemocrática, Trump había dicho de manera reiterada, a lo largo de la campaña electoral, que la única forma de que él pudiera perder las elecciones sería por un fraude masivo. Por ello sus escandalosas e infundadas acusaciones de fraude y su autoproclamación en la madrugada del miércoles 4 de noviembre no sorprendieron a nadie. Aunque no dejan de ser terriblemente preocupantes.

Por otra parte, en verdad Trump tiene más de 4 años, desde la campaña electoral de 2016, hablando del fraude electoral en los Estados Unidos. Como está plenamente documentado, él no esperaba ganar las elecciones. Y por ello comenzó a denunciarlas. Desde antes proclamó el fraude que supuestamente le iban a hacer, pero gracias a que logró ganar Michigan, Wisconsin y Pensilvania por la mínima diferencia, ganó el colegio electoral. Ello, pese a perder el voto popular por más de 2.8 millones de sufragios. Pero eso nunca lo aceptó. Su explicación fue que ¡más de 3 millones de indocumentados habían votado por Hillary Clinton!

De hecho, luego de encargarse de la presidencia, nombró una comisión para investigar el supuesto fraude. Por supuesto, dicha comisión se disolvió al poco tiempo sin hallar absolutamente nada. Así pues, su actitud hoy en día es la continuidad de su campaña de desprestigio del sistema electoral norteamericano, expresando así su completo desprecio por la voluntad popular.

Porque en definitiva Trump, como buen populista, no cree ni en la democracia, ni en sus instituciones.

El acto de reconocer la derrota electoral es una regla no escrita del sistema electoral norteamericano, pero una pieza fundamental de todo lo que viene posterior a las elecciones. En primer lugar, porque con ese discurso el candidato no solo desmonta todo su aparato de campaña, sino también, y mucho más importante, desmoviliza al electorado que lo respaldó en las elecciones y lo obliga a reconocer al ganador.

El ejemplo de McCain

Las elecciones siempre desatan pasiones, por lo que el reconocimiento de la derrota es fundamental para pasar la página y restañar las heridas. El video del discurso de John McCain reconociendo la victoria de Obama, que ha circulado de nuevo en las redes últimamente, es una lección de valentía y gallardía política.

Video de la agencia AFP Español

Nada de esto ha pasado en este caso. Todo lo contrario. Tanto en la ya mencionada declaración en la madrugada del miércoles 4 de noviembre, como su todavía más incendiarias declaraciones en la noche del 5 de noviembre, Trump profundiza sus infundadas denuncias de fraude y su temeraria afirmación no solo de que él ganó, sino de manera arrolladora si únicamente se cuentan los votos válidos (¡¿?!). Esto es todavía más preocupante por el porcentaje de personas armadas y de milicias de todo tipo que existen en Estados Unidos.

La fiesta de las teorías conspirativas

Con su actitud, Trump ha alimentado una inmensa cantidad de teorías conspirativas. 

Si uno se pasea por Twitterlandia, la cantidad de teorías conspirativas es impresionante. Entre otras tenemos: que el triunfo de Biden fue una conspiración de los iluminatis; otra dice que está en marcha un golpe de Estado de los “patriotas que respaldan a Trump” para derrotar al comunismo, a propósito de los cambios de última hora que hizo en el departamento de Defensa; una más aventurada jura que hay un software que cambió más de dos millones de votos de Trump a Biden, o que una computadora confiscada por el Ejército de Estados Unidos en Frankfurt probaría ese cambio; otra más: que el cambio o extravío de votos a favor de Trump se debió a una compañía llamada Dominion (contratada por varios condados de varios Estados), que responde a intereses ligados a Nicolás Maduro.

Pero quizás la teoría conspirativa que se lleva el premio es la alimentada por ese fenómeno extraño llamado QAnon, según la cual esta elección no es más que la cruzada de una supuesta secta pederasta y satánica dirigida por Hilary Clinton, Barack Obama, Joe Biden y algunas estrellas de Hollywood. Y que además ese grupo confabula con George Soros y Bill Gates para intentar imponer un nuevo orden mundial y un gobierno universal. Por supuesto, sus difusores alzan a Trump como el defensor de la cultura occidental y cristiana. Uno se pregunta dónde quedan China y Rusia en esta delirante teoría. 

Mala fe republicana

En todo caso, lo cierto es que las estrategias de Trump han sido extremadamente erráticas. En la noche de las elecciones, cuando él lideraba en algunos Estados (aunque nunca estuvo por encima de Biden en el número de delegados al Colegio Electoral), exigía que se detuviera el conteo de votos en Estados como Pensilvania, donde hasta ese momento iba adelante; pero en Estados como Arizona, donde su votación estaba por debajo de la de Biden, entonces exigía que se contaran todos los votos.

Siendo un Estado federal, las elecciones acá son en verdad 50 elecciones distintas, con regulaciones y procedimientos diferentes y no una elección nacional. Por ello no existe un organismo central que administre el proceso y mucho menos que proclame a los ganadores a la presidencia.

Históricamente son los medios de comunicación (primero los periódicos, luego la radio y desde fines de la década de los 40 la televisión) los que han anunciado los resultados de las elecciones; aunque la oficialización de los mismos se hace una vez que las juntas electorales estatales certifican los resultados (que debe ocurrir antes del 8 de diciembre este año). Los delegados electos se reúnen entonces el 14 de diciembre en sus respectivos capitolios estatales para depositar su voto en el colegio electoral; y finalmente los resultados se comunican al vicepresidente en su calidad de presidente del Senado.

Sin embargo, tradicionalmente una vez que queda claro cuál candidato ha obtenido al menos 270 (=538/2+1) delegados, el resto del proceso es un mero formalismo. Esta vez, algunos por ignorancia pero otros por mala intención (por ejemplo, Trump mismo y su enloquecido abogado Rudy Gulianni) quieren hacer ver esto como una “conspiración de los medios” para imponer un candidato. ¡Señores, esto se viene haciendo desde 1848!

La gente siempre tiende a identificarse con la víctima. Por ello, muchos respaldan de buena fe los reclamos de Trump. O por lo menos su derecho a ventilarlos legalmente.

Pero lo imperdonable son los dirigentes republicanos que, de bastante mala fe y sabiéndolo perdido, lo apoyan en sus desvaríos por fines muchas veces inconfesables.

Las denuncias de Trump de fraude masivo no han conseguido ningún asidero en la realidad. Hasta la fecha, más de 19 demandas legales hechas por sus abogados han sido declaradas sin lugar, muchas de ellas de manera sumaria dada su total falta de fundamentación.

La tentación de torcer la voluntad popular

Existe en la Constitución norteamericana una arcaica posibilidad, que Trump pareciera estar acariciando, de que los órganos legislativos de cada Estado nombren los delegados del Colegio Electoral independientemente de la decisión de los votantes. Creando caos y dudas sobre la limpieza de las elecciones, él esperaría que en los Estados controlados por los republicanos se nombraran delegados a conveniencia, desestimando el voto popular.

Ello sería una operación terriblemente riesgosa, antidemocrática e impopular. De hecho, ya algunos estados, como Pensilvania, han dicho categóricamente que ellos no están dispuestos a pasar por encima de la voluntad popular.

La situación actual es inédita. Una cosa como esta no había pasado nunca. Si bien en 1876 la presidencia se decidió a un par de días de la toma de posesión, por cierto tras una infame negociación que implicó el retiro de las tropas federales del sur dejando a la población afroamericana recién liberada a merced de los racistas sureños, ella no implicaba a un presidente en ejercicio. Y además ocurría en un país de escasa importancia en la política internacional.

Golpe a la democracia

Esta vez, sin embargo, ocurre en la primera potencia mundial y líder del mundo libre.Por ello el daño que le ha hecho Trump a la democracia norteamericana, y en especial a su sistema electoral, es inconmensurable.

Los dictadores como Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Alexandr Lukashenko, entre otros, se deleitan con el espectáculo de Trump y sus destempladas denuncias. La autoridad moral de los Estados Unidos en el mundo ha sido dañada quizás permanentemente.

En todo caso, el equipo de transición del presidente electo, J. Biden, comenzó a organizarse y a trabajar a pesar de la negativa de Trump de brindarle de ayuda de ningún tipo. Esto tiene muchos riesgos tanto en política internacional, como en política nacional. Y, en particular, respecto a una pandemia de covid-19 totalmente fuera de control, con más de 150.000 casos nuevos diarios en la útima semana.

El 20 de enero, a las 12 del mediodía, se juramentará el nuevo presidente. Y aunque mucho puede pasar en los días que faltan para llegar a esa fecha, a menos que ocurriera un improbable cataclismo político, será Joe Biden el que lo haga ese día como el presidente número 46 de los Estados Unidos.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

¿Cuál es la propuesta de Trump para su segundo período en la presidencia?

@wurbina

A tres días para la fecha de las elecciones en EE. UU. vale la pena preguntarse cuáles son las propuestas que tiene Trump para su eventual segundo período. Si uno busca en las páginas de su campaña donaldjtrump.com se encuentra mucha propaganda pero poca sustancia. Mucha propaganda MAGA pero pocas propuestas a futuro.

Durante la convención nacional republicana (RNC) en septiembre, por primera vez en la historia no se presentó un programa. El comité nacional republicano, dada la ausencia de una propuesta por parte del candidato Trump, propuso presentar el mismo que se había presentado en la convención de 2016.

Él se negó, pero tampoco propuso algo alternativo, por lo que al final simplemente no hubo ningún programa de gobierno para el periodo 2021-2025.

Muchos podrán decir que eso no es sino un simple ritual político dado el pragmatismo que campea en la práctica política; sin embargo la discusión necesaria entre las diferentes facciones de una organización política termina estableciendo ciertos puntos centrales, prioridades y parámetros que permiten orientar la gestión de gobierno tal, como ocurrió en el caso del partido demócrata. Nada de eso ocurrió en la RNC y por tanto la dirección del partido republicano le ha dado un cheque en blanco a Trump. Ello, unido a que buena parte de la convención consistió en la intervención de sus hijos y familiares “alabando su labor’’, habla de un creciente culto a la personalidad no visto en la política norteamericana hasta ahora.

El peligro de la falta de propuestas

En ningún momento una situación como esta es conveniente para la salud de un sistema democrático; pero en un momento como el que vivimos, en medio de una pandemia, con una creciente evidencia de efectos catastróficos del cambio climático y con crecientes retos en la arena internacional, la falta de propuestas puede tener consecuencias peligrosísimas.

Dado que en verdad no hay propuestas concretas para su supuesto segundo período presidencial, analicemos las respuestas que hasta ahora ha dado la administración Trump a los puntos más críticos de la actualidad:

 La pandemia

En primer lugar está  por supuesto el problema de la pandemia. La respuesta de la administración Trump no ha podido ser más desastrosa. La incoherencia, la improvisación, el desprecio a la opinión de los científicos (a los que en privado ha llegado a llamar estúpidos) y a la ciencia misma, sumado con la politización de cosas tan elementales como el uso de la máscarilla, ha conducido a resultados terribles.

Con casi 9 millones de infectados y con más de 225 000 muertos, el balance es lamentable por decir lo menos. Más aun, los Estados Unidos se enfrentan hoy a una tercera ola de contagios. La inicial se produjo en marzo, sobre todo en la costa este con epicentro en New York; la segunda en el llamado “sunbelt” con epicentros en Florida, Arizona y Texas. La presente es la más diseminada, con más de 41 estados registrando cifras alarmantes y extendiéndose a zonas rurales.

Está claro, pues, que la pandemia se salió de control. Las recientes declaraciones de Mark Meadows, jefe de gabinete de Trump, quien explícitamente no renuncia a controlar la pandemia pero llama a abrir la economía sin ningunas directivas, no preludia sino más muertes. Se calcula que estas podrían por lo menos duplicar las actuales defunciones.

De modo que frente a la pandemia Trump no tiene un plan estructurado. No ha ejercido ningún liderazgo y parece que no le interesa. Incluso ha declarado públicamente que le fastidia que se siga hablando de la pandemia, como si con ignorarla la fuera a desaparecer.

Estados Unidos tiene el peor desempeño de un país desarrollado frente a la pandemia a pesar de sus ingentes recursos.

Esto es un hecho constatable: de los 43.6 millones contagiados, actualmente 8.82 millones son de Estados Unidos (20 %); y de 1.16 millones de muertos, 226 000 son estadounidenses (19.65 %). Sin embargo, de los 7700 millones de habitantes en el globo solo 331 millones viven en EE. UU. (4.2 %). Las cifras hablan por sí mismas.

En toda la historia de las pandemias ha existido siempre la tensión entre salvar vidas y mantener la economía a flote, está claro cuál es la posición de la administración Trump al respecto. Desde el mismo inicio mintió descaradamente, sabiendo la gravedad de lo que se avecinaba, no para evitar el pánico del público sino el de Wall Street y del índice Dow Jones.

Luego de la ayuda bipartidista que se logró para los negocios y los más necesitados en abril, no ha habido otra; y parece que los republicanos no están interesados en una segunda ayuda que muchos requieren con urgencia y que la cámara de representantes aprobó en junio (Hero’s act).

Finalmente, en la búsqueda de un chivo expiatorio y para no asumir responsabilidades, Trump decidió retirarse de la OMS, bajo la acusación de estar al servicio de China. Una decisión que asesta en medio de la pandemia y que puede tener consecuencias catastróficas en el combate global de la misma.

 Cambio climático

En segundo lugar está el problema del cambio climático. En la campaña del 2016 Trump dijo que no creía en el cambio climático, que este era un invento para beneficiar a China. Coherente con ese parecer retiró a los Estado Unidos del Acuerdo de París. Gracias a que EE. UU. es un estado federal, siguen los logros y avances locales en la lucha contra el cambio climático, obteniéndose gracias al esfuerzo de ciudades y  estados pese al sabotaje de la administración Trump, que lo único que ha hecho es avanzar en el desmantelamiento de EPA y de las regulaciones a favor del ambiente.

En recientes declaraciones ha dicho que Estados Unidos tiene el agua y el aire más puros del mundo. Puras frases vacías y cero planes concretos. Frente a los incendios en California, Oregón y ahora Colorado, por una parte; y los crecientes huracanes en los estados del sur, dos caras extremas de la misma moneda, no hay ninguna respuesta coherente. Ni mucho menos un plan porque ello implicaría afectar los intereses de las compañías petroleras y de otros actores tradicionales.

 Salud a la deriva

En tercer lugar está el controvertido sistema de salud. Estados Unidos es el único país desarrollado que ha sido incapaz de brindar un servicio de salud universal a sus ciudadanos. El importante avance en esa dirección fue logrado en el 2010 con el “Affordable Care Act’’ popularmente conocido como Obamacare; y que ha logrado hasta la fecha incorporar al sistema de salud a más de 20 millones de ciudadanos y acabó con la perniciosa practica de las compañías aseguradoras de negar cobertura a personas con condiciones preexistentes.

Ese avance ha sido combatido por los republicanos con más de 70 intentos de derogarlo, unos con argumentos político/filosóficos  partiendo del principio troglodita de que un estado que hace eso es por definición “socialista”; otros por un mero cálculo electoral. Trump prometió en su campaña de 2016, en su obsesión de destruir todo lo que hizo Obama, acabar con el programa y sustituirlo por uno supuestamente infinitamente mejor. Por ello se unió al esfuerzo republicano para terminarlo por la vía legislativa en el Congreso, lo que ha resultado infructuoso. Ahora pretenden hacerlo por la vía judicial frente a la Corte Suprema. El 10 de noviembre es una fecha clave al respecto.

Derogar el Obamacare y dejar a más de 20 millones de personas sin seguro médico, en medio de la pandemia, sería una verdadera monstruosidad criminal. 

Ahora bien, ¿cuál sería el plan alternativo? Eso brilla por su ausencia. Aparte de reiterar que se mantendrán las pólizas de personas con condiciones preexistentes no se sabe muy bien cómo, no existe ningún plan alternativo para sustituir el Obamacare luego de más de 4 años. Ocurre con el plan de Trump lo mismo que con sus impuestos… siempre anuncia que lo va a mostrar pero nunca se concreta.

 Política migratoria

En el ámbito migratorio, hay que reconocer que lamentablemente ha cumplido con algo de lo que había prometido. Ha sido, eso sí, una política infame, racista y despiadada contra los migrantes. Quizás la cara más horrible ha sido el de la separación de hijos menores de sus padres, para desmotivar la inmigración de las familias.

Los ha recluido en sitios con condiciones infrahumanas, donde incluso los ponen en jaulas. Ello habla de una política desalmada y sádica solo concebible en mentes retorcidas como la de Stephen Miller. La reciente noticia de que hay más de 500 niños de quien no se sabe dónde están sus padres es el último eslabón de atropellos y atrocidades cometidas por esta administración.

Por otra parte, el famoso muro que prometió en el 2016 y que supuestamente iba a obligar a que pagara México, ha terminado siendo una mera operación propagandista; ya ni siquiera la menciona en su campaña. Solo se ha concretado un modesto remozamiento de ciertas partes divisorias que ya existían, a expensas de fondos reconducidos en operaciones de dudosa legalidad del departamento de defensa.

Respecto a los dreamers (hijos de migrantes ilegales que llegaron de niños acá) no tiene ninguna respuesta y simplemente los ha intentado utilizar como ficha de negociación.

La prohibición de entrada al país de musulmanes de ciertos países es otra cara xenófoba y quizá anticonstitucional de su política. Finalmente, respecto al destino de más de 11 millones de migrantes ilegales que hay en el país, aparte de la persecución y represión no tiene ninguna propuesta viable y realista.

 Aislamiento global

En política exterior el panorama es todavía más desolador. Trump con su populismo nacionalista (“America first”) se ha alejado de los socios tradicionales de Estados Unidos, como la Comunidad Europea, Japón y Corea del Sur. Sus socios en la OTAN lo miran hoy en día con recelo y desconfianza.

La promoción de la democracia y el respeto a los derechos humanos que fueron el eje de la política exterior estadounidense por muchos años ha quedado solo para meras declaraciones. Esto se manifiesta en varios hechos concretos:

I. El abandono vergonzoso a la oposición siria, dejándole el terreno de juego al dictador Bashar al Assad y a su padrino Putin. El desamparo a las heroicas milicias kurdas es una muestra de incoherencia y deslealtad tanto con la gente como con los valores democráticos.

II. En Afganistán sus conversaciones de paz con los talibanes, simplemente para retirar las tropas norteamericanas pero sin la participación directa del gobierno que distintas administraciones han apoyado hasta ahora, es otra muestra de desinterés y pragmatismo.

III. El caso venezolano es un capítulo aparte. Aquí la incoherencia e inconstancia han llevado la situación a un punto muerto que terminó fortaleciendo al narcorrégimen de Maduro, y que se puede sintetizar con el refrán “mucho ruido y pocas nueces’’. Basta revisar el libro de John Bolton, que tiene un capítulo completo dedicado a Venezuela.

IV. La guerra comercial con China ha sido desastrosa para muchos sectores de la economía norteamericana. Y con resultados prácticos de dudosa utilidad, menoscabando las relaciones multilaterales que se han ido organizando por largos años a través de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

V. Trump sacó a los Estados Unidos del acuerdo multilateral con Irán sobre su desarrollo nuclear (que incluye a Francia, China, Rusia, Inglaterra y Alemania) y le reimpuso sanciones económicas. Pareciera que la razón fue básicamente porque lo firmó Obama. ¿Pero cuál es la política alternativa para contener a Irán? No existe. Por otra parte, siguiendo en el Medio Oriente, el alinearse con el gobierno israelí de manera incondicional no parece ser una política que a largo plazo pueda dar frutos para resolver el nudo gordiano de problema palestino.

VI. Su política de acercamiento con Corea del Norte. Sus tres cumbres con el sanguinario Kim Jong Un no han reducido para nada el peligro nuclear que ese país representa. Por el contrario, legitimaron a un líder que obtuvo el poder de manera hereditaria. Y al que el propio Trump no deja de alabar a pesar del historial de atrocidades de él y su familia.

VII. La implícita complicidad con Putin, al quien le cree más que a su aparato de inteligencia, y al que no ha confrontado en ningún terreno no deja de ser escandaloso y sospechoso. Rusia ha desarrollado su agresiva política exterior sin ningún contrapeso.

VIII. Quizás uno de los rasgos más distintivos de la política exterior de Trump es que no esconde su admiración por líderes dictatoriales como Putin, Erdogan y Kim Jong Un. Mientras, ataca a los líderes de los países democráticos y tradicionalmente aliados como Canadá, Francia y Alemania. Su tentación autoritaria es más que evidente.

Así pues, de resultar reelecto el 3 de noviembre, Trump tendría una agenda prácticamente desconocida tanto en política doméstica como en política exterior.

Lo que sí queda claro es que la democracia norteamericana seguirá sufriendo sus embates populistas y antidemocráticos. Y no sabemos a ciencia cierta cuánto más los podrá resistir…

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Donald Trump y las elecciones en USA: la democracia como dilema

@wurbina

El proceso de declive de la democracia liberal a nivel mundial en las últimas décadas es un fenómeno muy bien documentado. El caso venezolano puede considerarse como un claro precedente de este proceso. Y en los casos de Rusia, Turquía, Hungría, entre otros, se observa claramente cómo se van diluyendo los mecanismos de control democrático y la división de poderes, la base de la democracia misma. El triunfo de Donald Trump en las elecciones del 2016 se inscribe también en ese proceso.

El hecho de que un excéntrico empresario de bienes raíces de New York, con seis declaraciones de bancarrota a sus espaldas, con relaciones turbias con jerarcas de la nomenklatura rusa y sin ninguna experiencia política derrotara en las primarias republicanas a 16 precandidatos con larga experiencia política, habla no solo de la profunda crisis del Partido Republicano, cada vez más un partido minoritario blanco, sino de la salud de la democracia bipartidista norteamericana.

Su inesperado triunfo en las elecciones presidenciales en noviembre del 2016, un triunfo que ni él mismo creía -como está documentado-, significó un verdadero terremoto político que habla de una crisis de representatividad de la democracia estadounidense. Así como del profundo malestar social en vastos sectores de la sociedad.

El guion de Chávez

En los ya casi cuatro años de la gestión de Trump hemos sido testigos de una constante tensión entre todo el andamiaje político de “check and balances” del Estado. Y un autoritarismo cada vez menos disimulado.

Para un venezolano que presenció el desmontaje de la democracia en Venezuela, las coincidencias y paralelismos con la degradación democrática estadounidense son angustiantes y dolorosas. Comenzando con la guerra a los medios de comunicación, la función controladora del poder legislativo y el claro objetivo de controlar el poder judicial.

El proceso de cómo Hugo Chávez demolió todos los controles democráticos en Venezuela ha sido replicado, como si fuera un guion, por Donald Trump.

Por supuesto la solidez de las instituciones democráticas de los Estados Unidos es infinitamente mayor que la nuestra. Llevan más de 230 años perfeccionándose y consolidándose, contra los 40 años que apenas duró nuestra institucionalidad democrática. Sin embargo, ya hay inequívocos signos de debilitamiento de los controles bajo la administración de Trump:

1. La guerra contra la prensa independiente, a la que él ha llegado a tildar “enemigos del pueblo” (Stalin dixit), comienza a mostrar sus frutos en los preocupantes signos de autocensura;

2. El hecho de que la Casa Blanca se negara a colaborar en la investigación del Congreso (que terminó en el impeachment del presidente, pero no en su destitución) no tiene precedentes en la historia política de los Estados Unidos.

3. Que en plena campaña eletoral Trump insista en que él tiene “derecho” a más de una reelección, a pesar de que una enmienda constitucional explícitamente limita a dos los períodos presidenciales. Ello recuerda mucho las declaraciones de Chávez que desde un primer momento comenzó a declarar la “necesidad” de la reelección presidencial.

4.El hecho que el departamento de Justicia, tradicionalmente independiente del Ejecutivo, haya intervenido en los procesos judiciales de varios de asociados de Trump para favorecerlos; y más recientemente, que haya intervenido en un proceso judicial privado del ciudadano Donald Trump, convirtiendo al fiscal general en su abogado personal, ha hecho sonar las alarmas.

Una Corte Suprema sin RBG

Una Corte Suprema sin RBG

Preocupante reelección

La conclusión de Michael S. Schmidt en su reciente libro, Donald Trump versus The United States: inside the struggle to stop a president, es que Trump poco a poco ha ido “sometiendo” a la resistencia. Por lo que la posibilidad de su reelección es preocupante, por decir lo menos.

Un hecho que ha marcado, muy a pesar de Trump, todo su mandato es la investigación sobre la interferencia rusa a su favor en las elecciones del 2016. Ese es “el elefante en el cuarto”, que en vísperas de una nueva elección presidencial sigue “vivito y coleando”. Las consecuencias de este hecho son incalculables y paradójicas. El daño político a la democracia estadounidense podría ser devastador si se concreta su segundo mandato por las poco claras relaciones entre Trump y el que debería ser su archienemigo, Vladimir Putin.

Por otro lado, la democracia estadounidense siempre ha tendido hacia una plutocracia, pero con Trump se ha transformado en un extraño híbrido que algunos llaman “plutocracia populista”; evidentemente una contradicción in terminis, pero que no por ello deja de ser muy real. Que Trump y los republicanos lograran una drástica reforma impositiva que solo beneficia a los más ricos, sin que su base de apoyo popular se resintiera en lo absoluto, es una muestra innegable de esta alianza contra natura.

Las probabilidades de reelección de Trump, que a comienzos de año lucían casi imbatibles, se desplomaron con su desastroso manejo de la pandemia. Con más de 6 millones de contagiados y más de 200.000 muertos hasta ahora; con la crisis económica en que se sumió el país a raíz de la pandemia, que produjo niveles récord de desempleo; y, finalmente, con la explosión social en el verano producto del racismo sistémico que permea todo los niveles de esta sociedad y en especial a la policía.

Por ahora no las tiene fácil. Joe Biden, que a sus 78 años es el  candidato a la presidencia de mayor edad, se mantiene a nivel nacional con una ventaja de más de 7 puntos porcentuales a pesar de no ser un candidato especialmente carismático. Pero a semanas de las elecciones es mucho lo que puede pasar y el usual “October surprise” es un recurso que todos los candidatos intentan, sobre todo si están abajo en las encuestas.

Algunos especulan que incluso una “aventura” en Venezuela no es descartable para el “candidato” Trump, que quiere aparecer como un tipo duro de “law and order”. 

Si bien probabilidades de reelección de Trump por ahora lucen bastante bajas, su victoria no es descartable. El hecho de que la elección del presidente de Estados Unidos sea en segundo grado a través del colegio electoral, un verdadero anacronismo histórico, hace que su candidatura sea todavía viable.

Su triunfo es difícil pero no imposible, como ya ocurrió en el 2016 cuando perdió en el voto popular por más de 3 millones de votos frente a Hilary Clinton; entonces ganó en el colegio electoral. Esta disparidad, que es la segunda vez que ocurre en este siglo, se debe a que en la gran mayoría de los estados aplican el principio “the winner takes all” para la selección de los representantes estatales al colegio electoral. Lo que sí parece estar claro es que si Trump llegara a ganar la presidencia será nuevamente por el colegio electoral, no por el voto popular.

Finalmente, la pacífica y rutinaria transferencia de poder aparece hoy seriamente amenazada. Ello, pese a ser una tradición que comenzó en las elecciones de 1800, cuando el federalista John Adams le entregó la presidencia al demócrata-republicano Thomas Jefferson .

Trump ha dicho, y lo ha repetido varias veces, que la única forma de ser derrotado es si se produce un fraude electoral. Los posibles escenarios de qué ocurriría si Trump se niega a reconocer su derrota son varios. Por lo pronto, Trump se ha dado a la tarea de socavar la confianza de los norteamericanos en el proceso electoral; y en especial la confianza en el voto por correo. Esta es una modalidad de larga tradición en el país, que frente a la pandemia debería ser una alternativa práctica y lógica.

Trump ha descalificado totalmente la votación por correo, tachándola de una inevitable fuente de fraude. Para ello ha gastado más de 20 millones de dólares en la campaña.

Por ello, las posibilidades de tener un claro ganador en las elecciones en USA del 3 de noviembre lucen cada vez más remotas. Más bien una pesadilla de rumores, impugnaciones legales, movilizaciones y caos es un escenario que a estas alturas luce como el más probable; a menos que hubiera una victoria con un amplio margen para cualquiera de los candidatos, lo que por ahora luce remoto.

Amanecerá y veremos…

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