La ruta del Acetaminofén
Luisana Solano Oct 08, 2014 | Actualizado hace 10 años
La ruta del Acetaminofén

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El pasado 29 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro anunció la aprobación de 416 millones 518.406 bolívares destinados al Plan Nacional contra el Chikungunya y otras  enfermedades. Millones que no se traducen en la tranquilidad de la población al encontrar la medicina más buscada hoy en día en Venezuela: Acetaminofén.


RunRunes se montó en el Metro y se bajó en 8 de las 22 estaciones de la línea 1. El recorrido abarcó 30 farmacias aledañas y buhoneros de la zona, pero el resultado arrojó que solo en dos tiendas tenían la pastilla.

 

Por Andrea Tosta 

@andretostam

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Miércoles 1 de octubre, 8 AM

 

Un cúmulo de gente se agolpa en los alrededores de la estación Petare. Hombres y mujeres a paso rápido transitan aceras y calles al son de las cornetas de autobuses y carros, siempre alerta de las motos, que cruzan la avenida con luz verde, amarilla o roja.

A la derecha y otra vez a la derecha, primera farmacia a la vista. “Aquí no se ve eso desde hace tiempo, mi amor”, responde una señora de vestido rosado desgastado, con un récipe en la mano, antes de hacer la pregunta de rigor a a la cajera: “¿Tiene Acetaminofén? Cerca de quince personas esperan su turno con resignación, aguardan su golpe de suerte. “No hay, no hay, no hay…” repetía la joven cajera a tres consultas sobre otras medicinas, mientras atiende a los tres clientes que siguen. “Decirte es mentirte”, responde rápidamente y con hastío para seguir en su rutina diaria.

En dirección contraria, Farmatodo. La gente esquiva ágilmente a los vendedores ambulantes y basura de todo tipo que hay en el suelo, pero el hedor permanece. La calle se cruza cuando los nativos la cruzan, no hay rallado, solo gente cruzando por cualquier lado de la avenida Francisco de Miranda. En la puerta de la farmacia, un hombre de camisa azul claro y pantalones negros impide la entrada a los clientes y una larga cola de casi setenta personas, principalmente mujeres, espera comprar un solo paquete de pañales cada una, porque es lo permitido. “No hay”, responde el vigilante uniformado y evita así que un cliente potencial entre al establecimiento.

La Farmacia Monagas, a pocos metros de Farmatodo, permanece con la santamaría abajo aunque con el letrero “Abierto” colgado en la reja. “¡Un momento, por favor!”, se escucha desde lo lejos, cuando sale una señora a atender. Niega con la cabeza y agrega “a las farmacias informales no nos avisan cuándo llegan las medicinas ni qué medicinas, cuando llega es sorpresa”, para dar explicación a la desesperación de la gente ante la falta de Acetaminofén.

En el hospital Pérez León un médico de la unidad de Epidemiología dice: “Eso no se cura con inyecciones, se cura con bastante líquido y la pastilla que tú dices”, porque alguien le pregunta sobre el Chikungunya y su relación con el Acetaminofén. Ni en la pequeña farmacia del hospital aparece la medicina preciada, sólo pocas ampollas destinadas para otras enfermedades en los primeros estantes del establecimiento.

Frente al Metro hay otra farmacia. No hay Acetaminofén en sus distintas presentaciones. La muchacha encargada está tan resignada como los clientes que atiende. “Los buhoneros capaz tienen”, comenta en voz baja la vendedora. “Lástima que hoy es miércoles”, agrega. Los vendedores ambulantes no se despliegan ese día.

 

 

 

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                    Miércoles 1 de octubre, 9:30 AM

 

 

Santa Eduvigis recibe a los usuarios del Metro con sus sombras de árboles, aceras irregulares y unos pocos transeúntes  alertas. El calor abruma al salir de la estación, donde la gente se dispersa sin prisa pero sin pausa entre las calles del municipio Sucre. La avenida Francisco de Miranda y la Rómulo Gallegos está repleta de autobuses, carros, motos, mientras las personas cruzan por el rayado, al llegar la luz roja. Al subir por la Avenida 1, dos cuadras más arriba, hay un Farmatodo.

“Si no quiero comprar nada regulado, ¿puedo pasar?”, pregunta un señor sexagenario al vigilante de la farmacia, que asiente y lo deja pasar. Más de sesenta compradores esperan pacientemente en una cola, pegados a la pared del establecimiento. Buscan la sombra. “Esta es para productos regulados: pañales, desodorantes, esas cosas”, aclara una mujer que está a dos personas de entrar. “Acetaminofén no hay”, responde el guardia, como el estribillo de una canción que repite de memoria.

De vuelta a la Rómulo Gallegos, y a la derecha, el supermercado más grande la zona, que cuenta con una pequeña farmacia, está abierto. La cola de personas frente a la caja registradora de la da una vuelta dentro y sale al pasillo del supermercado, con alrededor de cuarenta personas que esperan comprar los desodorantes que están detrás del mostrador, resguardado y dispensado solo por las dos encargadas. “Hace tiempo que no nos llega eso”, responde la mujer, cansada, mientras cobra un desodorante más.

Bajo el sol inclemente, a cuadra y media, la Farmacia Enviamed está abierta y sin cola. “No hay”, responde el vendedor, con un dejo de compasión, a dos personas más que buscan Acetaminofén o cualquier pastilla similar, y a otra que tampoco tiene suerte.

 

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Martes 30 de septiembre, 5 PM

Un bullicio recibe a los usuarios del Metro de Chacaíto, quienes se dispersan hacia el boulevard de Sabana Grande, los centros comerciales cercanos o los distintos conjuntos residenciales de la zona. El paseo irregular aloja a personas de todas la edades a la luz del atardecer, mientras algunos negocios cierran poco a poco a medidas que pasan las horas.

A la derecha de la estación, hay una farmacia abierta. “Acá no hay nada ¡Nos quieren matar!”, dice una señora mayor, morena, con ropas gastadas, que no consigue Atamel para su esposo. Y la gente se revoluciona: “no se puede seguir así”, alegan muchos, mas abandonan la farmacia para seguir en su viacrucis. A una cuadra de distancia, las personas también escuchan “no hay” en Fundafarmacia. “Vente mañana a ver”, dice el cajero, sin intenciones de echarse el muerto encima.

El Farmahorro del Centro Comercial Chacaíto, a pocos metros y unos cuantos buhoneros, está lleno de clientes, aunque muy pocas consiguen lo que buscan. “No hay”, responde nuevamente ante la petición de las pastillas para el Chikungunya. Entre tantas zapaterías que podrían calzar a todos los transeúntes del boulevard, se divisa un centro comercial sin nombre con un anuncio de Farmapatria, en el piso 3. Un mostrador separa a la clientela de los productos, con un joven cajero detrás, que usa su celular ante la falta de personas a las que atender. “Acetaminofén no llega desde hace como tres, cuatro semanas. No sabría decirte cuándo llega”, responde el vendedor en tono neutro, sin dirigir la mirada al cliente. Se concentra en su teléfono inteligente.

De vuelta al boulevard y una cuadra más allá, está un Farmatodo repleto de personas de todas las edades. Los estantes con productos regados conducen al mostrador de las medicinas, donde más de veinte personas desesperadas buscan diferentes pastillas, ungüentos y jarabes. “No hay”, es lo que se escucha la mayoría de las veces, Acetaminofén incluido.

Una muchacha desesperada pregunta a uno de los comerciantes del boulevard dónde puede conseguir Atamel. Los dos vendedores se miran entre sí, y uno responde que no sabe nada. La joven, insistente, les pregunta de nuevo, casi rogando. Es entonces cuando uno de los vendedores, mirando a los lados, le dice “los buhoneros vienen con esa medicina y la venden rapidísimo. Se meten en los ‘pasillos’ de acá para que no los vean y todo el mundo se las compra”. La muchacha, con los ojos brillosos, pregunta a qué hora puede encontrarlos, pero el vendedor responde “no te sabría decir”. La muchacha da las gracias, inconforme, y se va de vuelta al boulevard.

 

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Miércoles 1 de octubre, 11 AM

 

La basura acumulada frente a la estación La Hoyada recibe a los transeúntes. La gente sale apurada en diferentes direcciones, todas con un propósito diferente. Diagonal a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús se distingue un Farmatodo, atiborrado de personas, con productos desarreglados y largas colas para pagar. Los clientes desesperados, una vez más, piden lo que buscan sin recibir nada a cambio, muy pocos corren esa suerte. “No hay, ¡nueve dos!, no hay, ¡nueve tres!”, grita la joven cajera detrás del mostrador. Al preguntarle por Acetaminofén responde “solo en esta presentación, cuesta 79 bolívares, ¿lo va a llevar?”, a lo que una señora responde “qué voy a hacer, dámelo”, y saca su pequeña cartera para pagar el Teragrip que le ofrece la vendedora.

Cerca de la estación, una farmacia gubernamental prácticamente escondida en la entrada del Instituto de Previsión y Asistencia Social del Personal del Ministerio de Educación (Ipasme) no tiene muchos compradores, solo una pequeña cola de cinco personas que avanza rápido, no más de un minuto por persona. “No hay Acetaminofén”, alerta un hombre que acaban de atender, cuando tres personas dan la vuelta y salen con cara de frustración.

La Avenida Fuerzas Armadas está llena de libros, transeúntes que se esfuerzan por no tropezar entre sí y mototaxistas debajo del puente que esperan su próxima carrera. La desesperación y frustración se evidencian a medida que las personas entran y salen de los establecimientos, respectivamente. “No hay”, “no tenemos”. “No”. “No, mi amor”. Las personas recorren las farmacias de la avenida juntas, ya se reconocen y hasta se recomiendan lugares de búsqueda: “en el Farmatodo del centro me dijeron que había, yo voy a ir a ver”, comenta una mujer joven de camisa de botones y pantalón negro, “pero no sé cuándo”, concluye entre risas, impotencia, humo y cornetas.

 

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Miércoles 1 de octubre, 12:30 PM

 

Salir de la estación es prácticamente imposible. Entre empujones, los usuarios del Metro salen a la luz del día y las sombras de los árboles. No muy lejos, dentro del Centro Comercial Metrocenter, un cartel indica una entrada exclusiva al Farmatodo más cercano. Alrededor de cincuenta personas colman los pasillos del establecimiento. Los “no hay” se escuchan a distancia. Tampoco hay Acetaminofén.

Frente a la Asamblea Nacional, una manifestación de aproximadamente 500 transportistas que se autodenominan “revolucionarios” siguen cansonamente a una pick up con 3 hombres en la maleta que vociferan canciones a favor del Gobierno actual. Al preguntar por qué marchan, una manifestante responde “por el transporte”, sin complicarse. No protestan por nada en especial según la señora, simplemente marchan “por el transporte”, mientras escoltados por policías colapsan las calles aledañas.

Entre edificios gubernamentales y comercios solo hay dos farmacias a la vista con compradores dentro, que salen con la misma cara de desesperación que se percibe en La Hoyada. Tampoco hay. Mientras en la plaza Bolívar, personas sentadas en la acera escuchan a un hombre que, con la Biblia en la mano y el micrófono en la otra, predica la palabra de Dios. Habla de la gravedad y las consecuencias de los pecados, cuando dice “la escasez es pecado. Dios nos ampare” y cambia de tema.

 

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Miércoles 1 de octubre, 2 PM

Son pocas las personas que bajan en esta estación a esta hora. Los autobuses parados uno detrás de otro en el canal lento de la Avenida Sucre es lo primero que se ve al salir a la superficie. El humo de los vehículos complica tanto la visión como la respiración. Bajo el sol inclemente y al son de las cornetas, los transeúntes caminan rápido, sin mirar a los lados. La antes llamada Farmacia Colibrí, un establecimiento pequeño y con un mostrador al final, está abierta. Los clientes entran a paso rápido con su récipe en mano para recibir un “no hay” en lugar de su medicina y salen a paso lento, con el mismo récipe.

Una farmacia sin nombre pero con medicamentos también está abierta dos cuadras luego. Una señora de pelo negro corto y lentes atiende al único cliente de la farmacia. “No nos ha llegado”, dice de forma cortante. Instintivamente, la muchacha pregunta cuándo llegarán las pastillas a lo que la mujer responde que “no le sabría decir”. La joven, de unos  veinte años, cae en la desesperación y le explica que su tío sufre de Chikungunya, que no puede pararse del dolor en las articulaciones y que no consigue Acetaminofén en ninguna farmacia. Parcialmente sensibilizada, la cajera admite tener la medicina que necesita, mas no puede vendérsela porque no han hecho el proceso de registro y le recomienda volver a la farmacia entre 5 y 6 de la tarde. “¿Cree que mañana pueda venir?”, dice la muchacha, lo que provoca una risa reprimida de la cajera que responde que ese lote no alcanza para mañana, incluso a 75 bolívares como alega que viene marcado. En la expresión de la veinteañera se notan sentimientos encontrados ante la imposibilidad de comprar Acetaminofén. “Gracias”, responde la joven, impotente, y parte.

También en la avenida, un mercado popular lleno de vendedores está prácticamente vacío, aunque tienen la mayoría de los productos desaparecidos en las farmacias. “No, mi amor, eso no sabría decirte”, responde una de las dos jóvenes que venden en el primer puesto de la entrada a una mujer que buscaba Acetaminofén. La mujer da la vuelta y, al darles la espalda, las jóvenes vendedoras se miran, con tensión en sus caras.

Casi a seis cuadras de la estación, hay otra farmacia y otro “no hay”. El Acetaminofén es más difícil de conseguir que una aguja en un pajar.

 

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Miércoles 1 de octubre, 3 PM

 

El boulevard de Catia luce tranquilo. Señores humildes colman los bancos que recorren todo el paseo. Negocios sin nombre venden productos que se encuentran en las farmacias, mas no medicinas. “Eso no lo vendemos nosotros”, alegan.

Luego de la Plaza Pérez Bonalde, Farmaplus está abierto. Cuando la palabra Acetaminofén sale a flote, la gente comienza a unirse a la conversación que mantienen dos señoras que aguardan su turno. “¿Y si vas pa’ los cubanos?”, le dice una a la otra, a lo que la otra responde “no, mija, yo no me voy pa’ allá, uno no sabe ni lo que se va a tomar”. La señora, morena y con sobrepeso, saca de su cartera un blíster de pastillas, se lo da a la otra y le explica el procedimiento: “vas con tu enfermo y lo inyectan, le dan pastillas, le hacen de todo. Esto cura desde un dolor de muelas hasta una gripe”, comenta. La encargada de la caja, también una señora, toma el paquete de tabletas y advierte que eso era “Paracetamol, igual que el Acetaminofén pero hecho en Cuba. Nosotros no hacemos eso acá”. Las señoras salen de la farmacia sin lo que buscan, mientras una le explica a la otra dónde queda el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) más cercano.

 

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Miércoles 1 de octubre, 4 PM

 

Personas de todas las edades suben y bajan por las escaleras mecánicas del Centro Comercial Propatria. En el tercer piso, un guardia de seguridad restringe la entrada al Farmahorro que se encuentra dentro, aunque una gran cola espera su turno afuera para pasar. Hay pañales. Las personas que no quieren comprar pañales entran normalmente a buscar productos en el establecimiento con sus estantes prácticamente vacíos. “No hay”, tampoco, Acetaminofén.

En el mismo piso del centro comercial, las personas también hacen una fila, esta vez dentro de Locatel. Para medicinas, los clientes toman un número y esperan su llamado. “Acetaminofén no hay en ninguna presentación”, responde una de las empleadas en voz alta detrás del mostrador, para avisar a los posibles compradores de la pastilla, quienes salen del establecimiento sin ganas de ver estantes ni comprar algún otro producto. “Nos van matar, nos van matar”, dice exasperada una señora mayor, quien tiene que salir junto a los demás sin nada en las manos, a seguir en su búsqueda.