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Madres enfermeras celebran la vida que dan y lamentan la que no pueden proteger

@franzambranor / Vídeo Abrahan Moncada @Monkda92

 

Con la misma dedicación que inyectan a un paciente le cogen el ruedo al pantalón de un hijo. Así como le toman la tensión a una persona le preparan la lonchera al chamo. Son enfermeras y también madres. Hoy 12 de mayo celebran con un sabor agridulce por partida doble.

El ínfimo sueldo que perciben las profesionales no les permite festejar a como dé lugar el Día de las Madres y el Internacional de la Enfermera, este último en ocasión del natalicio de la inglesa Florence Nightingale, precursora de la práctica en el mundo.

Desde 2014, las enfermeras venezolanas han protagonizado una cruzada para obtener un salario justo, pero hasta ahora la respuesta del gobierno de Nicolás Maduro ha sido infructuosa. Protestas se perciben a diario en los recintos de salud del país. Las enfermeras alegan que el dinero que les pagan no les alcanzan ni para lavar su uniforme. Por apenas 15 mil bolívares quincenales les exigen dedicación y entrega.

Enfermera, profesora y futura abogada y aún así…

Mabel Castillo sube las escaleras de la casa de su hermana en la vereda San José de Bello Campo de lado. Una lesión en la rodilla la ha tenido alejada desde febrero de su cargo como coordinadora de emergencia nocturna en el Hospital Pérez Carreño. “Chico tengo que operarme esa rodilla y entiendo que son 1500 dólares. De dónde voy a sacar yo eso”, pregunta.

Mabel tiene 11 años trabajando en el HPC y en condiciones normales labora de 7 de la noche a 7 de la mañana. Ha visto de todo en la emergencia del recinto. Desde un hombre con casi la totalidad de su cuerpo quemado luego que la moto donde iba explotara hasta otro con la mano tendiendo de un hilo tras el disparo de una escopeta.

La enfermera vive en El Junquito, pero suele pernoctar en casa de una hermana que hace poco se fue a Chile. Sus padres viven en la parte de abajo de la vivienda de dos plantas.

Su familia está regada por el mundo. Además de la que se encuentra en Chile, tiene a un hermano en Canadá y a otra que planea irse a finales de mayo a Argentina. Dice que aún posee la bendición de tener a sus tres hijos aquí. Quién sabe hasta cuándo.

El mayor es Elio de 20 años, estudia Letras en la Universidad Católica Andrés Bello, pero cree que se mudará pronto a la Universidad Central de Venezuela porque ya es cuesta arriba costearle la carrera. “Y eso que está becado”, dijo Mabel.

Le sigue Paul de 12 años, quien está en el liceo y Paola de 11 años.

Muchas de sus compañeras tienen a hijos viviendo en el extranjero, otras más infortunadas los han perdido a causa de la violencia en Caracas.

“Si no es por el papá de los niños no sé que haría. Porque con mi sueldo ni modo”, dijo Mabel.

Además de laborar en la emergencia del HPC y devengar un promedio de 6 dólares mensuales (30 mil bolívares soberanos). Mabel también es profesora universitaria y está estudiando segundo año de derecho en la Universidad Bicentenaria de Aragua con sede en El Paraíso.

La diáspora, la hiperinflación, la inseguridad y la criminalización de la protesta aún no le han quitado su deseo de seguir hacia adelante.

“Yo me enamoré de la mística con la que se trabaja en el Pérez Carreño. He estado en otros sitios como Salud Chacao, pero considero al hospital como mi hogar”, dijo Mabel.

Castillo considera que el trabajo de enfermera es desgastante. “Hay que estar mucho tiempo de pie”. Eso probablemente le haya generado el desgaste en una rodilla.

La gente cuando sale sana de un hospital no le da las gracias a las enfermeras sino al médico”, dijo Mabel.

Para Mabel, las enfermeras son las primeras y las últimas que atienden al paciente y las que realmente monitorean la evolución de un enfermo cuando está hospitalizado.

Aseguró que en la actualidad el déficit de enfermeras es tal que en el HPC hay una relación de dos enfermeras por 40 pacientes, cuando el protocolo internacional dice que por cada tres pacientes corresponde una enfermeras. “Nosotras a veces pasamos por cómplices porque tenemos que romper ese protocolo. Suele pasar que hay que decidir entre reusar una inyectadora, cambiándole solo la aguja, o la vida de un paciente. Colocar una cinta testigo para tomar una vía o no ponerle nada. Reciclar unos guantes o agarrar a los pacientes con la mano”.

Indicó que hoy en día en el Pérez Carreño no se hacen exámenes de sangre ni radiológicos porque no hay equipos. “He visto que a pacientes les dan de comida una porción de arroz con remolacha y un cambur”.

Mabel y sus colegas están habituadas a cumplir su faena sin insumos, equipos, medicinas y a veces hasta sin agua. “El tema del agua es un problema. No hay agua corriente. Regularmente es del tanque y a veces por horarios. El lavado de las manos es fundamental para atender enfermos. Por supuesto tampoco contamos con jabón antiséptico”.

Mabel considera que ya es hora de ir a un “paro serio”.

“Tiene que ser donde todos se comprometan. Yo entiendo que hay miedo a quedarse sin trabajo, a no tener acceso ni siquiera a esa miseria que dan. Y por supuesto temor a amedrentamientos y amenazas por parte de colectivos que rondan los hospitales. Pero es hora de actuar”.

La enfermera está de acuerdo con la solicitud de ayuda humanitaria al extranjero en materia de salud. “Al Pérez Carreño no ha llegado nada. Pero entiendo que será uno de los beneficiados. Tengo reservas en cuanto a la distribución de estos. Ojalá si llegan se los den a quienes en verdad los necesitan”.

Vendió su oro para poder comer

Delia Alejos tiene dos trabajos desde hace poco más de tres lustros. 25 años tiene en el Hospital José María Vargas de Cotiza y 17 en la Maternidad Santa Ana de San Bernardino. Al año de haber comenzado en la Maternidad nació su único hijo, Christian.

En junio de 2018, Delia decidió salir a la calle para protestar con el resto de sus compañeras. El precio de un producto en comparación con su sueldo fue el detonante. “Me percaté que el valor del cartón de huevos en aquel entonces, que estaba en 1000 bolívares era superior a mi sueldo de 600, eso me generó mucha rabia y tristeza a la vez”.

Actualmente de reposo por una dolencia en la cervical producto de años de trabajo, Delia suele tener jornadas de trabajo de hasta 30 horas continuas. En el Hospital Vargas labora de 7 de la noche a 7 de la mañana y en la Maternidad de 7 am a 1 de la tarde. Pese al esfuerzo, la remuneración mensual apenas pasa los 60 mil bolívares soberanos.

“En el pasado con mis dos sueldos le compré una casa a mi mamá. Empleaba uno de los salarios para comprar comida y el otro lo ahorraba. Ahora juntando los dos no me da ni para comer”, dijo Delia quien sacó la licenciatura en enfermería en la universidad Rómulo Gallegos de San Juan de los Morros en Guárico y tiene una especialidad como instrumentista.

Su esposo también es empleado público. Trabaja desde hace 30 años en el Metro de Caracas, pero ya metió la jubilación. No tienen otras entradas de dinero.

“Con el dolor de mi alma tuve que pasar a mi hijo de un colegio privado a un liceo público. Hace poco me percaté que los zapatos que usa para el colegio estaban rotos. El no me quiso decir nada para que no me mortificara. Una persona se dio cuenta de la situación y nos regaló unos. Me da mucha impotencia no poder comprarle ni un par de zapatos a mi hijo”, dijo Delia.

Antes que la crisis económica se agudizara con la llegada de Nicolás Maduro al poder, Delia optó por comprar prendas de oro. Cuando se topó con el monstruo de la hiperinflación decidió vender en dólares sus joyas y con eso es que afirma ha podido hacerle frente a las necesidades cotidianas. “Las enfermeras sabemos que somos las peores pagadas y por eso comandamos esta lucha que la hemos tenido que llevar a la calle para hacerla visible. Ya yo no tengo miedo. Se me quitó ante tanta injusticia”.

Delia asegura que no planea dejar la enfermería y mucho menos irse de Venezuela. Si la incapacitan por el dolor en la columna, seguirá atendiendo pacientes por su cuenta.

“Es doloroso decir que en el Vargas no hay ni agua para bajar una poceta y en la Maternidad carecen de antibióticos y calmantes para las parturientas”, dijo Delia.

La enfermera coincidió con sus colegas y sentenció que los hospitales en Venezuela funcionan por la vocación de servicio de los profesionales de la salud. “Los médicos diagnostican enfermedades, nosotras jerarquizamos necesidades. En ese sentido mi compromiso es 100% y estoy segura que entre todas vamos a recuperar el país que teníamos”.

6 dólares mensuales le llevaron a hacer gelatina

Francis Guillén, enfermera del área quirúrgica del Hospital Pérez Carreño en La Yaguara, calcula que su más reciente mensualidad fue también de 6 dólares.

“A muchas de nosotras nos mantienen los esposos. Sinceramente no sé cómo hacen mis colegas que son padre y madre a la vez”, dijo Guillén, quien trabaja en el HPC desde 2012.

La necesidad obligó a que Francis y su familia apostaran por un emprendimiento. “Yo en lo personal me rebusco haciendo otro oficio. Unas venden tortas, otras bisutería. Yo vendo gelatina para el cabello”, afirmó.

Francis viene de una familia de enfermeros. Su papá, Marco Guillén, trabaja también en el HPC de noche y en el Hospital Doctor José Ignacio Baldó, conocido como El Algodonal. Su mamá, Zenir Gallardo, está jubilada y ofreció sus servicios en el Hospital Domingo Luciani de El Llanito. Su abuela también lo era.  

“Las enfermeras que estamos en los hospitales estamos por vocación y porque amamos nuestra carrera. Muy pocos profesionales nacen con esa devoción por lo que hacen”, dijo Guillén.

Francis trabaja de 7 de la mañana a 1 de la tarde en el Pérez Carreño. El resto del día se lo dedica a su hijo Diego de 3 años y al negocio de la gelatina que comanda su esposo, Angel Rojas.

“El tiene su mesita en Catia y allí vende la gelatina para el cabello, nosotros mismos la fabricamos”, dijo Francis. “Me ha ido mejor económicamente vendiendo gelatina que redoblándome en una guardia en el hospital. En febrero hice 60 mil bolívares en apenas un día”, agregó.

Francis dijo que antes podía vivir con el sueldo de suplente, hoy en día siendo personal fijo y calificado no puede. “Con mi sueldo y la ayuda de mi esposo, costeamos nuestra boda hace 7 años, por civil e iglesia. Ahorita es imposible”.

La enfermera recuerda una protesta que hizo el gremio recientemente en la Plaza Brión de Chacaito, donde con el uniforme puesto empezaron a vender chupetas y caramelos. “Impresionante la cara de las personas cuando nos veían vendiendo…es que la mayoría de nosotras tiene que recurrir a eso, sino no podemos vivir”.

Francis indicó que lo más duro es carecer de una póliza de seguro para su hijo. “Es difícil cuando se enferma el niño. Tenemos que venir al hospital y la gente cree que como uno trabaja aquí no vas a tener problemas y nos conseguimos con los mismos de toda la gente. Hay que comprar las medicinas y a la hora de convalidar un reposo tenemos que recurrir a una institución privada”.

La enfermera ha sido testigo de la diáspora de profesionales en el HPC debido a las escasas garantías laborales. “Solo del área quirúrgica la semana pasada renunciaron tres personas”.

Aseguró que residentes y enfermeras se van porque deben hacer una guardia nocturna durmiendo en colchones vencidos, no hay agua potable ni insumos, el personal es insuficiente y carecen de incentivo alguno.

“Una gana lo mismo que un TSU, sin ánimo de quitar mérito a nadie. No vale la pena que tengas un doctorado o un magister. Hay muchas supervisoras que son nombradas a dedo”.

Pese a la situación, Francis no quiere irse de Venezuela ni abandonar la enfermería. “Tuve la oportunidad en febrero de ir a Colombia y vi la diferencia del cielo a la tierra. Me afectó mucho porque recordaba que así era Venezuela. No me gustaría irme, pero si me veo en la obligación lo tendré que hacer. Tengo fe que esto va a cambiar”.

Después de haber celebrado su día, este lunes 13 de mayo a las 10 de la mañana es probable que Francis coincida con Mabel y Delia en una protesta que ha convocado el gremio de enfermeras frente al Hospital Clínico Universitario de Caracas. Una más de la tantas manifestaciones que han llevado a cabo solo en 2019.