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Ramón Hernández

Infierno propio, por Ramón Hernández

EN EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI no hay campos de concentración, hay hospitales. Los resultados son los mismos. Las muertes son diarias y no existe compasión alguna. Los pacientes van cayendo como fichas de dominó y nadie conoce su posición en la cola ni cómo funciona el algoritmo. Es una guerra del Estado contra la población en general en el nombre de la construcción de una sociedad más justa y más libre. Mientras funciona la dialéctica de Hegel, la lucha de los contrarios que generará la irrupción de la síntesis con los mejor de ambos –es los que enseñaba Carlos Marx–, campea la muerte, la destrucción, la inseguridad y el sálvese quien pueda.

El espía ruso y el otro, por Ramón Hernández

ROBERT MAXWELL FUE ENTERRADO en el Monte de los Olivos, al este de Jerusalén, uno de los lugares más sagrados de Tierra Santa. Espía ruso, miembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido y empresario periodístico, dejó rastros de mala conducta, de negocios poco sanctos y de haber estafado a sus lectores tanto como a sus socios y clientes, pero a su sepelio asistieron importantes políticos, jefes de Estado, luminarias de la radio y la televisión y una numerosa representación de lo que se conoció como el jet-set internacional.

No era buen mozo ni de trato agradable, se imponía con su estatura –1,90 metros– y su ausencia de buenos propósitos. Nada le estaba vedado. La trampa, el engaño, la incuria, la abyección y la total falta de escrúpulos eran sus principios y sus fines. Sus empleados del Daily Mirror no se mostraron compungidos con su muerte; al contrario, sentían que se habían quitado un gran peso de encima, se sentían liberados de un editor que había llevado el amarillismo, el sensacionalismo y la “prensa popular” a sus peores extremos. Un diarismo que no respetaba camas ni cuartos de baño y que podía anunciar con letras bien gordas que había logrado fotografiar, y ahí estaba la muestra, el cáncer de garganta de Sammy Davis Jr. La imagen del príncipe Harry orinando en un parque apenas era una travesura banal.

Poco después de que se divulgaran pruebas de que era un espía del Mossad y tras una semana de fuerte polémica en la que reconoció que era un traficante de armas, Capitán Bob, como le decían, se fue de vacaciones al Atlántico, a los remansos canarios y se lanzó al agua en alta mar. Tenía 68 años de edad.

La verdad se fue conociendo por trozos y demostró que había sido un espía de la KGB, que desde sus inicios atesoró en sus filas hombres públicos, artistas y filósofos que mantenían ocupados a los pensadores para que no descubrieran las porquerías ocultas del socialismo real ni cuestionaran la viabilidad del marxismo-leninismo-estalinismo. La foto de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir pescando con Fidel en Cuba sirvió más que todos los manifiestos que firmaron en su vida, pero las “complicaciones” filosóficas que creaba Louis Althusser eran más útiles para la expansión del materialismo dialéctico y el materialismo histórico, las herramientas “científicas” del marxismo.

Althusser era alto y buen mozo, también maníaco-depresivo. Al contrario de Stalin, sabía escribir y pensar. Sus amigos dicen que era un spinozista triste, que le gustaba sufrir, que era un masoquista y que acudía a los electroshocks no para curarse sino para disfrutarlos; que asesinó a su esposa porque no soportó más que le leyera la correspondencia y se hubiese convertido en su alter ego. No fue a la cárcel. El Partido Comunista de Francia logró que se quedara en su casa, pero con el crimen se acabó el debate filosófico y el camino estructuralista del marxismo, su invento, su diversión, su estafa. Se acabó la idea de la ideología como una relación imaginaria con la realidad, y el principio gramsciano de la hegemonía. Aparecía otra discusión: la perestroika, que fue otra muerte de Stalin, pero por poco tiempo.

Después se supo, por su propia confesión, que este innovador del marxismo que separaba al Marx joven del Marx maduro, al igual que casi los demás “expertos”, nunca leyó a Marx completo, que no lo entendía, que no le encontraba sentido y que era más divertido inventar charadas, disquisiciones vacías.

Stalin descubrió antes la vaciedad de Marx y la aprovechó mejor. No siendo alto sino achaparrado y feo, con la cara marcada con la viruela, además de tosco y mal hablado, y falto de destreza en la escritura y lerdo en el arte de articular ideas, se atrevió –la ignorancia es audaz– a pergeñar un folletos de 40 páginas sobre el lenguaje y la revolución. Todavía se lo aplauden los más abyectos. Su secreto para tanto éxito no era el control que tenía sobre vidas y haciendas, que era exagerado, sino su lancinante complejo de inferioridad y su ignorancia supina. Vendo espejo de cuerpo entero, casi dos metros.

Sin teoría ni caos, trampa; por Ramón Hernández

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No debe sorprender que se nos escape una lágrima viendo alguna vieja película de Disney. Los niños ven cientos de veces la misma cinta y siempre la disfrutan como la primera vez. No importa que conozcan el final y que sepan que el protagonista se salva. Esa sorpresa reiterativa es la que vivimos con los dólares a diez bolívares que el gobierno dice que utiliza para comprar medicinas y alimentos: todo lo que gasta y la escasez de ambos sigue rampante.

Jorge Giordani, cuando era el zar de las finanzas en el mandato del Coba criollo, repetía que ni la señora Panchita ni la tía Provi necesitaban dólares para ir a la farmacia o la bodeguita de Tacarigua de Mamporal. Era verdad, pero sin dólares ninguna farmacia o bodeguita de Venezuela puede ofrecer medicamentos y comida.

Con el barril de petróleo a poco menos de 50 dólares y una producción oficial cercana a 2,5 millones de barriles diarios, bajo un régimen autoritario y sordo que pregona el reparto equitativo de la riqueza y el bienestar, 50% de la población vive en pobreza extrema y otro 30% en pobreza no extrema. Muy pocos países del tamaño y las características de Venezuela reciben 125 millones de dólares diarios, 3,75 millardos al mes. Mucho dinero. En 18 años de chavismo-madurismo-cabellismo el país recibió por petróleo y préstamos más de 1 trillón de dólares. Sin embargo, en la bonanza económica más espectacular de la historia del país, los venezolanos mueren de hambre, diarrea o fallas eléctricas en los hospitales.

Personeros del gobierno, caporales de mazo dando y villeguitas de billetera llena repiten que el dólar de diez bolívares no existe, que es algo referencial, imaginario, que se usa para cuadrar las cuentas del Estado, que hasta las bolsas del CLAP se negocian con dólares Simadi y que esa es la razón por la que los beneficiarios cada vez paguen más por menos y peores productos.

El dólar de 10 bolívares no es inmaterial, tampoco lo fue el de 2,3 ni el de 4,5. Ha sido la mina de oro, el gran milagro de quienes manejan los hilos del poder y de la impunidad. Imagine, si con 100 bolívares compra 10 dólares “imaginarios” y los vende a 25.000, ya tiene en mano 250.000 bolívares muy reales, que son 25.000 dólares. Siga multiplicando. Si le entregan dólares preferenciales por lo que vale un cartón huevos tendrá 3.200 billetes con la cara de Washington. Multiplique por 25.000 y tendrá 80 millones de bolívares en un clic, el nombre de los productos para lavar platos. Esa es la distribución de la riqueza de los que gobiernan. Vendo plan patriótico para hacerse millonario.

Derechos, ultrajes y fantasías, por Ramón Hernández

Constitución

A los venezolanos les vendieron que los primeros 84 artículos de la constitución aprobada el 15 de diciembre de 1999 eran los más avanzados del universo en protección de los derechos humanos y civiles. Las deficiencias, como dejar los ascensos militares en las manos del presidente, que se eliminara el Senado y otras de igual monta, pesaron poco. Había una especie de exacerbación mediática con los derechos humanos a raíz de los sucesos del 27 y 28 de febrero, especialmente con la fosa común que encontraron en el Cementerio General del Sur y que denominaron La Peste.

La imprecisión que se arrastraba con el número de fallecidos y de desaparecidos, «extraoficialmente» se hablaba de 2.030, obligaba a la población a desear que ese tipo de hecho no se repitiera jamás, especialmente cuando quienes habían causado las muertes eran miembros de la FAN, el cuerpo garante de la vida de la población en general y de la seguridad de la nación. No hubo la misma sensibilidad con las muertes ocasionadas en los levantamientos de febrero y noviembre de 1992, más de 1.000 oficialmente; ni las organizaciones defensoras de los derechos humanos fueron tan proactivas para pedir que se castigara a los responsables de la matanza: los golpistas del «por ahora». Al contrario, algunas se sumaron a los petitorios por su libertad. Lo justificaban como un acto desesperado contra la corrupción rampante.

Jorge Giordani en sus últimas apariciones denunció que empresas de maletín –esas que solo pueden constituir los que gobiernan, sus allegados y familiares– despalillaron 300 millardos de dólares preferenciales con Hugo Chávez. Compraban a 2,30 y vendían a más de 15. Ahora la fiscal y los diputados de la Asamblea Nacional dicen que solo los negocios irregulares de los ministros y capitostes del PSUV con Odebrecht sobrepasan los 22 millardos de bolívares. Son demasiados los robos para nombrarlos aquí, la corrupción anda desaforada. No hay levantamientos militares, pero se sabe por dónde le entra el agua al coco.

A pesar de los 84 artículos tan avanzados de la carta magna vigente, circula por las redes sociales un video en el cual aparece el diputado William Azuaje semidesnudo, golpeado, herido y esposado de pies y manos a una escalera. Es una escena medieval o precolombina. La “bicha» no lo ha salvaguardado de torturas, maltratos ni de ilegítimas privaciones de libertad; tampoco le ha garantizado el debido proceso y ser juzgado de manera justa y expedita por sus jueces naturales. Ahora, con la vista puesta en la Rusia de 1917, unos pocos bolcheviques tropicales, por su propio mandato, escriben otra constitución, otra lista de buenos deseos, fantasías con el fracaso garantizado, y más muertes. Sin inventario, nada que permutar ni vender, se lo apropió el deslave chavista.

Decreto de un sobreviviente, por Ramón Hernández

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Todavía estoy aquí. No he huido, no me he atravesado en la trayectoria de una bala ni me he encontrado con esos matarifes que son tan diestros en degüellos y descuartizamientos. Quizás es obra de la suerte, de la protección divina o de algún ángel de la guarda entusiasta en la observancia de sus obligaciones, pero nunca de mis circunstancias. Nada más indefenso que un habitante de Venezuela, sea residente, transeúnte o ramplón turista desprevenido.

A la inseguridad que siempre me ha acompañado y a los propios riesgos del oficio, como volar con pilotos más atrevidos de la cuenta en máquinas poco confiables, ir de un caño a otro en curiaras indelebles, quedar atrapado en medio de una crecida, tropezar con agentes de los cuerpos de seguridad gatillo alegres envalentonados por el alcohol y ser apuntado a la cabeza con un fusil automático en medio de la noche por un soldado aislado y muerto de miedo, quedar a la deriva en una lancha de arrastre en el medio del golfo de Venezuela y, ya por debilidades anatómicas, ser conducido a la mesa de operaciones casi una decena de veces, sin contar las que no se dicen por simple pudor, nunca me he sentido tan en peligro como ahora.

Mis amigos que vivieron el asalto del poder de Augusto Pinochet y que pasaron varias noches en el Estadio Nacional me cuentan que siempre tuvieron confianza en que saldrían con vida, aunque sabían que cada noche diezmaban al grupo de los más comprometidos. Confiaban en lo que todavía quedaba de institucionalidad y que se impondría la justicia o, cuando menos, el sentido común y en cualquier momento los rescataría la caballería montada.

No es lo que siento. Mi sensación es que me han encerrado en un garito en el que todas las máquinas han sido alteradas y no hay posibilidades de ganar. Quizás sea por el abusivo y estrafalario uso del verbo «apostar». La palabra más socorrida en el habla diaria, en los titulares de la prensa y en la gramática de los voceros gubernamentales. Mi aprensión es que solo una vez gané una apuesta, tres cajas de cerveza, y aún Raúl Romero ni siquiera la ha amortizado, y presiento que mi subsistencia dependerá de un azar inmóvil, inaprensible, imbatible, total.

Los últimos acontecimientos y la impiedad salvaje con la que militares y paramilitares han embestido a manifestantes de todas las edades y condiciones, a poblaciones enteras –sean caseríos o ciudades, urbanizaciones, edificios residenciales, quintas o humildes ranchos de piso de tierra– indican que no es tiempo de irse, mucho menos de morirse, que estamos ante el trueno que trae la calma y apacigua los demonios y calla los ladridos. Presto maletas y pasaportes que no han sido denunciados como perdidos. Chao, muerto.

@ramonhernandezg

El Nacional

Villeguitas regresó de la Luna, por Ramón Hernández

ErnestoVillegas

Mi amigo el desfacedor de mitos y otros entuertos colecciona especímenes imaginarios. Cuando me lo contó no entendí. Quedé tan en la inopia como Diosdado Cabello cuando le hablan de la democracia, derechos de las minorías y honra, la deshonestidad es otro asunto. Salí de Babia cuando me habló de Rocinante y de la imposibilidad de mantenerlo con la actual crisis económica y de lo mal que se llevaba el caballo de don Quijote con Rin TinTin, el perro fiel del cabo Rusty, el niño soldado.

Habiendo acondicionado un galpón para los “objetos” relacionados con el cine y la literatura –desde la capa de Supermán y el antifaz de Batman hasta el submarino Nautilus y una foto en colores del capitán Nemo–, y con la satisfacción de poseer la mayor colección de adminículos relacionados con Cervantes, quizás por sus orígenes canarios, le ha dado por hacer un arqueo de la obra de gobierno del régimen instaurado en los últimos 20 años. Le hice la aclaratoria, pero me insistió en que la pesadilla no empezó en 1989 sino 3 años antes con desaparición de la corona de Irene Sáez en el ayuntamiento de Chacao, y que está en su poder. No quise discutir.

Me llamó porque se ha quedado sin espacio desde que Ernesto Villegas reasumió el Ministerio de la Verdad y con las nuevas adquisiciones tuvo que desprenderse de un ladrillo de oro de El Dorado, la espada y la mesa redonda del rey Arturo y hasta de un par de sábanas y la almohada chiquita del amante de Lady Chatterley, junto con el maletín y la ametralladora que Adriano González León puso a disparar a Andrés Barazarte en País portátil. Mi amigo ha pasado del asombro al delirio con los embustes de Villeguitas. Ya tiene la escaladora y la caminadora en la que Hugo Chávez se ejercitaba minutos después de haber sido sometido a una traqueotomía y haber conversado más de siete horas con sus ministros en persona y en videoconferencia desde La Habana.

Para hacer espacio al benjamín de la tribu Villegas almacenó en un disco externo de 12 terabytes lo anuncios de Elías Jaua y Juan Carlos Loyo sobre la producción agropecuaria en los hatos, haciendas, fincas y conucos que expropiaron para ellos no pasar hambre más nunca. Ahí está la cosecha de arroz del hato El Frío que hizo llorar a Jorge Giordani en pleno consejo de ministros, las lágrimas derramadas y una botella de semen de los supertoros que fabricaron en el centro genético Florentino.

Mi amigo no cabe de dicha con aportes inéditos: todas las partidas de nacimiento de Nicolás Maduro, incluida una original de La Habana y otra en el hospital de Los Magallanes, que todavía no se había construido. Vendo máquina de mitos, utopías y similares.

Iosif Stalin y el revocatorio en el gulag, por Ramón Hernández

VenezuelaPhotoDonaldoBarros

 

Me quedan algunos amigos que todavía enarbolan la bandera de la España republicana y otros pocos que mantienen vivo su orgullo de haber sido militantes del PCV, el partido del gallo rojo, y aún se estremecen de desencanto al ver el símbolo bolchevique de la hoz y el martillo. “Fue el sueño de un mundo mejor”. Unos y otros fueron víctimas del engaño y de la traición de Stalin. Todavía Moscú no ha devuelto las 3.000 toneladas de plata y las 700 toneladas de oro que Largo Caballero y Juan Negrín entregaron a los rusos en 1936. No recibieron los fusiles que prometieron, solo unas escopetas viejas y municiones mojadas, pero tuvieron que entregar la dirección de la guerra contra Francisco Franco a los “generales” que mandó la KGB, con instrucciones precisas de eliminar a los anarquistas y trotskistas.

Luego de la derrota política y militar que la democracia les infligió a quienes se entregaron a los oscuros designios de Fidel Castro y el Barbarroja Piñero, del Departamento América, para hacer la revolución proletaria en el mundo con el petróleo venezolano, hubo un tiempo en que pretendieron vivir de las viejas hazañas en la lucha contra la dictadura del general Juan Vicente Gómez, cuando, al decir de Paco Vera, había que tener mucho real para meterse a comunista.

Gustavo Machado y aquellos hijos de familias acomodadas que se rebelaron contra los suyos convencidos de que su misión era construir un mundo más justo, aunque fuese sobre ríos de sangre, creían que lo único que requerían era valentía y audacia En la narración que sus participantes hacían de la toma de Curazao enaltecían el arrojo de los muchachos que únicamente provistos con unos cuantos revólveres y machete en mano doblegaron un cuartel bien apertrechado. Por mucho tiempo se mantuvo en la historia oficial de la izquierda como un acto heroico, digno de ser emulado, aunque ya se conocían algunas de las atrocidades de Stalin, ese “héroe” al que le cantó Pablo Neruda. Víctor Valera Mora, el nuestro, saliendo de alguna borrachera y como un acto de desobediencia, calificó de estalinistas unos cuantos poemas suyos. Le falló la ética.

Iósif Vissariónovich Dzhugashvili no es el peor criminal de la historia, Mao Tse-tung asesinó tres centenares de millones más, pero nunca tuvo la obsesión de Stalin ni su meticulosidad. El hombre de acero elaboraba personalmente las listas de quienes deberían morir en la horca, de hambre, fusilados, torturados, violados o simplemente desaparecer. Con la precisión de un arquitecto determinaba cómo y dónde construir las fosas comunes para los enemigos del Estado soviético, los apátridas, los enemigos de la revolución, la derecha. Nadie hizo peor daño a la humanidad desde un puesto tan secundario, al que no llegó por votación universal secreta y directa, y que no era susceptible de ser revocado. Vendo juez con sentencias para todo uso, como la harina.

 

@ramonhernandezg

El Nacional 

Ministerio de la verdad y otras mentiras, por Ramón Hernández

WilliamCastillo

A un gobierno contumaz, ajeno a la rectificación y obcecado en el fracaso, que tiene la desfachatez de inventar un viceministerio de la suprema felicidad, al cual le sobran aspirantes al puesto sin que nunca sus gastos, quehaceres y tropiezos aparezcan en los informes a la nación y sin que nadie reclame con rigor y autoridad tanta irresponsabilidad y alegría en el manejo de los dineros públicos, que asume como natural, y hasta obvio, que en su organigrama de funcionamiento exista un ministerio dedicado a la divulgación de la verdad verdadera y que también le sobren candidatos que se peleen para el cargo, no hay mucho que creerle. Uf.

Una oración de 630 caracteres es un desafío a la paciencia de cualquiera. Son muchos los riesgos que se corren con la paciencia de los lectores, la rigurosidad del editor en funciones y hasta con los algoritmos del programa informático editorial en uso, pero el peor de todos es no expresarse con claridad, que el texto no se entienda a la primera lectura. Sin embargo, hemos llegado hasta aquí y casi reincidimos.

Propensos a sucumbir a los espejismos, no aprendemos. La historia del país empezó con El Dorado y hemos sido lo suficientemente ingenuos, disparatados y persistentes que todavía, 18 años después del último gran culazo histórico –creer que un militarote, mandón y analfabeta, pico de plata, además, iba a traernos “la justa y equitativa distribución de la riqueza”, la democracia verdadera– perseguimos espejismos. Habiendo demolido el aparato productivo, saqueado la hacienda pública, pulverizado la confraternidad y sembrado de penurias y hambre extrema el territorio que presto a dar en consignación a faracos, chinos, rusos, bielorrusos, iraníes y cubanos, envía cohortes de funcionarios bien comidos y con todos los gastos pagos a mentir en el exterior mientras raspa la olla.

El ciudadano William Alfredo Castillo Bolle, director general de Conatel, declaró en Santiago de Chile al diario La Tercera, que en Venezuela no hay crisis humanitaria, que el hambre, la falta de medicinas y las colas inhumanas son una “idea comunicacional”, que el país está boyante, que nada en la abundancia, que basta ver su indumentaria, sus zapatos de 700 dólares y los relojes que usa. Algo tan obscenamente falso como cuando en 2010, siendo jefe de los noticieros de VTV, informaba que Econoinvest tenía una máquina de hacer cédulas de identidad, entre muchas otras calumnias, mientras callaba las graves y millonarias irregularidades que cometía la interventora Nahunimar Castillo, familia suya muy cercana. Vendo cara dura desgastada de tanto uso.

@ramonhernandezg