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Karl Marx

Sin Marx ni el Che, por Ramón Hernández

MARX

Salvo para alguno que otro escritor desprevenido o para académicos sin conexión a Internet, los escritos de Karl Marx y Ernesto Guevara de la Serna no tienen valor alguno en los tiempos que corren. Ambos barbudos, íconos del imaginario revolucionario, han perdido carisma y popularidad. Sus frases y sus heroicidades estremecen a muy pocos. No tienen aplicación práctica, tampoco teórica. Sus promotores, antiguos y recientes, han demostrado que se pueden utilizar para todo lo contrario de lo que pregonan: para esclavizar al hombre, no para liberarlo.

En países atrasados y de alto índice de analfabetismo estos dos anacronismos se mantienen en los altares privilegiados y se consultan sus escritos con tanta fe como poco raciocinio. La historia no le dio la razón a ninguno de los dos y fueron despojados de la lucidez que los intereses geopolíticos momentáneos les habían otorgado, que en el caso de China fue poner el retrato de Marx en los billetes, casi una burla, mientras que todavía ofrecen a coleccionistas billetes del Banco Central de Cuba con la firma del Che, otra barbaridad.

Sin marxismo no hay medallas ni tarjeta de racionamiento. La ideología marxista que siguen es una farsa. El mismo papel se le podría asignar a una canción de los Beatles. Nadie profundiza en su esencia, sino que se dejan llevar por la melodía y la imaginación.

Lo único que perpetra la camarilla en el nombre de Marx es el falso traspaso de los medios de producción al proletariado, y que ha servido para que el gobierno se apropie de la plusvalía de los obreros de las empresas expropiadas. Hoy los empleados de la Cantv, de La Electricidad de Caracas, de Lácteos Los Andes, de Café Madrid y de Fama de América, por ejemplo, ganan mucho menos que cuando esas empresas eran de propiedad privada, pero están obligados a una fidelidad y a una militancia partidista que les estropea mucho más que los fines de semana: su equilibrio existencial. Como la nomenklatura carece de fundamentos ideológicos, de base doctrinaria, sus integrantes y secuaces asumen el odio y la exclusión como los sustitutos.

Ya es tarde para leer El Capital, Nicolás; tendrás que abrevar en las canciones de Alí Primera y de Silvio Rodríguez, dos anacronismos del tarareo que alumbran a Tania Díaz y a Desirée Santos mientras esperan el quince y último y los otros olvidan que las vieron dándose golpes de pecho por la libertad de expresión que ahora atropellan. Vendo santoral de la iglesia marxista, incluye legión de vírgenes, sin uso, claro.

Publicado originalmente en El Nacional

El veneno del Socialismo por Francisco J. Quevedo

MARX

 

Esta mal llamada “revolución bolivariana” utiliza lo que le conviene de Simón Bolívar, conceptos fuera de contexto y pedacitos del Discurso de Angostura, así como descontextualiza las escrituras de Karl Marx.

Veamos, si la dinámica social depende de la dinámica económica, como decía Marx, lo que estamos viviendo, las colas, el desabastecimiento, las angustias frente a los precios y el dólar, y el deterioro generalizado de la calidad de vida, dependen entonces del modelo que se nos impone, “sine qua non”. De no transitar, a golpe y porrazo, “rumbo al Socialismo”, como se nos dice, no estaríamos pasando tanto trabajo.

En efecto, según Marx, las relaciones sociales derivan de las relaciones y modos de producción, que en el Capitalismo, decía, crean antagonismos entre las clases, a las cuales dividía simplemente entre propietarios, que pretenderían pagar lo mínimo posible, y trabajadores, quienes se rebelarían ante ello y transitarían, a través de la revolución, hacia la propiedad colectiva, un modelo que bautizó como el Comunismo. 

En sus ensayos originales, más filosóficos que económicos, Marx describía cómo el trabajador, bajo un sistema Capitalista, se alienaba tanto del producto de su trabajo, como de sus colegas, su familia, y de sí mismo. Extrayendo conceptos de Hegel, el padre del Comunismo argumentaba que el trabajo era el eje central de la concepción humana. Uno es lo que hace, diría.

Reflexionemos ahora: ¿Cómo son las relaciones sociales ahora, cuando la mayoría de los modos de producción, en lenguaje marxista, son propiedad del Estado, “Empresas de Producción Social” (EPS), como las llama el Gobierno, y hasta comunales? ¿Ganan ahora los trabajadores un salario digno, Bs. 7.421,68 contra una canasta básica de Bs. 54.204,69 en Julio? ¡¿Es eso digno?! ¿Es que acaso ha cesado el conflicto, el sufrimiento de los asalariados, o estamos peor? ¿Y si hablamos de alienación, cómo podemos describir el abandono del trabajo en función de una misión, o el abandono de la familia misma para hacer cola frente a una proveeduría pública? Si uno es lo que hace, y lo que uno hace es cola, tras cola, tras cola, y por eso nos pagan, o con eso nos rebuscamos, “trabajadores” no somos.

Los Comunistas han caído en su propia trampa ideológica. Las empresas estatizadas no producen lo que producían cuando estaban bajo propiedad y conducción privadas. Incluso la industria petrolera no sale de una explosión, incendio o catástrofe como la de Amuay. Importamos gasolina y hasta crudo, y no se consiguen las cabillas que debía producir una empresa estatal, ni cemento, igual, ni papel, lo mismo, ni lubricantes, igualito. El modo de producción, sencillamente, no funciona, y ese modelo deriva en la dinámica social que sufrimos, más que vivimos.

La verdad es que pusimos “zamuros a cuidar carne”. Marx calificaba la plusvalía como “el veneno del Capitalismo”. Ser rico es malo, diría, la riqueza es venenosa. Con todo y eso, el zamureo persiste como nunca. Los boli-burgueses se enriquecen, enchufados al proceso, la corrupción florece, mientras las empresas del Estado fallecen y la pobreza crece. No hay plusvalía, pero hay real parejo, solo que está en las manos equivocadas.

El modelo no funciona. Cuando ponemos a PDVSA a vender alimentos, distraemos a la Gerencia de su negocio medular, explorar y explotar el petróleo. Y es que justo allí está el problema. Para ellos, no hay “negocio” petrolero. Por su naturaleza, la revolución va en contra de la acumulación de riqueza, al menos conceptualmente, porque las fortunas que vemos dicen lo contrario. Así que desde la industria madre hacia abajo, la intención es otra.

Cuando colocamos a la madame de un burdel a cuidar la sacristía, hasta las confesiones le parecen banales. Gracias a Dios, Hegel decía que las contrariedades de una época dan paso a otra etapa en las cuales estas son atenuadas y resueltas. Amanecerá y veremos…

@qppasociados

Socialismo “Ni-Ni” por Francisco J. Quevedo

 Socialismo

 

Este Socialismo que se nos impone ni es “bolivariano” ni es del Siglo XXI, y podemos afirmar que el modelo ni si quiera es “socialista”.

Aunque Bolívar no dejara un legado de pensamiento económico, podemos extraer algunos matices de su Manifiesto de Cartagena, donde criticó fuertemente la burocracia que este Gobierno ha acrecentado como ninguno; así como de sus leyes en el campo agrícola, más orientadas a recuperar el sector de la devastación causada por la guerra, y a deslastrarlo de las estructuras coloniales. Fue precursor de la Ley de Carrera Administrativa que establece las bases de la calificación, el mérito y la antigüedad, y decretó desde Guayaquil el Puerto Libre de Margarita. El Libertador era firme creyente en el libre comercio entre las naciones y en la inversión extranjera, para la cual creó un Régimen Especial Tributario, y se opuso al trueque como medio de pago. Evidentemente “el padre de la patria”  no era socialista. Karl Marx más bien dijo que El Libertador era el “canalla más cobarde, brutal y miserable…”  en una carta a Engels del 14 de Febrero de 1858. ¿Sería porque decretó pena de muerte a los corruptos que tienden a mandar en Venezuela y en otros países del mismo corte? Así que este modelo, “bolivariano” no parece.

Y si este Socialismo tiene fecha de nacimiento, sería más bien del Siglo XIX, por cuanto fue propuesto en el “Manifiesto Comunista” escrito por Karl Marx y Friederich Engels en 1860, donde se definió la estrategia de la izquierda de la manera siguiente: “El proletariado se valdrá del poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo capital, centralizándolo en manos del Estado… con la mayor rapidez posible… Al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor… para transformar todo el régimen de producción vigente.” Evidentemente, las similitudes con la realidad e historia reciente de Venezuela deben sustentar en parte la postura asumida por el gobierno de los Estados Unidos.

Este plan, forjado hace ya hace 155 años precisó diez líneas estratégicas para la sustitución del sistema capitalista por el Socialismo: (1°) Exprópiese (¡!) la propiedad privada (¡Cómo nos recuerda a Chávez esa palabra!), (2°) aplíquese un fuerte impuesto progresivo (12% de IVA, el ISLR, más las cargas para-fiscales), (3°) termínese con el derecho de herencia (¿Ha tramitado usted una Declaración de Herederos Universales?), (4°) confísquese la fortuna de los emigrados y rebeldes (léase banqueros, políticos y empresarios exiliados), (5°) centralícese el crédito en el Estado (como en el Banco de Venezuela, Bicentenario, el Industrial, ya quebrado, y/o Agropatria), (6°) nacionalícense los transportes, (7°) créense fábricas nacionales (como las EPS, empresas de producción social), (8°) decrétense ejércitos industriales, principalmente en el campo (léase milicias), (9°) articúlense las explotaciones agrícolas e industriales para ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad (¿Serían hoy los “gallineros verticales” y los “cultivos hidropónicos”?), y (10°) sométase la educación pública a un régimen combinado con la producción material (léase al “currículo bolivariano”). En efecto, el Manifiesto Comunista calificó al modelo educativo como eminentemente “burgués”, quizás por eso el prurito que les produce la USB, PDVSA Cied, el IESA y otros centros que “forman élites” como dijo Chávez.

Y si a ver vamos, Engels, coautor del Manifiesto Comunista escribió en el prólogo a la edición de 1860 que “cuando este vio la luz, no pudimos bautizarlo “socialista”. En 1847, el concepto abarcaba dos categorías de personas: las que abrazaban sistemas utópicos y los charlatanes sociales que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus potingues mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está, al capital ni a la ganancia. El “socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario. Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción de que “la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera”, no podíamos dudar en la elección de título…” Así que el modelo que se nos impone tampoco es socialista, sino comunista.

Afortunadamente, la historia ha comprobado que Marx y Engels estaban equivocados. Países como Rusia, Vietnam, China y otros han abandonado los dogmas socialistas que lamentablemente Venezuela insiste en cultivar a expensas de la economía y el pueblo. El Socialismo demostró ser mejor en democratizar pobreza que en crear riqueza, un fracaso que fomenta la corrupción y una economía subterránea. El mejor ejemplo es Cuba, capital del turismo sexual, de donde salen 70.000 balseros al año a cruzar “el mar de la felicidad” y muere la mitad en el intento, y donde las jóvenes se prostituyen por un bluejean o un puñado de dólaresOjalá no terminemos aquí descubriéndolo de la misma manera.

@qppasociados