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José Ignacio Cabrujas

D. Blanco Nov 02, 2018 | Actualizado hace 5 años
Teodoro y Cabrujas, por José Domingo Blanco

Así se imagina EDO el encuentro entre Teodoro y Cabrujas

 

 

A TEODORO LO VI POR ÚLTIMA VEZ SALIENDO DE UNA FUNCIÓN DE CINE en el Trasnocho Cultural. Hace tres o cuatro años. Me detuve a saludarlo y su apretón de mano se distanciaba mucho de esa figura que no ocultaba el paso de los años. El estrechón fue enérgico como siempre. Como cuando era candidato a la presidencia en el año 1988. O como cuando era ministro de Caldera. O como cuando era mi entrevistado en radio o televisión. Allí, saliendo de una película en Trasnocho, tenía de nuevo frente a mí, a Teodoro Petkoff, el controversial. El que encaró y carajeó al régimen de Chávez tantas veces, sobreponiéndose a su pasado guerrillero y comunista. Ese pasado que le ganó detractores incapaces de encontrar en él su vocación democrática.

Hablamos de la situación del país, que hace tres años atrás era muy mala; pero, no tan hiperinflacionaria y miserable como ahora. No ofreció salidas mágicas, ni soluciones inmediatas. Solo otro apretón de manos para despedirnos. Cuando me enteré de su muerte, no recordé al Teodoro guerrillero, ni al Director del vespertino El Mundo o el diario Tal Cual. No, recordé el discurso que pronunciara José Ignacio Cabrujas, en el acto de proclamación de su candidatura, el 28 de septiembre de 1987, un discurso que guardo junto con otros documentos, testimonios y artículos que, hoy en día son unas joyas. Y que, revisadas a la luz del presente, tienen un enorme valor histórico. Permítanme compartir con ustedes, algunos extractos:

“Con el tiempo, el acto que hoy nos reúne, ha llegado a poseer características de ritual templario, de saludo samurai repleto de aspavientos, tan signado por el reglamento, como una fuga de Juan Sebastian Bach, repleta de resignaciones. Centenares, tal vez miles de fieles, nos reunimos en la necesidad de proclamar a un candidato, de vocearlo ante un país que difícilmente nos oye, de exhibir sus virtudes y consagrar sus constancias. Las frases se amontonan como la cuarta edición de un catálogo de alientos. ′Este es el momento′…′la hora ha llegado′…′el futuro es nuestro′ y demás quincallas destinadas a envalentonar a un grupo de perplejos. Por este salón o salones como este, hemos transitado el ya menguado camino de la democracia posible. Aparecemos, envolviendo una angustia de treinta y cuarenta años, rica en posibilidades y experiencias, en el manto de una rutina consagratoria, que poco o nada tiene que ver con este lunes en cualquier monte y culebra del Estado Monagas.

Pediré el permiso de todos los que ahora me oyen, para invocar esta vez al viejo demonio ciego que tantas trampas nos ha colocado. La palabra victoria es el conjuro que lo hace mover el rabo y aparecer hediondo a rosa y gardenia. De ella se desprende un interminable rosario de mentiras o reglas del juego (en el fondo las reglas del juego son las peores mentiras de este sistema) que terminan por ahogar el reclamo de verdad, que estas doce y doce, nos están exigiendo. No estamos en esa corte. No somos iguales. No podemos ser iguales. Todavía nuestra garganta es estrecha para tragar tanta basura.

(…) No somos los salvadores. No pretendemos erigirnos ni recomendarnos como la salvación de la patria. Estamos hartos de que alguien pretenda salvarnos. Nos recorre la aspereza del trance, de lo que tiene poco ayer y demasiado mañana. Pero si en algún momento de la historia reciente, he reconocido a los míos como una opción legítima, real, posible, es en este momento de mengua. Bastará leer la prensa de este lunes, gorda de remitidos y acusaciones, para entender que el momento de elegir a un candidato, se ha convertido en una materia cercana al derecho penal, al bochorno judicial, en el expediente de los partidos gemelos, que han gobernado treinta años de nuestra historia. De tanto hacer lo mismo se han hecho idénticos, tan gestualmente mellizos y reflejos, que hasta los listados electorales con los cuales pretenden elegir al candidato están siendo denunciados en ambas organizaciones como verdaderos prontuarios de delincuentes (…)

Hace un par de semanas, caminé medio renco, junto a Teodoro, mi amigo Teodoro, por la calle principal de los buhoneros de El Cementerio. Era ese acto de petición de votos que tanto exasperaba a Coriolano, según la tragedia de Shakespeare. Lo escuché decir de puerta en puerta, ante curiosos asomados en precarias ventanas, el …bueno, aquí estamos otra vez. Esa mañana vi rostros de confianza y desconfianza, de amabilidad y rechazo, de escepticismo y credulidad. Lo vi empeñado en discutir con la señora del puesto de periódicos, que él no era lo mismo, que ella debía tener confianza. Lo imaginé casi en el absurdo de tener que hablar con cada venezolano, uno por uno, y explicar y decir, de qué material podemos hacer una nueva historia. No tengo que decir, que creí en él. No hace falta. Nada me obliga a confesar en este momento, mi alegría, mi felicidad, por esas cuadras de realidad, que compartí entre los buhoneros de El Cementerio. La cosa es difícil, tal vez porque la palabra en esta historia nuestra, ha comenzado a secarse y un político en la oposición, no es más que una criatura de palabras, como los personajes de teatro, que no tienen otra posibilidad sino hablar hasta el desenlace. Pero aquí estoy y aquí estaré, porque no hay mejor aventura en mi vida, mi mejor orgullo.

Y así me atrevo a presentarlo, sin palabras de triunfo. Y así, me atrevo a ofrecerle lo poco que he aprendido de escribirle a la gente. Y así le digo que cuente conmigo, para caminar por donde sea, porque después de todo, no hay mejor paseo en mi vida, ni paisaje más reconfortante. Lo presento, como lo que es, como lo he conocido, en incontables encuentros, ¡un hombre honesto! Usted dice, para dónde vamos, amigo.”

 

@mingo_1

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El día que me quieras, por Ibsen Martínez

cabrujas

 

El día que me quieras, del desaparecido dramaturgo venezolano José Ignacio Cabrujas, ha sido el éxito teatral más consistente en las salas de Caracas desde hace cuarenta años.

Aún hoy, en medio de la inseguridad, el toque de queda impuesto por el hampa y la violencia política que atraviesa el país, el Grupo Actoral 80 escenifica la pieza a casa llena.

La obra especula argumentalmente con la visita del gran Carlos Gardel, «el zorzal criollo», a Caracas, en 1935, poco antes de morir el cantante de tangos. Gardel, «primer latinoamericano universal», pasa una velada en casa de una modesta familia caraqueña, los Ancízar.

No es el menor de los logros de Cabrujas disponer que sea Plácido Ancízar el pupilo del protagonista, un marxista dogmático llamado Pío Miranda.

Pío es el epítome de la mediocridad y del resentimiento, envueltos en máximas de redención social: un saco de yute lleno de aire, sostenido por un autocomplaciente supremacismo moral. Es el izquierdista «bueno para nada» que hay en toda familia. Es el novio crónico de María Luisa Ancízar, hermana de Plácido.

Para Plácido, en el comunismo todo es «clara y contundentemente distinto» porque «todo es de todos».

—Tú vas por la calle –dice Plácido, puesto a explicar la circulación de bienes de consumo en su utopía leninista– y se te antoja, qué sé yo, queso, chuleta, capricho… y entras al mercado, de lo más formal, y pides: «Dame, dame, dame». «¿Y por qué te voy a dar?». «Porque soy un hombre y pertenezco al género humano y tengo hambre». «¡Toma, toma, toma!». «¿No es así, Pío?».

El de María Luisa y Pío ha sido un noviazgo lo suficientemente largo –al subir el telón sus amores duran ya diez años– como para que Plácido, por magia empática, haya hecho suyos los ideales políticos de su improbable cuñado.

Pero Plácido simpatiza con las ideas socialistas de Pío Miranda del mismo modo desasido, sincrético y caribe con que Teodoro Petkoff afirma que los venezolanos se dicen católicos. «Sin creer ni dejar de creer».

Plácido Ancízar es igualitarista, pero eso no hace de él un demócrata. A Plácido lo animan anhelos justicieros, cómo no. Pero la separación de poderes, la noción del debido proceso, la idea de un parlamento bicameral o la necesidad de un poder judicial independiente se le antojan, en el mejor de los casos, una engañifa leguleya, ni siquiera una abstracción ilustrada y burguesa.

Igual que para muchos de sus compatriotas, Plácido se figura la justicia más bien como un episodio terminal, tajante, situado en el borroso futuro. La justicia para Plácido es cuestión de oportunidad y ajuste de cuentas: una voltereta retaliadora, metralleta en mano, no un dispositivo perdurable, pactado para zanjar diferencias y asegurar la convivencia ciudadana.

Igualitarista y justiciero, bajo el vellón de caraqueño simpático y cordial que es Plácido nos acecha, sin embargo, un violento.

Provisionalmente desarmado, aplastado por la feroz dictadura del general Juan Vicente Gómez hasta el nivel de la aquiescencia y la zalamería, Plácido es esencialmente un montonero premoderno.

No es un homme de système, como lo quisiera Pío. Lo de Plácido es la consigna populista –»dame, dame, dame; toma, toma, toma»– y, sobre todo, la posibilidad de un desquite sangriento.

Si alcanzó a vivir lo suficiente para hacerle violencia electoral al statu quo en 1998 –los personajes teatrales son en extremo longevos–, los instintos de Plácido lo llevaron a seguir a Hugo Chávez

«Los otros también robaban», diría hoy, pistola en mano, paramilitar motociclista, si le mostrasen un boliburgués chavista conduciendo un Audi A4.

 

El Nacional 

Largometraje sobre Cabrujas es el primer estreno del cine venezolano en 2017

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La historia del escritor, dramaturgo, guionista y novelista José Ignacio Cabrujas, uno de los personajes más importantes de la cultura venezolana en el siglo XX, arriba a las salas de cine del país este viernes, 13 de enero, con el estreno de la película Cabrujas en el país del disimulo.

Partiendo de su infancia y abarcando las múltiples facetas que caracterizaron su universo intelectual, los cineastas Antonio Llerandi y Belén Orsini cuentan a detalle las distintas aristas del referente más significativo de las artes literarias y sociales del país en las décadas de los años 60, 70 y 80, a través de una gama de testimonios y referencias de las personas que rodearon su entorno.

Pionero de la telenovela cultural y del teatro, mediante su pluma y su verbo cautivó a generaciones con historias que son un espejo de la cotidianidad e idiosincrasia del venezolano, un legado que continúa vigente en la actualidad y que supo definir los matices que contrastan a diario la sociedad venezolana.

Los actos que conforman la trama distinguen su rol como escritor, director de teatro, ópera, articulista y guionista, con el que materializó las historias de clásicos como El pez que fuma, El rebaño de los ángeles, El escándalo y Profundo. En total, 18 de sus guiones fueron filmados en la época del ‘boom’ del cine venezolano. En las tablas brilló con joyas como El día que me quieras y Acto cultural.

Román Chalbaud, Isaac Chocrón, Ibsen Martínez, Rodolfo Izaguirre, Leonardo Padrón, Boris Izaguirre y Margot Benacerraf son algunas de las personalidades que aportan sus vivencias con Cabrujas en el filme, sumado a las dramatizaciones de obras como La soberbia del generalísimo Pío Fernández, interpretada por la primera actriz Elba Escobar y el emblemático Gustavo Rodríguez, quien aportó a este largometraje su última actuación en vida.

Material de archivo con declaraciones de primera mano del mismo Cabrujas hilvanan su cuento, realizado luego de más de ocho años de investigación y recopilación de su obra, dividida por los realizadores en bloques de teatro, cine, televisión, política y prensa.