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Cómo escapar de un fanático religioso, por Reuben Morales

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Para huir de ellos, primero es necesario reconocerlos. Comencemos con las fanáticas religiosas. Si se las encuentra, no caiga en tentaciones. Visten faldas cuyo largo llega hasta la mitad de la canilla (mostrando carnita, pero no tanto, pues es pecado). En los pies, calzan tacones tres cuartos o sandalias planas y en el tronco llevan una blusa con bombachas en los hombros. Si una de éstas se le acerca, mirándole a los ojos y con una sonrisita, no se haga la idea de que usted está bueno. Usted solo está a punto de ser la próxima víctima.

En cuanto a los fanáticos religiosos, la cosa cambia. Estos siempre van enflusados, pero con un traje viejo y curtido (y cuando está limpio, parecen haberlo metido a la lavadora). La corbata es de una combinación de colores pavosísimos, como marrón con terracota. En cuanto a las mangas de este saco, siempre encontrará un parche en uno de los codos y además no notará ninguna camisa sobresaliendo por los puños. Eso es porque fanático religioso que se respeta, viste camisa de botones manga corta. En cuanto a sus mocasines, estos están sin pulir y gastados como si los hubiese usado para correr un 10K. Además, dichos personajes llevan de accesorio un portafolio viejo de cuero y un paragua y una Biblia bajo del sobaco (dándole al sagrado texto el olor de la época en que fue escrito).

Otros fanáticos más evidentes son los predicadores de calle. Cuando vi uno por primera vez, pensé: “¿Por qué este señor me regaña? ¿Qué le hice? ¿Y por qué me grita si estoy frente a él? ¿Estará bien? ¿Llamo a una ambulancia?”. Luego alguien me explicó que él buscaba darme la palabra de Dios. Entonces pensé: “¿Será Dios como Hitler?”.

Lo otro característico de los predicadores es su energía al hablar. Cuando predican se ponen rojos y sudan. La cantidad de calorías quemadas en cada prédica debe ser suficiente como para ir a un gimnasio y fundar “La Predicaterapia”. Es más, emanan tanta energía, que si en plena prédica les pegamos cables en las tetillas, podríamos recoger suficientes kilovatios como para dos municipios.

Como ahora ya sabemos identificarlos, veamos cómo huir de los fanáticos religiosos. Empecemos con lo más importante: ¡no haga contacto visual con ellos! Son como los buhoneros. Si los ves a los ojos, te fregaste. Hurtarán cinco minutos de tu vida (si bien uno de los diez mandamientos es “no hurtarás”).

Pero eso aplica solo a los fanáticos religiosos novatos. Los realmente expertos te acorralan en sitios de donde no puedes escapar. Ejemplo de ello son los “toca timbres” dominicales. Ellos me recuerdan una visita que hice a unos familiares en El Tigrito, Estado Anzoátegui. Nos encontrábamos en pleno desayuno, cuando de golpe todos se lanzan al piso, como si hubiese un tiroteo. Exaltado, les pregunté qué pasaba. Ellos me susurraron: “¡Acuéstate y cállate, que están en la puerta y nos pueden ver!”. Nos salvamos de chiripa.

Los otros fanáticos religiosos expertos son los taxistas que llevan música religiosa en el carro. Uno se monta y pareciera escuchar Franco de Vita, pero cuando el carro arranca, uno detalla que la canción en realidad menciona a Dios en cada estrofa. ¡Ya no hay escape! Ante eso, hágase el dormido. Si no, finja una llamada por el celular diciendo lo siguiente: “Ajá… ¿entonces cuál número me juego?… ¿El 666?… ok… ¿Y a cuál caballo le meto?… ¿Al Damián?… ¡Fuego!… Ese caballo es un demonio… No… aquí está haciendo burda de calor… parece un infierno… Sí, por favor… que me prepare arepa con Diablitos… Chao”. El chofer ni le hablará.

De todo esto, puedo garantizarle algo: los métodos aquí expuestos tienen un 99% de efectividad. El 1% restante es para gente que cayó seducida por algún fanático religioso y ahora utiliza jerga bíblica todo el tiempo. Ojalá haya podido ayudarles. Alabado sea el Señor. Que Jesús nos cubra con su manto sagrado misericordioso. Amén.

@reubenmorales

Rápido, llamen a Voltaire por Carlos Alberto Montaner

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Como se sabe, tres fanáticos islamistas penetraron en la redacción de una revista satírica en París, asesinaron a 12 personas e hirieron a otras tantas, algunas de ellas muy gravemente. Una verdadera carnicería.

Mientras disparaban gritaban que vengaban a Mahoma y aseguraban que Alá era grande. La revista, Charlie Hebdo, había publicado dibujos que los asesinos calificaban como blasfemos y ofensivos. Desde su perspectiva, estos criminales se percibían como instrumentos de la virtud religiosa en su lucha contra los infieles.

En realidad, Charlie Hebdo no era particularmente antiislámica. Como corresponde al género, era antitodo. El humor satírico siempre es contra alguien. Se burlaba de Mahoma, del Papa, del Presidente y del sursuncorda. 

Bastaba con que fuera una criatura encumbrada, y más aún si proyectaba una imagen pomposa, para que la revista le lanzara sus dardos envenenados. Mucho más irreverente que la caricatura contra un Mahoma preocupado porque estaba rodeado de idiotas, era la del papa Benedicto XVI enamorando a un guardia suizo con un gesto lánguidamente homosexual.

El peor de los fanatismos es el religioso. Se basa en certezas absolutas. Cuando alguien está seguro de que tiene a Dios de su lado no le tiembla el pulso. Es lo que acabamos de ver en París. Y este peligro se acrecienta cuando existen libros sagrados de los que se asegura que tras su redacción está la inspiración divina. A veces el mismo libro sagrado, la Biblia, es el punto de partida de tres religiones hostiles y distintas, aunque engendradas por el padre Abraham: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo.

Las tres religiones abrahámicas son monoteístas, lo que acaso las hace más riesgosas. Cuando hay muchos dioses, como en el hinduismo actual o en el clásico Olimpo griego, y cuando no hay libros sagrados, sino tradiciones orales borrosas, los seres humanos tienen más espacio para la diversidad y existen menos motivos para las persecuciones religiosas. Suelen matarse por otras cosas, pero no por ésa.

Los fanáticos religiosos pueden ser muy crueles cuando se trata de reprimir a los blasfemos. En la Europa cristiana, durante la Edad Media y el Renacimiento, era frecuente taladrarles la lengua a los blasfemos cuando la ofensa era general, pero se podía llegar a la ejecución, casi siempre mediante la hoguera, cuando se trataba de una blasfemia herética y se ponía en duda, por ejemplo, el dogma del Espíritu Santo.

A Cayetano Ripoll, la última víctima de las autoridades cristianas que perseguían las blasfemias, lo mataron en Valencia en 1826 acusado de “deísta”, medio siglo después de haberse iniciado la revolución americana y de que James Watts perfeccionara la máquina de vapor. La modernidad no acababa de entrar en España.

Ripoll era un maestro bueno y serio que despedía sus clases diciendo “Alabado sea Dios” en lugar de “Ave María purísima”. Para sus severos jueces era evidente que tenía que morir por decir cosas así. Como incinerarlo en la hoguera parecía excesivo, lo hicieron ahorcar, pero pintaron unas llamas en el barril en que lo enterraron. Los blasfemos debían consumirse en las llamas del infierno.

Pero esa barbaridad, al fin y al cabo, ocurrió hace un par de siglos. El código penal del Pakistán de hoy le depara la muerte a todo aquel que ofenda la memoria de Mahoma.

A la pobre campesina cristiana Bibi Asia la han condenado a la horca por beber agua en el mismo cazo que sus compañeras musulmanas, y por haber defendido a Cristo en la trifulca donde le reprocharon sus creencias: “Cristo murió en la cruz por salvarnos –gritó–, ¿qué sacrificio hizo Mahoma por la humanidad?”. A un Ministro y un gobernador que salieron a la palestra a defenderla y a pedir clemencia para la muchacha fueron asesinados. Allí no se andan con chiquitas.

Una de las medidas más exactas de la calidad de una sociedad es la tolerancia frente a la irreverencia. Los tiranos no son capaces de aceptar las burlas. Hitler, Stalin, Franco, no permitían caricaturas que los ridiculizaran. En Cuba la primera publicación que clausuró Fidel Castro fue un semanario humorístico llamado Zig-Zag. A partir de ese punto se prohibieron los retratos humorísticos del Comandante y se liquidó cualquier vestigio de libertad de prensa.

El peor síntoma del extremismo islámico es la intolerancia. Se ha dicho muchas veces, pero es cierto: mientras en las sociedades islámicas no penetre y triunfe el espíritu de la Ilustración –suelto en el mundo desde el siglo XVII–, no hay nada que hacer. Necesitan urgentemente un Voltaire que les sacuda la conciencia.

 

@CarlosAMontaner

Infobae

Religiosos no, terroristas si por Brian Fincheltub

JeSuisCharlie2 

 

Algunos se preguntarán por qué la decisión de hablar de Francia cuando la situación en Venezuela es lo suficiente grave para dedicarle muchos artículos. La respuesta es simple, no es Francia, son los valores que defendemos como cultura los que fueron atacados y se encuentran seriamente amenazados por el extremismo. Corriente que tiene muchas formas de expresión, pero que en general se manifiesta en la anulación de la razón, el ejercicio de la violencia y la intolerancia.

¿Qué hace del atentado a Charlie Hebdo un caso simbólico? El riesgo que significa para Occidente que la libertad de expresión y la democracia sean condicionadas por grupos minoritarios, que lejos de integrarse, tratan de imponer su pensamiento único. Este es un atentado que consterna al mundo y nos llama a todos a la reflexión. Unos fanáticos extremistas le están diciendo a Occidente lo que está permitido y lo que no. Ese es el objetivo principal del atentado terrorista contra la sede del semanario francés “Charlie Hebdo”, famoso por el uso de la sátira y el humor negro, propagar el miedo y el silencio.

Nunca he tocado el tema religioso en mis artículos, porque aprendí  al crecer en Venezuela a convivir en las diferencias. Era normal ver una mezquita, una sinagoga y una iglesia a pocos metros de distancia sin que eso significara un riesgo. Las diferencias políticas se resolvían en las elecciones y las deportivas desaparecían al salir del estadio. Esos son los valores que defiendo y por los cuales eran imposible no escribir sobre el tema hoy.

Me resulta imposible entender qué pasa por la cabeza de esta gente para cometer semejante acto terrorista. Las religiones son para vivir, no para matar. Son para unir, no para separar. Son para amar, no para odiar. Son para perdonar, no para vengar. Son para que cada ser humano saque lo mejor de sí, no lo peor. Son para que tengamos fe, para hacernos más humildes, mejores personas, para actuar correctamente. Son para que todos entendamos que cualquiera sea nuestra raza, creencia o condición social, hay una fuerza superior, que aunque tenga nombres diferentes, nos guía a todos. La admiramos, le rezamos, le respetamos, tememos y guardamos en lo más profundo de nuestra alma y nuestro corazón.

Al final es la misma fuerza: Esa fuerza es Dios. Pobres de aquellos que usan su sagrado nombre para profanar y matar. Ellos no creen en el bien, creen en el mal. Nadie es quien para quitarle la vida a otro ser humano y menos por fanatismos religiosos. Ojalá este hecho sirva para que todo el mundo abra los ojos y entienda finalmente que estos no son «fanáticos religiosos», ni ejemplo de la palabra de Dios, son terroristas. Por eso hoy todos somos Charlie, somos millones los que volvemos a decir: ¡Nunca más!


@Brianfincheltub

Encontacto@brianfincheltub.com