El amor en los tiempos del cólera archivos - Runrun

El amor en los tiempos del cólera

Juan E. Fernández Feb 19, 2023 | Actualizado hace 2 meses
El amor en tiempos de cuarentena

Recreación cinematográfica de Fermina Daza y Florentino Ariza, personajes de El amor en los tiempos del cólera (Gabriel García Márquez).

 

@SoyJuanette 

Por estos días solo las personas que tienen ojos lindos podrán enamorarse, pues ahora el rostro se esconde detrás de un barbijo. La frase “Los ojos son el reflejo del alma” nunca estuvo tan vigente.

Y es que esta pandemia sin duda está modificando el mundo tal y como lo conocíamos. Imagínense, ahora ha cambiado no solo la forma de interactuar, sino también de encontrar el amor. Vengo de una generación que descubrió el internet en la adolescencia, así que obviamente tuve mis conquistas a través de Messenger y de LatinChat, que sería algo así como la abuela de Tinder o de Happn.

Antes te metías en una sala de chat de acuerdo a una temática específica. Es decir, si te gustaba el cine, hacer deportes o incluso la política, solo tenías que ingresar a esta sala digital y probablemente te encontrabas “al amor de tu vida” o al menos una salida al ya desaparecido Cine Broadway de Chacaíto, con su posterior cena en El Papagayo o en alguno de los restaurantes de moda de aquella Caracas que hoy vive solo en mis recuerdos.

Ni hablar de ese videojuego “Los Sims” que revolucionó la industria y que le costó el trabajo a más de uno por estar tratando de conquistar a otro avatar en horario de oficina. También están esos que lloraron la muerte de sus “Tamatgochi” o mascota virtual, causada por el descuido de su propio dueño.

Esto de la virtualidad se viene tratando también en el cine. Avatar, una de las películas más taquilleras del cine, trata de la posibilidad de que el ser humano viva a través de un personaje que interactúa en un mundo irreal llamado Pandora, mientras la persona está acostada en una especie de cámara criogénica. Y no podemos olvidarnos de Matrix, que ofrece la posibilidad de teletransportarse a distintos escenarios, mientras el usuario tiene una computadora “enchufada” a su cerebro.

Luego de ver todo esto, puedo deducir que en las décadas de los 90 y 2000, ya nos estábamos preparando para lo que vendría: el Gran Confinamiento (como ya lo bautizó el mismísimo FMI), con distanciamiento social. Algo que nos está costando mucho, pues a los seres humanos, en su mayoría, nos gusta juntarnos.

Fantaseando un poco me imagino a Florentino Ariza, protagonista de esa gran novela de García Márquez, El amor en los tiempos del cólera, tratando de conquistar chicas por apps de citas. Declinando y declinando perfiles hasta dar con su Fermina Daza y darle “Match”. Ahora bien, luego de encontrarla ¿cómo la cortejaría? Primero tendrían que ser del mismo barrio, segundo tener el mismo terminal de número de documento, para así poder salir el mismo día y cruzar miradas mientras caminan a dos metros de distancia el uno del otro.

Imagino a Florentino tratando de dar una flor a Fermina, pero no en la mano, que va, porque eso es contagioso. La tendría que tomar con un alambre o algo así, y estirarse lo que más pudiera para llevar este presente a su amada… Y ahí la novela ya no tendría emoción, o tal vez sí, pues ¿acaso el amor no trata de eso? De luchar contra cualquier límite para demostrarle a la otra persona cuanto le amas.

Para la escena del barco (si no sabe de qué hablo lea la novela, no sea holgazán), ya no podría ser navegando por el río, sino que se desarrollaría desde Zoom, y Florentino le diría al administrador que simulara una falla de conexión para el quedarse solo con su amada Fermina en la videollamada. Y para consumar su amor, harían eso del sexting… eso sí, Florentino rogaría que no falle el internet, porque hasta en este mundo digital y apocalíptico eso del coitus interruptus tampoco está bueno.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Gabito es hechura de su propia disciplina, dijo Jaime García Márquez sobre su hermano, el premio Nobel de Literatura (*)
Jaime García Márquez, hermano del escritor colombiano y Premio Nobel de Literatura comparte anécdotas sobre su vida, obra y genialidad

 

@albertoyajure

(*) Este texto se escribió y publicó en agosto de 2013.

CARTAGENA, COL. Jaime García Márquez espera de espaldas en una esquina del centro histórico de Cartagena. Luce tímido. Viste una camisa en amarillo pálido de lino y polyester, un pantalón blanco y unos zapatos de cuero; en su muñeca lleva un reloj de pulsera con correa negra. Voltea y sonríe. Se presenta brevemente: Jaime es el hermano menor del escritor colombiano Gabriel García Márquez; aunque esta tarde él hablará solo de “Gabito”.

Hace una pausa y se disculpa para comprar una botella de agua, que sostiene nerviosamente a lo largo de la tarde como un amuleto. El sitio de encuentro no fue elegido al azar. En esa esquina, —al final de la calle San Juan de Dios— donde Jaime inicia su relato por la vida y obra del Gabito periodista, escritor, premio Nobel de Literatura y, sobre todo, colombiano, es el lugar exacto en el que encontró al protagonista de una de sus obras más importantes: El relato de un náufrago.

Fue allí, donde estaba el Hospital Naval de Cartagena, que Gabriel García Márquez entrevistó a Luis Alejandro Velasco, único sobreviviente del buque ARC Caldas, que se hundió en febrero de 1955. El testimonio, publicado en El Espectador dos meses más tarde, fue luego editado y publicado como libro. Es considerado como el relato que “saltó la chispa literaria y lo llevó a recibir el Nobel” por el también periodista colombiano José Salgar, maestro de García Márquez, y uno de los “decanos de la prensa colombiana”, quien falleció el 21 de julio de 2013.

Jaime García Márquez —73 años, ingeniero civil— avanza diligente por las veredas estrechas, bañadas de una luz amarilla y espesa, mientras narra episodios y anécdotas de la vida de Gabito. Su familia —de 16 hermanos, dos de ellos fuera de matrimonio—, sus inicios como periodista, su pasión por el oficio, y esos casi destellos o retazos de realidad (y a veces también de ficción) con las que contó sus historias, sus libros.

Hurga en su memoria, bate las manos y toca su frente. Se sumerge en ese mar de recuerdos para traer la sustancia: el nombre de la calle, del personaje, o de algún edificio que ya no está. Hasta que logra extraer algunos fragmentos: “La primera máquina de escribir que tuvo Gabito se la mandó papá por correo. La verdad no sé cómo hizo para enviársela, porque en aquella época todo era más complicado”.

GabrielyJaimeGarcíaMárquez

Los hermanos García Márquez

Un grupo de oyentes llega hasta la Iglesia San Pedro Claver, en el corazón de la ciudad amurallada, donde Jaime habla de las pasiones de su hermano: el trabajo en el viejo edificio donde hace décadas estuvo la sede de El Universal, del que queda solo una fachada casi en ruinas; las noches en Cartagena, los bares, las mujeres. Y luego hace otra pausa. Casi que le inquieta el monólogo libre. Pide preguntas, quiere que lo interroguen.

—¿Cree que esta anécdota haya sido cierta?, pregunta curioso uno de los oyentes.

Él responde: “No lo sé. La verdad es que no lo sé. En las historias de Gabito, la realidad y la ficción están tan estrechamente unidas que son casi la misma cosa”, afirma sin vacilar entrelazando los dedos de las manos.

Dice, de nuevo, Gabito, en diminutivo, aunque él sea trece años más joven. Y aclara: “Mi hermano dice que la vida no es la que uno ha vivido, sino aquella que recordamos y cómo la recordamos”.

Y parece no equivocarse. Florentino Ariza, personaje principal de una de sus obras maestras, “El amor en los tiempos del cólera”, era un telegrafista, que escribía cartas de amor y tocaba el violín. Como su papá. La novela está inspirada en la historia de amor de sus padres.  “Esa historia nos la contaba mi mamá una y otra vez. Papá y mamá la contaban y todo cuanto decían era verdad. Gabito la tomó y la hizo libro”, dice.

«Gabito es hechura de su disciplina», afirma el hermano del escritor cuando se le pregunta por el secreto de su éxito. “Disciplina, disciplina pura”, asegura y da detalles de sus rituales  —después de llegada la fama, su hermano solía caminar en la mañana, jugar un poco al tenis, tomar una ducha, escribir hasta las dos de la tarde, almorzar, tomar una siesta y “parrandear toda la noche”.

También habla de su infancia y cómo su abuelo alimentó el talento del niño con libros y diccionarios; de su actual estado de salud, que resume con un simple “está muy bien”; y sí, confiesa también que el escritor partió hace unas semanas de Cartagena de vuelta a México, donde reside desde los 60; y que “no le ha gustado ninguna de las adaptaciones” que se han hecho de sus libros llevados al cine.

Y en ese intento de mostrar la esencia de un hombre, de un escritor prolífico, apreciado y valorado por la grandeza de su obra, resume: “No hay una sola palabra que sobre en la obra de Gabito. Ni una. Usted toma un libro y retira una palabra y todo se viene abajo. Inténtenlo”.

Y sonríe, toma un par de cervezas y escucha atento a más preguntas.

JaimeGarcíaMárquez