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Asdrúbal Aguiar

Asdrúbal Aguiar Feb 10, 2024 | Actualizado hace 2 meses
La banalización democrática
En línea con los textos de Antonio Gramsci estas rupturas constitucionales y las iguales rupturas con las tradiciones culturales judeocristianas que se observan a ambos lados del Atlántico son consistentes

 

@asdrubalaguiar

A Sebastián Piñera, in memoriam

Según el informe de la OEA sobre las recientes elecciones en El Salvador, allí se desmanteló al Estado constitucional de derecho –el vicepresidente reelecto declara que sí, que están eliminando la democracia para forjar “otro modelo”. Y en Venezuela, su dictador, escoge a dedo a su oposición e inhabilita a quien puede derrotarle democráticamente, María Corina Machado. La Casa Blanca, sin embargo, celebra la reelección de Nayib Bukele, a contravía de la prohibición de reelección vigente y dice ocuparse, en cuanto a Caracas, de “procesos”, no de candidaturas.

La democracia vive, pues, una importante crisis frente a estas nuevas formas de “dictadura”; ya no con el empoderamiento de dictaduras militares sino bajo democracias de utilería que imponen regímenes de la mentira.

Sus jueces le hacen decir a la ley lo que no dice, condenan a inocentes, exculpan a criminales que se asocian al poder, legalizan la ilegalidad.

Atrás queda la enseñanza de la Corte Interamericana, a cuyo tenor, “para favorecer sus excesos, las tiranías clásicas que abrumaron a muchos países de nuestro hemisferio invocaron motivos de seguridad nacional, soberanía, paz pública. Y con ese razonamiento escribieron su capítulo en la historia… Otras formas de autoritarismo, más de esta hora, invocan la seguridad pública, la lucha contra la delincuencia (o la pobreza), para imponer restricciones a los derechos y justificar el menoscabo de la libertad”.

Así, en medio de la anomia social y la desvalorización del Estado de derecho, avanzan otras formas políticas que imponen sus códigos y decisiones unilaterales a fin de resolver sobre asuntos cotidianos, separados de la Constitución. Y contando, además, con el recurso de las plataformas digitales, sus redes y la misma inteligencia artificial, imponen sus narrativas de deconstrucción al mundo de los sentidos con avieso desprecio de la razón, es decir, de la libertad.

Las dictaduras forjadas de tal modo y sobre las indicadas premisas, como lo dicta la experiencia, son los nichos propicios y a disposición de corrupción y la criminalidad globalizada que, en simbiosis con la política, usan como instrumentos de esta y para la lucha por el poder todo medio, incluido el sicariato. Ecuador y Fernando Villavicencio son emblemas protuberantes y recientes.

En línea con los textos de Antonio Gramsci estas rupturas constitucionales y las iguales rupturas con las tradiciones culturales judeocristianas que se observan a ambos lados del Atlántico son consistentes. Se hacen avanzar las disoluciones de lo social, dándole cabida a lo plurinacional, a las autonomías o “autono-suyas” y a las identidades de género u origen racial, explotadas por un pensamiento que se dice neomarxista y que se apalanca sobre la revolución tecnológica. Entretanto, los “narcisos digitales” desmontan las bases del Estado moderno y sus raíces democráticas representativas, para hacerse de señoríos neomedievales y a perpetuidad.

“La revolución de Gramsci –cabe recordarlo– es entendida como un proceso que es precedido por un cambio en las ideas dominantes (la nueva hegemonía cultural)… [Es] por lo tanto superadora del jacobinismo, como corriente de pensamiento que busca imponerlas desde arriba, desde la ocupación del poder por parte de una minoría iluminada”, explica Juan Pedro Arosena (Gramsci, su influencia en Uruguay, 2022). Y citando al sociólogo neogramsciano argentino J.C. Portantiero observa que “«hegemonía» tiene tantas (o más) potencialidades totalitarias que «dictadura»”; de donde refiere que el propio Gramsci critica a los socialistas haciéndoles ver que es un error creer en la perpetuidad de las instituciones democráticas y la necesidad de respetar sus fundamentos –para modificarlas desde adentro, como lo cree el “cretinismo parlamentario”. 

En Gramsci “la conquista del Estado equivale a la creación de un nuevo tipo de Estado”, de allí las constituyentes y, aun más, la apelación al uso ambiguo de los conceptos constitucionales y democráticos, como “profundización democrática, radicalización de la democracia o reformas democráticas radicales”, que no son otra cosa, según Arosena, que “un camuflaje semántico que trata de esconder el tránsito hacia un gobierno autoritario que todo marxista persigue en última instancia y que es algo que alcanza también a los autores posmarxistas y neogramscianos de nuestros días”.

En suma, mientras unos apuestan a la reducción del Estado como Javier Milei en Argentina, otros impulsan su macrocefalia, como los integrantes del Grupo de Puebla, sin persuadirse ni uno ni otros que la desaparición de los fundamentos históricos e intelectuales de la organización social y política y para la administración de reglas compartidas cultural y políticamente, elaboradas sobre la experiencia temporal y localizadas, al cabo conspira contra las mismas bases existenciales del Estado moderno, sea liberal o autoritario. Están siendo aislados, como se constata, ante la avalancha de las realidades virtual e instantánea, generadas por la tercera y la cuarta revoluciones industriales, es decir, por la gobernanza global.

Prensa y teocracia digital

Prensa y teocracia digital

Joseph Aloisius Ratzinger, papa emérito recién fallecido, no fue ajeno a lo inevitable de la reforma del Estado contemporáneo, pero la sitúa en su adecuado contexto, sin demeritarlo. “En nuestra época, dice, el Estado se encuentra con el deber de afrontar las limitaciones que pone a su soberanía el nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional, caracterizado también por una creciente movilidad de los capitales financieros y los medios de producción materiales e inmateriales. Este nuevo contexto ha modificado el poder político de los estados”, explica.

Hoy, aprendiendo también la lección que proviene de la crisis económica actual, en la que los poderes públicos del Estado se ven llamados directamente a corregir errores y disfunciones, parece más realista una renovada valoración de su papel y de su poder, que han de ser sabiamente reexaminados y revalorizados, de modo que sean capaces de afrontar los desafíos del mundo actual, incluso con nuevas modalidades de ejercerlos. Con un papel mejor ponderado de los poderes públicos, es previsible que se fortalezcan las nuevas formas de participación en la política nacional e internacional que tienen lugar a través de la actuación de las organizaciones de la sociedad civil”, finaliza.

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Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
Asdrúbal Aguiar Feb 01, 2024 | Actualizado hace 2 meses
A los que la presente vieren, ¡salud!

Cnel. Pedro José Quevedo, Edgar Sanabria, Wolfgang Larrazábal, Blas Lamberti y Carlos Luis Araque (1958). Foto en el portal venezuelaenretrospectiva

«…Me siento orgulloso de que, habiéndose respetado con dignidad al poder militar, me haya cabido la honra de reivindicar a José María Vargas, y junto con él, a la majestad augusta del poder civil» . Edgard Sanabria (1959)

 

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Frustrada la intención de una candidatura presidencial única –reclamada por los comunistas– los partidos fundamentales se entregan en 1958 a la tarea de escoger sus propios candidatos. A inicios de octubre, Luis Miquilena, en nombre de URD, le anuncia al país la aceptación por Wolfgang Larrazábal de su candidatura presidencial. Acto seguido, COPEI proclama como candidato a Rafael Caldera; y luego AD, arguyendo la insistencia en candidaturas propias, señala que tendrá como candidato a uno de sus militantes: Rómulo Betancourt, designado por acuerdo del Comité Nacional de su partido realizado los días 11 y 12 de octubre.

Los partidos en cuestión, conscientes de la delicada situación nacional y de los desafíos graves que le esperaban al país, deciden avenirse en un “pacto de unidad” suscrito el 31 de octubre y que en lo sucesivo se le conocerá como el Pacto de Puntofijo, nombre de la residencia de Rafael Caldera, situada en Las Delicias de Sabana Grande.

El mismo implicaba el compromiso para la defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral, el establecimiento de un gobierno de unidad nacional, y la ejecución de un programa mínimo común a ser ejecutado por el candidato que resulte electo en los comicios de diciembre. “El mantenimiento de la tregua política y la convivencia unitaria de las organizaciones democráticas” se afirma luego –en apéndice al Pacto que suscriben los candidatos el 6 de diciembre de 1958 y que incluye el programa mínimo común– como necesaria hasta el afianzamiento y permanencia de las instituciones republicanas.

El documento de octubre, que lleva las firmas de Jóvito Villalba, Ignacio Luis Arcaya y Manuel López Rivas, por URD; de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Gonzalo Barrios, por AD; y de Rafael Caldera, Pedro del Corral y Lorenzo Fernández, por COPEI, no cuenta con la adhesión del Partido Comunista, quien luego respalda públicamente los “puntos positivos” del pacto, pero haciendo constar que seguiría “luchando por una candidatura de unidad extra partido, [por lo que] mal puede suscribir acuerdos contrarios a esta justa aspiración popular”.

Raúl Leoni

Raúl Leoni

Larrazábal entrega la Presidencia de la Junta de Gobierno a Edgar Sanabria el 14 de noviembre, y al día siguiente inscribe su candidatura en el Consejo Supremo Electoral, luego de que lo hicieran, sucesivamente, Rafael Caldera, con 42 años, y Rómulo Betancourt, de 50 años. Larrazábal tiene para el momento 47 años, y días después recibe el apoyo electoral de los comunistas no sin advertir: “No soy comunista ni tengo relación política de ninguna especie con las teorías comunistas”.

Mientras ello ocurre, reunido Sanabria en su casa para celebrar su designación como nuevo gobernante interino hasta que asuma el gobierno que decidan las urnas electorales, un último movimiento subversivo queda al descubierto y es controlado, teniendo por cabecilla al coronel Héctor D’ Lima Polanco, jefe de la Oficina Técnica del Ministerio de la Defensa, y del que participan el capitán Ramírez Gómez y los tenientes Américo Serritiello, José María Galavis Cardier, Enrique José Olaizola Rodríguez y Alberto Ruiz González.

Sanabria, caraqueño, hijo de Jesús Sanabria Bruzual y de Teresa Arcia, formado por los padres franceses y el Instituto San Pablo, egresó como bachiller en 1928 del Liceo Caracas y más tarde como doctor en Ciencias Políticas, en 1935, alcanzando a titularse incluso como maestro normalista. Inicia su actividad pública durante los gobiernos de López Contreras y Medina, fungiendo ora como cónsul general en Nueva York, ora como consultor jurídico de la misma Cancillería o de los despachos de Hacienda y de Fomento, y más tarde, luego de su breve presidencia, será embajador con distintos destinos y casi a perpetuidad: pero alguna vez la chismografía popular le atribuye haber osado sentarse en la silla del papa cuando fue embajador de la República ante el Vaticano.

Sea lo que fuere, el neopresidente de la Junta centra su vida en la docencia universitaria y en la academia, quedando marcado por las mismas y alcanzando, por mérito propio, ser Individuo de Número de las academias venezolanas de la Lengua (1939), de Ciencias Políticas y Sociales (1946), y de la Historia (1963).

Edgard Sanabria, de suyo, es en buena lid el primer gobernante de la república civil y con tal sentido ejerce su breve pero fructífero gobierno.

Al descender del poder, una de las mayores satisfacciones que, como profesor universitario, puedo experimentar, es la de que mis discípulos comprueben que no he traicionado mis prédicas, ni como ciudadano ni como gobernante. Aquí estamos destruyendo el mito de que, al frente de los destinos del pueblo venezolano, maestros y universitarios no podrían jamás concluir en paz su mandato. Me siento orgulloso de que, habiéndose respetado con dignidad al poder militar, me haya cabido la honra de reivindicar a José María Vargas, y junto con él, a la majestad augusta del poder civil”, reza su alocución pronunciada en el acto de transmisión de poderes a Rómulo Betancourt en 1959.

En propiedad, sobre la base incluso de la experiencia o de la simbiosis cívico-militar provocada por los acontecimientos que llegaron a cristalizar en el señalado “espíritu del 23 de enero”, Sanabria, en efecto, es quien desanda la madeja que impedía la relación constructiva entre los militares y el sector civil venezolano: determinante de todo ese complejo proceso de transición –la estira y encoge entre políticos y los hombres de uniforme, para decirlo de algún modo– que se da entre 1936 y 1958.

Comenzamos a eliminar la desconfianza absurda por culpa de la cual se miraban como adversarios el civil lleno de presagios y el militar inficionado de prejuicios”, ajusta el presidente interino, catedrático romanista quien supo entender a cabalidad su rol en la transición hacia la república civil y de partidos. Inició su perorata del 31 de diciembre de 1958, al despedir el año, con inolvidable frase medieval e hispana: A los que la presente vieren, ¡salud!

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Se quiebran los fundamentos de la democracia
Por el camino en el que van las cosas, el mismo hombre –varón o mujer– está dejando de ser y de ser persona. Se despersonaliza en el siglo XXI

 

@asdrubalaguiar

Así como las Torres Gemelas, sitas en la isla de Manhattan, devinieron en símbolo del capitalismo financiero mundial, nadie duda que la asediada Roma vaticana ha sido, a lo largo de los siglos, el convento en el que se cuidaba con mayor celo el patrimonio moral e intelectual de Occidente, el judeocristiano y su tamización grecolatina.

Que a raíz del «quiebre epocal» de 1989 aquellas fuesen destruidas en 2001 por el terrorismo deslocalizado y globalista, o que los causahabientes del socialismo comunista se pusiesen al servicio de este para, desde entonces, deconstruir a nuestras sociedades fracturándoles sus raíces y dividiendo a sus gentes por identidades al detal; acabar con los símbolos de la civilización cristiana que las amalgama a nombre de la tolerancia; o negarle a los pueblos americanos su memoria mixturada –forjada por las migraciones que suceden a la asiática originaria, en un ir y venir de centurias dentro del gran mediterráneo en el que se trasformara el Atlántico con los grandes descubrimientos– revela la profundidad de la cuestión que hoy nos aqueja.

Me refiero, no solo a los venezolanos o a los nicaragüenses, o bien a los cubanos, sino, en idéntica línea de argumentación a todos los hispanos y sobre todo a los anglos norteamericanos, junto con sus manifestaciones en los ámbitos de la cultura y de la política, que parecen estar muertas.

La agonía de Occidente

La agonía de Occidente

Incluyo dentro de estas al deterioro del valor integrador del pacto constitucional, mientras cada uno reelabora el suyo al arbitrio, o lo reescribe para hacerle decir lo que no dice; o a la misma experiencia de la libertad, que cede mientras crecen y, paradójicamente, son exacerbados los derechos humanos como ríos sin cauce natural, desfigurados en su esencia, sin que existan garantías efectivas, por ausencia de solideces institucionales.

Domina la liquidez, en efecto. Lo ha dicho Zygmunt Bauman y lo recoge Joseph Ratzinger: “Se trata de elegir entre una ciudad «líquida», patria de una cultura marcada cada vez más por lo relativo y lo efímero, y una ciudad que renueva constantemente su belleza bebiendo de las fuentes benéficas del arte, del saber, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos”, arguye ante los venecianos, en 2011. 

Es explicable que, en cada localidad y en una hora de deslocalización globalizada e instantaneidad acultural, mientras unos bregan para sobrevivir en la incertidumbre, otros, confundidos, quienes no superan o entienden el alcance de la ruptura epistemológica en curso, solo se afanan en la búsqueda de culpables para llevarlos a la hoguera o se dejan arrastrar, anestesiados, por el narcisismo digital y su religión «dataista».

Prensa y teocracia digital

Prensa y teocracia digital

El complejo adánico les hace creer que, como pequeños dioses, pueden moldear a su antojo a la naturaleza humana hasta hacerla mutar, trastornando la experiencia vital y cultural de los hombres –varones y mujeres– o, que cuentan con el poder para decidir sin ataduras acerca del «mal» dentro de una globalización que deconstruye, determinándolo, y para extirpar, a la manera de Júpiter Tonante, a los malvados. Le llamo el «efecto Bukele».

No es casualidad, lo narran las crónicas de Suetonio, que Augusto puso a este como portero, al lado del Júpiter Capitolino, como para restarle adoradores y discernir sobre quienes o no pueden ingresar a la iglesia, en el 22 a. C. El Tonante le impresionó por tener la fuerza para fulminar truenos y rayos, mientras que el Capitolino, a la par que Roma dictaba sus leyes, imperaba en cielos y tierra como “verdadero señor y protector de las ciudades libres”, según la mitología de Steuding.

Pero las cosas que advertimos hasta aquí y de ser como se dice que son, solo revelarían la reedición contemporánea de un debate actuante desde mediados del siglo XX, o similar al que ocurriera durante la Ilustración y las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX. Según su tenor la objetividad adquiere certidumbre únicamente en el tribunal de la subjetividad; sea porque cada uno de nosotros recibe pasivamente al objeto y a partir del mismo se forma en el intelecto su criterio, sea porque median ideas previas y universales en nosotros, que nos ayudan a mejor captar y discernir sobre la naturaleza objetiva, la denominada Pacha Mama o Madre Tierra.

Lo cierto es que, por el camino en el que van las cosas, el mismo hombre –varón o mujer– está dejando de ser y de ser persona. Se despersonaliza en el siglo XXI. Se le reduce a dato inerme que sirve a los algoritmos digitales y la inteligencia artificial, o a pieza o parte de una Creación sujeta a leyes evolutivas, donde todo nace, evoluciona y muere –como en la anacyclosis griega– y dentro de cuya realidad objetiva, al término, cada uno y todos nos metabolizaremos: “Polvo eres…”.

No es azar que esa «soledad digital» que de suyo procura el andamiaje inteligente silenciando las voces biológicas e inutilizando al lenguaje, sujete a los sentidos de cada ser humano u hombre Twitter o X a fin de cercenarle como lo hace la autonomía de la razón, en un recorrido que conduce hacia la nada. No más la ética de la razón kantiana, tampoco el superhombre de Nietzsche, que da por desaparecido al Dios cristiano. Al mejor estilo sartreano y visto que el hombre no tendría nada prefijado, “ni verdades, ni valores, ni mundo, ni Dios”, creyendo abandonarse a una libertad sin cauces se le hace insoportable y es su perdición.

En ejercicio del papado como Benedicto XVI, en 2007, con presciencia y antes del paulatino «distanciamiento social» que se le impone a las poblaciones de matriz occidental y cristiana a partir de 2019, advirtió y acertó Ratzinger al señalar que: “Si, por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelar los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos.” Es lo que presenciamos y no deja de sorprendernos.

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Asdrúbal Aguiar Ene 14, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Ecuador y la cuestión del mal
La izquierda progresista, agazapada, medra esperando que la acción militar de restablecimiento de la seguridad desborde, a fin de señalar que la maldad misma reside en la fuerza pública

 

@asdrubalaguiar

Tres imágenes nos imponen a todos ‘discernir’, más allá que de buenas a primeras susciten condicionamientos que abrumen, nublen el entendimiento; pues si así fuese, restaríamos en un mundo sin norte. El asalto por el narcoterrorismo a la nación ecuatoriana ha concitado la unidad nominal de su sector político parlamentario. Ninguno quiere verse retratado, ni siquiera Rafael Correa, al lado del ‘mal de la maldad’; y perdónenme los positivistas lógicos este giro. El presidente Daniel Noboa ha dictado un estado de conmoción interior.

A buen seguro que la izquierda progresista, agazapada, medra esperando que la acción militar de restablecimiento de la seguridad desborde, a fin de romper la unidad y señalar que la maldad misma reside en la fuerza pública. ¿O no es esto lo que sucedió bajo el gobierno colombiano de Iván Duque o el dilema que hoy plantean las cuestiones de Ucrania e Israel, cambiando lo cambiable?

Mas no es de desestimar, en igual orden, que las víctimas de los terroristas de la droga –el pueblo en su conjunto– animadas por el miedo, la rabia, el dolor naturalmente exacerbado, aspiren a que en Quito insurja otro Nayib Bukele. Noboa, por lo pronto, sabe de los límites de la ley y de la razón apegada a la lógica trascendental del espacio y del tiempo, mientras que Bukele concentra la suma total del poder –mando, dictado de la ley, aplicación de la justicia– al punto de ser quien determina, sobre todo y por todos, cuál es el foco de la maldad y la acción para su desarraigo.

La fórmula que resolvería el entuerto la ofrece, con talante zorruno, a la manera del Reineke de Goethe, el progresista y muy deconstructivo Gustavo Petro, presidente de Colombia. Sugiere legalizar a la criminalidad, borrar los artículos de los códigos penales que señalan conductas prohibidas y son fuentes del conflicto. Todo vale, nada es malo ni bueno, Dios ha muerto reiteraría Nietzsche, cuya obra, al cabo, pesa más en el ánimo del progresismo globalista que las enseñanzas de Antonio Gramsci, dirigidas a destruir las raíces culturales de Occidente; al paso, dejan a Marx en el desván de lo desechable. “La vida es voluntad del poder”, nada más, agregaría el primero. Gramsci ajustaría que, con la mentira a la mano, legalizando la ilegalidad, tal como lo denuncia Piero Calamandrei apuntando al fascismo.

Por si fuese poco, desde la misma Roma –referente del patrimonio intelectual judeocristiano– nos llegan noticias de nuevos sacerdotes excomulgados por desafiar al papado; acerca de la orden de remover el escudo de papa Ratzinger –guardián de la fe desde el papado de Juan Pablo II, quien acelera el derrumbe del comunismo– en las casullas del Vaticano; la imposición de castigo ‘salarial’ a un cardenal y la destitución de un arzobispo, ambos norteamericanos, ¿disidentes, conservadores?; y la reacción de los obispos africanos contra el pedido papal de bendiciones a las parejas homosexuales, dado que rompe de raíz con la concepción tradicional que de la familia se tiene en el África.

¿Presenciamos una resurrección del tiempo que siguiese a la caída del Imperio romano, como lo pretende el ‘neomedioevo’ milenarista?: “Nos acompaña, una advertencia y una amenaza, un recordatorio permanente de la posibilidad de un Holocausto, y nos dice que estemos atentos, para poder identificar al Anticristo cuando llama a la puerta, incluso de civil, o ¿con uniforme militar»?, dice Umberto Eco. Pero el deconstructivismo medieval –como ocurre en el mundo de la arquitectura que abandona al constructivismo– se sostuvo sobre una columna, oculta, sí, la del cristianismo. Los conventos salvaban las enseñanzas clásicas, palancas para el renacimiento.

Los occidentales contemporáneos cultivamos la dispersión y celebramos la pulverización de lo social y lo político, empujados por la gobernanza digital sustitutiva, en el marco de un deconstructivismo sin columnas, de culto al relativismo, de narcisismos y virtualidades, de disfrute sensorial de la instantaneidad deslocalizada; esa misma que desprecia el traslado de las enseñanzas intergeneracionales y en cada lugar, bajo el mito del adanismo. “Prometeo – negado en esta hora nona – roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con el fuego […] y se la ofrece, así, como regalo al hombre”, escribe Platón.

He aquí lo central. Al tiempo bíblico y sus leyes universales, las del Decálogo, fuente de todas las religiones monoteístas y de los universales de la decencia humana, las inaugura el discernimiento entre el bien y la maldad. El retorno profano dentro de un mundo sin Dios, de paraísos y de dioses al detal sembrados por el mismo hombre sobre la Madre Tierra, pretende indicarnos que el nuevo absoluto, obligante para todos y a la fuerza, que conjura a la Causa de las causas y a la propia Chispa de Dios que justifica y explica a toda existencia, es la inutilidad del discernimiento. Entiende a la historia como aporía o crónica de los fracasos del hombre. Al paternalismo lo presenta como desviación de la conciencia, ya que todo nace y todo se extingue –si se nace o se aborta o se muere a destiempo– a discreción de cada uno, sujeto al ‘arbitrio arbitrario’ de cada voluntad. Todo estaría por hacerse.

Legándonos su ejemplaridad, Benedicto XVI les habla a los musulmanes en Alemania –¿evocando la experiencia medieval?– para indicarles que “la Constitución redactada en la entonces República Federal Alemana en la posguerra –fundada sobre la dignidad de lo humano– es lo suficientemente sólida como para adaptarse a una sociedad plural en un mundo globalizado.” Antes, a los senadores italianos, como cardenal, les observa alarmado que “Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que solo puede considerarse como algo patológico; Occidente, sí intenta laudablemente abrirse, lleno de comprensión a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; sólo ve de su propia historia lo que es censurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro”.

La hipocresía de Occidente

La hipocresía de Occidente

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Asdrúbal Aguiar Ene 07, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Sin humanidad, no hay diálogo posible
La paz, la que hemos perdido, es en suma acuerdo entre corazones; solo posible cuando, luego afirmarnos en lo que somos y descubrir en nosotros mismos quiénes somos, nos reconozcamos en los otros

 

@asdrubalaguiar

Transcurrido el movimiento de las placas tectónicas ocurrido en la cultura de Occidente suscitando su deconstrucción o revisionismo; en ese amplio arco que, partiendo desde 1989, nos conecta con el Oriente al abrirse la puerta de Brandemburgo y cuyo cierre podemos situar en 2019, cuando la pandemia china nos envuelve a todos como un prólogo a las guerras icónicas que le han seguido –Ucrania e Israel– es llegado el tiempo del pensar profundo. Hemos de preguntarnos hacia dónde vamos.

Habiendo dado por muerto a Dios como eje cultural y no meramente religioso, que acota nuestros comportamientos familiares, comunitarios, sociales, y de suyo después de abrirle espacios generosos al culto de relativismo en la verdad de lo humano, ¿marchamos hacia el imperio del poder por sobre la razón que ilumina caminos? ¿Creemos, en verdad, que ese poder será de arbitrio propio, como lo fue en los períodos anteriores de nuestra historia?

No avanzaré sobre las consideraciones que mejor explico en dos libros (El viaje moderno llega a su final, 2021, y El «quiebre epocal» y la conciencia de nación, 2023) escritos por mí al término de ese tiempo agonal de tres décadas –1989 a 2019– que siguen a las tres precedentes –1959 a 1989– que nos hablaban, a los venezolanos, del nacimiento de nuestra experiencia democrática civil y, al Occidente, de la primera nave que viaja al espacio y abandona la influencia gravitacional de la tierra.

Me refiero a la emergencia indetenible de la gobernanza digital y el avance cuántico de la inteligencia artificial. No conocen de espacios ni de tiempo, menos los valoran pues en ellas todo es virtualidad e instantaneidad y procuran la experiencia de un culto novedoso: el dataísmo, fundado sobre el dios profano de lo sensorial. Sus algoritmos aprisionan nuestra experiencia animal para disponerla bajo su arbitrio, con omisión plena del alma.

Por la otra, quienes se deshacen de la ciencia que se niega a la fe y se aferran a las leyes matemáticas de la evolución, igualmente bregan por la subordinación de lo Humano al culto de la Madre Tierra, aferrados a la idea de la anakyklosis –todo nace, todo evoluciona, todo muere– que al término nos mixturará dentro del orden invariable de la Naturaleza.

Antes de verse declarada la muerte del Dios judeocristiano para sostenerse ahora el advenimiento del deus ex machina –el Dios que baja de la máquina, para los antiguos griegos– Jürgen Habermas y Joseph Ratzinger abordan el debate entre la razón y la fe, ambas de suyo enterradas por la inteligencia artificial. El último –muere entristecido con lo mundano dentro del Vaticano y como papa emérito, según las redes– arguye como posible alcanzar un universal en medio de la dispersión global, una correlación polifónica entre las culturas que sostenga cuando menos a las leyes totalizantes de la decencia y del género humano, constantes en el Decálogo, cuyas tablas destruye Moisés.

Dios no ha muerto

Dios no ha muerto

Cree el entonces cardenal en la posibilidad de “que ellas se abran a sí mismas [tales culturas] a la esencial complementariedad de razón y fe, de suerte que pueda ponerse en marcha un universal proceso de purificaciones en el que finalmente los valores y normas conocidos de alguna manera o barruntados por todos los hombres lleguen a recobrar una nueva capacidad de iluminación; de modo que se conviertan en la fuerza eficaz para la Humanidad y de esa forma puedan contribuir a integrar el mundo”.

Lo cierto y constatable es que el saldo inmediato parece ser otro. Su clave emerge de lo elemental, según lo veo. No es que haya muerto Dios, como lo señalara Nietzsche en Así habló Zaratustra, sino que, por lo demás, muere el ser humano como su imagen y, dentro de la cultura judeocristiana, se desvanecen el carácter eminente de su igual dignidad y, en especial, su intimidad. El Yo desaparece al hacerse mero dato de los algoritmos, o al metabolizarse dentro del conjunto de los elementos de la Pachamama.

Así se explica, no de otra manera, que la primera pérdida advertida desde el instante en que toman fuerza la tercera y la cuarta revoluciones industriales, comenzando por la digital, haya sido la de los espacios de la intimidad, la llamada vida privada o del yo personal y familiar. Han cedido, sea ante la ciencia posmoderna y el narcisismo digital que los vuelve cosa pública, sea, en otro plano, para quienes, todavía creyendo en El Leviatán o en el Estado que resume en sí a todo lo humano que medre y respire, sostienen que nada fuera de él puede existir. Y he aquí, por ende, las sinrazones del quiebre o la ruptura epistemológica que hoy presenciamos.

En el mundo occidental, su civilización ancló primero en el ámbito de lo religioso como dimensión personal y de la intimidad, luego se hizo moralidad en lo social. “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti” predica la Torá o “amarás a tu prójimo como a ti mismo” reza la enseñanza evangélica. Son expresiones unitarias de una misma cultura. Pero cabría, no obstante, una interpretación utilitaria de la perspectiva judaica, como el “ganarse al otro”, que luego matiza el cristianismo y se hace mandamiento moral, al precisar que el amar ha de nacer primero en el corazón, en la intimidad del propio ser humano.

La centralidad de lo cultural religioso en Occidente reside, pues, en la idea del “amor interhumano” y es así como “el verdadero orden en las relaciones interhumanas no es un arreglo artificial impuesto por jefes a un rebaño de esclavos: solo sería su caricatura”, dice René Coste. La paz, la que hemos perdido, es en suma acuerdo entre corazones; solo posible cuando, luego afirmarnos en lo que somos y descubrir en nosotros mismos quiénes somos, nos reconozcamos en los otros y en igual identidad, que no excluye la diferencia irreductible de ser cada uno como ser y proyecto único e irrepetible de lo cabalmente humano.

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José Del Rey y el respeto, clave de la convivencia
Hago presente la enseñanza que nos deja ese titán de la sensatez que en vida fue el padre José Del Rey, jesuita miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, quien acaba de fallecer

 

@asdrubalaguiar

El elevado número de eventos comiciales que tendrán lugar en el mundo, en 2024, se nos vuelve paradoja. ¡Y es que, incluso contando el tiempo recorrido del presente siglo, nunca tras tantas elecciones se ha deteriorado tanto la experiencia de la democracia en el mundo!

En mi libro Calidad de la democracia y expansión de los derechos humanos, publicado en 2018, he reflexionado a profundidad sobre la cuestión. Con prólogo de Laura Chinchilla, expresidenta de Costa Rica, subrayo los desafíos que acusa la democracia como consecuencia de la invertebración actual de las sociedades hispanoamericanas, el secuestro de los aparatos estatales por neopopulismos autoritarios y su apoyo por jueces constitucionales que vacían de contenido democrático las constituciones; todo ello en un contexto de globalización digital que diluye los espacios territoriales de los Estados, afecta las mediaciones institucionales, hace inmediatas las relaciones de poder a través de los medios de comunicación digitales y provoca una inflación en los derechos humanos de grupos que los trivializan. Y así se afecta el sentido mismo del pluralismo democrático y su relación con la coherencia social que reclama la vida social y política, sobre todo la convivencia.

La agonía de Occidente

La agonía de Occidente

Entre tanto, China y Rusia, en las horas previas a la guerra de esta contra Ucrania aprueban la Declaración de Pekín sobre las relaciones internacionales para la Era Nueva, señalando que la liquidación de los estándares que han conceptuado a la democracia es indispensable para asegurar la paz hacia el porvenir; ello, dado que cada pueblo tendría derecho a escoger si vive o no bajo democracia, y hasta de votar libremente por la maldad absoluta si la estima de bienhechora. No por azar, a manera de ejemplo, sobre la destrucción del Estado constitucional de derecho y su violación para desterrar el principio de la alternabilidad en el ejercicio del poder, sobran hoy los practicantes de la democracia y quienes abogan a diario para sostenerla en sus países que, a la par, aplauden –para decirlo en términos suaves– el “autoritarismo electivo” imperante en El Salvador.

¿Tiene relación esto con el advenimiento de las grandes revoluciones del siglo XXI, la digital y la de la inteligencia artificial, pues se construyen desasidas de lugares y desvalorizando al tiempo para forjar mundos virtuales e instantáneos? Es posible.

Hago presente, a la sazón, la enseñanza que nos deja ese titán de la sensatez que en vida fue el padre José Del Rey, jesuita miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, quien acaba de fallecer. Insistía en que, por haber vivido y conocido de guerras, comprendió que si no se sabe de historia mal se entiende el por qué algunos asumen al mal como bien y ven al bien como un mal. Supo entender que cuando se pierde el discernimiento humano, lo más importante es recrear la memoria y si se cree en el futuro “el poder hablar en un lenguaje común en que todos nos entendamos es fundamental”. Como lo es saber que “por encima del lenguaje está el respeto”, solo posible cuando media el reconocimiento recíproco de la igual dignidad.

De allí que, en mi texto señalado refiera que la cuestión no es trivial, ni fácil de acometer. E insisto en este fenómeno por resolverse, pues es como si ahora –por la pérdida de valor de lo territorial y la preeminencia del tiempo– el velo protector de la vieja polis o ciudad, de nuestra intimidad nacional, por insuficiente hubiese caído para dejarnos en la desnudez total, diluyéndonos a los viejos ciudadanos en la muchedumbre. Incluso, nuestra intimidad y nuestras orfandades morales se han vuelto cuestiones públicas y de tránsito a través de las redes. Es como si al pequeño drama de nuestras existencias se le sumase el drama personal de los demás hasta hacérnoslo propio y cotidianamente insoportable. 

Prensa y teocracia digital

Prensa y teocracia digital

De allí, mientras llega la reinvención democrática de la convivencia en libertad, la acusada y actual vuelta a las cavernas, a las patrias chicas como las llama e identifica Giovanni Sartori, uno de los más respetados teóricos sobre la democracia: suerte de regazo materno que aún nos protege y hace posible la vida introspectiva como políticamente inútil de nuestros contemporáneos. ¿O no es acaso esto lo que les ocurre a los sectores de los internautas en el mundo, en especial a los formantes de las llamadas tribus urbanas y a las neoidentidades sexistas, declinantes en sus curiosidades y excluyentes de todo aquello que no se les parezca, quienes prefieren vivir anestesiados y abstraídos bajo los audífonos de un minicomponente digital?

Lo cierto es que en el tiempo de las relaciones globales que marcha con ritmo creciente, el territorio y la proximidad territorial pierden importancia, como la pierde el sentido estricto de la nación, que es saber ser libres como debemos serlo y con el paso de los años. El mundo se hace más abstracto e inmaterial, y la misma nación está amenazada como espacio natural de realización cultural y política.

Ha lugar a una suerte de “libanización” de la que no escapamos en Hispanoamérica; pues las comunidades se convierten en fortalezas y prisiones, a un punto tal que las líneas punteadas que separan a los Estados surgen ahora al interior de cada uno de estos –sea el salvadoreño, sea el venezolano, ora el colombiano, también el español– sin que por ello mengüe la actividad relacional, incluso global; pero, eso sí y sóolo entre individuos no diferentes o compatriotas sino semejantes por necesidades, por utilidad, por identidades arbitrarias y al detal, o por la común indignación y la saña cainita que les aproxima.

“Cuando dos personas se respetan, pueden entenderse” dice José Del Rey, quien hizo vida dentro de la Universidad Javeriana de Colombia y funda entre nosotros la Universidad Católica del Táchira, en una zona que, como lo explicaba, había plenitud de violencia y trasiego de guerrilleros. Pero, “si perdemos al humanismo, ¿cómo vamos a entendernos?”, sentencia y pregunta lacónicamente.

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Asdrúbal Aguiar Dic 26, 2023 | Actualizado hace 2 meses
San Vicente hace milagros
En la Declaración entre Venezuela y Guyana consta que cualquier controversia se resolverá de conformidad con el derecho internacional

 

Mientras avanza en La Haya la causa sobre la cuestión esequiba – el gobierno de Nicolás Maduro debe presentar su contra memoria tras la demanda de Guyana en abril de 2024, a riesgo de dejar desprotegida a su nación, verdadera titular del territorio bajo reclamación – a contrapelo de las páginas de nuestra historia y la política exterior de la república civil democrática hasta 1999, la estrategia de este plantea una grave aporía. ¿Busca sobreponer las razones geopolíticas propias del siglo XXI – como la de la normalización de la ilegalidad – al decurso del diferendo y su estatuto marco de 1966, el célebre Acuerdo de Ginebra desvirtuándolo?

Ocurre el desconocimiento verbal y filatero por el mismo Maduro de la competencia de la CIJ – en un ir y venir táctico, como la revelan sus presencias en la misma Corte – ¿para abandonar la vía judicial y favorecer la aspiración cubana de que Venezuela tácitamente retire su reclamación? La respuesta como la pregunta pueden ser especulativas. Lo constatable y documentado, sí, es lo que declarara el presidente venezolano Hugo Chávez Frías en La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana, en noviembre de 2004:

ATRAER A GUYANA HACIA EL SURreza el elocuente subtítulo. E inicia su texto así: “Ahí está también Guyana. Por razones geopolíticas y del reclamo territorial, nosotros hemos estado siempre lejos de ese país, pero Guyana es un pueblo hermano, es un pueblo subdesarrollado, y hay un gobierno allí que pudiera ser un gran aliado. Nosotros no vamos a desistir de nuestra reclamación, pero no podemos esperar a que se solucione esa reclamación, no hay nada en el horizonte que indique que se va a solucionar en el corto plazo o en el mediano plazo; está a nivel de Naciones Unidas, pero nosotros no vamos a ir la guerra con Guyana. ¡Nooo!”. Y ajusta Chávez de seguidas: “Gobiernos de extrema derecha, subordinados a Washington nos quisieron empujar a una guerra con Guyana, cuando en Guyana mandaba Forbes Burnham, para tratar de quebrar el movimiento socialista guyanés. Quien gobierna Guyana hoy es un hombre joven, el presidente Bharrat Jagdeo, que viene de esas filas, aun cuando es de línea moderada, no es un neoliberal. Tenemos que atraer a Guyana hacia la integración de Suramérica”, finaliza.

¿Habrá de entenderse, dentro este último contexto, la dinámica más reciente, sea la de la consulta popular implementada para desconocer a la Corte que se ha declarado competente a fin de juzgar sobre la nulidad o no del Laudo Arbitral de 1899? ¿También sus virtuales amenazas o simulaciones de guerra, impulsando a renglón seguido el encuentro organizado por el primer ministro de San Vicente, Ralph Gonsalves, o la misma la Declaración Conjunta adoptada por él y el presidente guyanés, Irfaan Ali en tal oportunidad?

En la Declaración consta que Maduro y su colega de Guyana «acordaron» que “cualquier controversia [¿la del laudo, la territorial, la relativa a la cooperación, según lo indicaba la agenda previa a la firma del Acuerdo de Ginebra de 1966?] se resolverá de conformidad con el derecho internacional, incluido el Acuerdo de Ginebra de 17 de febrero de 1966” (Numeral 2 y negritas nuestras)

Lo anterior, al constatarse que (a) los debates para dicha declaración fueron facilitados por la CELAC y el CARICOM, los primeros ministros del Caribe angloparlante, Colombia y Honduras, y la propia Secretaría General de la ONU y que (b) “los incidentes sobre el terreno que conduzcan a tensiones” entre Guyana y Venezuela serán arbitrados por el presidente de Brasil, la CELAC y el CARICOM (Numeral 6), predica, con lógica irrefutable, que se multilateraliza la cuestión esequiba. Y se sugiere, dada la redacción textual y su contexto, dejar en un plano de subsidio al Acuerdo ginebrino, que es bilateral y el fundamento de la competencia de la Corte. Lo que a la par sería incongruente, en el caso de la Venezuela presidida por Maduro, con las mismas resultas de su consulta, una de cuyas arbitrarias preguntas reza así: ¿Apoya usted el Acuerdo de Ginebra de 1966 como el único instrumento jurídico válido para alcanzar una solución práctica y satisfactoria para Venezuela y Guyana, en torno a la controversia sobre el territorio de la Guayana Esequiba? 

Téngase presente, como paradoja, lo que denunciara en 1981 ante la ONU el canciller de entonces, José Alberto Zambrano Velasco, cuando Guayana era la empeñada en multilateralizar la controversia a fin de escaparse de los efectos del Acuerdo de Ginebra: “Denuncio claramente las acciones y declaraciones del gobierno de Guyana, como dirigidas a buscar apoyos internacionales, o a publicitar supuestos e inexistentes respaldos, o a conseguir una animadversión contra Venezuela. Denuncio tales actividades como arbitrios destinados a que Venezuela caiga en la trampa de una reacción explosiva de nuestra parte”, esgrime Zambrano. ¿Ahora se invierten los roles, tras la conjura de San Vicente?

Lo que es más extraño, nombran los mandatarios “una comisión conjunta de los ministros de relaciones exteriores y técnicos de los dos Estados para tratar los asuntos mutuamente acordados (Numeral 7). ¿Trátase de una vuelta atrás de las páginas recorridas hasta el 16 de noviembre de 1962, cuando Venezuela y Gran Bretaña acuerdan en la ONU reunirse para examinar sus respectivos documentos, tras la reclamación presentada por la primera?

En fin, por añadidura, ¿fue desliz deliberado el del numeral 9 siguiente?, disponiendo una reunión próxima en Brasil “para considerar cualquier asunto con implicaciones para el territorio en disputa”, incluido el de la “mencionada actualización de la comisión mixta (SIC y negritas nuestras)”. ¿Es un retorno al instante de la aprobación del Acuerdo de Ginebra y a los efectos de su artículo I, que demanda en 1996, como paso previo antes de llegarse a la Corte agotar la gestión de una comisión así titulada, comisión mixta?

Lo que cabe confirmar es que USA le hizo entrega a Maduro de su joya predilecta – el “comerciante” Alex Saab – en el mismo territorio del encuentro por el Esequibo. ¿Una casualidad?

 

LEA  Saab y supuestas sinrazones políticas, por Eddie A. Ramírez S.

 

Asdrúbal Aguiar Dic 09, 2023 | Actualizado hace 2 meses
El sol nace en el Esequibo
La Corte Internacional de Justicia fue siempre la carta que se reservó Venezuela dada la fuerza jurídica de nuestro reclamo. Ahora la queremos obviar, mientras nos solazamos en el jolgorio

 

@asdrubalaguiar

Tras el referéndum consultivo realizado en Venezuela sobre la cuestión de la Guayana Esequiba es sorprendente el grado de confusión en el debate. Media una peligrosa reescritura y se repiten los errores como el mal alegado sentido de patria –al cabo esta solo es ser libres como debemos serlo– que nos llevara a las pérdidas territoriales del siglo XIX.

Lo primero de puntualizar es que algunos de los asuntos puestos sobre la mesa y presentados como audaces son plagios del pasado. El Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, en 1884 y en el marco de su contención con la Gran Bretaña por el Esequibo –antes separó a su negociador en Londres, el marqués de Rojas– procede a la creación del Territorio Federal Delta, limitando en el sureste con la Guayana Británica, a saber, hasta el río Esequibo. No se había dictado aún el Laudo arbitral del despojo de 1899. Y allí, como lo reseña González Guinan, Guzmán opta por dar concesiones y “crear intereses norteamericanos en el Gran Delta del Orinoco, propendiendo a la fundación de la Compañía Manoa, como para interponer entre la débil Venezuela y la usurpadora Inglaterra, la poderosa industria norteamericana” (Memoria del gobierno de La Aclamación, 1886-1887).

Si se trata del anunciado mapa oficial que incorporará a la Guayana Esequiba, ya hacia 1965 lo ordenó la Cámara de Diputados para acompañar las gestiones diplomáticas del gobierno de Raúl Leoni y su canciller Ignacio Iribarren Borges en Londres y Ginebra. Alirio Ugarte Pelayo, presidente del cuerpo, le hizo entrega de este a la nación y, de modo simbólico –advirtiendo sobre el descuido que nuestros programas educacionales de geografía e historia han acusado– lo puso en manos de los jefes de las comisiones parlamentarias, Carlos Andrés Pérez, Alberto Bustamante, Arístides Beaujon, y Dionisio López Orihuela.

Pero no le bastó a Ugarte lo simbólico, pues juzgaba de necesario despejar la conseja que tanto daño nos hacía y se ha prorrogado hasta alcanzar el verbo del fallecido Hugo Chávez: “Le será fácil al lector deshacer con el simple examen de los mapas y la lectura de las representaciones del excanciller Marcos Falcón Briceño ante la ONU, otra falacia también muy divulgada en estos días, según la cual nuestras reclamaciones son parte de una conspiración interimperialista para abatir el movimiento independentista de la Guayana Británica”, dice (Cámara de Diputados, La Guayana Esequiba, 1965).

La izquierda de ayer y en insurgencia, esa que hoy desgobierna sobre el territorio nuestro rasgándose las vestiduras, era la responsable de esa narrativa antinacional, estimulada desde Cuba.

Lo otro y de no menor importancia es la aporía que se insiste en introducir entre la defensa del Acuerdo de Ginebra de 1966 y el conocimiento del diferendo por la Corte Internacional de Justicia. Se trata de algo de fondo y que nos pone de espaldas a la verdad histórica. Y lo primero de decir es que, la primera queja presentada ante Gran Bretaña por Venezuela al objeto del alcanzar el señalado acuerdo –tal como reza el memorándum entregado por el canciller Falcón Briceño en Londres y al referirse a la manida sentencia de París– es que “no fue una línea de derecho sino una de compromiso político”. “Venezuela respeta y se atiene a todas y cada una de las disposiciones del Tratado de Arbitraje de 1897”, agrega. “He expuesto cómo en el Laudo Arbitral de 1899 se desconocieron y se violaron las normas de Derecho de ese tratado”, recuerda el señalado canciller ante la Comisión Especial de la ONU reunida para conocer del asunto, en 1962.

La perspectiva original venezolana es, pues, esencialmente jurídica y no solo transaccional. Tanto así que, sucesivamente, al ser presentado ante el Congreso de la República el milagroso acuerdo suscrito en el Lago de Leman –ese que nos saca las castañas del fuego luego de un atropello histórico casi irreversible– declara Iribarren Borges lo siguiente: “Venezuela propuso que se encomendara la función de escoger los medios a la Corte Internacional de Justicia… no habiendo sido aceptada esta propuesta por los británicos… [; dado lo cual] Venezuela propuso encomendar aquella función al Secretario General de las Naciones Unidas”.

Sucesivamente, agrega Iribarren lo vertebral: “De acuerdo con los términos del artículo 4, el llamado Laudo de 1899, en el caso de no llegarse antes a una solución satisfactoria para Venezuela, deberá ser revisado por medio del arbitraje o el recurso judicial” (Ministerio de Relaciones Exteriores, Reclamación de la Guayana Esequiba, 1962-1981).

De modo que, encallar, sin más, en la tesis de la “solución práctica y recíprocamente satisfactoria”, obvia que esta fue una escala apropiada y útil para la política exterior y de Estado de Venezuela ante una ex Guayana británica atrincherada en que lo único debatible, de entrada, era la validez o no del Laudo de París. Por lo que, agotada y sin destino como se demostró tal solución, por obra del Acuerdo quedó abierta la otra fase, la del mandato otorgado al secretario de la ONU para que resolviese él, directamente, sobre la vía para la solución final de la cuestión del Esequibo. Por eso estamos en la Corte.

Sin embargo, hay quienes de buena fe insisten en la otra aporía insoluble, a saber, que habiendo resultado inviable el acuerdo entre las partes y, de suyo, abierta la compuerta que nos conduciría hasta la ONU y de aquí hasta La Haya, lo correcto es volver otra vez a la mesa fallida para que las partes se acuerden sobre el medio ya dispuesto por el secretario general.

La Corte Internacional de Justicia, en suma, fue siempre la carta que se reservó Venezuela dada la fuerza jurídica de nuestro reclamo. Ahora la queremos obviar, mientras nos solazamos en el jolgorio. Nada nuevo bajo el sol. Entre tanto avanza Guyana con frialdad y alega ante los jueces. Apuesta a nuestra ausencia y contumacia.

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