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Alejandro Armas

Alejandro Armas Mar 22, 2024 | Actualizado hace 6 días
Autocensura con esteroides
Hay mucho miedo y con mucha razón. Cabe esperar que veamos una discusión política incluso más autocensurada que lo que ya estaba antes

 

@AAAD25

Comienzo el artículo de esta semana refiriendo a dos de sus predecesores, puesto que junto con el presente constituyen un triángulo que brinda la idea completa que tengo en mente. Uno es el antecesor inmediato, que vio luz la semana pasada. Si quien esto lee no pasó sus ojos por aquel, brindo ahora un resumen.

La tesis central es que, mucho más allá del aparato de propaganda chavista formal, hay toda una red de medios privados, partidos opositores solo de nombre y “analistas políticos independientes” dedicados a difundir, mano con mano, una imagen de Venezuela totalmente distorsionada de la realidad y que replica la ilusión de un país más o menos democrático y sin urgencia socioeconómica alguna de un cambio de gobierno.

En el otro artículo, que data del año pasado, señalo que los voceros de la oposición prosistema tienen una ventaja comunicacional que sus pares de la oposición antisistema no tienen, pues no están vetados de los grandes medios tradicionales y, por el contrario, se la pasan deliberando en ellos, por lo que es ridículo que desestimen a la oposición antisistema por estar confinada a redes sociales, único espacio en el que pueden expresarse.

Pues bien, ahora ni esa libertad está asegurada para quienes creen que la oposición necesita de alguna manera presionar cívicamente al gobierno para que este acepte negociar una transición y que no se limite a pedir de rodillas que la voluntad ciudadana mayoritaria sea respetada. No porque las redes sociales y, sobre todo Twitter, que es el principal foro virtual para esas discusiones en Venezuela, hayan cambiado. Bueno, sí. En realidad, Twitter, ahora bajo la fea identidad de “X”, ha cambiado considerablemente bajo la égida de Elon Musk. Pero esos cambios no impiden que los venezolanos lo sigamos usando como ágora. El problema es exógeno. Cada vez son más las proclamas furiosas desde el poder para anular el discurso opositor inconforme con el mantra prosistema de que “Si votamos, ganamos”. El objetivo claramente es intimidar a esa corriente de opinión para que no siga hablando. En una sola palabra, autocensura.

No importa cuántas veces se haga la aclaratoria de que las acciones alternativas para presionar deben ser pacíficas. No importa cuántas veces se haga la aclaratoria de que el objetivo es una transición negociada con la elite gobernante para que este malhadado país pueda salir del hueco en el que está. El aparato de propaganda gubernamental ignora eso y sistemáticamente identifica a los blancos de su ira como potenciales delincuentes peligrosos contra quienes pudiera haber represalias en cualquier momento. Así, desde los medios del Estado, pero al servicio de la elite gobernante, salen las acusaciones más descabelladas sobre tramas malignas y conexiones inexistentes. ¿Las pruebas? No las necesitas cuando lo que buscas no es convencer sino, de nuevo, amedrentar.

Pero resulta que no son solo los miembros de la elite gobernante quienes acometen la atroz labor. Militantes de partidos de la oposición de cartón y algunos de los “expertos independientes” hacen eco, demostrando así una vez más que son copias grises de los jerarcas rojos (y en este caso hay que estar de acuerdo con Platón en su señalamiento de que las copias son versiones degradadas del original). También ellos caracterizan a los adversarios del gobierno como enemigos del pueblo. A veces hasta claman porque se les castigue. Se juntan en redes sociales, cual enjambre de avispas de Aristófanes, para hostigar y tergiversar.

Me gustaría poder decir que es todo un esfuerzo vano, pero eso no sería realista. Hay mucho miedo y con mucha razón. Cabe esperar que veamos una discusión política incluso más autocensurada que lo que ya estaba antes. No hablamos de personas que, con mucho temple, decidieron militar en partidos que hacen oposición de verdad, a sabiendas de los riesgos que ello implica en un entorno político como este. Hablamos de ciudadanos comunes, estudiosos profesionales de la política, o simplemente personas con una opinión, que naturalmente no estarán dispuestos a ser objeto de persecución por un comentario en redes sociales. En muchos casos, antes de presionar el botón de “postear”, lo pensarán dos veces y llegarán a la conclusión de que no vale la pena. Nadie puede culparlos.

También me gustaría pensar que aquellos individuos que son genuinamente opositores y no se prestan para estas artimañas, pero tienden a despreciar a todo lo que cuestione el “Si votamos, ganamos” y a tildarlos de “radicales de Twitter”, caerán ahora en cuenta de lo que produjo el confinamiento digital y de que hasta eso peligra. Menos soberbia. Más solidaridad.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
Alejandro Armas Mar 15, 2024 | Actualizado hace 2 semanas
La máquina de realidad paralela
Entre medios públicos, medios privados cooptados por el chavismo, partidos falsamente opositores y “analistas políticos” rehusados a reconocer el contexto antidemocrático, tenemos un ecosistema en perfecta armonía

 

@AAAD25

Hoy se habla mucho de una crisis epistemológica en las democracias desarrolladas que padecen una altísima polarización, como España o Estados Unidos. No es solo que la opinión pública está dividida en bloques axiológicos irreconciliables. Es decir, no es solo un tema de valores morales. Es que ni siquiera hay acuerdos sobre hechos empíricos en sí mismos, sobre aquello que ni siquiera debería estar sujeto a interpretaciones. El tribalismo ha llegado a un punto en el que grupos de personas que piensan más o menos igual habitan islas de pensamiento sin ningún contacto entre ellas, como si fueran realidades paralelas. El que no pertenece al grupo propio es visto entonces, no como un adversario con ideas equivocadas, pero en general razonable y decente, sino como un lunático peligroso. Ello hace casi imposible la formación de acuerdos mínimos para emprender proyectos conjuntos, la idea de la política de acuerdo con Hannah Arendt.

“Quiebre epocal”

“Quiebre epocal”

En Venezuela también tenemos dos realidades paralelas, metafóricamente hablando, pero que corresponden a una polarización asimétrica. Tenemos por un lado el hecho de un país devastado económica y socialmente, con muy pocas posibilidades de recuperarse a lo grande en el corto o mediano plazo, y gobernado por un autoritarismo feroz e implacable. Por el otro lado, tenemos la ilusión propagandística del gobierno, otrora difundida exclusiva o casi exclusivamente por los medios de comunicación propiedad del Estado pero que, en virtud de la apropiación del Estado por la elite gobernante, convertidos de facto en canales al servicio de los intereses privados de dicha elite. Ahí, Venezuela es en esencia un país próspero, prometedor y, sobre todo, rebosante de alegría. Ello gracias a un gobierno que goza de inmenso apoyo popular, mediante el cual triunfa en casi todas las elecciones, siempre limpias y justas.

Digo “otrora” porque eso ha cambiado. Ya no son solo los medios públicos los que transmiten la ilusión propagandística. Se ha sumado un conjunto de medios privados que fueron cooptados por la elite gobernante, mediante su compra por empresarios vinculados con el chavismo. Los tres casos más notables son los periódicos Últimas Noticias y El Universal, así como el canal televisivo Globovisión. Si bien el diario de la ex Cadena Capriles fue el primero de los tres en sufrir la metamorfosis decadente, los otros dos recientemente se han esforzado por competir por cuál es el más panfletario, como muestran sus titulares en redes sociales exaltando los eventos proselitistas de Nicolás Maduro. Titulares que algunos observadores con acierto compararon con los de una agencia de noticias norcoreana, por el nivel de adulación al presidente. Creo que ni Venezolana de Televisión llegó a tanto.

Ahora bien, si todos estos medios son las tablas para la representación teatral de país feliz, ¿quiénes son los actores? Alguien no muy avispado restringiría el elenco de la farsa a un montón de militantes del PSUV y sus socios minoritarios como el PPT. Pero, de nuevo, ahora la escena es mucho más variopinta. Ya no es un gran retablo carmesí, como alguna de las pinturas de Rothko. Porque resulta que la cooptación es mucho más que mediática. Se extiende también a partidos políticos. ¿Qué otra cosa son aquellas organizaciones intervenidas por el Tribunal Supremo de Justicia y que dicen ser “oposición”, aunque aplauden prácticamente todo lo que hace el gobierno? Y que no se nos olviden los partidos de origen, digamos, y que valga la cacofonía, original pero que están coaligados con los derivados de las intervenciones judiciales en la llamada “Alianza Democrática”.

Hay más. Existe también una fauna de sujetos a menudo identificados con esa rara etiqueta que es la de “analista político” y que también son personajes recurrentes en la tramoya. No necesariamente tienen formación alguna en ciencia política, pero vaya que hablan como autoridades en la materia. Siempre apuntando a la misma conclusión: que en Venezuela las elecciones son como en cualquier democracia (quizá con una que otra injusticia nimia) y que la oposición solo puede y debe enfocarse en desarrollar una estrategia de captación del voto mayoritario para triunfar. Cualquier otro planteamiento no solo es innecesario, sino además “radical e inmoral”. Los presos políticos para ellos no existen. ¿El chavismo desconociendo de facto que la oposición ganó la mayoría calificada en las parlamentarias de 2015? Nunca ocurrió. Y si ocurrió, pues fue la misma oposición la culpable, por “extremista”. Agreguen a eso el llamativo fenómeno de empresas de consultoría política que en redes sociales tratan de usurpar la función de los medios de comunicación, divulgando contenido con fines dizque informativos, pero con una tendencia a propagar bulos alineados con la propaganda chavista.

Veamos el conjunto definitivo: entre medios públicos, medios privados pero cooptados por el chavismo, partidos falsamente opositores y “analistas políticos” independientes rehusados a reconocer el contexto antidemocrático, tenemos a todo un ecosistema en perfecta armonía. Cada uno de esos elementos es como una pieza mecánica en una máquina generadora de la realidad paralela. Con tanta censura y autocensura en los medios tradicionales, es poco lo que pueden hacer las voces alternativas, que sí describen el entorno sin edulcorantes. Lo que lingüistas y semiólogos vinculados con la teoría crítica izquierdista, desde Roland Barthes hasta Noam Chomsky, describieron como redes comunicacionales con el propósito de fomentar el conformismo de las masas con la democracia liberal y el capitalismo (con cierta exageración sobre lo que ello implica en términos de control social), es hecho en Venezuela. El objetivo es que las masas desarrollen un pensée unique afín a los intereses de la elite chavista.

Creo que es un esfuerzo condenado al fracaso. Cuando tienes un país que sigue azotado por la pobreza extrema, por la inseguridad alimentaria y por los apagones constantes, no veo manera de que la población en general abrace una ilusión de vida nacional sabrosa. Sin embargo, sí es posible cautivar a algunas personas. Sobre todo, a aquellas con una calidad de vida por encima del promedio y que quieren pretender que siguen “en la lucha” contra el gobierno, aunque no estén dispuestos a correr los riesgos inherentes a la oposición a regímenes como este. Para ellas, está mandado a hacer el mensaje, quizá no de los propagandistas más evidentes, pero sí de los “analistas políticos” enajenados. Para los demás, para la inmensa mayoría de los oprimidos, el miedo a la represión seguirá siendo el gran agente disuasor del reclamo.

De todas formas, no está de más describir el fenómeno de la máquina propagandística de última generación y, sobre todo, advertir sus componentes aparentemente heterogéneos y dispersos, pero, como ya dije, en plena y deliberada sincronía. Lo bueno es que una vez que se identifica a una de las partes, es más fácil notar el todo. ¿Invitado frecuente a un medio cooptado por el chavismo? Ya sabe. Eso es precisamente lo que la máquina no quiere: que usted sepa. Sea saber la identidad de la máquina misma o cualquier otra cosa sobre la Venezuela de hoy.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
Alejandro Armas Mar 08, 2024 | Actualizado hace 3 semanas
El “tic, toc” contra la oposición
Hoy pienso en aquellos sonidos indicadores del paso de las agujas por orden del inexorable Cronos. Pero no por el chavismo. Nicolás Maduro y su gente no tienen el tiempo en su contra. Es la oposición la que lo tiene

 

@AAAD25

La película Simón, del cineasta venezolano Diego Vicentini, logró lo que toda obra del séptimo arte se propone: que todo el mundo la vea y hable de ella, para bien o para mal, al menos entre el público al que va dirigida. Una escena particularmente comentada es la del discurso fatalista del personaje interpretado por Franklin Vírgüez. Parece haber un redescubrimiento de las destrezas del actor (a los interesados en lo mejor de su carrera, siempre recomiendo La casa de agua, cinta de Jacobo Penzo en la que Vírgüez hace de Cruz Salmerón Acosta, el vate de Manicuare y nuestro “poeta maldito criollo”).

Hoy quiero, no obstante, recordar al susodicho por otra de sus apariciones audiovisuales. O, mejor dicho, por otras. Hablo de aquellos videos que hizo en 2019 para sus redes sociales, en los que auguraba una próxima caída estrepitosa del régimen de Nicolás Maduro. Para enfatizar que era cuestión de tiempo, siempre los concluía con la onomatopeya de un reloj: “Tic, toc, tic, toc”. Recuerdo que la periodista Marianella Salazar hacía algo parecido en su columna de cada miércoles en El Nacional, también en tono ominoso sobre el porvenir del chavismo.

Aunque, como sabemos, en ambos casos los vaticinios fallaron, hoy pienso mucho en ellos. En aquellos sonidos indicadores del paso de las agujas por orden del inexorable Cronos. Pero no por el chavismo. Nicolás Maduro y su gente no tienen el tiempo en su contra. Es la oposición la que lo tiene. El Consejo Nacional Electoral puso como fecha para las “elecciones” presidenciales el 28 de julio. Más apremiante aun, el lapso para inscribir candidatos será del 21 al 25 de marzo. Es decir, en solo dos semanas.

Hace un mes escribí en esta misma columna que me parece excelente que la dirigencia disidente esté decidida a hacer valer la decisión ciudadana expresada en la primaria de octubre pasado, pero que para lograrlo hace falta mucho más que eslóganes como “Hasta el final”. Se necesita ejercer presión interna para que la elite chavista acepte retirar la inhabilitación a María Corina Machado, la candidata unitaria de la oposición. Y el principal recurso, si no es que el único, con el que puede contar para presionar es la movilización ciudadana.

¿Y qué hacemos ahora?

¿Y qué hacemos ahora?

Por los momentos no se ve nada de eso. Cuando escribí el artículo del mes pasado, ya me parecía que era tarde, habida cuenta de que no es nada fácil entusiasmar a una población paralizada por el miedo a la represión, la frustración por experiencias anteriores infructuosas y la necesidad de procurarse los medios para la supervivencia diaria. No se me ocurre nada más importante sobre lo que pueda escribir en estos momentos. Como uno no puede escribir siempre sobre lo mismo, me di el “lujo” de abordar otros asuntos por un par de semanas, algunos de los cuales ni siquiera versan sobre nuestra coyuntura política. Pero ya que a toda vista seguimos igual, vuelvo con el asunto, con el pequeño agravante de que el chavismo está poniendo a la oposición en un nuevo dilema estratégico, cosa en la que es extremadamente ducho.

La oposición puede hacer dos cosas: preparar una candidatura que reemplace a Machado o seguir insistiendo en que ella sea la candidata, incluso después del lapso establecido por el CNE. Como he dicho tantas veces que perdí la cuenta, una candidatura sustituta sería un gesto de debilidad inmenso. Una señal de que no hay disposición a afrontar los vicios del sistema «electoral» cuyas reglas garantizan que el chavismo siempre mantendrá el poder.

Pero la alternativa no está para nada libre de riesgos. Ya que la elite chavista decide las fechas y el CNE solo las anuncia, es concebible que, si se le presiona hasta el punto necesario, dicha elite reconsidere las fechas para la inscripción de candidatos. Lo mismo puede decirse de la fecha de las «elecciones» en sí mismas y de la inhabilitación de Machado. Pero eso solo resultaría si la oposición logra presionar lo suficiente, cosa que nadie puede garantizar.

Por otro lado, la Plataforma Unitaria se ha mantenido cohesionada desde octubre en torno a Machado como su candidata. Es posible que esa unidad flaquee a partir de ahora y que los elementos más prosistema empiecen a exigir un reemplazo: Un Nuevo Tiempo, Acción Democrática y la parte de Primero Justicia afín al exgobernador de Miranda Henrique Capriles. Ya hay señales de eso.

Ahí está, por ejemplo, el diputado a la Asamblea Nacional electa en 2015 Luis Emilio Rondón, manifestando que su partido, UNT, está dispuesto a buscar alternativas para evitar que los saquen de la “vía electoral”. Un mensaje equívoco, de no ser porque estuvo acompañado por la declaración de que “entre nuestras filas está uno de los mejores venezolanos para ser presidente, como lo es Manuel Rosales”, el gobernador del Zulia y líder de UNT. Mientras, Capriles no esperó ni media hora tras los anuncios del CNE para manifestar que se inclina porque la oposición “siga el ejemplo de Barinas”.

Es decir, nombrar a un candidato que sí esté habilitado, como cuando la oposición cambió a Freddy Superlano por Sergio Garrido en las regionales de 2021-2022. A Capriles no parece importarle el hecho de que evidentemente el chavismo no será tan “flexible” cuando es Miraflores, y no una gobernación, lo que está en juego. Ni que ya está harto demostrado que el chavismo permitió la candidatura de Garrido porque previó que este no lo estorbaría y hasta convalidaría sus intereses, como en efecto ocurrió.

De manera que las tesis de sustitución de candidato que cogen impulso quizá valdrían la pena si no fuera porque sus promotores son los mismos que se rehúsan a que la oposición tome cualquier acción contra los vicios del sistema “electoral”, condenándola de esa forma a seguir unas reglas diseñadas para que el chavismo siempre mantenga el poder. Una forma de fingir que haces algo cuando en realidad no haces nada.

Es verdad que Machado ha estado muy activa recorriendo el país y organizando a simpatizantes para su causa. Pero, parece mentira que haya que decirlo, uno se organiza para una eventual acción. Y esa acción cívica es lo que pudiera hacer la diferencia. Más temprano que tarde veremos si se dará, porque el tiempo se está acabando rápido. Como en la Sinfonía 101 de Haydn, apodada “Reloj” por el ritmo cronométrico de su segundo movimiento, y contada entre sus “Sinfonías Londinenses”. Si acá no hay un Big Ben, pues a estar pendientes de la Torre La Previsora. O, por volver a nuestro punto de partida, como dirían Vírgüez o Salazar: tic, toc, tic, toc.

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Alejandro Armas Mar 01, 2024 | Actualizado hace 4 semanas
El Metro como metáfora del país

Estación Sabana Grande del Metro de Caracas. Foto (interv. por Runrunes) de Luis De Jesús (@luisdejesus_) en El Nacional, agosto 2022. 

El medio de transporte que alguna vez fue avizorado como “la gran solución para Caracas” está en manos de la elite gobernante menos interesada en el bienestar colectivo, en toda la historia nacional

 

@AAAD25

Todos tenemos rasgos extraños pero inocuos en nuestra personalidad. Aquellos que, sin implicar demencia, nos distinguen de la masa amorfa que llamamos “normal humano”. Uno de los míos es la fascinación por los trenes urbanos. Es de las pocas cosas que recuerdo sobre mi infancia más temprana y que nunca me ha dejado. Como buena abuela y por lo tanto alcahuete de las pasiones pueriles, la mía me llevaba al Metro de Caracas sin ninguna finalidad, más allá de divertirme. Íbamos de Altamira a Palo Verde y luego de regreso. A veces, cuando no había quien me cuidara en casa, tenía que acompañarla a su trabajo, en Las Adjuntas. Nada me hacía más feliz entonces que ver el Metro pasando sobre la autopista, rumbo a Caricuao. Parte de la dicha de mis dos años viviendo en Nueva York por razones académicas fue explorar de cabo a rabo el sistema de metro más grande del mundo.

Todavía me gusta usar el Metro de Caracas y, si bien no es a diario, soy un usuario regular. A veces, por ir a alguna parte de la ciudad a la que no quiero ir en carro. Otras veces, solo por ese gusto difícil de explicar. Pero hasta un amante del metro como yo tiene que admitir, con dolor profundo, el deterioro abismal del sistema subterráneo capitalino. Los retrasos desesperantes en la llegada de trenes, el bochorno pegajoso de un vagón sin aire acondicionado, el atolondramiento grosero de muchos usuarios, acaso agobiados por los otros problemas. Etcétera.

Pero ojalá fuera solo eso. Los accidentes que obligan a evacuar trenes o estaciones son cada vez más frecuentes. Hace unas dos semanas, en un mismo día hubo dos: uno en el tramo entre las estaciones Caño Amarillo y Agua Salud, y otro en la estación Zoológico. Por suerte, nadie salió herido. Pero, repito, la frecuencia de estos episodios preocupa mucho. ¿Es que tiene que ocurrir una desgracia para que las autoridades tomen cartas en el asunto?

Pregunta sin sentido. En realidad, es fútil esperar que se haga el mantenimiento necesario, suceda o no una calamidad. Porque, lamentablemente, el medio de transporte que alguna vez fue avizorado como “la gran solución para Caracas” está en manos de la elite gobernante menos interesada en el bienestar colectivo, en toda la historia nacional. El metro es otra de tantas obras hechas por esa democracia que el chavismo tanto vitupera y desdeña, toda vez que ese mismo chavismo las dejó decaer hasta una cota del subsuelo inferior a las memorias de Dostoyevski. Quienes se jactan de ser mucho más productivos y eficaces que sus predecesores terminaron reduciendo el producto del objeto de su desprecio, sin un reemplazo.

¿Qué les importan los pesares de los usuarios cotidianos del metro, o incluso los peligros que corren? Ni que ellos lo usaran. Ellos se desplazan en camionetas con chofer y refrigeración, así como una horda de escoltas.

Ya sabemos qué puede pasar cuando alguien reclama. Hace año y medio, Roberto Patiño, cofundador de la ONG Alimenta la Solidaridad, y otros activistas levantaron la voz por la deplorable situación del medio de transporte. ¿Cuál fue la reacción desde el poder? Victimizarse y criminalizar a los denunciantes. Decir que había una “campaña contra el Metro”. Según su narrativa caradura, no son los millones de usuarios del metro los que tienen razones para quejarse, sino ellos mismos, los mandamases que se han rodeado de privilegios a costa de un Estado, incluyendo al metro, por el que debían velar. Las cuitas del ciudadano común no importan, sino que se sepan y que a los jerarcas los increpen por ello.

Sin embargo, el escándalo fue tal, que el chavismo tuvo que pretender que haría algo al respecto. El resultado fue una campaña de supuesto mantenimiento a gran escala. Como todo lo que el chavismo hace, la presentaron propagandísticamente con bombos y platillos. Pero por lo visto no pasó de aplicar pintura nueva a las estaciones y arreglar algunas escaleras eléctricas. Si la seguidilla de accidentes recientes nos dice algo, sigue pendiente el trabajo mecánico que debería ser prioridad.

Pero, de nuevo, con este gobierno no podemos esperar algo mejor. Y, de hecho, el Metro de Caracas es una metáfora de toda Venezuela. El país entero se ha deteriorado al punto de ser una sombra de lo que fue. Cuesta conseguir un aspecto de la vida nacional cuya calidad no haya bajado. Pero quien proteste se encontrará, en el mejor de los casos, con la indiferencia del gobierno. En el peor, con su puño de hierro. Venezuela tiene tantas, tantas cosas que necesitan una mejora urgente, que sin temor a equivocarnos podemos decir que el metro no es lo más apremiante (para empezar, es un problema caraqueño; y justo ahora, las dificultades de los habitantes del resto del país son mucho mayores). Pero, cuando tengamos un gobierno al que sí le importe algo más que los lujos de una camarilla, también habrá que devolverle al metro el estatus de solución para la capital. Como eterno entusiasta de los rieles, espero poder ver eso.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
Una virtud inherente, pero insuficiente
¿Por qué la gente le da la espalda a la democracia? Pues porque la relación del ciudadano común con la forma de gobierno de la nación que habita rara vez es deontológica. Por lo general es utilitaria

 

@AAAD25

Siguen las dificultades para el orden democrático a lo largo y ancho del planeta. La revista The Economist acaba de emitir el informe más reciente de su Índice de democracia, uno de los estudios más respetados académicamente sobre la salud de esta forma de gobierno, urbi et orbi. Como ha pasado en años anteriores, el diagnóstico no es alentador. Solo 8 % de la población mundial vive en democracias plenas, mientras que 40 % habita Estados con regímenes autoritarios. 

Lo más preocupante es que, si bien en algunas partes del mundo (sobre todo África), el golpe de Estado sigue siendo algo frecuente, durante el siglo XXI ha emergido una forma más sutil de desmantelamiento de la democracia. No la liquidan de un tiro, sino que se le desarrolla un cáncer que la va matando poco a poco. A menudo, de la mano de mandatarios electos democráticamente pero que luego abusan de su poder para socavar las instituciones democráticas y republicanas.

TALITA CUMI

TALITA CUMI

Pudiera uno creer que los venezolanos estaríamos particularmente inoculados contra este tipo de politicastros, ya que eso fue exactamente lo que hizo Hugo Chávez. Pero ahora tenemos a un número impreciso de compatriotas fascinados por el presidente salvadoreño Nayib Bukele (que hace algo muy parecido a Chávez) y manifestando fantasías de que surja un émulo local. Dentro de la misma nación centroamericana, la popularidad de Bukele es abrumadoramente alta, como demuestra su victoria aplastante en las recientes elecciones presidenciales. A los millones que votaron por él les importó un comino que su candidatura fuera inconstitucional.

¿Por qué la gente le da la espalda a la democracia? Pues porque la relación del ciudadano común con la forma de gobierno de la nación que habita rara vez es deontológica. Por lo general es utilitaria.

En otras palabras, la mayoría de las personas se inclina por aquel gobierno que le brinde mayor calidad de vida, determinada a su vez por experiencias concretas de su cotidianidad, como poder adquisitivo, infraestructura pública y seguridad ciudadana. Las abstracciones éticas típicamente asociadas con la vida en democracia (e. g. libertad, justicia, etc.) tienen una capacidad mucho más restringida para persuadir a las personas sobre qué es preferible. De manera que una apelación a la conciencia moral de las masas (“Debes apoyar la democracia porque ella va de la mano con estos valores”) difícilmente tendrá el resultado esperado.

Ahora bien, ¿significa esto que ha quedado refutada la supremacía de la democracia entre las formas de gobierno conocidas? No. La democracia tiene una ventaja inherente con respecto a las demás opciones. Algo que la hace especial. Y afortunadamente, es algo con valor utilitario. A saber, que brinda infinitas oportunidades para corregir errores gubernamentales, sin traumas. No importa cuántos gobiernos terribles haya. En democracia siempre habrá otra oportunidad para escoger algo mejor. Si consideras que todo se ha puesto carísimo bajo un gobierno o que ha aumentado la delincuencia, puedes votar por una alternativa en la próxima elección. Con los regímenes autoritarios no pasa lo mismo. 

No faltan, sin embargo, los que desechan este argumento señalando que hay gobiernos que nunca necesitan ser cambiados, pues las cosas jamás marcharán mal bajo su égida. Este es el caso de las doctrinas totalitarias como el fascismo o el marxismo. O de los líderes populistas ideológicamente vagos pero muy carismáticos, como Bukele (recuérdese, como explicó Weber, que el carisma es irracional). Los apologistas del autoritarismo insisten en que el gobierno de su preferencia tiene las respuestas para todo. Pero se equivocan o mienten.

La historia ha demostrado que no hay gobierno infalible. ¿Hasta cuándo seguiremos con la fantasía platónica del “rey filósofo” (Bukele, a propósito, se identifica como tal en su cuenta de Twitter)? No importa cuán sabios sean los mandatarios. Tarde o temprano las cosas empezarán a ir mal. Esa es la consecuencia necesaria de la imperfección humana. Saberlo todo es un rasgo exclusivo de Dios, si es que existe. Pero quienes gobiernan no son dioses. Son seres humanos. Por eso la creencia en un gobierno infalible es insólitamente arrogante y la atribución de un manto de infalibilidad a un mandatario es un culto a la personalidad, una forma de endiosamiento siempre ridículo y que aun así puede cautivar a millones de personas.

Pero la ventaja inherente de la democracia tiene una debilidad: es en esencia una promesa. Una promesa de cumplimiento garantizado, pero promesa al fin. Ello implica que es una ventaja siempre proyectada hacia el futuro. Y, lamentablemente, muchas veces la gente no piensa en el futuro o no le da mucha importancia. Sobre todo, cuando en el presente hay problemas graves (la pobreza en Venezuela en 1998, la delincuencia en El Salvador hoy, y así). Pero esta tendencia no por real es sabia o prudente. No es bueno mandar al demonio toda consideración sobre el futuro con tal de atender una cuestión del presente, por urgente que esta sea. 

Dice Heidegger que el rasgo existencial del Dasein, ese ser que se pregunta sobre sí mismo, es la importancia que se da a sí mismo y al mundo en el que fue “arrojado”. Al ser temporalizada dicha importancia, el futuro no es más que el entendimiento, la proyección de nuestras posibilidades. De manera que desdeñar el futuro es suspender nuestro entendimiento. Estas tesis ontológicas pueden sonar complicadas, pero, como todo pensador, Heidegger lo que hace es presentar unas conclusiones a las que todos deberíamos poder llegar. ¿No es acaso, en esta oportunidad, lo que hace un progenitor cuando aconseja a su hijo pensar en su futuro?

Es importante entonces reconocer la ventaja inherente de la democracia. Pero me temo que no es para nada suficiente. Convencer de ello a millones de personas es una labor cuesta arriba y tal vez como Sísifo con su roca. Es luchar con demasiadas pasiones. Por eso, las democracias tienen que enfatizar ese mensaje, pero también hacer mucho más. Tienen que ser eficaces. Tienen que brindar soluciones a problemas reales del ciudadano común. Tienen que dar al traste con la corrupción. Nada aleja más a la sociedad de la democracia que la visión de que sus funcionarios son negligentes o incompetentes, y de paso ladrones. No es casual que estos flagelos sean endémicos en democracias frágiles, como las latinoamericanas. Remito de nuevo al caso salvadoreño, donde el descontento con la clase política previa a Bukele es comprensible. Al final, las instituciones son de la calidad de las personas que las hacen posibles.

Los demócratas del mundo tienen, pues, que asumir ese compromiso. Porque la virtud inherente de la democracia no les va a hacer la tarea.

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Alejandro Armas Feb 16, 2024 | Actualizado hace 1 mes
Excusas de mala fe
Decir que los empresarios pueden colaborar con el gobierno y a la vez pretender que al hacerlo están exentos de que los cuestionen por una supuesta obligación es un argumento de mala fe

 

@AAAD25

Quienes me conocen en persona o leen esta columna regularmente saben que una opinión mía, nada exenta de polémica, es que cabe esperar que los grandes entes de la sociedad civil mantengan trato cordial con la elite chavista mientras no se vea un cambio de gobierno en el horizonte. Así sea solo para sobrevivir. Debido a la intolerancia extrema del chavismo a la crítica, lograr aquella cordialidad pasa necesariamente por abstenerse de criticarlo, lo que a su vez supone en términos prácticos abstenerse de hablar de política venezolana en general. Así, desde una posición neutral, pueden entenderse con Miraflores y procurar que el poder cree o mantenga las mejores condiciones posibles para sus respectivas actividades. Si el resultado en tal sentido es subóptimo, no importa, ya que la alternativa es el reclamo que puede desatar la furia gubernamental y la consecuente posible aniquilación.

Pero siempre he dejado claro que hay un límite ético para esta postura, un punto a partir del cual el cuestionamiento se vuelve inevitable. Y es cuando los entes de la sociedad civil, en vez de evitar “meterse en política”, intervienen en respaldo de la elite gobernante. Lamentablemente, ya está ocurriendo. Se ve sobre todo en las grandes organizaciones patronales, representantes de las elites empresariales del país. No solamente porque repiten la propaganda chavista sobre las sanciones internacionales como culpables del empobrecimiento de las masas, sino además porque promueven con entusiasmo sus actos, aunque sea evidente que, como todo lo que hace este gobierno, el propósito es en beneficio exclusivo de los poderosos y no del país entero. Verbigracia, llamaron a votar en la “consulta” sobre el reclamo del Esequibo, aunque su objetivo no fuera realmente fortalecer la posición de Venezuela en la disputa, sino desviar la atención puesta en la exitosa elección primaria de la oposición y tratar de movilizar ciudadanos a favor del chavismo.

Ahora tenemos a Fedecámaras tomando parte en las reuniones convocadas por la elite chavista para definir el cronograma de las “elecciones” presidenciales y emergiendo de las mismas sin más que un tímido y anfibológico llamado a que se mantengan los llamados Acuerdos de Barbados y un tácito consentimiento de los planes de llevar a cabo el proceso excluyendo a la candidata unitaria de la oposición, María Corina Machado.

Hasta donde yo sé, la propia organización ha preferido ignorar el torrente de repudio resultante. Pero no le han faltado terceros que acudan en su defensa. Entre sus argumentos está algo que más o menos refleja la premisa en el primer párrafo de este artículo, pero que ignora el límite ético. Si usted sospecha que me refiero a conspicuos devotos del fetichismo electoral y edulcorantes del panorama político para justificar a una oposición de mentira, pues acierta. Dicen, pues, estos señores que los empresarios están obligados a involucrarse en la simulación de democracia porque lo contrario sería un desplante que el chavismo vería con muy malos ojos y que los expondría a represalias que harían daño a lo que queda de sector privado. Dado que son empresarios y no dirigentes políticos opositores, pues es natural que hagan lo que tengan que hacer para velar por sus intereses empresariales. No se les puede juzgar porque actúan más allá de la política.

¿Es esto cierto? En primer lugar, hay que decir que la elite chavista no necesita de ninguna manera que Fedecámaras le legitime sus argucias. Le basta con que la organización, así como el público en general, no lo estorbe con gestos de oposición. En otras palabras, la tesis sobre una supuesta obligación es espuria y era posible que la patronal se quedara, digamos, en neutro. Pero no. Prefirieron tomar partido. Al hacerlo, se convirtieron en actores políticos. Y todo actor político, que interviene a favor o en contra de un orden público cualquiera, está sujeto a crítica por el público afectado. No se vale inventar privilegios metafísicos de “actor político que trasciende la política”.

Aquellos señores decidieron involucrarse en los planes antidemocráticos del gobierno. Esa escogencia es el quid de la cuestión. Actuaron libremente. Sartre consideraba que los seres humanos siempre actúan libremente pero que, a veces, para no lidiar con las posibles consecuencias negativas de sus decisiones, aducen que factores externos los forzaron. Es un autoengaño y un intento de renegar de la libertad propia para no asumir responsabilidades. Sartre lo llama “mala fe”. Decir que los empresarios pueden colaborar con el gobierno y a la vez pretender que al hacerlo están exentos de que los cuestionen por una supuesta obligación (cuya existencia, repito, resulta dudosa) es un argumento de mala fe.

Tenemos una elite gobernante a la que la inmensa mayoría de la población atribuye, con toda razón, el desplome de su calidad de vida. Ergo, quien se asocie con ella con miras a mantener el statu quo seguramente se ganará una opinión no precisamente favorable por parte de la ciudadanía. De manera que los órganos de la sociedad civil pueden escoger entre las recompensas materiales de la cercanía al poder arbitrario o el aprecio y la deferencia de la población. Pero no contar con ambas cosas. Creo que, en el caso de las elites empresariales, ya escogieron y la selección es obvia. Sus apologistas deberían tener al menos la dignidad de no lloriquear por el desdén de la gente en un país marcado por exclusiones injustamente grotescas.

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Alejandro Armas Feb 09, 2024 | Actualizado hace 1 mes
¿Y qué hacemos ahora?
Me parece estupendo que Machado y quienes la apoyan digan que no se van a doblegar. Pero el público que ha depositado sus esperanzas en ellos necesita más que consignas y eslóganes positivos

 

@AAAD25

Este artículo ve la luz cuando se cumplen dos semanas del pronunciamiento del Tribunal Supremo de Justicia, hablando en representación de la elite chavista que realmente toma tales decisiones en atención a sus intereses privados, reafirmando la inhabilitación de la candidata presidencial unitaria de la oposición, María Corina Machado. Desde entonces, se ha intensificado la discusión entre elementos que se identifican como “opositores” (aunque algunos en realidad no se opongan de ninguna manera al gobierno) sobre cómo proceder. Están por un lado quienes instan a designar ya mismo a un abanderado sustituto sobre el que no pese ningún veto. Por el otro lado están los que insisten en que Machado, como ganadora de la primaria de octubre de 2023, sea la retadora de Nicolás Maduro o cualquier otra persona que el chavismo lance. En este grupo se encuentran, por los momentos, todos los partidos de la Plataforma Unitaria, principal coalición opositora.

Como es normal en este tipo de diatribas desde hace años, la amargura visceral no falta. Los partidarios del reemplazo inmediato acusan a los otros de crear un culto personalista intransigente en torno a Machado, que ata los destinos de la disidencia a los caprichos egoístas de una sola persona. Los que se inclinan por seguir clamando por la habilitación de ella, por su parte, dicen que el otro bando desdeña la voluntad ciudadana expresada en los comicios internos y pretende que el candidato opositor sea alguien que el gobierno considere aceptable porque no interferirá con los vicios del sistema.

Quienes me conocen saben que yo pienso que la oposición debería al menos intentar hacer valer el resultado de la primaria. He sido desde años bastante crítico de la idea de que plegarse a las arbitrariedades de la elite gobernante y pese a ellas propinarle una derrota electoral con margen inmenso hará que ella acepte finalmente un cambio político. Hoy, no obstante, me voy a dirigir en tono no precisamente halagüeño a los otros. A los que dicen que se mantendrán en pie de lucha. Mi pregunta para ellos es: ¿y ahora qué?, ¿cuál es el plan? Me parece estupendo que Machado y quienes la apoyan digan que no se van a doblegar ante los abusos. Pero el público que ha depositado sus esperanzas en ellos necesita saber más. Necesita más que declaraciones de principios, por nobles que estos sean. Necesita más que consignas y eslóganes positivos, como “Hasta el final”. Lo que necesita es una estrategia. Un conjunto de pasos concretos que pueda seguir.

Estrategia mata dilema

Estrategia mata dilema

Ah, qué hacer, qué hacer. Probablemente sea la pregunta por antonomasia para la humanidad. La conseguimos hecha meme a partir de una escena de Buscando a Nemo y también en un panfleto de Vladimir Lenin devenido en libro. Arendt sostuvo que la acción es lo que nos permite distinguirnos como individuos. Esto es especialmente importante en política, puesto que las comunidades libres, o que aspiran a serlo, son los espacios en los que diferentes personas pueden actuar con relativamente pocas limitaciones, reafirmando así su identidad y, al mismo tiempo, convenciendo a otros sobre la validez de las ideas propias. Es así como los individuos se articulan para transformar su entorno… Precisamente lo que a los venezolanos nos urge.

Aunque Arendt incluyó con énfasis el discurso en el rango de lo que tenía en mente al hablar de acciones, es necesario que vayamos más allá de lo estrictamente retórico. Facta, non verba. Es más, la palabra debe estar al servicio de la acción no verbal. Debe ser para convocar, para organizar, para movilizar. Acciones cívicas y pacíficas que involucren a todos los ciudadanos interesados en un cambio de gobierno. Porque sin ese tipo de presión interna, la probabilidad de que la oposición alcance ese objetivo las veo mínimas. La presión internacional es importante pero no suficiente. Quien crea que las sanciones, de regresar en abril, por sí solas van a hacer todo el trabajo, se equivoca. Los más de cuatro años en que estuvieron vigentes son prueba más que suficiente.

No me vengan con que seguramente hay un plan, pero no lo han revelado todavía. No estamos para esas. El reloj corre en contra. El chavismo quiere hacer las “elecciones” lo más pronto posible para que la oposición tenga poco margen de maniobra.

Entiendo perfectamente el tamaño del desafío. No es nada fácil alentar a una población que está aterrorizada por la represión gubernamental y que concentra su esfuerzo en actividades productivas para apenas llenarse el estómago todos los días. Pero si no se intenta por lo menos, el fracaso es una profecía autocumplida. Así, en unos meses (o, quizá, en unas semanas), la oposición estaría nominando a una alternativa y rogando que el gobierno no la inhabilite también. Un escenario bastante subóptimo, que indicaría poca o nula disposición a defender el voto en caso de abusos desde el poder. Si ese va a ser el desenlace, la trifulca verbal con los actuales partidarios de la sustitución no tiene ningún sentido.

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¿Hasta cuándo las concesiones unilaterales?
El maquiavelismo acartonado podrá hablar todo lo que quiera sobre buscar una candidatura que no tenga el ‘extremismo’ de MCM. A quien pueda dar una pelea electoral competitiva le van a aplicar lo mismo

 

@AAAD25

Eso de que “Es viernes y el cuerpo lo sabe” es bastante cierto. Hacia el ocaso del día cuya etimología remite a la diosa Venus, siempre asociada a los placeres sensuales, el ciudadano común lo que quiere es distenderse, charlar con los amigos, tomarse una cerveza y así. Para los periodistas y demás personas que nos ganamos la vida observando hechos de interés público y comunicando al respecto, el desorden inherente a un gobierno arbitrario nos impide aquel alivio más de una vez. Por ejemplo, el viernes pasado, cuando el Tribunal Supremo de Justicia anunció las decisiones sobre la apelación de impedimentos a políticos para que lancen candidaturas a cargos de elección popular. Los resultados fueron anunciados a cuentagotas, en un melodrama de poca monta que recuerda a esos pésimos reality shows en los que al final de cada episodio hay uno o varios eliminados. Por supuesto, a manera de clímax, el pronunciamiento verdaderamente importante quedó para el final: el veto a María Corina Machado, candidata unitaria de la oposición a las elecciones presidenciales, quedó incólume.

Nadie con dos dedos de frente a estas alturas asume que el Poder Judicial toma decisiones así de manera autónoma. Los textos leguleyos de las cortes, con sus latinajos pomposos y gimnasia mental jurídica digna de Nadia Comaneci, son solo intentos de dar un barniz de institucionalidad a decisiones que la elite chavista, ama y señora de la nación, toma de forma privada y pensando tan solo en sus intereses. Por lo tanto, la decisión sobre Machado proviene de Nicolás Maduro y compañía. Ni más ni menos que Jorge Rodríguez lo dejó bien claro al vociferar, tan solo un día antes, que ella “no puede ser candidata a nada”.

Así, como siempre entre improperios y proyecciones freudianas, el chavismo reafirmó que no permitirá elecciones democráticas, y por lo tanto verdaderas, en Venezuela. Solo la simulación de siempre. La misma película con el mismo final. El “ganador” está cantado porque las reglas del sistema solo eso permiten, por diseño.

Personalmente, no me sorprendió ese desenlace. Como todos los derivados de los diálogos previos entre el chavismo y la oposición o entre el primero y el gobierno de Estados Unidos, vi con algo de escepticismo el proceso desde un principio. No lo identifiqué como condenado al fracaso, pero tampoco me produjo mucho entusiasmo (tengo suficiente humildad como para no creerme Casandra o Nostradamus y para considerar escenarios que, por mis propios sesgos, me parecen improbables).

Quisiera saber, por otro lado, qué tienen que decir los integrantes de cierta corriente “analítica” que lleva años traficando la especie de que si solo se dialogara con la elite gobernante, sin sanciones ni protestas ni ningún otro tipo de presión sobre la misma, entonces veríamos con toda seguridad cambios para bien en la política del país. Más democracia y un Estado de derecho más robusto. Pues bien, con la manifestación política de masas prácticamente inexistente desde al menos 2019, y ahora con las sanciones de Estados Unidos levantadas en su casi totalidad, lo que obtuvimos, en vez de una supuesta cara amable de esta autoproclamada “revolución”, fue la “furia bolivariana”. Presos políticos que ocuparon las celdas vaciadas por los liberados en diciembre pasado (recuerdo a unos caballeros burlándose entonces de quienes expresaron temor por tal posibilidad, alegando que son más dramáticos que Delia Fiallo). Las organizaciones defensoras de DD. HH. bajo amenaza. Machado y Henrique Capriles aún inhabilitados.

No, ya va. ¿Saben qué? En realidad, no tengo interés en las explicaciones de aquel sector de la opinión pública. Como cabía esperar por parte de cualquiera que lo ha observado con detenimiento, no hay ningún reconocimiento de errores. Al contrario, insisten en sus postulados de que la oposición tiene que seguir cediendo, a cambio de nada. Ahora, con su candidatura. Insinúan o, en el caso de los más desbocados, gritan a todo pulmón que es necesario reemplazar a Machado como abanderada. Ni se les ocurre que haya que buscar formas de presionar para que la inhabilitación arbitraria sea levantada. Qué va, si eso sería “extremista”. No están para pensar en formas de acabar con el statu quo opresor, única forma ética de poner la ciencia política al servicio del bien común en la Venezuela actual. Están para racionalizar la sumisión a aquel, y para eso darán cuántos pasos sean necesarios. Cada vez que la oposición haga concesiones sin correspondencia por el oficialismo, acto seguido exigirán más.

Imagino que en los meses por venir estarán más alborotados que nunca, habida cuenta de que la Casa Blanca acaba de advertir que restaurará las sanciones si para abril no se permite a todos los interesados en ser candidatos presidenciales participar efectivamente. Ya están farfullando, coléricos, que de concretarse eso, todo sería culpa de la “oposición radical”, esa que según ellos solo existe en Twitter. Claro, como si unos tuiteros venezolanos tuvieran más influencia en Washington que el lobby millonario de tenedores de bonos y petroleros tejanas. Para exigirle al gobierno las reformas democráticas que revocarían las sanciones definitivamente, no tienen las mismas agallas.

Con tanta genuflexión, de esto no vamos a salir nunca. Ni siquiera a Capriles, una figura mucho más moderada que Machado, le quitaron la inhabilitación. El maquiavelismo acartonado podrá hablar todo lo que quiera sobre buscar una candidatura alternativa que no tenga el “extremismo” de la actual nominada. A quien pueda dar una pelea electoral competitiva le van a aplicar lo mismo. Hora de entenderlo.

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