Colectivos armados ganan protagonismo en Venezuela
El arresto de cientos de personas, la muerte de al menos 22 personas y la persecución generalizada en el contexto de manifestaciones contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela –quien fue proclamado ganador de unas elecciones cuestionadas– ha abierto un nuevo capítulo en una larga crisis. Detrás de las historias de abusos y hostigamiento se asoma el rol de los colectivos, grupos paramilitares que simpatizan con el gobierno, y muchas preguntas sobre su futuro
Equipo In.visibles
Luis Eduardo Roberto Hernández, un mototaxista de Upata, estado Bolívar, en la zona minera de Venezuela, murió el martes 30 de julio a causa de un impacto de bala en la cara, cuando participaba en manifestaciones en rechazo a los resultados de las elecciones presidenciales, que proclaman como supuesto ganador a Nicolás Maduro.
Texto original publicado en Invisibles
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En solo tres días –entre 28 y el 30 de julio de 2024– las organizaciones Monitor de Víctimas y Provea registraron que al menos 22 personas murieron durante cientos de protestas alrededor de Venezuela, luego de que el Consejo Nacional Electoral dijera que Maduro había conseguido el 51,2% de los votos, frente al 44,2% del candidato opositor Edmundo González Urrutia.
El fiscal general impuesto por la constituyente, Tarek Williams Saab, dijo que en el mismo lapso se habían detenido a otras 1.062 personas (organizaciones de la sociedad civil han verificado 939 casos). Además, se han reportado decenas de casos de amenazas y persecución a líderes sociales, activistas políticos y periodistas, en un contexto de alta criminalización de las manifestaciones.
Denuncias de testigos y familiares de víctimas de la represión señalan a los llamados colectivos (grupos paramilitares que defienden la revolución de Maduro) de participar en algunas de las detenciones arbitrarias y en al menos siete asesinatos de manifestantes.
La oposición dice que según su propio conteo, consiguieron el triunfo con 70% de los votos, contra el 30% de Maduro.
En medio del debate está el proceso de verificación de las actas, que el gobierno todavía no publica, aun tras reiteradas solicitudes de gobiernos considerados aliados en la región y observadores independientes. En cambio, ha acusado a la oposición de fomentar un golpe de estado y ha expulsado a diplomáticos de países que cuestionaron los resultados de las elecciones. El partido de María Corina Machado, líder de la oposición que fue impedida de participar en la contienda electoral, dice que sus oficinas fueron atacadas por asaltantes enmascarados. Machado pasó a vivir en una casa segura, tiene miedo.
La nueva (vieja) Venezuela
Aun antes de la ola de protestas, la tensión había marcado una contienda electoral que muchos definían como histórica, por la posibilidad real de la coalición de oposición de llegar al poder por la vía de los votos, tras 25 años de gobiernos chavistas.
En este período, Venezuela se convirtió en un paraíso para la corrupción y el crimen organizado. Proliferaron una variedad de grupos armados que van desde megabandas y pranes –nacidos en las cárceles del país– hasta colectivos armados, una suerte de grupos paramilitares que dicen buscar defender la revolución de Hugo Chávez. Estas estructuras rápidamente se desarrollaron, se dedicaron a mercados criminales, como microtráfico de drogas, extorsiones, secuestros, trata y tráfico de personas, minería ilegal y sicariato, entre otros, y encontraron formas de sacar provecho a su privilegiada relación con el Estado.
Los colectivos, que no operan como una unidad nacional pero tienen llegada al Estado, lograron construir un mercado criminal basado en el control territorial y las gobernanzas que comenzaron a ejercer en las comunidades donde operaban.
Desarrollaron negocios relacionados con la comercialización de alimentos, el control de las estaciones de servicio para la ventana del combustible subsidiado -que con frecuencia escasea en Venezuela–, la administración del suministro de gas, las operaciones de cambio de divisas y la minería y comercialización de oro. Muchos se enfocaron en el cobro de extorsiones a cambio de “seguridad”, el microtráfico de drogas y los asesinatos selectivos.
Aunque no es posible precisar el número de personas que integran los colectivos, expertos afirman que utilizan más violencia que otras organizaciones, en parte gracias a las armas a las que tienen acceso.
Investigadores han documentado la presencia de un centenar de colectivos en al menos 14 de los 23 estados de Venezuela. Los más fuertes y conocidos son: Tres Raíces, La Piedrita, Alexis Vive (23 de Enero), Catedral, Cupaz (Lara, Portuguesa y Yaracuy), Red Elco (Lara), Frente 5 de Marzo (Apure), Cara Al Río (Miranda), Hijos de Bolívar y Coco Secos (Sucre).
El año de los colectivos
El enorme giro para los colectivos se da desde el 2021, cuando lograron ocupar los territorios y mercados criminales que algunas megabandas habían dejado, luego de que sus miembros comenzaran a ser perseguidos y muertos en presuntos enfrentamientos con la policía y sus grupos se reorganizaron, en Venezuela o en otros países.
En esas zonas, además de controlar las actividades ilícitas, los colectivos también ejercen un importante y muy sofisticado control territorial, e imponen gobernanzas criminales. Además, cumplen un importante rol en la represión política a la oposición y por mucho tiempo se les consideró el brazo armado de la revolución bolivariana.
Los colectivos, por ejemplo, acompañaron a las Operaciones de Liberación y Protección del Pueblo (OLP) en el combate a las bandas criminales, y actuaron junto a los cuerpos de seguridad en la represión de las protestas de 2014 y 2017, cuando fueron acusados de al menos 28 homicidios. En los momentos más críticos que enfrentó su gobierno, Maduro llamó a los colectivos a apoyarlo y dijo ser su mayor defensor. En las protestas de esta semana, se cree que los colectivos participaron en al menos siete de las muertes de manifestantes.
Residentes de zonas donde operan dijeron que los colectivos han tomado el rol del Estado, incluyendo en la administración de servicios públicos, distribución de alimentos y acceso a servicios de salud.
Un incidente ocurrido el pasado 4 de febrero en Petare, en el municipio Sucre del estado Miranda, dejó en evidencia la relación entre los colectivos y el gobierno de Nicolás Maduro.
Un grupo de 14 presuntos integrantes de un colectivo denominado “Cara Al Río” fueron detenidos por la Policía cuando desvalijaban un vehículo robado. Habitantes de la comunidad denunciaron el presunto robo y aseguraron que los delincuentes se encontraban en un galpón de la zona. Cuando las fuerzas de seguridad llegaron, presuntamente encontraron a los miembros del colectivo con el vehículo, y con una cantidad de armas de fuego.
Horas más tarde, integrantes del colectivo, la mayoría encapuchados y con armas, hicieron una protesta en una gran avenida para exigir la liberación de sus compañeros y obligaron a los transportistas a bloquear el paso.
El viceministro del Sistema Integrado Policial Seguridad Ciudadana, mayor general Elio Estrada, eventualmente ordenó la liberación de los detenidos y dejó sin efecto el procedimiento que se les seguía. Además, se reunió con el colectivo y les prometió que este tipo de situaciones no volverían a ocurrir, según muestra un video del momento.
Estrada Paredes, quien también funge como viceministro del Sistema Integrado Policial, también ordenó que se les devolvieran las ocho armas que portaban al momento de ser detenidos, cuatro motocicletas, un vehículo y una grúa, según informaron medios digitales.
La semana pasada, luego de las elecciones presidenciales, los venezolanos volvieron a ser testigos del poder de los colectivos. Encapuchados, vestidos de negro, en motos y con armas de fuego salieron disparar contra los manifestantes, a perseguir y detener a quienes protestaban en rechazo a los resultados de los comicios, como se vio en videos que circularon en redes sociales.
Residentes de Petare y El Valle reportaron que en los días posteriores a los comicios, los colectivos ingresaban a las barriadas en horas de la noche junto a los cuerpos de seguridad para impedir las protestas. “Andan con la policía. Lo que hacemos es apagar las luces de las casas porque ellos no conocen bien las calles del barrio”, dijo una vecina de la localidad, ubicada en el municipio Sucre, en la Gran Caracas.
“No Hay Futuro”
Cuando se lo enfrenta con las cifras que ilustran la gravedad de la situación en Venezuela, Maduro dice que lo peor ya pasó. Pronostica un crecimiento económico. Dice que la nueva Venezuela está llegando.
En los barrios marginalizados de la afuera de Caracas, y más en el resto del país, los testimonios cuentan otra historia.
Hablan de falta de alimentos, de sueldos que no alcanzan, de extorsiones, armas y miedo.
En el contexto de las protestas, los habitantes de las comunidades de las periferias dicen que en las noches se escuchan las balaceras y que los colectivos salen a patrullar junto a la Policía Nacional, cuyos números están en la baja, en parte porque muchos de sus miembros han migrado a otros países.
Mientras tanto la gran pregunta es cuál será el futuro de estas organizaciones que tanto poder amasaron durante las últimas décadas si algún día dejan de tener el monopolio de la fuerza, o la connivencia estatal. La respuesta implica algunas consideraciones.
Este reposicionamiento de los colectivos estaría amparado en la premisa de la unión cívico-militar-policial promovida por el propio Maduro, que no es otra cosa que la actuación conjunta como un solo ente de funcionarios y colectivos. Esta “fusión” e intercambio de roles abre la posibilidad a que miembros de estás organizaciones paramilitares permanezcan dentro de los cuerpos de seguridad, con los riesgos que esto implica para la reconstrucción de la institucionalidad.
Esto tiene muchas implicancias en cuanto a la búsqueda de justicia sobre los crímenes cometidos durante la represión porque la participación de estos civiles dificulta la posibilidad de establecer responsabilidades y de atribuir sanciones.
Finalmente, el poder que estos grupos han amasado es tal que se han convertido en un actor clave en el complejo tablero de Venezuela, uno con el que cualquier gobierno futuro necesitará negociar y buscar acuerdos. Esto puede generar, además, un potencial nuevo reacomodamiento del panorama criminal, con todos los desafíos que ello implica.
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