El Señor de los Apellidos por Toto Aguerrevere

Yo estudié en primaria con un niño llamado Tom Gray. Totalmente imperialista su nombre, lo sé. Pero la mamá de Tom hacía pasta con salsa rosada así que por lo menos el intento de aparentar ser una familia adaptada a lo criollo existía. Odié a Tom dos veces en mi vida. La primera fue cuando perdió la espada de plástico de mi muñeco He-Man que le presté en el recreo mientras yo era Skeletor. La segunda fue cuando nos enseñaron a escribir nuestros nombres.
Aprender a escribir tiene que ser el momento más Helen Keller de la vida pero a esa edad uno no lo sabe. A esa edad uno está más preocupado por la espada de Grayskull que por los trazos de un lápiz Mongol. Por eso pocas cosas han podido picarme más que darme cuenta que mientras Tom Gray es T-O-M G-R-A-Y yo soy Juan José Aguerrevere. ¿Ustedes saben lo que le tarda a un niño de cinco años escribir ‘Juan José Aguerrevere’?
En Kínder me di cuenta que mis antepasados me desgraciaron la vida. Once letras en un apellido son más excesivas que otra dosis de silicona para Hilda Abrahamz. En cambio, Tom Gray era feliz. Mientras él podía escribir cuatro letras y concentrarse en su dibujo de un pterodáctilo, yo tenía que fajarme con el poco de “erres” que tiene mi nombre. Todos mis pterodáctilos fueron más chiquitos y menos coloreados que los de Tom Gray por culpa de mi apellido.
Años después a mi hermana le dio por casarse con un señor Iribarren. Tuvieron una hija la cual he decidido va a ser la persona más amargada del Planeta Tierra por la sola razón de llamarse Iribarren Aguerrevere. Si no sabe pronunciar las erres se jodió. Cuando aprenda a escribir en el Kínder terminará de firmar su nombre cuando ya la estén llamando para su graduación a Preparatorio. Será la única persona con una cédula de identidad que diga: “hale aquí”.
Pero los apellidos se asumen con dignidad. A menos que tu apellido sea Hitler, pues. Ahí sí como que conviene un cambio en la Jefatura. Salvo nuestros hermanos indígenas no existe nadie en este país cuyo antepasado no se montó en un barquito y se vino para las costas venezolanas con el apellido que su Madre Patria le dio. Ese es el nombre que nos dio el destino y aunque los apellidos solo sirven para canjear un cheque y para el pasaporte, lo que hagamos con nuestra vida y la diferencia que marquemos en la de otros es lo que le imprime importancia a un nombre. El apellido Smith no puede ser más común en el mundo y ahí está Maggie y ahí está Will.
El Presidente Encargado pero No Elegido pero Dicho Que Sí Puede Hacer Todo Lo Que Quiera Porque el TSJ Es Así, ha afirmado en reiteradas ocasiones que “el señor de los apellidos no volverá”. Ok, Nicolás, es una carrera presidencial. No un cónclave de Hobbits para ver quién destruye el anillo. Si nos vamos a poner excluyentes, vámonos por lo seguro y lo sencillo: los Pérez. Juan Bautista y Marcos y Carlos Andrés andan como las cuñas de Red Bull. Esos sí están garantizados que no volverán.*
Si la estrategia oficialista va a ser una arremetida sobre apellidos, démosle gracias entonces que no se lanzó la actriz Patricia Schwarzgruber. Entre otras cosas porque ese nombre es dificilísimo de escribir y seguro Patricia fue una enrollada en el Kínder como yo. De haberse lanzado, Patricia Schwarzgruber hubiera sido la Quvenzhané Wallisde la carrera.
Con el Capriles y el Maduro nos va bien, son nombres propios de una Venezuela que ha sido el hogar tanto de los Rodríguez como de los Wong; tanto de los García como de los Levy. A fin de cuentas el verdadero señor de los apellidos, Simón José Antonio dela Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco jamás renegó de su nombre para trabajar por una Nación. Y esa siempre debe ser la meta.-
*Mis excusas a algún Pérez que tenga aspiraciones presidenciales en un futuro. Pero si le sirve de consuelo, usted no volverá. Usted ya está aquí.-
Toto Aguerrevere |@totoaguerrevere