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Los estilistas arruinaron los Oscar por Toto Aguerrevere

Al subir al escenario para recoger su trofeo como Mejor Actriz, Jennifer Lawrence tropezó y cayó sobre las escaleras. Un momento épico para los anales del Oscar, sobre todo porque la reacción de esta estrella al llegar al micrófono fue la más adecuada: “Se levantan por mí porque me caí, qué vergüenza.” Su caída no era del todo ilógica. Lucía Lawrence el vestido de novia de la última colección de Christian Dior cuya falda era tan amplia que Quvenzhané Wallis y Danny De Vito hubieran podido jugar casita allí abajo sin ningún problema.

Pero ese es el meollo, si la presión en los Oscar es tan grande que obliga a la Mejor Actriz ponerse un vestido de novia para buscar su premio ¿qué podemos esperar que se pongala Mejor Actriz del año que viene?

La proliferación de programas tipo Fashion Police ha obligado a todo aquel que camine por la alfombra roja a buscarse un estilista. A nadie en su sano juicio se le ocurriría hoy en día diseñar su propio vestido como Kim Bassinger quien se cosió la palabra “Oscar” en lentejuelas en la manga o Demi Moore quien llegó a la ceremonia en shorts de lycra a lo Lance Armstrong. Hoy en día todas las actrices llegan producidas. Inmaculadas, eso sí, pero producidas. Tanto que parecen una sucesión de bocas de dentista de Misses. Con la salvedad de Halle Berry, Angelina Jolie y Charlize Theron quienes ya tienen su “boca” por derecho divino.

El temor a la crítica ha llevado a que nadie se vea mal en los premios y ahí está la razón por la cual los Oscar se han convertido en un evento insufrible. Bjork causó sensación con su vestido de cisne en el año 2001 pero de llegar en el 2013 vestida de pájaro guarandol, Joan Rivers recostaría a Queen Latifah sobre la puerta para que no pudiera bajarse de su carro.

No hay lugar para la espontaneidad cuando precisamente la espontaneidad es lo que los Oscar necesitan. Cuando Meryl Streep anuncia que Daniel Day Lewis es el Mejor Actor sin necesidad de abrir el sobre, sabemos que la cosa está mal. Cuando Seth MacFarlane cubre sus chistes más que Anne Hathaway sus pezones, el evento se hace difícil de digerir. Seth MacFarlane no fue un mal anfitrión y su introducción de Cristopher Plummer al mejor estilo Capitán Von Trapp y la canción “We Saw Your Boobs” fueron memorables. Pero si te vas a meter con los actores no puede haber términos medios. Ya no es cuestión de qué anfitrión escoger, es más un debate de si los Oscar son un comedy roast o una orgía entre dioses organizada por una abadesa.

La pompa y circunstancia de un evento al que se le ha exagerado su importancia por sobre los demás premios conlleva a que hasta los discursos de ahora sean poco memorables. Ya nadie grita desaforada como Julia Roberts cuando ganó con Erin Brokovich y gracias a Dios tenemos a Daniel Day Lewis para que dé un discurso como el de Russell Crowe cuando recibió su Oscar por Gladiador.

Pero cuando Anne Hathaway nombra a gente que ni su mamá sabe quiénes son, el show va mal. Adele, Streisand, Jones, Hudson y Shirley Bassey podrán hacernos parar de pie con sus cuerdas vocales pero la Academia olvida que en este evento específico honramos el cine. A fin de cuentas jamás se ha visto que Javier Bardem y Penélope Cruz acudan al escenario del Grammy a actuar. Michelle Obama anunciando la Mejor Película es una grata sorpresa. Pero luego recordamos que ya Bill Clinton fue a los Golden Globes y eso es como ver a Amy Adams con un trapo que evoca ala Theron.

El franco temor a la censura de los críticos y los televidentes (ergo la necesidad de estilistas) ha llevado a los actores a copiar a Grace Kelly y a la Academiaa intentar lo perfecto con una fórmula de anfitrión cool y una añoranza al viejo Hollywood. Pero eso ya no funciona. Si bien está Lincoln, ya no son tiempos de Gandhi o del Último Emperador. Los tiempos de hoy son momentos de Silver Linings Playbook: gente bipolar en búsqueda de cariño. ¿No es esa la definición de Hollywood hoy en día? Show us the bipolar love!

La apuesta para los Oscar en años venideros debe ser menos pompa y más sustancia. Así signifique salir del Teatro Dolby y sentar a los nominados en mesas con bastante champaña. Por algo funcionan los Golden Globes, la gente está borracha. Pero mientras los estilistas encorseten a las actrices en bellos bostezos y el show esté dominado por segmentos a medias (¿quién hace un tributo a Bond sin sacar a uno solo de los 007?) el Oscar está destinado a ser lo que los estilistas quieren lograr: una perfección sin arrugas.

Pero las películas tienen arrugas. Y precisamente por eso es que amamos el cine.-

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

Al subir al escenario para recoger su trofeo como Mejor Actriz, Jennifer Lawrence tropezó y cayó sobre las escaleras. Un momento épico para los anales del Oscar, sobre todo porque la reacción de esta estrella al llegar al micrófono fue la más adecuada: “Se levantan por mí porque me caí, qué vergüenza.” Su caída no era del todo ilógica. Lucía Lawrence el vestido de novia de la última colección de Christian Dior cuya falda era tan amplia que Quvenzhané Wallis y Danny De Vito hubieran podido jugar casita allí abajo sin ningún problema.

Pero ese es el meollo, si la presión en los Oscar es tan grande que obliga a la Mejor Actriz ponerse un vestido de novia para buscar su premio ¿qué podemos esperar que se pongala Mejor Actriz del año que viene?

La proliferación de programas tipo Fashion Police ha obligado a todo aquel que camine por la alfombra roja a buscarse un estilista. A nadie en su sano juicio se le ocurriría hoy en día diseñar su propio vestido como Kim Bassinger quien se cosió la palabra “Oscar” en lentejuelas en la manga o Demi Moore quien llegó a la ceremonia en shorts de lycra a lo Lance Armstrong. Hoy en día todas las actrices llegan producidas. Inmaculadas, eso sí, pero producidas. Tanto que parecen una sucesión de bocas de dentista de Misses. Con la salvedad de Halle Berry, Angelina Jolie y Charlize Theron quienes ya tienen su “boca” por derecho divino.

El temor a la crítica ha llevado a que nadie se vea mal en los premios y ahí está la razón por la cual los Oscar se han convertido en un evento insufrible. Bjork causó sensación con su vestido de cisne en el año 2001 pero de llegar en el 2013 vestida de pájaro guarandol, Joan Rivers recostaría a Queen Latifah sobre la puerta para que no pudiera bajarse de su carro.

No hay lugar para la espontaneidad cuando precisamente la espontaneidad es lo que los Oscar necesitan. Cuando Meryl Streep anuncia que Daniel Day Lewis es el Mejor Actor sin necesidad de abrir el sobre, sabemos que la cosa está mal. Cuando Seth MacFarlane cubre sus chistes más que Anne Hathaway sus pezones, el evento se hace difícil de digerir. Seth MacFarlane no fue un mal anfitrión y su introducción de Cristopher Plummer al mejor estilo Capitán Von Trapp y la canción “We Saw Your Boobs” fueron memorables. Pero si te vas a meter con los actores no puede haber términos medios. Ya no es cuestión de qué anfitrión escoger, es más un debate de si los Oscar son un comedy roast o una orgía entre dioses organizada por una abadesa.

La pompa y circunstancia de un evento al que se le ha exagerado su importancia por sobre los demás premios conlleva a que hasta los discursos de ahora sean poco memorables. Ya nadie grita desaforada como Julia Roberts cuando ganó con Erin Brokovich y gracias a Dios tenemos a Daniel Day Lewis para que dé un discurso como el de Russell Crowe cuando recibió su Oscar por Gladiador.

Pero cuando Anne Hathaway nombra a gente que ni su mamá sabe quiénes son, el show va mal. Adele, Streisand, Jones, Hudson y Shirley Bassey podrán hacernos parar de pie con sus cuerdas vocales pero la Academia olvida que en este evento específico honramos el cine. A fin de cuentas jamás se ha visto que Javier Bardem y Penélope Cruz acudan al escenario del Grammy a actuar. Michelle Obama anunciando la Mejor Película es una grata sorpresa. Pero luego recordamos que ya Bill Clinton fue a los Golden Globes y eso es como ver a Amy Adams con un trapo que evoca ala Theron.

El franco temor a la censura de los críticos y los televidentes (ergo la necesidad de estilistas) ha llevado a los actores a copiar a Grace Kelly y a la Academiaa intentar lo perfecto con una fórmula de anfitrión cool y una añoranza al viejo Hollywood. Pero eso ya no funciona. Si bien está Lincoln, ya no son tiempos de Gandhi o del Último Emperador. Los tiempos de hoy son momentos de Silver Linings Playbook: gente bipolar en búsqueda de cariño. ¿No es esa la definición de Hollywood hoy en día? Show us the bipolar love!

La apuesta para los Oscar en años venideros debe ser menos pompa y más sustancia. Así signifique salir del Teatro Dolby y sentar a los nominados en mesas con bastante champaña. Por algo funcionan los Golden Globes, la gente está borracha. Pero mientras los estilistas encorseten a las actrices en bellos bostezos y el show esté dominado por segmentos a medias (¿quién hace un tributo a Bond sin sacar a uno solo de los 007?) el Oscar está destinado a ser lo que los estilistas quieren lograr: una perfección sin arrugas.

Pero las películas tienen arrugas. Y precisamente por eso es que amamos el cine.-

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

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Al subir al escenario para recoger su trofeo como Mejor Actriz, Jennifer Lawrence tropezó y cayó sobre las escaleras. Un momento épico para los anales del Oscar, sobre todo porque la reacción de esta estrella al llegar al micrófono fue la más adecuada: “Se levantan por mí porque me caí, qué vergüenza.” Su caída no era del todo ilógica. Lucía Lawrence el vestido de novia de la última colección de Christian Dior cuya falda era tan amplia que Quvenzhané Wallis y Danny De Vito hubieran podido jugar casita allí abajo sin ningún problema.

Pero ese es el meollo, si la presión en los Oscar es tan grande que obliga a la Mejor Actriz ponerse un vestido de novia para buscar su premio ¿qué podemos esperar que se pongala Mejor Actriz del año que viene?

La proliferación de programas tipo Fashion Police ha obligado a todo aquel que camine por la alfombra roja a buscarse un estilista. A nadie en su sano juicio se le ocurriría hoy en día diseñar su propio vestido como Kim Bassinger quien se cosió la palabra “Oscar” en lentejuelas en la manga o Demi Moore quien llegó a la ceremonia en shorts de lycra a lo Lance Armstrong. Hoy en día todas las actrices llegan producidas. Inmaculadas, eso sí, pero producidas. Tanto que parecen una sucesión de bocas de dentista de Misses. Con la salvedad de Halle Berry, Angelina Jolie y Charlize Theron quienes ya tienen su “boca” por derecho divino.

El temor a la crítica ha llevado a que nadie se vea mal en los premios y ahí está la razón por la cual los Oscar se han convertido en un evento insufrible. Bjork causó sensación con su vestido de cisne en el año 2001 pero de llegar en el 2013 vestida de pájaro guarandol, Joan Rivers recostaría a Queen Latifah sobre la puerta para que no pudiera bajarse de su carro.

No hay lugar para la espontaneidad cuando precisamente la espontaneidad es lo que los Oscar necesitan. Cuando Meryl Streep anuncia que Daniel Day Lewis es el Mejor Actor sin necesidad de abrir el sobre, sabemos que la cosa está mal. Cuando Seth MacFarlane cubre sus chistes más que Anne Hathaway sus pezones, el evento se hace difícil de digerir. Seth MacFarlane no fue un mal anfitrión y su introducción de Cristopher Plummer al mejor estilo Capitán Von Trapp y la canción “We Saw Your Boobs” fueron memorables. Pero si te vas a meter con los actores no puede haber términos medios. Ya no es cuestión de qué anfitrión escoger, es más un debate de si los Oscar son un comedy roast o una orgía entre dioses organizada por una abadesa.

La pompa y circunstancia de un evento al que se le ha exagerado su importancia por sobre los demás premios conlleva a que hasta los discursos de ahora sean poco memorables. Ya nadie grita desaforada como Julia Roberts cuando ganó con Erin Brokovich y gracias a Dios tenemos a Daniel Day Lewis para que dé un discurso como el de Russell Crowe cuando recibió su Oscar por Gladiador.

Pero cuando Anne Hathaway nombra a gente que ni su mamá sabe quiénes son, el show va mal. Adele, Streisand, Jones, Hudson y Shirley Bassey podrán hacernos parar de pie con sus cuerdas vocales pero la Academia olvida que en este evento específico honramos el cine. A fin de cuentas jamás se ha visto que Javier Bardem y Penélope Cruz acudan al escenario del Grammy a actuar. Michelle Obama anunciando la Mejor Película es una grata sorpresa. Pero luego recordamos que ya Bill Clinton fue a los Golden Globes y eso es como ver a Amy Adams con un trapo que evoca ala Theron.

El franco temor a la censura de los críticos y los televidentes (ergo la necesidad de estilistas) ha llevado a los actores a copiar a Grace Kelly y a la Academiaa intentar lo perfecto con una fórmula de anfitrión cool y una añoranza al viejo Hollywood. Pero eso ya no funciona. Si bien está Lincoln, ya no son tiempos de Gandhi o del Último Emperador. Los tiempos de hoy son momentos de Silver Linings Playbook: gente bipolar en búsqueda de cariño. ¿No es esa la definición de Hollywood hoy en día? Show us the bipolar love!

La apuesta para los Oscar en años venideros debe ser menos pompa y más sustancia. Así signifique salir del Teatro Dolby y sentar a los nominados en mesas con bastante champaña. Por algo funcionan los Golden Globes, la gente está borracha. Pero mientras los estilistas encorseten a las actrices en bellos bostezos y el show esté dominado por segmentos a medias (¿quién hace un tributo a Bond sin sacar a uno solo de los 007?) el Oscar está destinado a ser lo que los estilistas quieren lograr: una perfección sin arrugas.

Pero las películas tienen arrugas. Y precisamente por eso es que amamos el cine.-

Toto Aguerrevere

@totoaguerrevere

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