Hace poco, en una visita a Madrid, me encontré con el querido Darío Adanti, humorista e ilustrador argentino, quien además dirige la famosa revista de sátira política Mongolia. Para la reunión me acompañó mi gran amigo Alejandro Aboy que, al igual que Adanti, también es comediante y argentino.
Nuestro encuentro con Darío se dio en el emblemático barrio de Chueca, específicamente en el café Mesón Oro y Plata, un lugar con tanta historia como el humor que se desbordó entre nosotros. Y sí, aunque nos conocimos como comediantes, esta vez la charla no fue solo sobre hacer reír, sino sobre cómo afrontamos el humor desde los países donde nacimos y, lo más importante, desde donde ahora vivimos.
Yo, venezolano y radicado en Argentina, traía mi perspectiva sobre el humor en un país lleno de contrastes y complicaciones, donde la risa a veces se convierte en un acto de resistencia. Ale, argentino que hace ya años vive en Madrid, aportó su visión desde una España que se enfrenta a sus propios debates. Y, Darío, el más experimentado en esos desafíos, abordó el tema de la libertad de expresión y la corrección política, además de expresar cómo el humor se enfrenta a nuevas olas de censura y vigilancia.
Humor y ciudadanía por Laureano Márquez
@SoyJuanette Hace poco, en una visita a Madrid, me encontré con el querido Darío Adanti,…
Entre cafés y risas, cada uno expuso su punto de vista, convirtiendo el encuentro en un intercambio enriquecedor. En su obra Disparen al humorista, Darío Adanti aborda un tema que nos tocó profundamente en esa charla: los límites del humor. Y la conclusión fue clara: el humor no debe tener límites. Al menos, no como lo entendemos hoy. Darío, en su estilo tan directo y provocador, señala que el humor es un espacio de ficción y, como tal, debería ser un territorio sin restricciones. El cuándo y el dónde de ese humor, sin embargo, sí deben ser considerados, pues el contexto es tan importante como el chiste en sí mismo.
Es curioso pensar que, en pleno 2025, todavía estemos cuestionando los límites del humor. Y aunque el debate no es nuevo, cada vez se vuelve más urgente. Por un lado, en Venezuela la risa se ha convertido en una forma de resistencia ante el autoritarismo y la censura. Mientras que en Argentina, como en muchos otros países, el humor también enfrenta tensiones entre la libertad de expresión y la corrección política. Desde Madrid, Darío nos compartían cómo, en Europa, la línea entre lo políticamente correcto y lo que “no se puede tocar” está más difusa que nunca.
De los límites del humor (I)
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Durante esa charla, entre bromas y reflexiones, coincidimos en una idea: el humor no debe ser tratado como un arma de doble filo. A lo largo de la historia, siempre ha sido el primer blanco de represión. Y aunque en ocasiones esa represión venga desde el poder político, lo más interesante es cómo esta censura se dispara desde diversos sectores de la sociedad misma. Ya sea desde la moral, desde los movimientos más conservadores o desde las voces progresistas que, sin quererlo, terminan sometiendo la creatividad a nuevas reglas.
Lo que sí entendimos ese día es que el humor nos permite ver las contradicciones de la realidad, que revela lo que quiere ocultarse. Y en un mundo donde el poder se esconde tras tantas fachadas, la crítica del humor es más necesaria que nunca. Darío lo sintetiza con esta frase: “El humor es el exorcismo de nuestros males”. Sí, la risa, esa que a veces incomoda, es justamente lo que puede hacer tambalear las estructuras rígidas de poder.
De la persecución al humor
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Disparen al humorista es un ensayo que, más allá de su formato gráfico, invita a pensar en lo que significa hacer humor en un mundo tan dividido, tan vigilado. Como comediantes, nosotros, que reímos tanto de lo que vivimos, nos damos cuenta de que la risa también se convierte en un acto político, una forma de abrir espacios entre las sombras. En este contexto, los límites del humor no solo son una cuestión de estilo, sino de supervivencia.
Y mientras terminábamos nuestro café en el Mesón Oro y Plata, entendimos que, en última instancia, lo que realmente está en juego no es tanto lo que podemos o no podemos decir, sino cómo seguimos defendiendo el derecho de decirlo. De reírnos de lo que se supone no debemos tocar. Como dice Darío, “si el humor tiene que ser censurado, entonces que disparen al humorista. Pero que nos dejen reír antes”.
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