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Opinión

Como pollos sin cabeza

Como pollos sin cabeza, por Antonio José Monagas
Antonio José Monagas
08/09/2023
La Corte Penal Internacional, CPI, está a punto de dictar sus primeras sentencias sobre el caso Venezuela. Y aquí corren como pollos sin cabeza

 

@ajmonagas

Quizás, la frase “como pollos sin cabeza” no dice nada que coincida con la normalidad de la vida. Pero dice mucho en el contexto de gobiernos cuyos descarriados ejercicios de política suelen evidenciar crisis de todo género y magnitud.

La frase que sirve de titular a esta disertación, no está completa. La expresión acabada refiere el problema que se suscita cuando por apuros que suceden en ciertos momentos, hay que “correr como pollos sin cabeza”. En España dicha frase es de uso coloquial, fundamentalmente para dar cuenta de cuando, ante un caos sin parangón, en un escenario político, los acusados e implicados en delitos sensibles de ser encauzados por las correspondientes leyes, tienen que “correr como pollos sin cabeza”. De lo contrario, la justicia actuará supeditada a sus competencias de rigor.

Es el mismo caso de quienes asumen decisiones aventuradas e influidas por circunstancias inducidas por la incertidumbre o trazadas por corruptos, codiciosos e improvisados. En consecuencia, ellos son quienes se ven arrastrados por determinaciones erráticas y desquiciadas. En el fragor de tan peligrosa situación, estos actores, a decir del folklorismo político local, “o corren o se encaraman”.

En el centro del caos

Es precisamente lo que está ocurriendo en Venezuela toda vez que entre las revelaciones del desconcierto en que se halla el país, gracias al fantaseado “socialismo del siglo XXI”, los gobierneros y quienes forman parte de la caterva de aduladores, hacedores de desastres, ladrones en servicio activo y politiqueros de oficio, han comenzado a correr “como pollos sin cabeza”.

La Corte Penal Internacional, CPI, está a punto de dictar sus primeras sentencias sobre el caso Venezuela. Ya tiene sus primeros libelos preparados en torno a los delitos de lesa humanidad cometidos por la cadena de mando a cuyas órdenes se pliega un ejército de asesinos, torturadores, violadores e impúdicos. Asimismo, bajo su mando se ha dispuesto “dar de baja” a quienes hablan desde la ventana de la democracia. A quienes han apostado por la defensa de los derechos humanos.

El Estado venezolano, deshonrado por un militarismo cuestionado que ha concentrado todas las variedades imaginables de poder en la sociedad. Convirtieron a Venezuela en un trágico y bochornoso juego de poder, al extremo de repartirse trozos de la geografía venezolana y de instituciones públicas entre facciosos, politiqueros y zalameros de profesión. De esa manera, el país se cundió de la pestilencia propia de quienes, por una cuota de poder, entregaron su dignidad. Si acaso la tuvieron alguna vez.

Sin embargo, es curioso advertir el discurso de cada uno de esos personajes de marras, en cuyas manos reposa la posesión y el destino de esas secciones de Venezuela. Las mismas, cedidas a cambio de nada que pudieran ser de utilidad al desarrollo nacional. Aunque el problema de dichos delitos se ha potenciado, se ve en lo que expresan estos desvergonzados cuando deben aparentar el “sacrificio” que hacen. Hablan con hipocresía en nombre de la libertad, del progreso, de la “revolución”, la democracia y el bienestar. Presumen hacerlo todo por la causa del desarrollo. Pero ninguno conoce ni su concepto ni su sentido.

Correr o desaparecer

Cabría preguntarse, ¿cuándo pudo Venezuela comenzar a ser la forma de perversión social y desenfreno político que ha terminado siendo? Porque ahora el país es toda una realidad donde sobran los exabruptos, las improvisaciones, los desaguisados, las confusiones, las imprecisiones, las carencias, la inmoralidad, las mentiras, los secretos, los conflictos y los enredos.

Y tantos otros males que han hecho que Venezuela esté a punto de desaparecer del mapa de la geopolítica internacional. Y peor aun, con un régimen incapaz de ajustar las situaciones en virtud de los emplazamientos pautados constitucionalmente (Véase artículos 333 y 350) toda vez que el país se encuentre al borde del abismo.

O ya cayendo por el despeñadero, como pareciera estar en este momento. Ello, con un régimen que solo ha sabido desbaratar todo lo que está ante sí. Y en la vorágine de tan insidiosa crisis, ¿qué podrían hacer los gobierneros, adláteres, furibundos y acólitos, si no es huir por la tangente de la revolución bolivariana? Pues lo más inmediato, es lo que está viéndose. O sea, correr como “pollos sin cabeza”.

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