Cuando el cine despierta ¿Hay que dormirlo de nuevo?
Cuando trato de retomar el stand up, la escritura y otras verduras, el cine despierta y se me sigue cruzando
A la mayoría de las personas de mi generación nos educaron para que fuéramos médicos, abogados, ingenieros, contadores, etc. Por eso cuando le dije en mi familia que quería ser cineasta, muchas personas en mi entorno lo vieron como una rareza, pero sin embargo me apoyaron. De hecho, mis padres hacían lo imposible para tratar de costear mi carrera. Porque yo, en honor a la verdad, vivía en una nube.
Hasta que un día mi abuelita Jacoba me llamó al teléfono de línea, y me pidió fuera a hablar con ella. Luego de llegar a su casa, y tomar un café, me dijo:
−Tu papá no está pudiendo Juancito. Si de verdad quieres estudiar cine, entonces busca un trabajo, porque tu papá está rompiéndose el lomo para tratar de pagarte la carrera, pero no está llegando.
Tras esa frase de mi abuela, comprendí por qué papá se puso blanco cuando le dije que necesitaba una cámara 35 mm para mi clase de fotografía. Mi viejo me pidió que viera esa materia el siguiente semestre, porque “estaba la cosa complicada”. Después tuve que dejar “Sonido” también, pues tenía que comprar una consola y tampoco se podía. Tengo que confesar que me enojé muchísimo, porque a los 16 años no tenía idea de nada.
Pero la conversación con mi abuelita fue reveladora. Así que me arremangué, armé un CV y se lo di a mi tío Merejo para que me ayudara a encontrar un trabajo. Obviamente mi tío me ayudó, y pude retomar mis estudios. Además, pude ahorrar para ir a un festival de cine. Incluso fui a la EICTV a estudiar guion de cine con Senel Paz (autor de Fresa y chocolate).
Tras regresar a Venezuela, me di cuenta de que en un país donde se hacían tres películas al año, y a donde a todos nos educaron para trabajar de traje y corbata, era muy cuesta arriba trabajar en cine. Así que colgué la claqueta, y me enfoqué en ganar dinero. Trabajé en una empresa de telecomunicaciones, después fui productor en canales de noticias, y reportero en diarios. Pero muy dentro estaba aún el cine, como una materia pendiente, como un monstruo dormido.
Pasó el tiempo y, como ya saben, tuve que migrar. Y en medio de la pandemia, en confinamiento total (es decir en las condiciones más extremas e imposibles), el cine me buscó y me encontró: lo hizo a través de La uruguaya, la primera película colaborativa de la historia; un proyecto hermoso que me empujó a la piscina y me reencontró con el séptimo arte.
Ahora, cuando trato de retomar el stand up, la escritura y otras verduras, el cine se me sigue cruzando. Busca cualquier rendija para alcanzarme. ¿Será alguna señal? ¿Por qué digo esto? Porque, gracias a mis vínculos con personas del cine argentino, llegué a una maestría impartida en línea con el director Marcos Carnevale, que fue reveladora.
A través de 14 clases, Marcos cuenta cómo un niño nacido en Inriville Córdoba, se enamoró del cine, su acercamiento con Fellini, cuál es la esencia de sus películas y cómo buscar la propia. Y, obviamente, muchas técnicas de guion y producción cinematográfica.
Tal vez para muchos son simplemente 14 clases de un director argentino; sin embargo, para mí fue inspirador. ¿Por qué les estoy contando esto? Porque, aunque me trato de escapar (todavía no sé bien por qué) el cine, sigue cruzándome. Trato de esquivarlo, pero él insiste, atravesándose en mi camino. ¿Qué debo hacer? En serio, se los estoy preguntando…
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