Me divorcio
¡Me liberé!, podré mostrar mi sonrisa al mundo para que todos vean mi alegría
¡Al fin puedo respirar! Luego de vivir varios años intentándolo, preferí sincerarme con ella. Ciertamente me descubrió varias veces viendo videos de gente como Dios la trajo al mundo. Aunque eso no fue nada, comparado a cuando descubrió que me habían enviado foticos provocativas por el celular.
Todo fue motivo de peleas y de que varias veces vaciara mis frustraciones en su cara sin ningún tipo de filtro. Pero de lo que más me avergüenzo, es cuando estas discusiones llegaban al punto de la violencia física; en la que varias veces la agarré con ganas de lanzarla al vacío.
Debo confesar que hasta fuimos a terapias de pareja, las cuales servían mucho apenas salíamos del consultorio, pero pasados unos días comenzaba el mismo hartazgo de siempre. Es que ninguno de los dos quiso aceptarlo desde el comienzo: eso era una relación obligada. No había amor. Eso era una inercia sentimental. Aunque claro, con tal de aparentar una relación feliz, no me dejaba salir solo a ningún lado. Siempre metida en todos mis asuntos. Adonde viera, allí estaba. Habíamos llegado a unos niveles tan grandes de empalago conyugal, que estábamos en ese punto en donde uno hasta ya huele cosas que no desea oler del otro.
Pero un día sucedió lo que eventualmente pasaría. Me descubrió siéndole infiel. Lo peor es que no fue con alguien más. Me descubrió ahí, con la bicha al aire mientras me la sobaba. Disculpen lo explícito, pero es que ella ya estaba vieja, arrugada y cualquier detallito suyo me molestaba. Sí, hoy en día me avergüenzo, pero creo que es una clara muestra de lo mal que veníamos.
Además, había sufrido tanto durante la relación, que ya estaba vacunado de cualquier posible despecho llorón. Y ojo, yo sé que ella es excelente. Siempre tendré el mejor concepto de ella, pero créanme. No era ella, era yo. Le agradezco muchísimo todo lo vivido, pero sinceramente estoy mejor solo. Siento que, en este camino del crecimiento personal, yo seguí adelante y ella se quedó en una etapa a la cual no quiero volver.
En cuanto a los bienes, tampoco eran tantos los que compartíamos. La casa, yo me esforcé en conseguirla. Así que obviamente me la quedo. ¡Menos mal no tuvimos hijos! De ahora en adelante, ella por su lado y yo por el mío. Creo que ya fue suficiente pagándole con los años de vida que soporté a su lado.
Increíble pensar que este divorcio se tomaría dos años, pero bien vale el esfuerzo de sentirme un hombre libre. Ya sea cantando “¡Libre soy!” o “¡Me liberé!”, podré mostrar mi sonrisa al mundo para que todos vean mi alegría. Por eso le deseo lo mejor y que sea muy feliz. ¡Hasta nunca, mascarilla!
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