El festejo realizado sobre la cúspide del tepuy Kusari constituyó un delito ético amparado por la impudicia de un régimen corruptor y corrupto
La política es profusa en cuanto a las implicaciones de cualquier acontecimiento que ocurre en el plano social. Sin despreciar, su imbricación con la cultura. De ahí que hablar de “cultura de perversión” compromete en principio manejar el problema en cuestión con la ayuda de un lenguaje debidamente construido.
Aunque para lo que esta disertación busca, será suficiente explicar por “cultura”: las ideas, costumbres y condiciones intelectuales y artísticas que son propias de una sociedad o grupo. Y que son empleadas para fundamentar una forma de vida. Además, está el concepto de perversión, cuya acepción más solicitada involucra: cualquier treta o ardid utilizado con un propósito desvirtuado, viciado o equivocado (intencionalmente).
Los réditos de la cultura de perversión
De manera que referir “cultura de perversión”, es destacar el desarrollo de un modo o práctica de vida basado en todo lo que devenga de cuanta distorsión sirva como canal que conceda indistintos lucros. Sin medida de consecuencia alguna.
Pero en el menor tiempo y sin mayor esfuerzo. Según lo determine la ambición, lo manifieste el egoísmo y lo provoque la codicia. Y ahí, entra el juego de la perversión. O dicho de otra forma, entra la perversión en el juego de la política.
Ya el poeta latino Ovidio, decía: “A una inteligencia pervertida, cualquier cosa la corrompe”.
El caso recién acontecido, expuesto por el festejo realizado sobre la cúspide del tepuy Kusari, monumento natural situado en el Parque Nacional Canaima, cuya orografía, ecología y geografía es respetada como patrimonio de la Humanidad, no solo representó una grosera violación a la naturaleza madre. También constituyó un delito ético amparado por la impudicia de un régimen corruptor y corrupto. De un régimen desvergonzado para el cual todo atropello a la civilidad es coincidente con lo que sus insolencias provocan.
Otra matriz del mismo problema
El régimen no diferencia entre un acto de deshonestidad y otro de perversidad. Su preocupación va en dirección de seguir apostando a mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Transgredir normas que colisionan con oscuros intereses, conveniencias y circunstancias, no constituye problema alguno que dificulte la administración de gobierno. O la responsabilidad que determina la Constitución en cuanto a los preceptos que propugnan justicia, igualdad, democracia.
Incluso, respecto de la normativa que regula la Administración y Manejo de Parques Nacionales y Monumentos Naturales (Véanse los artículos 19: Sobre “Actividades Prohibidas en los Parques Nacionales” y 20: “De las Actividades Prohibidas”, del Reglamento Parcial sobre Ordenamiento del Territorio en cuanto a Parques Nacionales, administrados por INPARQUES)
Así que, para el régimen oprobioso, poco vale si algún agravio o ultraje ocurre en lugares sagrados, soberanos o autónomos. Para el régimen, la desproporcionalidad fundamentada por delitos, transgresiones o fechorías es un problema que no toca la sensibilidad del funcionariado.
Los desequilibrios de Venezuela
La anomia, entendida como desorganización social resultado de la incongruencia de normas sociales, no es un problema más serio a los ojos del régimen que el efecto del choque de intereses políticos con rendimientos económicos. Pues estos desacomodan el negocio de la corrupción.
El desequilibrio que padece Venezuela es de inconmensurable magnitud. No solo es el que se dio con la violación del tepuy Kusari, lo cual ha sido una ofensa tanto al pueblo de Canaima, a los ancestros y comunidades indígenas, como a la fauna y flora local, a la biodiversidad y al conjunto de ecosistemas (únicos) que ocupan la Gran Sabana. Además, que el hecho en sí mismo ha representado un desprecio hacia la cultura pemón, ya que esta milenaria comunidad de habitantes originarios del soberano escudo guayanés considera a los tepuyes sagrados.
Haber irrespetado el Parque Nacional Canaima es comportamiento que acostumbra modelar el régimen cuando advierte la proximidad de la defenestración que está obligando el desbalance de sus equivocadas ejecutorias. Es el mismo proceder que sigue al momento de lesionar la autonomía universitaria. O cuando la desesperación llama al miedo que domina sus acciones. Siempre endosadas por la represión, el odio, el resentimiento y la intimidación.
Aun cuando tal hecho no es el primero que delata al desgobierno del régimen en ejercicio de obscenos sobornos, incontables extorsiones y desmedidos chantajes, no podría dejarse de aludir el ecocidio del Arco Minero, cuya explotación supera toda atrocidad registrada por la historia venezolana. Así pues, que podría caracterizarse el discurrir de Venezuela, como la secuela que arrastra al hecho pérfido de coexistir -a contraflujo- bajo la influencia de una cultura de perversión.
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