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Opinión

El valor trascendente de la justicia

El valor trascendente de la justicia, por Orlando Viera-Blanco
Orlando Viera Blanco
25/01/2022
La justicia de los modernos no es normativa sino inmensamente liberal, no conduce a una sociedad perfectamente justa, pero sin duda, no totalmente injusta

 

@ovierablanco

Amartya Sen, premio nobel de economía, ha escrito una obra extraordinaria: La idea de la justicia. De ella rescatamos las bases fundamentales del valor superior de la justicia y de la humanidad en tiempos de modernidad y posilustración. Vale entender que tanto las dictaduras como las revoluciones perdieron vigencia. Modelos de poder moralmente alguna vez justificados por venir colmados de la “ética” de lo que T. S. Eliot dice: “no viajéis bien, pero seguid adelante”. La humanidad tomó otra dirección. El juicio consecuencialista del guerrero de la India, Arjuna. Viajar, pero hacedlo bien, sin destruir a nadie…

La guerra justa

La tesis “moralista”, viajar, no importéis cómo, basada en la contención del cuerpo social derramado institucionalmente (Juan Donoso Cortés 1847, discurso en defensa de la dictadura, ver infra), va de la mano con el ideal deontológico citado por Sen. Krishna, consejero de guerra de Arjuna, le dice a este guerrero invencible de la epopeya india: “hay que combatir sin importar las consecuencias”. Lo que importa es la dignidad de los pueblos, su resistencia. Es la “legalidad de la guerra”, de la “guerra justa”, de una sociedad que, según Donoso, debe inmunizarse del hecho corrosivo e invasivo del anarquismo de fachada republicana. Es la lógica de la razón, la “sociedad al servicio de la ley” y no la ley al servicio de la sociedad que legaliza el dictador “en todas sus barbaries, en todas las ocasiones y en todas las circunstancias”.

Exalta Donoso en su tribuna parlamentaria (1847): “Cuando la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad; pero cuando no basta, la dictadura. Señores, esta palabra tremenda, que tremenda es, aunque no tanto como la palabra revolución, que es la más tremenda de todas…”. Donoso -discípulo de Joseph Maistre, elevado exponente de la divinidad por encima de todo- que piensa en el hombre como un mal irracional, dotador de guerras y demonización de la historia, pone en conflicto “el instinto a su razón y su razón a su instinto”, cuando concluye que las revoluciones “que vienen del cielo y que vienen por culpa y para castigo de todos” deben ser contenidas por “la vida social, la vida humana, luminosa e indestructible que es la dictadura”. La vacuna entonces, según el erudito de Salamanca, no es la ley sino el orden gendarme y conservador, que es la ley del sable apadrinada del monarca, que es la ley de Dios.      

Esa moral de la guerra y la paz de Tolstoi (también influenciado según Isaías Berlín por Maistre), de la dictadura, la fuerza como pústula de la revolución, que ha sido superada por el pensamiento liberal y moderno, esto es, la democracia como cosa de todos (J. Stuart Mills).

La humanidad ha entendido que ni la ética de la guerra justifica la paz, ni la ética de la justicia redime el exterminio revolucionario o fascista de las clases sociales o la raza.

El tema es prevenir, comprehender y medir las consecuencias de la violencia, incluso de la ley al servicio de la persecución (apartheid, Slavery Fugitive Act/Siglo XIX, Ley contra el odio], para reforzar el camino de la institucionalidad.

Más vale prevenir…

Comparto la tesis de Sen apoyado en Arjuna, que emplaza el consecuencialismo. “No es lo mismo morir de hambre por otras circunstancias que morir de hambre por alguien que busca un resultado (…) No es lo mismo capturar a un hombre, que detenerlo arbitrariamente y torturarle”.

El pensamiento de Amartya Sen nos conduce a una inevitable reflexión: la guerra, las dictaduras, las revoluciones son un medio para lograr un fin impropio. Aun conquistando paz o libertad, lo es en apariencia, siendo el costo de “culminación” del antiguo régimen, muerte, barbarie, devastación y terror. Peor el remedio que la enfermedad, contrariando a Donoso. La argumentación india resume la expresión peninsular “más vale prevenir que curar”.

Sobre la Revolución francesa sentencia Juan Donoso Cortés: “Las revoluciones son enfermedades de los pueblos ricos; las revoluciones son enfermedades de los pueblos libres. El mundo antiguo era un mando en que los esclavos componían la mayor parte del género humano; citadme cuál revolución fue hecha por esos esclavos”. Y volvía con la dictadura como respuesta, como gobierno legítimo de acción y reacción, de flujo y reflujo de fuerzas invasoras. ¿Lo falaz?: las revoluciones, sean de ricos o pobres, traen caos, arbitrariedad y violación de DD. HH. La justicia revolucionaria, de los comités de salud, las comunas.

Adam Smith, Condorcet y Wollstonecraft lanzan al mundo una visión diferente a la defensa de la dictadura de Donoso. Es “la prevención de la injusticia manifiesta en lugar de buscar lo perfectamente justo. Por ejemplo, cuando la gente se movilizó por abolir la esclavitud en los siglos XVIII y XIX no lo hizo por la ilusión de un mundo perfectamente justo, sino porque una sociedad con esclavitud resultaba totalmente injusta. Lo realmente justo entre Estado y ciudadanos es lo que Sen llamó el institucionalismo trascendental. Es la justicia la que determina, fortalece y consagra las instituciones. Para Smith, Condorcet y Wollstonecraft esa fue la trascendencia de la abolición de la esclavitud. La justicia como institución trascendente que evita e impide sangre, dolor y lágrimas.

El poder de los hombres

Salir de la dictadura de las masas, o de los sables, demanda un salto a la democracia de las cosas, que es la justicia. La democracia, a diferencia de la guerra, la dictadura o las revoluciones, es un fin en sí misma. Por eso la justicia de los modernos no es normativa sino inmensamente, maravillosamente, liberal, que conduce a una sociedad no perfectamente justa, pero sin duda, no totalmente injusta…

*Embajador de Venezuela en Canadá

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