En el laberinto de las palabras - Runrun
Alejandro Armas Ene 07, 2022 | Actualizado hace 1 mes
En el laberinto de las palabras
Con cada año que pasa, la retórica de la oposición venezolana genera menos y menos entusiasmo. No puede ser de otra manera cuando el verbo se traduce en pocos nulos actos

 

@AAAD25

Comenzamos 2022 con lo que ya podemos llamar “discursos de rigor” en la oposición venezolana, denominación que no es muy alentadora, habida cuenta de que refleja el arraigo del estancamiento en nuestra causa democrática. A saber, reconocimientos de errores y de la desconexión entre las elites políticas y las masas despolitizadas, llamados a la reunificación entre facciones disidentes (pero bajo las preferencias del emisor), promesas de mantener la lucha, etc.

Con cada año que pasa, esta retórica genera menos y menos entusiasmo. No puede ser de otra manera cuando el verbo se traduce en pocos nulos actos. Todo se queda en el terreno de la palabra. Nada de acción. Yo siempre preferiré mil veces una comedia de Woody Allen antes que otra iteración de Rápido y furioso. Pero los venezolanos estamos en una situación que requiere de dinamismo físico, como en las pinturas futuristas de Boccioni o Russolo.

Quedarse solamente en el ámbito discursivo, la esencia de la política para Hannah Arendt, está muy bien en democracia. No es nuestro caso.

No en balde a regímenes como este se les llama de facto. Para ellos, la palabra no vale nada. No vale como compromiso, puesto que desechan sus juramentos y pactos con terceros tan pronto como lo crean conveniente a sus intereses privados. De ahí que la promesa de redención de los pobres mediante una redistribución radical de la riqueza se haya traducido en una pauperización calamitosa y sin precedentes de la sociedad venezolana, con la cruel añadidura de una desigualdad extrema por la cual unos pocos gozan de lujos y privilegios impensables para las masas.

Las fortunas del socialismo

Las fortunas del socialismo

La palabra tampoco les vale en tanto codificación de las normas morales que permiten un orden social justo. Ni siquiera cuando están consagradas en una carta magna cuyo preámbulo invoca la soberanía popular como mandato inapelable (para lo que quedó la prosa de Gustavo Pereira exaltando los “poderes creadores del pueblo”). No hay Estado de derecho en absoluto.

Y es que hay una razón por la que la justicia es personificada por una mujer con una balanza y una espada. La ley no se cumple sin un poder que vele por ella. Es solo un papel con… Palabras. Ninguna consideración de jure, por impecablemente ética que sea, cuenta con obediencia garantizada de la población si nadie coacciona. Siempre habrá individuos dispuestos al crimen, a los que solo el miedo a un castigo mantiene derechitos. La deontología, por desgracia, no llega tan lejos. Por eso Platón en Las leyes, uno de sus diálogos de madurez, avizoró una ciudad con legislación escrita y, está de más decir, autoridades que la ejecuten (en La república, obra más juvenil, la ciudad ideal no es así, pues se espera que la educación por sí misma genere ciudadanos virtuosos que siempre sabrán cómo conducirse).

Por eso es penoso que en los últimos meses la principal coalición opositora, la del G4 y sus aliados, haya puesto el foco en cuestiones de jure. Discusiones álgidas sobre el futuro del interinato en las que los bandos en disputa presentaron cada uno sus argumentos jurídicos sobre los méritos y defectos de ese peculiar híbrido entre los poderes legislativo y ejecutivo que es el ente encabezado por Juan Guaidó. Podemos suponer que detrás de ello hay disputas sobre la administración de bienes de la República bajo control del interinato, como Monómeros.

Triste, porque a estas alturas queda claro que la suerte del interinato es irrelevante para efectos de lo que ocurra dentro de Venezuela, teniendo en cuenta su nulo control sobre el territorio nacional. En todo caso, el desenlace repercute sobre la aludida administración de activos y en el trato con los aliados internacionales de la causa democrática. En fin, termina siendo una discusión bizantina.

Entretanto, no pareciera que Guaidó y compañía se acerquen a lo que sí pudiera cambiar las cosas: una estrategia de movilización ciudadana que, junto con la presión externa, coaccione a la elite gobernante para que acepte una transición real. Si el año pasado la agenda opositora estuvo absorbida por deliberaciones a favor o en contra de la participación en las “elecciones” regionales y municipales, pues pareciera que en 2022 sucederá algo parecido con respecto a la convocatoria de un referéndum revocatorio. Veremos el mismo intercambio fútil y tedioso entre “electoreros” y “abstencionistas”; para variar eludiendo el punto crucial de que el voto y la abstención en sí mismos no hacen nada si no van acompañados de movilización ciudadana.

Las alternativas al interinato no es que sean mejores. Asimismo, su discurso reciente se concentró en rechazar la prolongación del interinato, pero sin proponer opciones convincentes. El (llamémoslo así) “caprilismo” solo se mantiene en su onda de llamar a votar pero sin un plan efectivo de defensa del voto. El “machadismo” se quedó pegado en la espera de un redentor foráneo que no vendrá. Si estas dos corrientes no entienden que para ser una alternativa atractiva hace falta mucho más que quejarse en redes sociales, están condenadas a una inanidad incluso mayor que la del interinato, que al menos ha podido mantener reconocimiento internacional de peso.

Y así pasan los años, mientras el país cambia más por las decisiones de la elite chavista que por lo que la oposición hace. Es como si la disidencia, ya extraviada, le añadiera más recovecos a su laberinto con cada perorata que oscurece más que aclarar. Lo que, como ciudadano, me gustaría es que cada facción admita su impotencia, para ver si alguna, varias o todas logran concebir un plan que sí trascienda. Ese sería su hilo de Ariadna, que comienza con, de nuevo, palabras. Pero palabras que comuniquen próximas acciones.

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