Una democracia con más de dos siglos de historia - Runrun
Una democracia con más de dos siglos de historia
La democracia y libertad son historia humana, la tiranía solo pequeños párrafos

 

@ArmandoMartini

Lo que estamos exigiendo los ciudadanos ahora no es una novedad en Venezuela. No la inventaron importantes dirigentes políticos ni intelectuales del siglo pasado, aunque sobre ella son demasiados dirigentes los que han mentido.

Para darle una fecha de inicio, podemos recurrir al 19 de abril de 1810, cuando los hombres principales primero, y la masa seguidamente, dijeron no al mandato del ordenado por la lejana monarquía absoluta española. Realeza en crisis, siendo un poder absoluto había caído en manos de dos imbéciles: el rey Carlos IV y su hijo heredero Fernando de Borbón. Y ambos, a su vez, en manos de un usurpador poderoso para entonces, Napoleón Bonaparte. Este, con un pasado de cónsul electo por la Asamblea General, a emperador absoluto por la gracia de sus armas.

Pero mientras los degenerados doblaban la cerviz ante el tirano invasor, el pueblo español defendía al mismo tiempo dos dignidades: la soberanía de España, y las nuevas normas de Cádiz. Estas exigían normas constitucionales de apertura y derechos para los españoles.

Eso fue lo que defendieron aquel Jueves Santo los nativos de la Gobernación de Caracas y un sacerdote chileno mezclado con ellos. No fue una rebelión contra España; fue defensa del país del cual formábamos parte, de los derechos ciudadanos que habían sido previamente impuesto en sus naciones los estadounidenses y franceses.

Lo que comenzó cuando echaron a los ingleses, y cortaron las cabezas a su monarquía y nobleza expoliadoras y perezosas, fue un movimiento mundial que en unos cuantos años estremeció a los poderes colonialistas y convirtió en repúblicas a sus países coloniales.

No contra el rey, sino a favor de la dignidad

Las mujeres y hombres de Venezuela, de todos los rincones, no se rebelaron contra sino a favor de su propio derecho a gobernarse a sí mismos, a ser soberanos. Y por defender ese derecho, ante la incomprensión de un rey torpe, que confundió defensa popular de la nación española con sumisión, los venezolanos fueron a la guerra. No contra España, sino en defensa de Venezuela.

Aquellos no eran simples rebeldes. Estaban formados, leídos, pendientes de un mundo que se rebelaba contra sumisiones de un pasado demasiado largo. Se erguían exigiendo los derechos del ciudadano, a ser responsables de su país, de darse sus leyes. Y de ejercer su democracia.

En Venezuela hemos caído en el error de estudiar y ver solo al Simón Bolívar militar. Y desconocemos que incluso en sus momentos de mayor mando, lo tenía y lo ejercía por designio del poder popular; no hay grados ni ascensos ni gestas del Libertador que no hubiesen sido previamente consultados u ordenados por un Congreso. Cuando era ya libertador de Venezuela y Colombia, cuando se lanzó al Perú para garantizar su gesta del norte de Sudamérica, triunfador en Junín y jefe militar más poderoso de Latinoamérica, exigió el mando del Congreso peruano. Y cuando, al frente de un ejército victorioso bajo su mando, el Congreso peruano lo relevó del mando sin explicación, Simón Bolívar de inmediato obedeció. Entonces entregó el mando a Antonio José de Sucre, quien comanda las tropas libertadoras y derrota al poderoso ejército colonialista español en Ayacucho.

La voluntad democrática venezolana

No es nueva la democracia venezolana. Sobreviviente por más de dos siglos a los avatares y errores cometidos por caudillos codiciosos que por tener las armas se sintieron dueños del país.

El país no cambió solo por petróleo y porque Gómez, en aras de tener el verdadero control de la nación, había acabado militar o políticamente con los caudillos grandes y pequeños. La Venezuela de la primera mitad del siglo XX giró hacia la democracia por encima de obstáculos y ambiciones, con la guía de una generación de jóvenes pensadores que pusieron al frente sus vidas e integridades para imponer la democracia.

El final de una época fue una dictadura militar con un extraordinario gabinete civil, que marcó un rumbo nuevo sobre dos rieles paralelos: el dinero petrolero destinado a transformar a Venezuela en un país moderno; y la feroz represión para que la democracia no profundizara en los pensamientos.

Pero no lo consiguió. Cuando el dictador huyó, había un entramado democrático que había soportado cárceles, torturas, exilios y salía fresco e innovador a reconducir al país no hacia el lejano pasado campesino y caudillista, sino hacia una democracia constitucional que, así como defendió los derechos de los ciudadanos, también defendió a la democracia contra la insurgencia militar de derechas e izquierdas.

La democracia envejeció, dejó desgastar su fuerza popular. Y dio apertura a un nuevo dictador que, es necesario señalarlo, accedió al poder con los votos de quienes creyeron que restablecería la democracia, derechos y bienestar.

Tiranía con fecha de caducidad

Hizo todo lo contrario. Engañó, restableció el control policial y militar, se murió y dejó a cargo a quien, sin prestigio militar, trajo la experticia cubana para irse adueñando de la seguridad del poder hablando de democracia, mientras encarcelaba a quienes reclamaban la auténtica.

La dictadura de Pérez Jiménez reprimió y transformó mientras hacía de la soberanía nacional una bandera; la nueva dictadura ha sostenido mentiras y la represión más feroz sin piedad. Pero fracasa diariamente en el desarrollo y sacrifica la soberanía en beneficio de la corrupción e intereses extranjeros que, por tener a esta Venezuela empobrecida como base contra la democracia y el poder estadounidenses, apoyan a la dictadura que les ha abierto las puertas arrugando señorío.

Así como Simón Bolívar y quienes le acompañaron en su gesta grandiosa fueron siempre respetuosos del poder civil y de las leyes, la democracia actual está estrujada contra la pared, convertida en embuste activo y en complicidad cívico-militar.

Pero el pensamiento no puede ser encarcelado. Las convicciones pueden ser temporalmente frenadas, pero la libertad, el respeto a los derechos es una convicción históricamente enraizada en la conciencia de los pueblos. Y regresará, más temprano que tarde.

Porque cada día está presente, fuerte, convincente, por encima de bayonetas, corrupción, malos gobernantes y deficientes opositores.

La democracia y libertad son historia humana, la tiranía solo pequeños párrafos.

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