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Democracia, un derecho que compromete
La democracia obliga a que de manera enérgica se ejercite la deliberación, el respeto a la dignidad humana, la transparencia 

 

@ArmandoMartini

La democracia no es nueva, tiene su origen con la humanidad. Dios no le puso condiciones a Adán y Eva, los instaló en el Edén para que disfrutasen de lo que había puesto allí. Y solo dio una orden: no comer del fruto prohibido. “Creced y multiplicaos” no fue un mandato tiránico, sino la apertura del camino a seguir.

Fue el ser humano quien menoscabó las reglas. Desobediencia a una restricción sencilla y homicidio. La reserva del árbol a la voluntad de Dios fue, en realidad, la primera muestra de propiedad privada. Había tres pertenencias en el jardín celestial. Todo, para Adán, Eva y sus descendientes; respeto a la vida, que violó Caín, y no comer del árbol que era solo de Dios, porque de hacerlo sería el comienzo de la elección del bien y el mal. El pecado original.

Nació la democracia. Dios no hizo a Adán dueño ni jefe de Eva, los concibió equivalentes, creó en ellos la primera sociedad porque dos iguales compartían lo mismo, se complementaban. Su derecho era vivir y multiplicarse, su deber no matar ni comer del árbol prohibido.

A lo largo de la narración de los sucesos de la humanidad, los seres humanos han luchado por sus derechos, y solo han sido sometidos por la fuerza -o mentiras- de otros. La historia está llena de ejemplos de imposiciones de unos pocos fuertes a muchos más frágiles. Por eso las monarquías y mandatos absolutos, a lo largo del tiempo, fueron invento de recios para poner a su servicio a los débiles.

El primer requisito del endeble para servir y no ser servido, es la ignorancia, desconocimiento de sus derechos, ablandamiento del grupo social ante la imposición del tirano. Hubo democracia en Grecia, específicamente en Atenas, cuando otros pueblos eran sometidos por sus gobernantes. Por eso Roma comenzó como una monarquía hasta que se convirtió en república. Y solo derivó nuevamente hacia la tiranía de uno cuando se enredaron entre la astucia de Octavio, quien nunca se llamó a sí mismo emperador y hasta su muerte se mantuvo al menos teóricamente sometido al Senado que representaba al pueblo, y su heredero -por descarte tras la muerte de familiares y decisión del Senado- el feroz Tiberio, siempre teniendo el mando único, sometió sus decisiones.

Fue la corrupción la que llevó a los romanos a convertirse en súbditos de emperadores por herencia, decisión popular -que también las hubo- o cuestión de riqueza, se hicieron monarcas quienes garantizaron mejor el estatus de sus militares.

Cuando estalló la Revolución Francesa fue un alzamiento de frustración de necesitados famélicos que se cansaron de pagar con impuestos y hambre los caprichos de sus reyes. Fue un levantamiento por reacción contra el absolutismo que llevó a excesos antisociales y a un Napoleón, inicialmente nombrado cónsul por la Asamblea General para restablecer el orden y, armas en mano, terminó convirtiéndose en el emperador que llenó de cadáveres franceses los campos de Europa.

Ya existían ideas y pensamientos de democracia, ¿qué otra cosa sino democracia es aquel compromiso revolucionario de Liberté, égalité, fraternité (Libertad, igualdad y fraternidad)? No demasiados años después los europeos fueron siguiendo el ejemplo estadounidense que libró su guerra de independencia convirtiéndose en la primera república democrática del mundo.

Las decisiones de los estadounidenses para la defensa interna, ir a la guerra, crecer como nación, fueron discutidas, rechazadas, aprobadas -¡hasta las injusticias, como la segregación racial!- por el poder popular. Es decir, por el Congreso de Estados Unidos, que cometió errores y fue corrigiendo, que lleva a la ciudadanía, través de representantes y senadores, a compartir decisiones del país. De una nación basada en su propia democracia y una Constitución que nadie ha tocado en más de dos siglos. Se hacen ajustes, enmiendas, que se agregan a la carta magna. Pero no se la cambia de acuerdo a intereses y percepciones de cada nuevo presidente.

Los europeos, con excepciones, decidieron mantener sus monarquías convertidas en tradiciones unificadoras, protegieron y conservaron los honores a los reyes, pero los gobiernos terminaron en manos del poder popular, congresos y parlamentos.

Por todo, que tanto ha costado, la superación del pensamiento sobre costumbres deformadas que llevaron a jefaturas absolutas, la democracia se impone en el mundo. Y las excepciones son eso, distorsiones extendidas en el tiempo. Y los países que continúan siendo tiranías, desde gigantes hasta pequeños, están condenados a terminar con el poder en manos de sus ciudadanos, de la ciudadanía.

Los arbitrarios opresores quizás no se den cuenta. Creen que tienen el control, pero se equivocan. El pensamiento puede refrenarse un período, pero no para siempre. Los seres humanos, en sociedad, así lo sienten. Pueden equivocarse al seleccionar a sus líderes, ser engañados, pero más temprano que tarde lo advertirán. La libertad como derecho, y compromiso, termina imponiéndose.

La democracia ética obliga a que de manera enérgica y vigorosa se ejercite la deliberación, el respeto a la dignidad humana, transparencia e información confiable. Un sistema político que defiende la soberanía del pueblo, su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes. Es un derecho con el cual se nace, y un deber de compromiso para hacernos más dignos de ser humanos.

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