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Opinión

Pandora nacional, mentir no es mejorar

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Armando Martini Pietri
14/10/2021
En Venezuela sobran los papeles de Pandora y otros nombres

 

@ArmandoMartini

Desconcertados, aturdidos por miles de documentos llamados papeles de Pandora, difundidos por investigadores y perseverantes periodistas, demuestran el afán por dinero y la necesidad de esconderlo. La voracidad y codicia agrupa a celebridades, artistas, multimillonarios, empresarios, jefes de Estado, testaferros, narcotraficantes, políticos, ladrones vinculados al chavismo, vecinos simpáticos y hasta reyes. El desbordamiento de pruebas ha llevado a muchos gritar ¡no soy culpable!

En Venezuela sabemos que poderosos acaudalados, bolichicos y enchufados amparados por gobiernos de diverso talante no son cosa nueva. Los aguantamos desde que los españoles convirtieron a los indios en sirvientes, con alguna excepción. Desesperación del pandillero que ejerce poder al corriente de que si sale lo espera la justicia para darle merecido castigo. Pero con la torpeza del nuevo rico sin ideas, el madurismo se esfuerza en convencernos de un país que no existe.

Derrotados por la realidad, tratan de cambiarla no con hechos, sino con fantasías. Excesos uniformados, hampa y narcoterrorismo convertido en gobierno móvil. Enorme mayoría empobrecida y una minoría privilegiada que solo teme a la justicia estadounidense y europea. Invasión de buitres tolerados, acompañados por quienes deben protegernos, sustrayendo riquezas, revoloteando garras y destilando veneno en medio del infierno que con impúdica desvergüenza llaman revolución. El castrismo alardea maravillas, serpentinas y mascaritas de un cruel carnaval represor, torturador, mafioso y profundamente corrompido.

Lamentable la perturbadora costumbre y obsesiva tradición de robar al ciudadano, buscar chance, acomodo, aprovechar oportunidades, como el que con ordinaria desfachatez dice: “no me dé, póngame donde haiga”. La corrupción es tema de reflexión. Delinquen politiqueros a través de cargos y testaferros, empresarios indecorosos especulan, empleados públicos deshonestos cobran peaje, logrando transformar a la próspera Venezuela en un asqueroso indeseable que no atrae inversionistas sino aprovechadores, abusadores y sinvergüenzas. Oportunistas de la debilidad que dejan quienes ofrecieron revolución y justicia social. No obstante, son minoría, afortunadamente la mayoría es decente, honesta y emprendedora.

En Venezuela sobran los papeles de Pandora y otros nombres, nación de tiranías encompinchadas con sacrílegos perjuros contrincantes, alianzas de poder y dinero. Que unos cuantos se hayan hecho expertos en los cómplices conocidos “paraísos fiscales” no debe sorprender, aunque no deja de preguntarse -lamentarse, más bien- por qué en el mundo hay líderes con éxito por los beneficios que consiguen para sus pueblos y después se retiran tranquilos como Angela Merkel, Margaret Thatcher, Nelson Mandela, Golda Meir, para citar unos pocos.

Mientras, en Venezuela, son capaces de desaprovechar encrucijadas, violando compromisos con el país para lanzarse a unas elecciones que pocos avalan.

Los papeles de Pandora son un ejemplo periodístico y vergüenza para quien tiene grandes dirigentes sociales y tan pocos partidistas. El venezolano ya no es un desastre militar, ni político, ni ideológico, ni económico, es una totalidad desastrosa. Aquí solo queda el embuste como recurso, el poder como único objetivo y el delito impune.

Venezuela jamás debe olvidar este lastimoso y patético tiempo de nuestra historia. Está exigida a construir un sistema judicial que aplique lo correcto e imparcial, la recta y proba justicia, único mecanismo para que los culpables cumplan su castigo. No existe probidad digna que atrape y sancione a delincuentes endógenos, depende de la buena o mala voluntad de justicias extranjeras. Porque el país que el castro-madurismo y la oposición creada a su medida presenta con cara dura corazones y tumbas de sueños muertos.

La incoherencia y la mentira los delata. Los venezolanos conocen que la verdad del presente y futuro no está en la sensación de normalización ficticia, con manos ensangrentadas en divisas, sino en un largo y arduo porvenir de trabajo sacrificado para volver a construir con sudor y perseverancia el país que dejamos en las peores manos y del cual solo recibiremos las hilachas.

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