Carabobo
El espíritu de Carabobo debe regresar. Deberemos convocarnos TODOS para forjar un nuevo pacto nacional, a un nuevo proyecto común solidario, democrático y de progreso
Hemos sido educados en un mundo y en una escuela que rinde culto a las batallas y a las guerras; que erige monumentos y arcos del triunfo a los victoriosos de grandes epopeyas que terminaron siendo grandes matanzas (en Venezuela, incluso, se celebra el disparate de un 4 de febrero honrando a los perdedores de una jornada, lo cual es equivalente a que el Campo de Carabobo hubiese sido construido por los españoles).
Pero las cosas son así, la humanidad ha debido recurrir al horroroso expediente de la guerra cuando a los pueblos que diseñan sus destinos no les ha quedado otro camino; cuando se han agotado los recursos de la diplomacia y la persuasión o cuando, para ejercer el sagrado derecho de la defensa, no ha quedado más camino que levantarse contra la opresión.
Al fin y al cabo, como decía el tanta veces citado barón Carl von Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios” y así hay que asumirlo.
No obstante todo lo dicho, nada lava la espantosa cara de la guerra y las tragedias que trae a los pueblos y naciones. Por eso alarma ver propagandistas de guerras que, con una frivolidad pasmosa, mandan a hacerlas con otros porque piensan que son la solución más rápida y expedita para resolver un problema. Muchos no saben lo que dicen y les convendría recordar al famoso Erasmo de Rotterdam quien nos señaló con sabiduría: “Ama la guerra quien no la conoce”
Por eso, en lo personal, no dejo de envidiar a Portugal, un país que celebra su fecha nacional en conmemoración del nacimiento de Camoens, su más exquisito poeta; y que además, cuando tuvo que hacer una revolución para cambiar de régimen, en lugar de disparar los fusiles, su pueblo optó por ponerles un clavel en la boca del cañón.
En ocasiones lo hacen soliviantando las bajas pasiones de los pueblos; lanzando soflamas bélicas y acudiendo al expediente palurdo del falso patriotismo para usarlo como latiguillos en la búsqueda de apoyos fáciles y baratos. Es lamentable que muchas veces hayan tenido éxito y la humanidad haya pagado con sangre, sudor y lágrimas tal estupidez.
La pesadilla que vive Venezuela desde hace ya más de 20 años tiene como telón de fondo la conducta de un régimen que usa el bolivarianismo, el antimperialismo de pacotilla y el nacionalismo de ocasión como contenido de sus narrativas de días de fiesta patria.
Ayunos de hazañas, hijos de la derrota del Museo Militar del 4 de febrero, tuvieron que inventar la épica de su lucha antimperialista y la jerigonza militar para esconder sus fracasos, sus violaciones de los derechos humanos y la inmensa tragedia en la que nos han sumergido.
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Es así como llegamos a los 200 años de la conmemoración de la Batalla de Carabobo con una celebración que, en lugar de unir a los venezolanos, nos sigue separando y enfrentándonos.
Actos de brujería, mancillando el que se ha llamado el Altar de la Patria, anunciados a los cuatro vientos por sus organizadores; desfile de militares rusos y cubanos (cuando en Venezuela, y siguiendo la disposición de El Libertador, solo se permitía marchar a soldados británicos con bayoneta calada en agradecimiento justamente a la decisiva participación de la Legión Británica en la Batalla de Carabobo); ausencia de Maduro del desfile militar y Día del Ejercito por haber preferido irse a una reunión del Alba en Caracas; por no hablar de la ignominiosa “desaparición” de José Antonio Páez, cuya carga por un flanco de las fuerzas de La Torre, con sus heroicos lanceros, fue clave en la táctica militar de aquella gesta de armas.
Qué lejanos los días del sesquicentenario de la batalla, cuando los carabobeños presenciamos un júbilo nacional que brincó por encima de diferencias políticas y sociales; cuando miles de nuestros compatriotas se agolparon de lado y lado de la flamante y recién abierta autopista Tocuyito-Campo de Carabobo, para presenciar la llegada de las delegaciones de todo el mundo que venían al acto. Encabezado este por el presidente Caldera, su memorable discurso aún es un texto de obligatoria lectura.
Video: Sesquicentenario de la Batalla de Carabobo. Canal Rafael Caldera Oficial, Youtube.
Pero hablar de Carabobo hoy día no puede circunscribirse a la remembranza histórica o a la reseña nostálgica. La importancia de nuestro estado trasciende más allá de esa añoranza.
Carabobo es el estado venezolano de mayor importancia geopolítica de la nación. Que aquí haya tenido lugar el hecho de armas que selló la Independencia no fue un hecho casual. Las llanuras de Taguanes eran una encrucijada vital desde el punto de vista militar y estratégico. No fue obra del azar tampoco que aquí en Carabobo haya nacido Venezuela en el Congreso de la Casa de La Estrella en 1830. Ni que haya sido la primera capital de la República. Tampoco fue obra de la casualidad que las empresas multinacionales hubiesen escogido Valencia para instalarse y hacer de ella la ciudad industrial de Venezuela.
Y corriendo en el tiempo, debemos decir que tampoco fue una circunstancia aleatoria que Carabobo haya sido el estado donde el proceso de descentralización haya alcanzado quizás las más altas cotas de desarrollo en el país; y que Puerto Cabello, por algunos años, fuera el principal puerto del norte de la América Latina. De aquí, y de ese proceso, salió igualmente Salas Romer, el candidato que enfrentó a Chávez en aquellas elecciones, que puso dos opciones y dos modelos de país como alternativas para los venezolanos.
El espíritu de Carabobo debe regresar. Volver a Carabobo es una exigencia nacional; a ese crisol de voluntades que hicieron posible la Independencia y que jugaron un papel tan importante en convertir a Venezuela en el gran país que una vez fue.
Más temprano que tarde, deberemos convocarnos TODOS (mayúsculas ex profeso) los hombres y mujeres de buena voluntad, por encima de nuestras diferencias y nuestra pertenencias, a forjar un nuevo pacto nacional. Un nuevo modelo de convivencia que nos regrese a vivir como hermanos con un proyecto común solidario, democrático y de progreso.
¡QUE VIVA CARABOBO!
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