“Pietro soy yo”
Foto der.: afiche del corto Me llamaban Pietro; izq.: Pedro Mercado (imagen de Samuel Hurtado).
Con el documental Me llamaban Pietro, Pedro Mercado ganó el premio al mejor documental en el concurso FARE CINEMA, organizado por la Embajada de Italia, el Instituto Italiano de Cultura y la Cámara de Comercio Italiana. Un entrañable video donde cuenta cómo transcurrió su infancia en Chacao, en un edificio donde la mayoría de los vecinos eran italianos. Pero no fue hasta que terminó la película que se dio cuenta de que estaba hablando de sí mismo cuando hablaba de Pietro, como lo llamaban sus vecinos.
Video Pedro Mercado Hidalgo, Me llamaban Pietro. En el canal Ambasciata d’Italia Caracas
Su pasión por el cine comenzó cuando en su casa compraron una cámara de video Handycam. Comenzó a registrar todos los eventos de su familia y sus vecinos. Estudió en la Escuela de Arte de la UCV, donde se especializó en cine. Trabajó en varias películas venezolanas como asistente de cámara y foquista, para aprender la práctica que no tuvo en la universidad.
Hijo de padre venezolano y madre colombiana, sintió que la xenofobia en contra de los colombianos en los años 80 y 90 era más bien una “autoxenofobia”. Crecer en Chacao fue como crecer en un pequeño universo donde imperaban las buenas relaciones y la cordialidad.
No tiene planes para el futuro, más allá de cuidarse y cuidar a su familia. Siente que Venezuela es como un condominio donde el administrador no sirve y, encima, “nos está botando”. Lo retienen aquí las ganas de trabajar en la reconstrucción y la certeza de que es su casa y puede hacer en ella lo que desee.
– Cuéntame… ¿cómo fue crecer en Chacao?
– El Chacao de mi infancia era como un pueblo urbanizado, podías convertirte en amigo y conocido de sus habitantes y comerciantes. Existía una relación estrecha entre los que hacíamos vida en Chacao; eras amigo del panadero, del carnicero, debías comportarte bien, porque todos sabían dónde vivías. Te compraban los zapatos en la misma tienda todos los años. Siendo niño sabías quién era el malandro que robaba los reproductores de los carros, quién vendía droga, cuáles eran los chismes de la parroquia, o del párroco. Era fácil pensar de niño que Chacao era Venezuela, porque era todo lo que conocía.
Al entrar al liceo y compartir con personas de otras partes, te das cuenta de que no; de que Chacao era una burbuja, que tenía una alcaldesa Miss Universo y unos policías en bicicleta y en carritos de golf, pero que el país no era solo eso; que el país se parece también a la gente del oeste de la ciudad o de Petare.
– ¿Sentiste en algún momento que había xenofobia?
– Mi mamá es colombiana. Y sí, en algunos momentos sentí que no debía decir que mi familia era colombiana, sobre todo en el colegio. Las novelas y las noticias estereotipaban a los colombianos, en los 80 y principio de los 90; eran siempre los malos, los tramposos, los narcos. Recuerdo que les decían “caliche”, y yo no quería que me dijeran “caliche”.
Creo que era más una autoxenofobia, la de los colombianos dentro de Venezuela. Muchos de ellos, por ser ilegales, no les gustaba demostrar su nacionalidad, preferían pasar inadvertidos. Pero realmente no creo que haya existido una xenofobia real.
Somos un país de inmigrantes, estamos acostumbrados y no nos aterra recibir a personas de otros países; nuestra forma de relacionarnos con ellos no era despectiva, llamábamos a los portugueses “portu” y a los chinos “chinos”, pero porque somos informales y confianzudos.
– ¿Cómo fue el regreso de todos esos inmigrantes que nos ayudaron a construir aquella Venezuela moderna a sus países de origen?
– Me atrevería a decir que la mayoría no regresó, muchos decidieron quedarse, morir acá y los que se fueron (por la razón que fuera) extrañan muchísimo a Venezuela. Quisieran regresar, solo que extrañan la otra Venezuela, el país amable y abundante que conocieron. Los que sí se fueron sin romanticismos y sin pensarlo dos veces fueron sus descendientes, que ante la posibilidad de tener otra nacionalidad legal y poder hacer vida en otro lugar, se marcharon en busca de algo mejor, que no son más que las mismas motivaciones que hicieron que sus ancestros vinieran a estas tierras.
– ¿Cuándo, cómo y dónde comenzó tu pasión por hacer cine?
– De niño en mi casa teníamos una cámara Handycam, y me convertí en el “filmmaker” de cuanta boda, bautizo y primera comunión había en mi familia o en casa de mis vecinos. Poder capturar el momento, verlo después de un tiempo y emocionarme, es algo que disfruto. Revolver el pasado, mirar fotografías viejas e imaginar las historias detrás de esas fotos es algo que me gustaba hacer.
Luego comencé a imaginar historias, historias que me gustaría ver. Así fue como decidí que quería ser director de cine y lo más parecido que había era estudiar cine en la Escuela de Artes de la UCV. Ahí vi toda la historia del cine y análisis que existe, es una escuela teórica. Al salir con toda mi teoría empecé a trabajar como aprendiz de cámara en “rentals” de equipos de cine y fui asistente de cámara y foquista en películas venezolanas: Pelo malo, Azul y no tan rosa, El Inca, El Amparo y muchas otras, en donde obtuve la práctica y el conocimiento técnico que no adquirí en la universidad. De modo que de niño quise hacer cine, luego estudié cine, después trabajé en cine (en las películas de otros) y ahora quiero hacer cine nuevamente, mi cine, como cuando era niño.
– Háblame del documental con el que ganaste el premio de la embajada de Italia.
– Me llamaban Pietro fue un cortometraje documental que ganó el premio al mejor documental en el concurso “FARE CINEMA”, organizado por la embajada de Italia, el Instituto Italiano de Cultura, la Cámara de Comercio Italiana y varias organizaciones más. Tenía como tema central “La inmigración italiana”. Es un concurso que tuvo una amplia convocatoria de 4 meses y del cual me enteré tarde, a un mes de cerrar el concurso.
Cuando vi las bases de la convocatoria, sentí que podía contar una historia, que tenía las herramientas, pero no tenía el tiempo. Como estábamos en pandemia no podía convocar a muchas personas y disponer del tiempo y de la salud de nadie, así que pensé en una historia que pudiera hacer solo con los recursos que tenía a la mano, que eran básicamente mi cámara y mis recuerdos nostálgicos de los italianos inmigrantes que vivieron en mi edificio. Con esa premisa comencé a trabajar, a revolver las fotos familiares, a pedir las fotos de mis vecinos y a construir una historia desde mis recuerdos.
Pietro, de repente, se convirtió en un personaje de estudio, con el que me relacionaba a la distancia, en tercera persona. A medida que iba agarrando forma lo compartía con algunos amigos para saber sus impresiones, quería saber sobre todo si la historia era al menos divertida. Para finalizar pedí ayuda de un amigo músico, Caribano, que hizo par de piezas originales para la banda sonora y otro amigo, Antonio Garrido, que hizo el diseño sonoro y mezcla del sonido. Cuando ellos me devolvieron el cortometraje con la música y la mezcla fue que logré conmoverme con la historia, entendí que era mi historia, que Pietro era yo (y bueno, lloré).
– ¿Cuáles son tus planes para el futuro?
– Ahora mismo no tengo muchos planes para el futuro, supongo que hacer una película, seguir contando historias. A un año de vivir en pandemia, con controles sanitarios, cuarentenas flexibles, estrictas y semiflexibles, creo que mi mejor plan es disfrutar el presente, el aquí y el ahora con mi familia, cuidándome y cuidándolos.
– ¿Qué significa Venezuela para Pedro Mercado?
– Venezuela es el lugar donde quisiera estar y de donde siento que me están botando. Claro, no me bota Venezuela, me bota el gerente, el administrador, el que cuida la puerta; pero al mismo tiempo me retienen la señora que limpia, los afectos, las personas que vivimos en ella y que sabemos que es nuestra responsabilidad mantenerla sana, habitable. No me retienen las cursilerías como las arepas, las guacamayas, el Ávila o el Salto Ángel; me retiene la idea de todo lo que está pendiente por hacer, por construir, la idea de que Venezuela me pertenece y puedo hacer en ella lo que quiera.