Maradona: del Olimpo al Hades, por Carolina Jaimes Branger - Runrun
Maradona: del Olimpo al Hades, por Carolina Jaimes Branger

Foto de la izq. Diego Maradona con Nicolás Maduro (AFP); en la foto de la der. Maradona tras anotar su segundo gol contra Inglaterra en México, 1986 (diario Clarín, Wikimedia Commons).  

@cjaimesb

Un chiste que corrió hace muchos años narraba la historia de un argentino que murió y se fue al cielo. Cuando llegó, le asignaron a otro argentino para que lo acompañara a conocer su nuevo hogar:

– Pibe, como vos verás, no es tan lindo como Buenos Aires, pero no está mal. Aquí no hay nada que se parezca a Puerto Madero, ni a San Telmo, pero hay que resignarse.

Esa tarde había un juego de fútbol y ambos decidieron ir. Cuando llegaron al estadio, el argentino anfitrión comentó:

– Che, esto no es el River Plate, ni el Boca Juniors, pero ¿qué más podemos hacer?

Comenzó el juego. De pronto, un jugador detuvo con el pecho la pelota que habían lanzado cerca de su arquería, la bajó y corrió todo el campo, driblando a todos los jugadores. Llegó a la arquería contraria, y con una espectacular patada, metió un tremendo gol. Todo el estadio se puso de pie a aplaudirlo, incluso los del equipo contrario.

– ¿Y quién es ese bárbaro? – preguntó el recién llegado.

– Es Dios, pero se cree Maradona…

El endiosamiento que hicieron los argentinos con Maradona no era normal. Fue algo parecido, como dice mi amiga Elizabeth Fuentes, al que hicieron con Evita Perón: “convirtieron a una prostituta en una santa”.

Tengo sentimientos encontrados con Diego Armando Maradona. Como futbolista, es innegable que fue uno de los mejores del mundo. Verlo jugar era un placer. Era como un baile, una suerte de magia con el balón que hipnotizaba. Grande, Maradona. Gracias por tan buenos recuerdos en ese sentido. Pero no fuiste el único grande. Hubo y hay otros, algo que tal vez tú no viste…

Hay un dicho que reza “desbarató con los pies lo que hizo con las manos”. En el caso de Maradona fue al revés: él desbarató con las manos, con la cabeza y con el corazón, lo que había hecho con los pies. Un hombre que tenía la obligación moral con el pueblo que lo había endiosado de ser un ejemplo para la juventud, se convirtió en el contraejemplo.

Desde aquella cuestionada jugada en el Mundial de 1986 en México, en cuartos de final contra Inglaterra, cuando metió un gol con la mano. Él sabía lo que había hecho, pero cuando se dio cuenta de que el árbitro no lo había visto, comenzó a festejar. El “fair play” aconsejaba que él mismo debió reconocer que el gol no era válido. Pero no… Todos lo vimos una y otra vez y hasta en cámara lenta. La mano era clarísima. El árbitro perdió su carrera. Y años después, como si hubiera sido una gracia, Maradona declaró:

“Ahora sí puedo contar lo que en aquel momento no podía, lo que en aquel momento definí como «La mano de Dios»… ¡Qué mano de Dios… fue la mano del Diego! Y fue como robarle la billetera a los ingleses también…”

Pero eso solo fue el comienzo de una caída estrepitosa, a causa de su ego sobredimensionado. Comenzó a usar drogas. Él, uno de los deportistas más famosos del mundo, ni se preocupó en esconder su adicción. Luego vinieron los excesos de todo tipo. Se fotografió borracho, desnudo, participando en orgías, drogado. Hay videos en los que ni siquiera podía hablar.

Dicen que de joven fue un muchacho muy pobre, perteneciente a una familia totalmente disfuncional. Hasta jugaba fútbol sin zapatos en la calle, sobre tierra, sobre fango. Cuando pudo tener zapatos, tampoco eran los adecuados. Cuando descubrieron su talento, todo fue en subida, hasta alcanzar la gloria en el fútbol. Pero sus complejos no los pudo superar, aun teniendo los recursos económicos para buscar toda la ayuda que fuera necesaria. Y más bien me parece que duró demasiado, cuando hizo todo lo posible para acabar con su vida.

Se convirtió en un ególatra, en un adorador del poder absoluto. Hizo amistad con tiranos como Hugo Chávez y Fidel Castro y apoyó sus causas.

Lástima, Maradona. Dejas un sabor más amargo que dulce, un recuerdo más triste que alegre, más de lástima que de admiración.

Pero cada quien se labra su propio destino…

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