La flaca Cayetana - Runrun
Sebastián de la Nuez Jun 04, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
La flaca Cayetana

Cayetana Álvarez de Toledo. Foto PP Comunidad de Madrid / Wikimedia Commons, 2019.

@sdelanuez 

Cayetana Álvarez de Toledo es la vocera del Partido Popular con el estilete en la boca cada vez que se para frente al micrófono del Congreso de los Diputados, en Madrid. Cayetana, flaca y desenvuelta, elegante y soberbia en cada gesto, le ha dicho, con mejor claridad que nadie, al ministro José Luis Ábalos, del PSOE, “cómplice de la tiranía de Nicolás Maduro”. En estos días está empeñada en que dimita otro ministro, Fernando Grande-Marlaska, encargado de la cartera del Interior.

Ábalos avala

Ábalos avala

El Partido Popular mantiene un férreo cerco de oposición, incluso de obstrucción, al gobierno actual de Pedro Sánchez, que está plagado de buenas intenciones aunque no sepa muy bien cómo canalizarlas. Avanza a trompicones con sus contradicciones de nacimiento y su staff ministerial muy femenino (a la moda) cuya portavoz, la andaluza María Jesús Montero, parece que fuera a echarse a cantar “Sevilla tiene un color especial…” en cualquier momento, acompañada por Los Del Río. No es un gobierno muy de fiar, desde el principio ha sonado poco consistente, un tanto incoherente. Sánchez dice que el PP lo que no le perdona es haber perdido cinco elecciones al hilo (se refiere a las presidenciales, que hubo que repetir, y a las municipales y autonómicas), pero en realidad lo que no le perdona el partido de Aznar es la moción de censura contra Mariano Rajoy que prosperó hace exactamente dos años. Una cosa semejante, salvando las distancias, a la de Carlos Andrés Pérez en el año 92 por el manejo de la partida secreta y su consiguiente defenestración.

¿Contradicciones de nacimiento? Por supuesto. La primera de ellas tiene nombre y apellido, Pablo Iglesias: por ello es uno de los blancos preferidos de la flaca Cayetana. Ella, desde las alturas de su estampa escapada de la revista Hola, le ha dicho de todo. Todo lo que a un venezolano le gustaría decirle al señor Iglesias si lo tuviera enfrente. La flaca Cayetana, además de endilgarle el calificativo de “terrorista” al padre de Pablo, a cada momento le saca en cara su tumbaíto bolivariano, del cual jamás se ha desdicho.

Iglesias es una mácula demasiado fácil de batear en el gobierno socialista; por añadidura, al hombre no le gusta pasar inadvertido sino, por el contrario, ponerse de bulto, llamar la atención, hacerse el estoico en su sillón de diputado mientras fragua su próxima aventura contra el Poder Judicial o los grandes empresarios españoles. Al líder sempiterno de Unidas Podemos le encanta aparecer en los medios a cualquier precio. Iglesias es un provocador nato, un rebelde sin causa pero con casa (“casoplón”, le llaman aquí), un caso típico de izquierda de aula universitaria, caviar, cultivada.

Hay quien ha dicho que al pueblo español lo mueve o bien la fe, o bien la obediencia o bien el odio (gracias a su obediencia, debe decirse, se ha resuelto en buena medida el acoso del coronavirus). Hace unos meses, antes de la pandemia, por un trabajo que estoy haciendo recorrí parte de Casa de Campo, un escenario histórico pues allí se desarrolló, en buena medida, el asedio de los franquistas a la capital del Reino en tiempos de la Guerra Civil. El recorrido lo hicimos, un  grupo, de la mano de un guía que ha estudiado esa historia durante años. Nos llevó al cerro donde tuvo lugar la Operación Garabitas. Nos contó todo, con detalles. Le pregunté por qué, siendo ese paraje tan importante desde el punto de vista histórico, ese en especial donde hubo un ataque republicano contra los alzados entre los días 9 y 14 de abril de 1937, no había allí un monumento, un pilar o monolito, aunque fuese un letrero, que le dijera al paseante, al turista, al españolito de hoy, en síntesis, lo que allí había sucedido. No lo hay, por cierto, en cualquiera de los otros lugares de Casa de Campo donde sucedieron escaramuzas, o donde hubo una iglesia que los alzados volaron para que no sirviese de refugio a los rojos. En fin, no lo hay, me explicó el guía con toda la verdad de su experiencia, porque sería inútil intentar poner de acuerdo “a unos y otros” en lo que debería decir el letrerito o monumento.

En otras palabras, los hechos del pasado no han sido superados por el liderazgo español. Nada más y nada menos.

Se han escrito en España más de 22.000 libros sobre la Guerra Civil, a favor o en contra de Franco o del Frente Popular, y muchos otros perfectamente equidistantes, entre estos últimos los de hispanistas ingleses y norteamericanos, los mejores entre el cúmulo de tan vasta bibliografía. Sin embargo, la universalidad y liberación de la palabra escrita no parece haber llegado a la calle, al menos no a Casa de Campo. Ni a otros lugares de la civilidad. En Brunete, donde sucedió una de las batallas más cruentas de la Guerra Civil, no hay un sitio oficial que la explique; ni uno.

El temor puede que sea difícil de entender o, en todo caso, resulta absurdo: abrirle las puertas, con tanto afán pedagógico al aire libre, al resurgimiento de discusiones que se conviertan en encono irreversible, resucitando al volcán fratricida que ha permanecido aletargado desde 1939.

Tanto la flaca Cayetana como el estoico Iglesias parecen entrenados en el odio, si uno se atiene a lo que dicen el uno de la otra, o la otra del huno (valga la hache).

El venezolano de la diáspora piensa que “viene del futuro” y que por eso puede alertar a los españoles sobre ciertas tendencias que podrían dar lugar a un régimen indeseable. ¿No será al revés? ¿Podría ser posible que dentro de 80 años no se pudiese poner una placa, una señal, en la esquina de la calle Élice, de Chacao, que testimoniara y explicara sucintamente que fue allí donde un salvaje chavista asesinó el 12-02-2014 a un estudiante inocente que solo deseaba protestar?

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es