Crónicas de este encierro (I) - Runrun
Miguel Sogbi Mar 19, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
Crónicas de este encierro (I)

@miguelsogbi 

Era una suerte de paranoia la que venía sintiendo desde que surgieron las primeras noticias provenientes de China. Mis compañeros de oficina, todos menores que yo, se burlaban un poco del jefe. “Déjalo ir”, me decían algunos, entre la risa y la angustia.

Deben ser los 48 años, y el desarrollo de la intuición, los que permitieron equiparme en algo, para lo que inevitablemente iba a llegar. Agua y comida fueron llenando, poco a poco, despensa y refrigerador. 

Eran cerca de las 11:30 de la mañana de aquel viernes. La mañana todavía era radiante y el sol resplandecía sobre el parabrisas de “La Bestia Negra”, nombre con el que cariñosamente llamo a un Jeep prieto que, cuando está de ganas, me lleva y me trae a cualquier lugar. Justo al doblar a la izquierda hacia la entrada del estacionamiento del trabajo vibró el teléfono y aproveché el instante de tomar el ticket, para recibir la noticia. “Detectado el primer caso en Venezuela”.

Inmediatamente busqué detalles de la información. La primera víctima estaba relacionada con el Colegio Integral Ávila, donde mi hija mayor es maestra.

¡Fuck! , dije para mis adentros en el más perfecto inglés. Enseguida la llamé. Estaba bien y se encontraba haciendo la evacuación del colegio junto con el resto del personal docente.

Ahí apareció el primer dolor. Mis hijas y yo somos una familia que se abraza, que se besa. Nuestro afecto es muy físico, de amapuches. Nos vimos esa noche, pero no nos tocamos. Las hijas menores sí lo hicieron. 

Comenzó la cuarentena y, con ella, todo cambió. Cuando escribo van apenas 72 horas, tan solo un proyecto de lo que nos viene por un tiempo indeterminado. El mundo como lo conocíamos cerró sus puertas. En unos meses abrirá de nuevo. Algunas cosas volverán a ser como antes, otras jamás regresarán al punto en que quedaron. Aún no sabemos cuáles, solo sabemos que hay que sobrevivir a estos tiempos. Es el pulso vital.

Todo jode. Jode ser sospechoso. Jode ver al prójimo como sospechoso. Todos somos sospechosos hasta que se demuestre lo contrario, aun cuando nuestra inocencia sea más volátil que nunca.

Ya no se ven rostros, sino mascarillas. Jode llevar a tu novia al mercado y que luzca como un híbrido entre una mujer con hiyab y una enfermera de guardia, para al salir tener que desinfectarse y desinfectarnos, incluyendo la ropa y la compra. Medidas para nada exageradas, cuando el enemigo es invisible y lo que más quieres es cuidarte y cuidar a los tuyos. 

El señor Luis conduce su propio autobús y de nada le vale el trabajo a distancia. Coromoto no ha venido más a ayudarme con la casa y tampoco le sirve el teletrabajo. Juan Carlos da clases de tenis los fines de semana. Vincenzo es mi barbero y vive del día a día. No tienen laptops, wifi, ni ahorros.

Ellos son el país, y el país no aguanta la cuarentena.

No duele la vulnerabilidad, porque esencialmente eso somos. Duele la incertidumbre, ante la aparición del caos.

Ínfimo, ni siquiera unicelular, es este microscópico enemigo, que ha hecho que lo que antes importaba, ahora importe poco. Lo pequeño, se cotiza alto. Lo sencillo, es lo más apreciado.

El psicólogo clínico, Jordan Peterson, dice que “no hay nada tan absolutamente cierto que no pueda variar (es lo que estamos viviendo). De la misma forma, no hay nada tan susceptible al cambio que no pueda estabilizarse. Toda revolución engendra un nuevo orden y toda muerte es, al mismo tiempo, una metamorfosis”.

Seguiré en mi cuarentena el tiempo que pueda, pero no tranquilo, porque como dijo la Reina de Corazones: “en mi reino necesitas correr con todas tus fuerzas, si pretendes permanecer en el mismo lugar”.

Por acá, todos estamos bien y hacemos nuestro mejor esfuerzo por seguir así.