Quijotadas andinas - Runrun
Alejandro Armas Oct 18, 2019 | Actualizado hace 3 semanas
Quijotadas andinas

LAS RELACIONES ENTRE VENEZUELA y Colombia han sido en líneas generales bastante negativas en dos décadas de autoproclamada “revolución bolivariana”. De todos los mandatarios americanos, Álvaro Uribe fue el segundo blanco más común de los dardos verbales de Hugo Chávez, solo superado por George Bush hijo. Nicolás Maduro continuó la tendencia, al punto de que la retórica chavista hiciera de Colombia una de las mayores causantes de los problemas incontables que asolan al venezolano, desde la pulverización del bolívar (“mafias cambiarias de Cúcuta”) hasta la violencia criminal desatada (“paramilitares”). Ahora, con las acusaciones del presidente Iván Duque sobre la presencia de componentes rearmados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en territorio venezolano, el trato entre vecinos se ha enfriado hasta llegar al cero absoluto diplomático. Es una situación incluso peor que la provocación de la corbeta Caldas en 1987.

La cuestión medular es que dos Estados se acusan mutuamente de alojar a grupos de personas que buscan acabar con ellos de forma violenta. Aunque es la primera vez que tal cosa ocurre en un muy largo tiempo, no es algo sin precedentes. “En este clima de acusaciones mutuas, sobre el escalamiento militar entre Colombia y Venezuela, debemos recordar que el uso del territorio vecino por parte de facciones políticas, para lograr sus objetivos es parte de nuestra tradición política bilateral”, expresó recientemente la politóloga Marisela Betancourt en la red social Twitter. En efecto, durante el siglo XIX y principios del XX, cuando Colombia y Venezuela estaban a menudo en conflictos intestinos (condición que lamentablemente se prolongó hasta nuestros días en el caso neogranadino), a veces el bando insurrecto se resguardaba en tierras al otro lado de la frontera para tramar ofensivas y evitar la persecución del enemigo. En ocasiones, contaban con el apoyo del gobierno vecino, si este no tenía una buena relación con el gobierno contra el cual los insurrectos tomaron armas. Un ejemplo muy rudimentario de la noción schmittiana de la política como relación entre amigos y enemigos.

Como nos recuerda Betancourt, la Revolución Restauradora que dio comienzo a más de medio siglo de hegemonía andina casi ininterrumpida en la política venezolana partió de Colombia rumbo a Caracas. De hecho, el fenómeno descrito en el párrafo anterior tuvo sus ejemplos más elocuentes durante el gobierno de Cipriano Castro. Colombia estaba sumida en una de las peores guerras civiles de su historia, la Guerra de los Mil Días. Uno de tantos conflictos entre los bandos conservador y liberal. En Bogotá mandaba el presidente conservador José Manuel Marroquín, cuyas relaciones con Castro al otro lado de la Cordillera Oriental de los Andes se habían deteriorado, ya que los liberales se refugiaban en suelo venezolano con el beneplácito de Caracas.

Por lo tanto, a Marroquín le convenía deshacerse del “Cabito”. Pero recorrer la distancia enorme que separa la frontera oriental y la Sultana de los Andes, sede del poder nacional venezolano, era una empresa imposible para quien ya estaba ocupado con rebeldes en su propia casa. Así que Marroquín se buscó a alguien que le hiciera el favor. Lo encontró en la figura del tachirense Carlos Rangel Garbiras, un ex compañero de armas de Castro contra los gobiernos del “liberalismo amarillo” tardío y seguidor de la causa de José Manuel “el Mocho” Hernández. Exiliado con Castro en Colombia, ignoro por qué Rangel Garbiras no se sumó a la Revolución Restauradora y se distanció de Castro al punto de encabezar una invasión de Venezuela con el apoyo de Marroquín. La operación se realizó entre el 28 y el 29 de julio de 1901. Rangel Garbiras fue derrotado en la Batalla de San Cristóbal por fuerzas leales a Castro, comandadas por los venezolanos Celestino Castro Ruiz, y Román Moreno… Y el notable general liberal colombiano Rafael Uribe Uribe. Fíjense bien: un venezolano entró a Venezuela para derrocar su gobierno con apoyo de Bogotá y fue frenado por un colombiano aliado de Caracas. El intento de Rangel Garbiras no pasó de esa batalla.

Un par de meses más tarde se intercambiaron los papeles. Desde el Zulia, un grupo de soldados neogranadinos invadió la Guajira colombiana con apoyo venezolano, pero fue derrotado en la Batalla de Carazúa. La Guerra de los Mil Días terminó con un resultado favorable a los conservadores colombianos en 1903. Uribe Uribe retomó su carrera política y fungió como senador y embajador de Colombia en varios Estados latinoamericanos. Fue asesinado en 1914. Rangel Garbiras estuvo exiliado hasta que Juan Vicente Gómez desplazó a Castro. “El Bagre” le dio un puesto en su gobierno, pero Rangel Garbiras falleció a los pocos meses.

Desde aquellos días, el vínculo entre Venezuela y Colombia ha sido mucho menos tumultuoso, obviando incidentes como el del referido barco militar en los 80. Hasta que apareció el chavismo. “Y el uribismo”, dirían algunos, sugiriendo que el deterioro se debió al surgimiento de gobiernos de derecha dura, en Colombia, e izquierda dura, en Venezuela, cada uno con igual carga de culpas. Me parece un juicio equivocado. Aunque no soy de ninguna manera admirador del Centro Democrático ni de Álvaro Uribe, ver a la derecha colombiana como un ente tan problemático como el chavismo es un despropósito. Cualquier Estado que comparta una frontera extensa y dinámica, como la que hay entre Venezuela y Colombia, con un régimen que tenga la naturaleza del chavismo tiene toda la razón de sentirse alarmado.

Las aventuras de personajes como Rangel Garbiras hoy nos parecen ridículas y hasta quijotescas por lo mucho que han evolucionado los Estados, las relaciones entre ellos y los movimientos subversivos en estos casi 120 años. Lo que había en ese entonces en buena parte de Latinoamérica era un conjunto de Estados rudimentarios, en los que caudillos de (por lo general) escasa formación ideológica, como Cipriano Castro, competían por el poder tal como mafiosos se pelean por controlar barrios, objetivo para el cual no veían problema en asociarse con delincuentes del cerro contiguo. A duras penas podía pensarse en entes con el monopolio de la violencia legítima, pues los caudillos veían el territorio bajo su control con ojo de hacendado, y no estadista.

No es lo que sucede hoy, al menos del lado colombiano de la frontera. A pesar de todos los problemas asociados con el uribismo (vínculos entre parte de la elite política y paramilitares, violación de DD.HH., etc.), Colombia sigue siendo una democracia enfrentada con grupos terroristas bien vistos por el chavismo. Al margen de las denuncias de la Casa de Nariño, la presencia del Ejército de Liberación Nacional en buena parte del Venezuela ha sido confirmada ampliamente por medios independientes venezolanos y la red internacional de periodistas InSight Crime. En cuanto al componente rearmado de las FARC, su ubicación en Venezuela fue reportada por la prestigiosa revista Semana. En cambio, el régimen chavista es considerado un Estado forajido, antidemocrático y sin ningún respeto por las leyes nacionales e internacionales. Los venezolanos que se le oponen y que han buscado refugio en Colombia son civiles o militares desertores desarmados, cuya presencia no es nada que las autoridades consideren inconfesable.

El contraste no termina aquí. Cuando Duque denunció que los comandantes de las FARC rearmadas estaban en Venezuela, algunos pensaron que esa sería la justificación de Colombia para intervenir directamente en territorio vecino. Mes y medio después, el gobierno de Duque sigue insistiendo en que no planea tal cosa. Y es que las operaciones militares en suelo extranjero hoy pueden ser mucho más costosas para quien las ejecuta. No era muy difícil armar una montonera arcaica en los Andes a principios del siglo XX y poner al frente a un “general chopo ‘e piedra” (así los llamó el historiador Manuel Caballero) cualquiera. Hoy, en cambio, con las nuevas tecnologías bélicas, la historia es otra. Recordemos que el régimen chavista se ha apertrechado con utensilios castrenses rusos y chinos que, si bien no necesariamente están en la vanguardia de las vanguardias, sí pueden suponer un desafío para cualquiera que las ponga a prueba sin ser una potencia militar, como es el caso de Colombia. Por otro lado, como Colombia lleva décadas en un estado de conflagración permanente, ver a jerarcas chavistas amenazando arrasarla resulta cuanto menos risible. Estos no son tiempos para un Amadís de Gaula tachirense. Ni siquiera para un caricaturesco Alonso Quijano caribeño, por más que a algunos en la elite chavista les guste fanfarronear.

@AAAD25