La década de los apagones - Runrun
Alejandro Armas Abr 13, 2019 | Actualizado hace 3 semanas
La década de los apagones

CREO QUE YA LO HE DICHO ANTES, pero los exámenes de hechos pasados que ocupan esta columna no necesariamente enfocan el retrovisor para mirar muy hacia atrás. Por ejemplo, hace casi año y medio estaba en la popa de un ferry, viendo la Luna sobre el Caribe entre Puerto La Cruz y Punta de Piedras, y escribiendo sobre los cambios en la dirección de Pdvsa, anunciados con bombos y platillos por Maduro como un giro de 180 grados que revertiría el desplome en el bombeo de crudo y llevaría a la empresa a una nueva cima de productividad. Mi argumento entonces fue que cambiar los nombres de las personas al frente, incluyendo a unos cuantos notables corruptos designados por Chávez, pero dejando la misma subordinación a los intereses de Miraflores igualmente implantada por Chávez, condenaba a la estatal a seguir en debacle. En efecto, hoy Pdvsa está bombeando menos de un millón de barriles diarios, una cifra escandalosamente baja.

 

Hoy me propongo hacer un ejercicio similar, pero con el sistema eléctrico venezolano. A principios de 2007, Chávez estaba en la cúspide de su popularidad (la petroborrachera estaba en apogeo y el susodicho acababa de derrotar a Manuel Rosales de manera aplastante) y debió ver propicio el momento para avanzar hacia la destrucción del “Estado burgués” para implantar su ideal de inspiración marxista y, sobre todo, castrista. Para ello lanzó la propuesta de una reforma constitucional, pues las dimensiones de su proyecto de dominación mutaron y la Carta Magna de 1999 dejó de ser un traje a su medida. Pero antes, como abreboca de su determinación a apoderarse de todas y cada una de las áreas necesarias para la vida en democracia (sociedad económica, imperio de la ley, sociedad civil, etc.; de acuerdo con Linz y Stepan), Chávez ordenó una serie estatizaciones, incluyendo la del sistema de generación y distribución de energía eléctrica. Empresas como La Electricidad de Caracas pasaron a ser patrimonio público. No pasó mucho tiempo para que la revolución chavista le diera motivos a Ricardo Zuloaga para hacer estremecer su ataúd.

 

Algo muy mal debes estar haciendo si monopolizas una actividad económica y todo ese sector entra en crisis en menos de tres años. Malo no. Nefasto. Y  una crisis eléctrica fue precisamente lo que estalló a finales de 2009. Chávez lo reconoció empleando esa misma palabra y de inmediato tomó medidas. Para empezar, en otra muestra de su creencia en una burocracia caricaturesca (kafkiana, si se quiere) bajo su control para resolver problemas, decretó la creación del Ministerio de Energía Eléctrica. En segundo lugar, dispuso un racionamiento eléctrico para todo el país. Decisión sin duda impopular, pasaron solo 24 horas para que se decidiera eximir a Caracas. La capital siempre ha sido menos maltratada que el resto de Venezuela, en tiempos del chavismo, muy a pesar de que en las regiones los rojos rojitos siempre tuvieron más apoyo. En términos coloquiales, Chávez escurrió el bulto por la inclusión inicial de Caracas. Tocó al primer ministro de Energía Eléctrica, Ángel Rodríguez, hacer de chivo expiatorio y ser destituido.

 

Se suponía que los cortes de luz programados serían algo temporal mientras el Gobierno se encargaba de recomponer el sistema eléctrico para adecuarlo a los nuevos requerimientos. Esta tarea quedó en manos tanto de agentes del Estado como de un grupo de empresarios con supuesta especialización en la materia, contratados por las autoridades. Hacia mediados de 2010 Chávez celebró que la crisis eléctrica fue “superada”. Sin embargo,  los resultados fueron otros y han estado a la vista de todos por diez años.

 

El racionamiento nunca desapareció completamente. Maduro lo ha impuesto reiteradas veces, siempre bajo el eufemismo “plan de administración de cargas” y con la doblemente injusta exclusión de Caracas (y ojo, lo dice un caraqueño; doblemente injusta porque ya es injusto que los ciudadanos en cualquier lugar del país paguen por estos males). Pero tales medidas nunca cumplieron su cometido, pues los apagones sorpresa se volvieron una constante, cada vez más frecuente. Aunque comenzaron en las regiones, poco a poco se instalaron igualmente en la capital. La ineficacia no discrimina. Desde luego, los administradores del sistema nunca son culpables. Su antología de excusas es más extensa y rica en imaginación que una que compile toda la poesía de Góngora, Quevedo y demás bardos del Siglo de Oro hispánico. Los venezolanos han hecho de cada elemento en la lista algún chiste, pues el humor oral es una de las pocas cosas que en el siglo XXI no necesitan voltios. Reptiles destructores de cables, vientos huracanados capaces de derribar líneas de transmisión e incluso un fenómeno astronómico de mayor interés que la primera fotografía de un agujero negro. A este último su descubridor lo bautizó “equinochi” y aunque el nombre es casi homófono de “equinoccio”, conceptualmente guarda más relación con el perihelio, el punto de la órbita terrestre más cercano al Sol (es inexplicable que la revista científica Nature no haya publicado este hallazgo, aunque por otro lado no sorprendería que los tentáculos bloqueadores del imperialismo se hayan colado en su editorial para negarle a la revolución otra victoria).

 

Sin embargo, con el tiempo todos estos coloridos pretextos fueron desplazados por la tesis del sabotaje, ella misma rica en creatividad. Los perpetradores son capaces de dejar al país sin luz con medios cibernéticos, electromagnéticos y balísticos. Suficiente material para el guión de un blockbuster de acción para el público adolescente dirigido por Michael Bay.

 

Mientras tanto, varios de los responsables de las “mejoras” introducidas en 2010 hicieron su agosto y se largaron de Venezuela para vivir como sibaritas al otro lado del Atlántico. Por alguna razón, las urbes de Castilla y Cataluña son sus destinos predilectos. Los empresarios privados involucrados se convirtieron en la quintaesencia de ese ser producido por la mal llamada “quinta república” al que mientan “bolichico”. En cuanto a los burócratas del Estado, es notable el caso del ex viceministro Nervis Villalobos. El caballero es uno de tantos ejemplos de esos funcionarios devenidos en Rockefellers, a los que Wilfrido Vargas dedicó un merengue en 1983.  Villalobos fue detenido en España por negocios sucios y (¡no faltaba más!) desde Venezuela se solicita su extradición… Después de que fueran las autoridades de otro país las que revelaran los manejos truculentos. Y no olviden: fueron Chávez y compañía quienes pusieron a Villalobos en el puesto que ocupó. Chávez, el dizque campeón de los humildes, el que detestaba la riqueza y hacía todo para poner delante el bienestar de los pobres.

 

Finalmente, en marzo de 2019 Venezuela experimentó un conjunto de apagones sin precedentes. No creo necesario ahondar en detalles descriptivos por lo fresco que está el recuerdo macabro de esa experiencia en la memoria de mis conciudadanos. Sí quiero hacer varias observaciones sobre lo que no es tan evidente. En primer lugar, el sistema eléctrico llevaba años manifestando a gritos su estado precario. Los síntomas fueron los sempiternos apagones anteriores, que hoy parecen poca cosa. Los especialistas tenían tiempo advirtiendo sobre lo que podría pasar. Nada efectivo se hizo para prevenir lo vivido el mes pasado. En segundo lugar, los apagones ocurrieron en un momento de mucha mayor demanda que hace una década. Millones de consumidores de electricidad han huido de Venezuela para probar suerte en otras latitudes, mientras que las actividades del parque industrial están anonadantemente mermadas o, en algunos casos, paralizadas. Ni así se pudo mantener el sistema funcionando de forma normal.

 

El régimen ahora sostiene que va a “reestructurar” Corpoelec. No se entiende entonces qué pasó con los millones de dólares invertidos por orden de Chávez para resolver la crisis eléctrica iniciada en 2009. Las expectativas al respecto son nulas, como sucedió con Pdvsa. Como ocurre con todo lo que está en manos de la elite gobernante venezolana. Porque casi nadie cree que algo en Venezuela pueda componerse sin un cambio político.

 

@AAAD25