De chamba y chambones, por Ramón Hernández - Runrun
De chamba y chambones, por Ramón Hernández

@ramonhernandezg

A MEDIDA QUE SE HA IDO REDUCIENDO la actividad económica del país y el producto interno bruto va presentando las peores cifras, va desapareciendo el tráfico en Caracas. Si todavía cuenta con vehículo puede ir a tres o cuatro sitios en la misma mañana y quedarle tiempo para otros menesteres. Quizás la autopista de Prados del Este es el mejor ejemplo. Cuando había trabajo y los carros tenían repuestos –baterías, cauchos y la correa del ventilador– se tardaba hasta dos horas desde el Concresa hasta el CCCT. Ahora menos de cinco minutos.

No tan rápido. Desde que aceleraron la misión chamba juvenil, sin mayúsculas, en algunos puntos el tráfico vuelve a ser como en aquellos diciembres en que andábamos buscando en qué gastar las utilidades y el bono de productividad. Una calamidad. Una muchacha que por su pose y porte uno tiende a creer que siempre se imaginó que estaba signada por el destino para ser Miss Venezuela, con la escoba o el rastrillo en una mano, advierte que el canal está cerrado.

Es un remezón como los que vemos en las películas de vaqueros cuando en la tarde más tranquila se aparece una banda de rufianes echando tiros o tratando de meter una punta de ganado por la calle principal del pueblo. Aquí es más sencillo: dar la impresión de que la economía se reanima y pronto seremos “un país potencia”.

Desconozco los patrones estéticos de quiénes los dirigen ni dónde los calificaron como albañiles, maestros de obra, pintores de brocha gorda, jardineros, podadores de árboles o simples ingenieros de mantenimiento, pero obviamente que están descalificados para lo que hacen. Uno que otro sabe agarrar la escoba y las damas son bastante torpes con el martillo, pero hay que reconocer que quienes manejan las sierras, machetes y escardillas poseen una habilidad asombrosa y son voluntariosos al extremo. No se contentan con podar, talan; tampoco con desmalezar o cortar la hierba; no; acaban con la capa vegetal y la porción de tierra fértil la separan y la llevan por camiones.

Hasta ahora no he encontrado ningún especialista que me explique por qué cortaron las ramas de los árboles que daban sombra a la calzada en Los Campitos, en la Prados del Este a lo largo del campo de golf de Valle Arriba y por qué rellenaron con concreto, pedazos de ladrillos rojo rojitos y piedrillas las islas que tenían grama o colocaron maceteros a lo largo de la avenida Francisco de Miranda. Esas matas durarán hasta que se vayan las lluvias. Todos actos contra natura.

También hay que reconocer que son generosos, especialmente con la pintura y la dedicación de infinitas horas hombre en actividades inútiles, como lijar los bordes de las aceras o los mojones de la trinchera de la avenida Libertador. En la Prados del Este primero pintaron de amarillo, después lijaron y le dieron unas cuantas manos de amarillo rosadito, ahora se enseriaron y repintan de gris psiquiátrico.

En la ruta a Cumbres de Curumo, la que lleva a Fuerte Tiuna, el afán de alcanzar la bonitura es casi del primer mundo. Cambiaron las defensas de la vía, asfaltaron, rehicieron las aceras, cortaron árboles –pequeños, medianos y grandes–, frisaron la parte posterior de varias quintas, repararon cercas, construyeron pastizales y siguen atentos a que cualquier planta se asome para arrancarla de cuajo. Nunca habíamos tenido cuadrillas tan eficientes ni resultados tan catastróficos. En La Trinidad, en el cruce de la Procter, pelaron un amplio jardín y ya preparan unas formas geométricas para llenarlas con piedritas blancas y negras con trozos de ladrillos alrededor.

La mayoría de los trabajadores son muchachos en edad de estudiar bachillerato o aprendiendo un verdadero oficio en algún centro de capacitación. Están desaprovechando sus mejores años lijando piedras al descampado, echando machete y jalando escardilla al sol, pero ese sacrificio no mueve ni un milímetro la economía. Ninguno ha podido comprarse unos zapatos nuevos con el salario que les pagan. Apenas les alcanza para comer. Presto escardilla digital, la verdadera revolución.

El Nacional