No era un duelo regular, era un duelo con deslealtad, por Gonzalo Himiob Santomé
No era un duelo regular, era un duelo con deslealtad, por Gonzalo Himiob Santomé

Competencia

 

Quise esperar un poco. A fin de cuentas, nadie es dueño de la verdad y a veces tenemos que analizar nuestras posturas “desde afuera”, ponderando las opiniones y visiones ajenas, sobre todo las que no están de acuerdo con tus propias ideas o con tus planteamientos. No es momento de crucificar a los culpables, que todos sabemos quiénes son e históricamente deberán responder por sus desatinos, es el momento de analizar las causas del fracaso y de buscar soluciones. Es un ejercicio tedioso, a veces agotador desde el punto de vista emocional, porque todos sabemos lo que está en juego y porque Venezuela se ha convertido en una especie de campo minado en el que, parodiando el refrán, cuando opinas sobre cualquier acto u omisión de los políticos, si no te explota “el chingo” te explota “el sin nariz”. Así de radicalizados, y de desesperados, estamos.

 

Nuestro “moderno” Código Penal, reformado ya en pleno siglo XXI por la entonces Asamblea Nacional oficialista (so pretexto, irónicamente, de su necesaria “actualización”), contempla en su artículo 422 atenuantes o agravantes, respectivamente, para el caso del homicidio o lesiones que se cometan durante un “duelo regular”, caso en el cual se atenúan las penas, o en un “duelo con deslealtad”, caso en el cual la responsabilidad penal de los intervinientes se agrava.

 

En sociedades como la nuestra, sujetas a una crisis tan grave como la que padecemos, el diálogo debería ser siempre la primera herramienta a la mano para dirimir nuestras diferencias. En este sentido, como idea general, nadie puede ni debe, en principio, oponerse al diálogo con el gobierno. Pero en esto, como en todo, cuando tanto está sobre la mesa, nos vemos forzados a valorar los matices. Cuando la contraparte, el gobierno, es lo que es, y actúa como actúa (que lo hace además sin tapujos ni dobleces, siempre descaradamente) no hay “blanco o negro”, ni ingenuidades, que valgan, por el contrario, hay entre un extremo y otro cientos de grises que deben ser analizados con astucia y malicia, colocándose siempre en los zapatos del opuesto, desconfiando sistemáticamente de sus propósitos y manejando la duda (o la certeza, según se vea) sobre los objetivos que en efecto pretende alcanzar. De no actuar así, de no entender en nuestros actos contra qué o quiénes nos estamos enfrentado en realidad, estamos actuando como los caballeros de antaño que, mientras están respetando las reglas tradicionales de un duelo regular, designando “padrinos” (o garantes o mediadores), eligiendo la hora y el lugar del “duelo” (un “territorio neutral”, en este caso República Dominicana) escogiendo las armas para batirse (las palabras, no las balas ni la calle) y contando los pasos antes de comenzar la contienda, reciben a traición y de improviso del villano, que no entiende de honor, ni de garantes, ni de reglas, ni de formas, un peñonazo artero en la cabeza que acaba de inmediato con el lance y le atribuye la victoria.

 

Más allá de las consideraciones que cabe hacer sobre los otros intereses subalternos, no necesariamente luminosos, que también, de un lado y de otro, impulsaron a contrapelo de lo que era el más elemental sentido común esta última tanda de diálogo fallido, y aun cuando partamos de la base de la absoluta buena fe de quienes, desde la oposición, se prestaron a este, lo que ocurrió en República Dominicana fue eso: Los caballeros (la oposición), de manera inexplicable, mientras jugaban (ingenuamente o no, ya se verá, pues todo se sabe en su momento) a entenderse con el gobierno como si este no fuera lo que es, siguiendo reglas y pautas que su contraparte (el poder, siempre desleal, o en todo caso, únicamente leal a sí mismo) jamás estuvo dispuesto a respetar, recibieron una puñalada por la espalda que, para males mayores, les había sido advertida y debió ser, siempre, parte de sus cálculos, al menos como posibilidad. Fue un duelo con deslealtad, no un duelo regular, y no haberlo entendido a tiempo es lo que nos trajo a este difícil callejón sin salida en el que nos encontramos ahora. En consecuencia, siguiendo la lógica de nuestro CP, la responsabilidad por los daños, en este caso a Venezuela entera, no merece atenuación, sino agravantes.

 

Y no. Por muchas florituras con las que se le adorne, esta no es una “victoria” de la oposición. Decir que no firmar un acuerdo es, en sí mismo, ganancia, es una falacia, pues si vas a un diálogo con la intención de finar un acuerdo, y al final no se logra el acuerdo esperado, o para más señas, no se logra ningún acuerdo, es reconocer un fracaso, no un éxito. Tampoco se “desenmascaró” al régimen ni se le puso en evidencia, pues su verdadero talante y rostro hace ya mucho tiempo que son conocidos por propios y ajenos. Este no es un “logro” del “diálogo” sino el producto de trabajo que, desde hace años, se ha venido adelantando desde diversos factores de nuestra sociedad y, más allá, es una consecuencia de la propia conducta del gobierno en el escenario local e internacional, que a nadie que tenga más de dos neuronas en el cerebro puede dejar con duda alguna sobre cuáles son, al final, el carácter, los métodos y los verdaderos propósitos del oficialismo desde que Chávez llegó al poder hasta ahora.

 

“Lo peor era no hacer nada”, dicen los que no están dispuestos a reconocer el grave error cometido. Y no es así. Las vías democráticas, no violentas, y previstas en nuestra Carta Magna para luchar contra un gobierno opresor nos ofrecen un inmenso abanico de posibilidades distintas. Entre ellas, por cierto, la de acudir al diálogo, pero estableciendo como punto previo el cumplimiento de una serie de condiciones básicas que, de no ser satisfechas, impedirían a las partes hasta sentarse en la misma mesa. No se negocia ni se dialoga, por ejemplo, con una pistola apuntando a tu cabeza, con la amenaza de que cualquier fricción la va a resolver el gobierno inhabilitando a los factores políticos opositores o neutralizando con la cárcel a quien le incomode, ni con más de 200 presos políticos y cerca de 8000 personas sujetas a procesos penales injustos, eso era inaceptable desde el comienzo. Si esas condiciones no cambiaban, no tenía ningún sentido sentarse a dialogar.

 

Lo más grave, y acá esta reflexión para los que me acusan de “antipolítico”, es que de toda la ordalía derivó también una consecuencia absolutamente indeseable (sí, en mi criterio indeseable, y muy peligrosa) y muy grave: La pérdida de credibilidad de los partidos, y de las personalidades, que se prestaron, de buena fe o no, a lo que desde sus inicios se advertía como una farsa. Con esto el gobierno, que no “juega carritos”,  obtiene una victoria sin precedentes: la desmotivación y desmovilización del pueblo opositor, consecuencia que, para males mayores, vino de la mano de ese sector de la oposición, y de sus “asesores”, que no terminan de tomarle la vena al pueblo, que solo velan por sus propios intereses y que, defendidos a ultranza por obtusos seguidores que no ven jamás, aunque les estalle en la cara, desatino alguno en la dirigencia opositora, se sienten por encima de cualquier crítica o cuestionamiento.

 

Pero como antes señalé, hay que pasar de la crítica a la propuesta, del diagnóstico al tratamiento. Lo primero, en mi humilde criterio, es pasar del chantaje de la “unidad” (arma mal entendida y sesgada que solo ha servido a los propósitos de unos pocos, o en todo caso, al logro de algunas victorias electorales que, hay que decirlo, no han producido los cambios anhelados) a la búsqueda de la verdadera unión, que no es lo mismo ni se escribe igual. Muchos son los hilos que nos enlazan, a todos venezolanos, hoy. Nos unen las mismas carencias, la misma escasez, la misma tragedia diaria, y estas nos afectan a todos sin importar cuál es el color de nuestras opiniones políticas. Articular desde allí un frente verdaderamente amplio, político, social, y hasta cultural, en el que se tome cuenta lo que nos une, sin pelear desde lo que nos separa, es la prioridad.

 

Después corresponde quitarnos, especialmente en los factores políticos, las mordazas de la boca. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, y hay que tratarlas como lo que son, no como lo que quisiéramos que fueran, pues contra las dictaduras no juegan los relativismos. Por el contrario, estos las matizan y las hacen difíciles de aceptar como tales, acá y afuera, y en consecuencia no abonan su deslegitimación, sino que, por el contrario, contribuyen a su permanencia. También urge que los partidos políticos se quiten la corbata, dejen de marcar distancias absurdas y maniqueas con la ciudadanía y se pongan del lado y al lado de la masa que pretenden liderar y especialmente de la que no cree ni ha creído en ellos. Urge la recuperación de la confianza perdida, debemos rescatar la credibilidad de los partidos, y esto solo verá la luz desde la honestidad y desde la sinceridad. Por mi parte, exijo aceptación sin resquemores ni autoflajelo de los errores cometidos y disposición para crecer desde ellos, y repudio los disfraces con los que se intenta hacernos creer que hay victorias y ganancias donde en realidad hay derrotas y pérdidas.

 

No es simulando, ni disfrazándonos de víctimas, que saldremos de esta pesadilla. Nos toca hacer mucho más, mirar más allá de la propia nariz, calcular cada causa y efecto y tener, con anticipación, cada escenario posible analizado y con sus respuestas posibles a la mano. Esto, por supuesto, no está exento de riesgos, sobre todo ante un adversario desleal, poderoso y armado, incapaz de respetar las más elementales normas, como el que nos ocupa, pero es el momento de que se decida si nuestra patria y nuestro futuro, lo valen o no. El líder político que no esté dispuesto a pagar el costo, el que solo mueva las fichas en su personal laberinto, sin pensar en algo más que en sí mismo y en sus aspiraciones, debe abandonar ya el campo de juego y cederle de inmediato el paso a los que si estén dispuestos a entender el tamaño del reto y a dejar el pellejo, su vida o su libertad, en la movida. Las “elecciones”, si es que así puede llamárseles, se nos vienen encima, todas las posibilidades deben ser analizadas y, para cada respuesta imaginable, tenemos que tener ya preparadas las alternativas y las acciones a seguir. Estas deben ser comunicadas al pueblo, que no es bobo y, en todo caso, deben respetar su sentir y su postura con respecto al hecho electoral. Y no hay tiempo para debates extensos ni para peleítas internas. Hay que asumir que el tiempo es, ahora, nuestro enemigo, y hay que actuar en consecuencia.

 

@HimiobSantome