Impaciencia y muerte, por Ramón Hernández
Impaciencia y muerte, por Ramón Hernández

EscaleraElCalvario

 

Las escaleras del Calvario son el mejor sitio de reunión cuando el sol se pliega y el humo de los carros, autobuses y camiones se mezcla con la neblina que baja desde las montañas que circundan El Junquito, atraviesa El Amparo, pierde fuerza en Los Magallanes y acelera el paso por la avenida Sucre hasta Monte Piedad. Finalmente, unos pasos antes de Miraflores y sin fuerza, dobla hacia el sur. Es un monumento a la desidia y a la vergüenza, sin importar lo que le hayan pintado o escrito. Ahí no llegan sino ecos de lamentos, pero será distinto.

Desde su tope, sin levantar mucho la vista, se divisan las cúspides de las desgracias comunes. Con el amanecer llegan madres hambrientas con sus hijos en brazos, desnutridos y ardiendo en fiebre, que no dejan de llorar; las mujeres que perdieron la fe entre arrugas y llantos, con las piernas varicosas y reventadas de pus, descalzas y los senos apenas cubiertos; los niños con la cabeza rapada y tapabocas inmundos que llevan semanas sin quimioterapia; más atrás los ancianos, que no dejan de temblar, con la mirada perdida y sin dientes.

Crece la impaciencia, paisano, como si se acercaran al Ganges y se repitiera la comparecencia que con exactitud describió Jorge Zalamea. No llegan en busca de milagros o migajas, mucho menos de un carnet que les prometa que no serán los primeros sacrificados, vienen con un gran amor a sí mismos, a expulsar a los que les ofrecieron un paraíso y los mantienen amarrados a la desdicha. Quieren dirimir una querella de veinte años que parecen un milenio.

A los largo de la avenida San Martín se congregan los hipertensos, los que no encuentran cómo ponerle fin a la angustia de tener un ACV, un infarto o un derrame cerebral; más atrás los diabéticos: a la derecha, los insulinodependientes; a la izquierda los metforminadependientes, cansados todos del no hay, vaya al CDI donde tampoco hay. En la Baralt están los enfermos del riñón, los que no pueden dializarse y los trasplantados que no consiguen los fármacos de la supervivencia. Todos están rezando con las manos en cruz, suplican atención y que reanuden la entrega de medicinas en las farmacias del Seguro Social, como antes.

A lo largo de la avenida Bolívar caminan los cardíacos, los mutilados, los sifilíticos y los inmunodeprimidos por el VIH, los sarnosos y los orates que buscan algún pirómano que los ayude a encontrar la chispa que incendiará la pradera. La avenida Casanova se llenó de gritos y convulsiones. Los epilépticos y esquizofrénicos discuten con prostitutas y cabrones, ahora dedicados a la venta de laxantes y pájaros de mal agüero, les reclaman las peores traiciones a cambio de una bolsa de Bernal.

Los encantadores de serpientes huyeron, también las casamenteras, las parteras, las casandras y pitonisas. Los burócratas se esconden en los intersticios de la ciudad, pero también necesitan desodorante, dentífricos, algo qué comer, analgésicos, unos gramos de azúcar y de café, un trago de agua limpia. Todo falta, solo sobran palabras y las cadenas de radio y televisión, los insultos. Ay.

A la vuelta de cada esquina, los desahuciados tropiezan con focos de infección, con hogares de miseria y comedores abandonados. Están los comerciantes que quebraron, los campesinos expropiados, los cultivadores de caña de los valles de Aragua y de Barinas, los ganaderos, los fabricantes de hielo, los chicheros que no encuentran arroz ni vainilla, los vendedores de Quinta Crespo, los buhoneros de condones, los que hacían queso en Coro, los que cultivaban plátanos al sur del lago de Maracaibo, los que plantaron pimentones en los invernaderos que Elías Jaua levantó en los valles del río Turbio, los importadores de maíz y los que sembraron ají dulce en Portuguesa. En la avenida Universidad están los graduados de las misiones, los que escogieron qué materias estudiar y los que no han descifrado el materialismo dialéctico, los choferes de camionetas y los que no comen carne. Siguen llegando más por La Pastora y la Vuelta de la Auyama; muchos más por el 23 de Enero, de donde los colectivos traen a los heridos que no son atendidos en los hospitales y a las embarazadas a punto de parir. Están todas las víctimas, las de ahora y las posibles. Crece la impaciencia. Redacto renuncia, “completamente gratis (sic)”.

@ramonhernandezg

El Nacional