El Areópago de Escarrá, por Alejandro Armas
Alejandro Armas Ago 25, 2017 | Actualizado hace 2 semanas
El Areópago de Escarrá

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¡Ah, qué tiempos aquellos, cuando el señor Hermann Escarrá convocaba a marchar sin retorno hasta desalojar al chavismo del poder! Aunque fue apenas hace una década, la memoria puede fallar, así que haré un intento por refrescarla con lujo de detalle. Venezuela entera derramaba lágrimas, más de rabia que de pena, por el cierre de RCTV. El caballero de nombre teutón participó al menos una vez en los actos multitudinarios en rechazo a la salida del aire del canal de transmisión continua más viejo de Venezuela.

Pero el foco rápidamente cambió de lugar, y Escarrá lo siguió. Hugo Chávez aspiraba a refundar el Estado, y existía la posibilidad de impedirlo con votos (oportunidad hoy negada por Maduro). La oposición, entonces, se activó para lograrlo. Escarrá integró un Comando Nacional de la Resistencia que protagonizó los eventos más altisonantes contra la reforma, en los que Chávez era llamado “tirano” por el abogado. Sus compañeros de equipo eran Antonio Ledezma, Helen Fernández, Óscar Pérez (no, no es el piloto del helicóptero) e Iván Ballesteros. La suerte que ellos han corrido con el tiempo ha sido muy distinta a la de él: uno lleva más de dos años preso; la otra, en virtud de lo anterior, está al frente de una alcaldía  privada de sus funciones, en contra de la decisión del pueblo caraqueño;  el tercero, en el exilio; y el último, despojado de su programa en Radio Caracas Radio.

En cambio, el señor Escarrá decidió dar uno de los giros políticos más inexplicables que los venezolanos hayan visto, para sentarse en la grada de los poderosos y privilegiados. No solo eso. Mostró que, independientemente del lado del espectro político en el que prefiera colocarse, siente una aversión por el centro, que Aristóteles identificó con la virtud. De desempeñar el papel de extremista disidente pasó a extremista del pensamiento oficial, dado a hacer propuestas draconianas contra la muy mayoritaria oposición a esta catastrófica revolución. Otrora rechazó con furia que se reforme la Carta Magna, que él mismo corredactó, sin que se pregunte al pueblo si conviene o no iniciar siquiera el proceso. Ahora aspira a hacer una ley fundamental nueva y aprueba el antidemocrático argumento de que el Presidente puede por cuenta propia activar este mecanismo cuando quiera y, peor aún, atribuirle poder absoluto. Estimado lector, por favor métase esto entre ceja y ceja: nadie puede detentar el poder absoluto. La naturaleza humana, plagada de fallas, es moralmente incompatible con la omnipotencia (de ahí que esta solo pueda ser atribuida a Dios por las sociedades que creen en él, y que en las occidentales modernas impere la separación entre Iglesia y Estado y no haya lugar para la autoridad por gracia divina de la que gozaron los reyes). Ni siquiera la génesis democrática de un cuerpo colegiado, que en este caso específico convence a pocos, legitima su reclamo al poder irrestricto. Una constituyente solo debería estar facultada para diseñar nuevas reglas que luego someterá a votación entre los ciudadanos, sin poder mientras tanto hacer lo que le dé la gana con las reglas establecidas.

En fin, sea excusado este paréntesis prolongado y volvamos a Escarrá. Doy gracias a que mi abuelo no haya podido verlo poner sus conocimientos de Derecho al servicio del oficialismo. ¡Cómo lo admiraba, cuando salía con un latinazgo o alguna referencia a los procedimientos legales y constitucionales de Venezuela u otro país, para criticar el proceder de Chávez! En efecto, una de las características discursivas de Escarrá ha sido su nada chavista tendencia a hacer gala de estudios superiores y de una vasta cultura general. Ergo, es común escucharle palabras alejadas del habla cotidiana. Ilustraré con su empleo de un término que, además, expone su talante político.

Escuche a alguien decir que, en una sesión de la “ANC”, Escarrá comparó dicha entidad con el Areópago. Justamente el comentario de esta persona fue hecho para preguntarse cuántos de los presentes en el Capitolio entenderían de qué estaba hablando el jurisperito. En honor a la verdad, no vi la sesión y no me consta que esas palabras hayan sido pronunciadas. Sin embargo, sí encontré un mensaje prácticamente igual en su cuenta de Twitter, emitido el 29 de julio: “La Asamblea Nacional Constituyente debe ser un Areópago de luces, de cultura, de pensamiento plural, de capacidad constructiva y de fortalecimiento de la República libre e independiente”.

Ahora pido que se me permita explicar el raro vocablo en el símil. El Areópago fue una importante institución política de la antigua Atenas. Tenía su sede en una colina rocosa (pagos) consagrada a Ares, la deidad marcial griega. Si las señas se terminaran aquí, el ingenuo podría hacer una asociación de ideas positiva sobre la sentencia de Escarrá, ya que la Atenas clásica fue la cuna de la democracia occidental. Pero resulta que el Areópago antecede a la democracia ateniense. Es más, la cúspide de su poderío coincidió con un período en el que la ciudad era una especie de república aristocrática.

Fungía como un tribunal que juzgaba delitos, pero además como un consejo de Estado con enorme influencia sobre todos los procesos políticos. La membresía en el Areópago estaba limitada a los hombres mayores de las familias más ricas de Atenas. Para obtenerla había que ser primero arconte, un magistrado ejecutivo del nivel más alto. En ese sentido guarda similitud con el Senado romano, cuyo carácter patricio es bien conocido.

Las cosas comenzaron a cambiar con las reformas de Solón, quien estableció una Asamblea en la que todos los ciudadanos (es decir, todos los varones libres y mayores de edad; recuerden que hablamos del siglo VI a.C.) tenían voz, voto y capacidad de hacer propuestas legislativas, independientemente de su posición económica. El Areópago tuvo que ceder buena parte de sus funciones a la Asamblea y varias instituciones designadas por la ciudadanía en pleno. A partir de entonces, la mayoría de los puestos administrativos serían ocupados por elección del pueblo. Sin embargo, la posibilidad de ser arconte y, por lo tanto, de integrar el Areópago, quedó limitada a los más ricos.

Los sucesores de Solón profundizaron la democratización de Atenas quitando atribuciones al Areópago, a favor de las instituciones electas. Como es de imaginarse, hubo resistencia por parte de los aristócratas, quienes conformaron un partido en defensa de la hegemonía de los organismos antiguos. Efialtes, el último gran reformista demócrata, dejó al viejo tribunal la única competencia de juzgar los homicidios de ciudadanos atenienses.

Queda claro que el Areópago en todo caso fue una entidad oligárquica. Si Escarrá piensa que puede comparar la “ANC” de la que él es parte con una institución de esa naturaleza, bienvenido sea. Tiene perfecto sentido. Como ya se ha esbozado en esta columna, “oligarquía” es también un término de origen heleno. A pesar de la manipulación del lenguaje, no hace referencia a un grupo selecto de personas económicamente poderosas. Oligos significa “pocos”, y arkho, “gobierno”. Es, pues, el gobierno de unos pocos. Me permito volver a Aristóteles, quien en su clasificación de las ordenaciones políticas de su era definió las oligarquías como gobiernos en los que el poder soberano es detentado y ejercido por unos pocos individuos para favorecer sus intereses, en menoscabo de los de la mayoría. Por supuesto, siempre o casi siempre el grupo poderoso políticamente también lo es económicamente, pero esa es harina de otro costal.

Con esta definición en mente, pregúntese qué es el chavismo para Venezuela en este momento, y qué representa la “ANC”. El propio Nicolás Maduro confesó con total desparpajo que la “constituyente” fue ideada a los pocos días de la victoria opositora en las parlamentarias del 6 de diciembre de 2015. Es decir, nunca hubo la intención de permitir los efectos de ser minoría política. Había que retener como fuera el monopolio sobre el poder, y los privilegios que el mismo conlleva, aunque eso supusiera pisotear la voluntad del pueblo. Muy triste papel el que Hermann Escarrá escogió para pasar a la historia, la cual, contra cualquier delirio castrista, no los absolverá a él ni a los areopagitas del siglo XXI.

 

@AAAD25