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Un llamado de atención a opositores (de cafetín), por Antonio José Monagas

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Las pasiones políticas siempre han sido razones de motivación a partir de las cuales se han movilizado no sólo ideas. También, actitudes y disposiciones. Las crónicas de la historia política, son testigos de cuanto ha sido posible en la dirección de organizar, coordinar y acordar acciones que lleven a alborotados y fanáticos, exaltados y críticos, a encontrarse con el particular propósito de delinear hipótesis que sirvan al imaginario natural del hombre político a provocar, a través de la palabra inspiradora, las conversaciones, tertulias o coloquios necesarios o suficientes literalmente capaces de cimentar una nación, o derrocar héroes de barro. Más, cuando dicha palabra se intensifica al calor de alguna brebaje que la prolongue en el pensamiento de quienes comparten la discusión.

Los problemas que derivan de cualquier crisis que ahogue esperanzas, reprima capacidades y proscriba las potencialidades creadoras de un pueblo, son fuente de las más abiertas refutaciones a las que puede someterse un gobierno, indistintamente de la doctrina política que comulgue. Y con suma razón y plena justificación. Sobre todo, cuando una crisis de tales características, lejos de ser objeto de acciones gubernamentales que tiendan a atenuar su recrudecimiento, inflame sus efectos. Precisamente, por causa de la ineptitud de gobernantes distraídos por actos lesivos asociados a la corrupción, la arbitrariedad y la desidia. Tal cual es el caso que representa Venezuela. A lo cual ha coadyuvado el cinismo que asoman los miembros del alto gobierno cuando, más allá de las fronteras de palacio, se divulgan los enredos que han anudado la funcionalidad como país, Funcionalidad ésta que, hasta hace escaso tiempo, fuera ejemplo de democracia y referencia de desarrollo.

Sin embargo las reacciones de muchos venezolanos, no han sido del todo demostrativas del enojo, malestar e indignación que padece la inmensa mayoría de su población. Justamente, a consecuencia del maltrato que recibe de un gobierno déspota que no ha tenido el más mínimo cuidado en disimular su talante dictatorial. Sin duda que entre las razones que pueden explicar tan particular comportamiento, caben muchas. Sus testimonios, seguramente, exponen realidades sorprendentes y creíbles al mismo tiempo. Y no podría ser de otro modo, por cuanto ingentes contingentes de venezolanos son víctimas lamentables de la inseguridad, de la ausencia de medicamentos, de la falta de alimentos y de los estragos de la inflación. No obstante el miedo a ser agredidos, despedidos de trabajos en oficinas públicas o calumniados a desdén de lo establecido por el Estado de Derecho y del Debido Proceso, son parte del libreto que sigue el régimen para agraviar a cuanto venezolano sea posible. Incluso, se ha dicho que lo vivido estos años fue tomado de manuales de guerra psicológica soviéticos y del G2 cubano. Por lo que ha sido un plan perfecto y perversamente estructurado.

En el fragor de tan desastrosa situación, muchos venezolanos no han terminado de entender que la política es irritablemente contradictoria. Mientras más respuestas puede ostentar ante los riesgos de una incertidumbre mal definida, menos posibilidades tiene de dar con una solución que cuadre con el problema en cuestión. O como irónicamente la describió Groucho Marx, al decir que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Esta dificultad, acuciada por el temperamento reposado de ese género de venezolano, que muchas veces lo hace actuar cual ciudadano resignado, motiva en él una conducta tan inmutable que oprime su comportamiento social. Al extremo, que rumia a hurtadillas la rabia de verse apesadumbrado políticamente. Así que valiéndose de la comodidad que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación, aprovecha la opacidad de algún momento para enviar mensajes apoyado en la inmediatez de las redes sociales. O también se entrega a la cháchara entre compinches, en un recogido cafetín.

Esto deja ver venezolanos políticamente eunucos, como bien refiriera el maestro Prieto Figueroa a quienes desertaban del compromiso de luchar desde la vanguardia por la democracia. Diríase, retirados del activismo político. Aunque interesados por los acontecimientos políticos que vienen menguándole vigor al sistema político democrático, estos personajes creen que con zalamerías semánticas bajo el estado de embriaguez dialéctico que los domina, son capaces de salvar al país de la crisis política, económica y social que afecta su movilidad hacia el desarrollo nacional. Objetivo éste profusamente exaltado por el discurso populista del cual se aprovecha la alta dirigencia gubernamental para afinar y afirmar presuntos compromisos. Pero de perpetua trasgresión. Así que de nada vale un verbo profusamente elaborado, con base en postulados de la teoría de la democracia que emocione actitudes y despierte expectativas, si acaso queda atascado en los resquicios del protagonismo activo. O en la periferia del activismo político. Mientras tanto, los problemas del país se agravan y tienden a enquistarse como estructuras de un orden jurídico-político espurio.

El encajonamiento al cual está sometido Venezuela, pareciera no tener solución por otra vía que no sea la de la protesta, conforme al carácter igualitario de realidades paralelas. Esto es como aquel aforismo que reza “diente por diente, ojo por ojo”. Actuar como ellos. Pero no apegados a la violencia. Aunque si a los mismos amagues que utiliza la gente del gobierno a manera de amenaza. O como escribió Cesar Emilio Valdivieso Paris por la redes, “tienes que aprender a arrecharte. Si eres un ciudadano común, no te cales sus atropellos. Y cuando participes en actos políticos no le huyas a sus grupos violentos. Dales la cara”.

Aunque suena contrario a lo que exhortan las Normas de Urbanidad y Buenas Costumbres, de Manuel Antonio Carreño (1853), la actitud política del opositor no debe conformarse con la indiferencia, el confinamiento y el letargo de las ideas que resguarda. No debe seguir siendo factor de perturbación del ímpetu que incite la protesta constitucionalmente reconocida como derecho político ciudadano. Sobre todo, en medio de las dificultades que tienen al país sumido en el desastre propio de una situación retrógrada permitida por tanta desvergüenza gubernamental junta. Así que ante una crisis que tiende a empeorar, el venezolano demócrata no debe permitir el vandalismo que viene organizándose desde las cúpulas del poder. O que sigan viéndole cara de idiota, toda vez que el gobierno central pospone impúdica e indebidamente preceptos constitucionales que ordenan el Referendo Revocatorio de cara a las presentes realidades.

Sin embargo, todavía es posible, y más aún necesario, forzar la restitución del Estado de Derecho y de Justicia que pauta la Carta Magna. Y eso depende del arrojo de la oposición democrática y mayoritaria electoralmente, reunida en la Mesa de la Unidad. Pero también, de la voluntad del venezolano por cuyas venas corre sangre libertadora y restauradora. El himno nacional exalta el valor y carácter del venezolano cuando glorifica “al bravo pueblo que el yugo lanzó”. ¿Y entonces? Así que ante las circunstancias que en estos tiempos confluyen, es conveniente reflexionar ante la suerte que se juega la democracia en medio de los actuales conflictos. Por esto y más, vale un llamado de atención a opositores (de cafetín).

@ajmonagas

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Las pasiones políticas siempre han sido razones de motivación a partir de las cuales se han movilizado no sólo ideas. También, actitudes y disposiciones. Las crónicas de la historia política, son testigos de cuanto ha sido posible en la dirección de organizar, coordinar y acordar acciones que lleven a alborotados y fanáticos, exaltados y críticos, a encontrarse con el particular propósito de delinear hipótesis que sirvan al imaginario natural del hombre político a provocar, a través de la palabra inspiradora, las conversaciones, tertulias o coloquios necesarios o suficientes literalmente capaces de cimentar una nación, o derrocar héroes de barro. Más, cuando dicha palabra se intensifica al calor de alguna brebaje que la prolongue en el pensamiento de quienes comparten la discusión.

Los problemas que derivan de cualquier crisis que ahogue esperanzas, reprima capacidades y proscriba las potencialidades creadoras de un pueblo, son fuente de las más abiertas refutaciones a las que puede someterse un gobierno, indistintamente de la doctrina política que comulgue. Y con suma razón y plena justificación. Sobre todo, cuando una crisis de tales características, lejos de ser objeto de acciones gubernamentales que tiendan a atenuar su recrudecimiento, inflame sus efectos. Precisamente, por causa de la ineptitud de gobernantes distraídos por actos lesivos asociados a la corrupción, la arbitrariedad y la desidia. Tal cual es el caso que representa Venezuela. A lo cual ha coadyuvado el cinismo que asoman los miembros del alto gobierno cuando, más allá de las fronteras de palacio, se divulgan los enredos que han anudado la funcionalidad como país, Funcionalidad ésta que, hasta hace escaso tiempo, fuera ejemplo de democracia y referencia de desarrollo.

Sin embargo las reacciones de muchos venezolanos, no han sido del todo demostrativas del enojo, malestar e indignación que padece la inmensa mayoría de su población. Justamente, a consecuencia del maltrato que recibe de un gobierno déspota que no ha tenido el más mínimo cuidado en disimular su talante dictatorial. Sin duda que entre las razones que pueden explicar tan particular comportamiento, caben muchas. Sus testimonios, seguramente, exponen realidades sorprendentes y creíbles al mismo tiempo. Y no podría ser de otro modo, por cuanto ingentes contingentes de venezolanos son víctimas lamentables de la inseguridad, de la ausencia de medicamentos, de la falta de alimentos y de los estragos de la inflación. No obstante el miedo a ser agredidos, despedidos de trabajos en oficinas públicas o calumniados a desdén de lo establecido por el Estado de Derecho y del Debido Proceso, son parte del libreto que sigue el régimen para agraviar a cuanto venezolano sea posible. Incluso, se ha dicho que lo vivido estos años fue tomado de manuales de guerra psicológica soviéticos y del G2 cubano. Por lo que ha sido un plan perfecto y perversamente estructurado.

En el fragor de tan desastrosa situación, muchos venezolanos no han terminado de entender que la política es irritablemente contradictoria. Mientras más respuestas puede ostentar ante los riesgos de una incertidumbre mal definida, menos posibilidades tiene de dar con una solución que cuadre con el problema en cuestión. O como irónicamente la describió Groucho Marx, al decir que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Esta dificultad, acuciada por el temperamento reposado de ese género de venezolano, que muchas veces lo hace actuar cual ciudadano resignado, motiva en él una conducta tan inmutable que oprime su comportamiento social. Al extremo, que rumia a hurtadillas la rabia de verse apesadumbrado políticamente. Así que valiéndose de la comodidad que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación, aprovecha la opacidad de algún momento para enviar mensajes apoyado en la inmediatez de las redes sociales. O también se entrega a la cháchara entre compinches, en un recogido cafetín.

Esto deja ver venezolanos políticamente eunucos, como bien refiriera el maestro Prieto Figueroa a quienes desertaban del compromiso de luchar desde la vanguardia por la democracia. Diríase, retirados del activismo político. Aunque interesados por los acontecimientos políticos que vienen menguándole vigor al sistema político democrático, estos personajes creen que con zalamerías semánticas bajo el estado de embriaguez dialéctico que los domina, son capaces de salvar al país de la crisis política, económica y social que afecta su movilidad hacia el desarrollo nacional. Objetivo éste profusamente exaltado por el discurso populista del cual se aprovecha la alta dirigencia gubernamental para afinar y afirmar presuntos compromisos. Pero de perpetua trasgresión. Así que de nada vale un verbo profusamente elaborado, con base en postulados de la teoría de la democracia que emocione actitudes y despierte expectativas, si acaso queda atascado en los resquicios del protagonismo activo. O en la periferia del activismo político. Mientras tanto, los problemas del país se agravan y tienden a enquistarse como estructuras de un orden jurídico-político espurio.

El encajonamiento al cual está sometido Venezuela, pareciera no tener solución por otra vía que no sea la de la protesta, conforme al carácter igualitario de realidades paralelas. Esto es como aquel aforismo que reza “diente por diente, ojo por ojo”. Actuar como ellos. Pero no apegados a la violencia. Aunque si a los mismos amagues que utiliza la gente del gobierno a manera de amenaza. O como escribió Cesar Emilio Valdivieso Paris por la redes, “tienes que aprender a arrecharte. Si eres un ciudadano común, no te cales sus atropellos. Y cuando participes en actos políticos no le huyas a sus grupos violentos. Dales la cara”.

Aunque suena contrario a lo que exhortan las Normas de Urbanidad y Buenas Costumbres, de Manuel Antonio Carreño (1853), la actitud política del opositor no debe conformarse con la indiferencia, el confinamiento y el letargo de las ideas que resguarda. No debe seguir siendo factor de perturbación del ímpetu que incite la protesta constitucionalmente reconocida como derecho político ciudadano. Sobre todo, en medio de las dificultades que tienen al país sumido en el desastre propio de una situación retrógrada permitida por tanta desvergüenza gubernamental junta. Así que ante una crisis que tiende a empeorar, el venezolano demócrata no debe permitir el vandalismo que viene organizándose desde las cúpulas del poder. O que sigan viéndole cara de idiota, toda vez que el gobierno central pospone impúdica e indebidamente preceptos constitucionales que ordenan el Referendo Revocatorio de cara a las presentes realidades.

Sin embargo, todavía es posible, y más aún necesario, forzar la restitución del Estado de Derecho y de Justicia que pauta la Carta Magna. Y eso depende del arrojo de la oposición democrática y mayoritaria electoralmente, reunida en la Mesa de la Unidad. Pero también, de la voluntad del venezolano por cuyas venas corre sangre libertadora y restauradora. El himno nacional exalta el valor y carácter del venezolano cuando glorifica “al bravo pueblo que el yugo lanzó”. ¿Y entonces? Así que ante las circunstancias que en estos tiempos confluyen, es conveniente reflexionar ante la suerte que se juega la democracia en medio de los actuales conflictos. Por esto y más, vale un llamado de atención a opositores (de cafetín).

@ajmonagas

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Las pasiones políticas siempre han sido razones de motivación a partir de las cuales se han movilizado no sólo ideas. También, actitudes y disposiciones. Las crónicas de la historia política, son testigos de cuanto ha sido posible en la dirección de organizar, coordinar y acordar acciones que lleven a alborotados y fanáticos, exaltados y críticos, a encontrarse con el particular propósito de delinear hipótesis que sirvan al imaginario natural del hombre político a provocar, a través de la palabra inspiradora, las conversaciones, tertulias o coloquios necesarios o suficientes literalmente capaces de cimentar una nación, o derrocar héroes de barro. Más, cuando dicha palabra se intensifica al calor de alguna brebaje que la prolongue en el pensamiento de quienes comparten la discusión.

Los problemas que derivan de cualquier crisis que ahogue esperanzas, reprima capacidades y proscriba las potencialidades creadoras de un pueblo, son fuente de las más abiertas refutaciones a las que puede someterse un gobierno, indistintamente de la doctrina política que comulgue. Y con suma razón y plena justificación. Sobre todo, cuando una crisis de tales características, lejos de ser objeto de acciones gubernamentales que tiendan a atenuar su recrudecimiento, inflame sus efectos. Precisamente, por causa de la ineptitud de gobernantes distraídos por actos lesivos asociados a la corrupción, la arbitrariedad y la desidia. Tal cual es el caso que representa Venezuela. A lo cual ha coadyuvado el cinismo que asoman los miembros del alto gobierno cuando, más allá de las fronteras de palacio, se divulgan los enredos que han anudado la funcionalidad como país, Funcionalidad ésta que, hasta hace escaso tiempo, fuera ejemplo de democracia y referencia de desarrollo.

Sin embargo las reacciones de muchos venezolanos, no han sido del todo demostrativas del enojo, malestar e indignación que padece la inmensa mayoría de su población. Justamente, a consecuencia del maltrato que recibe de un gobierno déspota que no ha tenido el más mínimo cuidado en disimular su talante dictatorial. Sin duda que entre las razones que pueden explicar tan particular comportamiento, caben muchas. Sus testimonios, seguramente, exponen realidades sorprendentes y creíbles al mismo tiempo. Y no podría ser de otro modo, por cuanto ingentes contingentes de venezolanos son víctimas lamentables de la inseguridad, de la ausencia de medicamentos, de la falta de alimentos y de los estragos de la inflación. No obstante el miedo a ser agredidos, despedidos de trabajos en oficinas públicas o calumniados a desdén de lo establecido por el Estado de Derecho y del Debido Proceso, son parte del libreto que sigue el régimen para agraviar a cuanto venezolano sea posible. Incluso, se ha dicho que lo vivido estos años fue tomado de manuales de guerra psicológica soviéticos y del G2 cubano. Por lo que ha sido un plan perfecto y perversamente estructurado.

En el fragor de tan desastrosa situación, muchos venezolanos no han terminado de entender que la política es irritablemente contradictoria. Mientras más respuestas puede ostentar ante los riesgos de una incertidumbre mal definida, menos posibilidades tiene de dar con una solución que cuadre con el problema en cuestión. O como irónicamente la describió Groucho Marx, al decir que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Esta dificultad, acuciada por el temperamento reposado de ese género de venezolano, que muchas veces lo hace actuar cual ciudadano resignado, motiva en él una conducta tan inmutable que oprime su comportamiento social. Al extremo, que rumia a hurtadillas la rabia de verse apesadumbrado políticamente. Así que valiéndose de la comodidad que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación, aprovecha la opacidad de algún momento para enviar mensajes apoyado en la inmediatez de las redes sociales. O también se entrega a la cháchara entre compinches, en un recogido cafetín.

Esto deja ver venezolanos políticamente eunucos, como bien refiriera el maestro Prieto Figueroa a quienes desertaban del compromiso de luchar desde la vanguardia por la democracia. Diríase, retirados del activismo político. Aunque interesados por los acontecimientos políticos que vienen menguándole vigor al sistema político democrático, estos personajes creen que con zalamerías semánticas bajo el estado de embriaguez dialéctico que los domina, son capaces de salvar al país de la crisis política, económica y social que afecta su movilidad hacia el desarrollo nacional. Objetivo éste profusamente exaltado por el discurso populista del cual se aprovecha la alta dirigencia gubernamental para afinar y afirmar presuntos compromisos. Pero de perpetua trasgresión. Así que de nada vale un verbo profusamente elaborado, con base en postulados de la teoría de la democracia que emocione actitudes y despierte expectativas, si acaso queda atascado en los resquicios del protagonismo activo. O en la periferia del activismo político. Mientras tanto, los problemas del país se agravan y tienden a enquistarse como estructuras de un orden jurídico-político espurio.

El encajonamiento al cual está sometido Venezuela, pareciera no tener solución por otra vía que no sea la de la protesta, conforme al carácter igualitario de realidades paralelas. Esto es como aquel aforismo que reza “diente por diente, ojo por ojo”. Actuar como ellos. Pero no apegados a la violencia. Aunque si a los mismos amagues que utiliza la gente del gobierno a manera de amenaza. O como escribió Cesar Emilio Valdivieso Paris por la redes, “tienes que aprender a arrecharte. Si eres un ciudadano común, no te cales sus atropellos. Y cuando participes en actos políticos no le huyas a sus grupos violentos. Dales la cara”.

Aunque suena contrario a lo que exhortan las Normas de Urbanidad y Buenas Costumbres, de Manuel Antonio Carreño (1853), la actitud política del opositor no debe conformarse con la indiferencia, el confinamiento y el letargo de las ideas que resguarda. No debe seguir siendo factor de perturbación del ímpetu que incite la protesta constitucionalmente reconocida como derecho político ciudadano. Sobre todo, en medio de las dificultades que tienen al país sumido en el desastre propio de una situación retrógrada permitida por tanta desvergüenza gubernamental junta. Así que ante una crisis que tiende a empeorar, el venezolano demócrata no debe permitir el vandalismo que viene organizándose desde las cúpulas del poder. O que sigan viéndole cara de idiota, toda vez que el gobierno central pospone impúdica e indebidamente preceptos constitucionales que ordenan el Referendo Revocatorio de cara a las presentes realidades.

Sin embargo, todavía es posible, y más aún necesario, forzar la restitución del Estado de Derecho y de Justicia que pauta la Carta Magna. Y eso depende del arrojo de la oposición democrática y mayoritaria electoralmente, reunida en la Mesa de la Unidad. Pero también, de la voluntad del venezolano por cuyas venas corre sangre libertadora y restauradora. El himno nacional exalta el valor y carácter del venezolano cuando glorifica “al bravo pueblo que el yugo lanzó”. ¿Y entonces? Así que ante las circunstancias que en estos tiempos confluyen, es conveniente reflexionar ante la suerte que se juega la democracia en medio de los actuales conflictos. Por esto y más, vale un llamado de atención a opositores (de cafetín).

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